El amor a la verdad es algo aterrador y violento», dijo Schopenhauer tiempo
ha; y eso los sabemos bien los cristianos conscientes y consecuentes. Decir
ciertas verdades supone también riesgos; quien quiera tener aceptación,
éxito, ha de saber soslayarlas o desvirtuarlas de acuerdo a las
circunstancias. Yo, no. (Soslayaré hablar de las concesiones a los moros, y
de sus aspiraciones, incluso usar el sintagma «moros en la costa».) Pero
¿qué es el éxito? Decía un reputado pensador francés. Alain, hace un siglo,
que la suprema norma moral era no tener éxito, ('ne pas réussir,') ¿Y hoy
resulta tan vulgar tenerlo! Con él fácilmente se termina apareciendo en la
'tele', adosado a ese anuncio, no sé de qué, donde un 'caballero' ¿oxte!
suelta un cuesco, (se pee, vamos, lo que le ha proporcionado un cierto
prestigio al pelafustán.) ¿Gloria y honor a «la educativa tele». Hay un
fuerte contingente de público español que, en gusto, no ha superado el
estadio que Quevedo sonetiza así: « con lágrimas y caca,/ luego viene la mu,
con mama y coco,/ síguense las viruelas, baba y moco »
El miedo a la verdad, en los cristianos, se conjuga con la esperanza y su
amor a la Gran Verdad, el odio a la cual navega a velas desplegadas hogaño
por nuestra vieja España. Y es que el cristiano, para aceptar en pleno esa
verdad tiene que llegar a ser un sujeto incómodo en la sociedad, por mucho
que cumpla el segundo mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo;
prójimo, próximo, con el que siempre hay que colaborar, compartir,
congratularse, condolerse vivir en suma; sobre el que hay que evitar hasta
el dulce placer de la murmuración, aunque sea sobre certeza manifiesta;
también abstenerse, digamos, de llevarse a casa 'bolis' y folios de la
oficina, y plantas del parque. Asimismo se precisa controlar el deseo, -esa
pasión que tanto ha dado motivo de pensar a los filósofos-.y tanto dinero a
los mercados..
Sí, el cristianismo, según se mire, es una lata; aunque se esté asistido por
la gracia de los Sacramentos no es cosa fácil; no sé por qué quieren cebarse
en él hogaño. combatirlo hasta con leyes.. Quizás porque hace grande al
hombre. (¿La política desea homúnculos, productos de la LOGSE?) Recordemos
algunos Hombres al azar san Francisco de Asís ahora mejor, con los
'americanistas', Santa Klaus, o sea san Nicolás, que en Holanda llega en
estas fechas a bordo de un barco llamado Spanje, (España;) en Italia es san
Nicolás de Bari, (el de las dotes a las doncellas pobres, y revelador de los
niños guisados por cierto posadero) y en el centro europeo san Nicolás
Tavelic, el franaciscano croata que fue martirizado en Jerusalem cuando
pretendía dialogar con los muslimes, (que no, que no les tengo inquina; y si
yo fuese 'políticamente correcto' pediría perdón por nombrarlo.)
Problema es èste de Papá Noël, (según los franceses,) y los regalos a los
niños. Nosotros preferíamos regalarles el día de los Santos Reyes, a causa
de su simbolismo religioso, aunque siempre hay la tentación de que los
'peques' los disfruten durante las vacaciones navideñas. (El mercadeo les
azuza 'también' el día de Reyes,) Por cierto, que a nuestros niños no les
dijimos la mentira de que venían del Más Allá; postura no compartida por
otros cristianos, que peroraban sobre la poesía de lo imaginario y
fantástico. A consecuencias de esta mentirijilla recordamos revelaciones de
conocidos que sufrieron un gran choque ante la verdad, pues se consideraban
largamente burlados ante todos aquellos ante los que habían presumido de sus
maravillosos regalos celestes y quizá quedaron predispuestos a desconfiar de
la Gran Verdad a la que aludíamos arriba: la verdad de Dios.
Regalo no nos parece de Santa Klaus, ni de los Santos Reyes, más bien de los
malévolos 'djinns' del desierto árabe, la entrada de Turquía en Europa; con
ello se desplaza hacia Oriente, hasta el mar Caspio, el centro de gravedad
europeo, y se diluye en Occidente su cristianismo ya relativizado.
¿Cualquier cultura es igual? Aquí se puede despreciar el Evangelio y
achacarle frivolidades a Jesucristo, en las novelas o en la prensa,
impunemente; allí peligra tocar el Corán, y blasfemar, (el novelista S.
Rushdi. sabe mucho de eso;) y de respeto a la dignidad personal, ¿ñac! (¿A
qué se debe el bajo nivel de vida?)
Inevitable es recordar al Hombre san Juan de Capistrano, que levantó el
espíritu de los derrotados húngaros Hunyades y Szilayi en Belgrado, ganando
la batalla a Mohamed II, que, tras arrasar la iglesia oriental, metió su
escuadra por el Danubio hasta el corazón de Europa. (Tiene un monumento en
Budapest, el santo.) Y de europeizar, Mustafá Kemal lo intentó en vano, sólo
superficialmente. Conociendo Alemania, que ya alberga varias generaciones de
turcos, vemos que en absoluto se integran; siguen con sus atuendos, comidas,
olores, endogamias, sin saber más alemán que el preciso para trabajar y
aumentan la tasa infantil de forma ya preocupante para los teutones.
Bueno, terminaremos amándoles a los turcos aunque seguiremos combatiendo el
relativismo cristiano, que puede terminar siendo una rendición con armas y
bagajes. El cristiano, para aceptar en pleno la Gran Verdad, tiene que ser
un sujeto incómodo en la sociedad, por mucho que cumpla el segundo
mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo