Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal. / DM
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La Iglesia arremetió ayer contra el 'plan Ibarretxe'. Por medio de un
rotundo comunicado, la Conferencia Episcopal Española censuró ayer la
propuesta de Juan José Ibarretxe por considerarla «moralmente inaceptable,
insolidaria, excluyente», por entender que tiene tintes «totalitarios»,
impone el «culto a la nación» y antepone sus aspiraciones políticas a los
derechos de las personas.
La cúpula eclesiástica baja de nuevo a la arena política, a pesar de que
una de sus máximas, en teoría, es no intervenir en ella. Y esta vez no lo
hace para criticar al Gobierno socialista, sino para lanzar una dura
advertencia al PNV, uno de los partidos democristianos de mayor tradición
católica, por la deriva que está tomando la formación de Josu Jon Imaz con
su pulso al Estado.
Tras la aprobación del pasado 30 de diciembre en el Parlamento vasco de la
'Propuesta de Estatuto Político de la Comunidad de Euskadi', el órgano de
gobierno de la Iglesia se siente en la obligación de dar su opinión y
recuerda que el derecho de autodeterminación lo tienen los pueblos que son
colonizados o invadidos, pero no los que unilateralmente deciden que se
quieren independizar, porque ese es un caso en el que la secesión «es
moralmente inaceptable». Sobre todo cuando ese territorio impone su
exigencia «a toda costa y por cualquier medio», lo que a ojos del clero se
convierte en una «idolatría de la propia nación» que «pervierte gravemente
el orden moral».
Nación y nacionalismos
El documento se titula 'Sobre nación y nacionalismos' y es un comunicado
hecho público por su secretariado de la Conferencia Episcopal, no ha sido
debatido por el pleno de la institución. Pero recoge muchos de los
extremos incluidos en la instrucción pastoral 'Valoración moral del
terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias', aprobada en
plenario en noviembre de 2002.
La Iglesia cree que muchos de los argumentos incluidos en aquel documento
de condena de la actividad de ETA valen ahora para criticar el 'plan
Ibarretxe'. Por ejemplo, que España es el fruto de largos y complejos
procesos históricos que «no pueden ser ignorados ni, menos aún,
distorsionados o falsificados al servicio de intereses particulares» como
los de los nacionalistas.
Advierte al PNV -formación a la que no cita de manera expresa la nota-
que, como el resto de los partidos políticos, debería utilizar «argumentos
verdaderos» para intentar alcanzar sus objetivos porque de lo contrario
sus acciones «degeneran en una ideología y un proyecto excluyente, incapaz
de reconocer y proteger los derechos de los ciudadanos, tentado de las
aspiraciones totalitarias».
Por ello la Iglesia reitera su denuncia de que ningún territorio puede
negar unilateralmente la soberanía de España, y que los territorios que la
componen deben asumir que «no gozan de un derecho absoluto a decidir sobre
su propio destino». La jerarquía eclesiástica aclara que no combate a los
partidos nacionalistas, pero les exige que dejen de considerase a sí
mismos como los únicos capaces de «proponer el amor a la nación» y les
pide que no caigan en el error de «excluir y menospreciar» al resto de
realidades nacionales o estatales.
«La pretensión de que a toda nación, por el hecho de serlo, le corresponda
el derecho de constituirse en Estado (...) da lugar a un nacionalismo
totalitario, incompatible con la doctrina católica». La Iglesia cree,
además, que el cometido de los partidos políticos es el de ponerse al
servicio de los ciudadanos y no a la inversa, por lo que «no es moralmente
aceptable» que el nacionalismo anteponga a esos derechos básicos su
concepción de la nación y el Estado. Por último, recuerda que la
Constitución es el marco jurídico «ineludible». Admiten la posibilidad de
reformarla, porque «no es perfecta», pero no a través del plan del
lendakari, sino según lo previsto por la ley. «Pretender unilateralmente
alterar este ordenamiento jurídico en función de una determinada voluntad
de poder, local o de cualquier otro tipo, es inadmisible. Es necesario
respetar y tutelar el bien común de una sociedad pluricentenaria»,
concluye la Iglesia.
Rechazo inequívoco
La pastoral contra el terrorismo ahora recordada por la Conferencia
Episcopal tuvo un accidentado nacimiento. Fue el cierre de una serie de
enfrentamientos de la cúpula eclesiástica con el Gobierno de José María
Aznar, que desembocaron en una grave crisis tras las elecciones
autonómicas de 2002, cuando los obispos del País Vasco difundieron una
pastoral en la que criticaban la ilegalización de Batasuna, el pacto
antiterrorista, cuestionaban la forma en la que el Ejecutivo del PP
combatía la violencia e incluso asumían algunas de las reivindicaciones de
ETA, como la de las presuntas torturas a los presos terroristas. La
Conferencia Episcopal Española se negó entonces a firmar el acuerdo por
las Libertades y contra el Terrorismo, y se desmarcó con tibieza de la
pastoral de los prelados vascos.