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08 de enero de 2005
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Análisis
Radiografía de la increencia
Los «matrimonios» homosexuales distorsionan de la noción de matrimonio

 




 



Radiografía de la increencia
El cardenal Poupard afronta la secularización en occidente

MINSK, sábado, 8 enero 2005 (ZENIT.org).- Publicamos un pasaje de la conferencia del cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, pronunciada durante una conferencia en el Instituto Teológico de los Santos Cirilo y Metodio en Minsk (Bielorrusia) el 10 de diciembre.

 

* * *





a) La cambiante cara de la increencia
A principios de este año puse en consideración de los miembros y consultores del Pontificio Consejo de la Cultura una reflexión que buscaba dar un nuevo ímpetu para responder a los desafíos de la increencia y la indiferencia religiosa. Comenzamos haciendo un mapa y un análisis actualizados de la increencia en el mundo.

En lo que concierne al análisis del estado de increencia en el mundo de hoy, déjenme compartir con ustedes las siguientes conclusiones:

1. Globalmente, la increencia no está creciendo en el mundo. Es un fenómeno visto sobre todo en el mundo occidental. El modelo cultural que ella inspira se extiende a través de la globalización, y ejerce influencia sobre las diferentes culturas del mundo, y desde ellas erosiona la religiosidad popular.

2. El ateísmo militante retrocede y ya no tiene influencia determinante en la vida pública, excepto en aquellos regímenes donde un sistema política ateo está todavía en el poder. Sin embargo, se está extendiendo cierta hostilidad cultural contra las religiones.

3. El ateísmo y la increencia han cambiado su perfil. Hoy estos fenómenos parecen más conectados con el estilo de vida.

4. La indiferencia religiosa o el ateísmo práctico crecen rápidamente. Una gran parte de las sociedades secularizadas vive sin referencia a una autoridad o a unos valores religiosos. Para el «homo indifferens», «Dios quizá no existe, no importa, de todas formas no lo echamos de menos». El bienestar y la cultura de la secularización provocan en las conciencias un eclipse de la necesidad y el deseo de todo lo que no sea inmediato. Reducen la aspiración hacia lo trascendente a una simple necesidad subjetiva de espiritualidad, y la felicidad al bienestar material y la gratificación de los impulsos sexuales.

5. Puede verse, en estas sociedades marcadas por la secularización, un número decreciente de presionas que van a la iglesia. Pero este hecho innegablemente preocupante no significa que la increencia esté en aumento. Más bien, señala una forma degradada de creencia: creer sin pertenecer. Es un fenómeno de «desconfesionalización» del «homo religiosus», que, rechazando la pertenencia a una confesión obligatoria, salta de aquí para allá a una confusión sin fin de movimientos heterogéneos. Este éxodo a menudo silencioso suele conducir a las sectas y a los nuevos movimientos religiosos.

6. En occidente, donde ni la ciencia ni la tecnología moderna han suprimido el sentido religioso ni lo han satisfecho, se está desarrollando una nueva búsqueda que es más espiritual que religiosa, pero no es una vuelta a las prácticas religiosas tradicionales. A menudo, este despertar espiritual se convierte en una forma de actuar autónoma y sin ningún lazo con los contenidos de la fe y de la moral sostenidas por la Iglesia.

7. Finalmente, al amanecer del nuevo milenio, está teniendo lugar un desafecto tanto en términos de ateísmo militante como en términos de fe tradicional. En las culturas occidentales es un desafecto debido al rechazo o al simple abandono de las creencias tradicionales, y afecta tanto a la práctica religiosa como a la adhesión a los contenidos doctrinales y morales de la fe.

El hombre al que llamamos «homo indifferens» nunca deja de ser un «homo religiosus»; sólo está buscando una nueva y siempre cambiante religiosidad. El análisis de este fenómeno revela una situación caleidoscópica donde puede ocurrir cualquier cosa y su opuesto: por un lado, quienes creen sin pertenecer, y por otro, los que pertenecen sin creer en el contenido pleno de la fe y que, sobre todo, no se sienten obligados a respetar la dimensión ética de la fe. Realmente, sólo Dios sabe qué es lo que está en el fondo de nuestro corazón, donde su gracia trabaja secretamente.

Puedo darles una descripción similar leyendo un informe de cualquiera de los grupos de obispos que cada cinco años llegan a Roma para rezar en las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. El informe nos vuelve a presentar una historia familiar:

«En muchas partes del mundo occidental, está descendiendo el número de quienes asisten a la Iglesia, mientras que el número de quienes viven como si Dios no existiera y el de quienes se catalogan como ‘creer sin pertenecer’ sigue aumentando. Paradójicamente, la ‘fe’ en el ateísmo está también cayendo a niveles de sólo un 1 o un 2%. Los viejos interlocutores del diálogo con los no creyentes, los famosos teóricos del ateísmo, como Nietzsche y Marx, son algo pasado y nadie los ha reemplazado de forma seria. Por el contrario, hay un notable incremento de la indiferencia y una disminución del debate y el diálogo bien informados. Vivimos en una cultura de la indiferencia y, lo que es pero, de la ignorancia».

b) Las causas de la increencia: secularismo e indiferencia

El cristianismo tiene un curioso lugar en el proyecto europeo. Por un lado proporciona la inspiración filosófica, antropológica y moral tras el proyecto. Por otro, debido a los diversos cambios culturales suele dejársele de lado o, peor, excluírsele positivamente. El reciente affaire Rocco Buttiglione es un caso ejemplar. A causa de su testimonio público sobre el matrimonio y la homosexualidad, fue excluido de un importante puesto en la Comisión Europea. Esto refleja una separación en aumento en la política y en el foro público entre lo religioso y lo secular.

El secularismo es una tendencia que ha surgido del liberalismo. Es un efecto secundario malvado y exige una corrección. Podemos tener confianza porque el secularismo nunca excluirá la religión del mundo, por el simple hecho de que todos y cada uno de los hombres son fundamentalmente religiosos. Pero lleva la emotividad y el individualismo entre los valores que lo definen, como se ejemplifican en la New Age de abandono cultural y de religión privatizada y su consiguiente reducción de la búsqueda de lo trascendental a un mero progreso tecnológico y a una sensación de bienestar.

Y esto está teniendo efectos devastadores en Europa. El secularismo también significa relativismo porque comporta la negación de la Verdad. Esta ideología ha llevado a la indiferencia y a la increencia que antes mencionaba en nuestro mapa de la increencia. Es una actitud que ha llevado al así llamado dogma de diseño y al alejamiento entre el gobierno socialista de España y los obispos católicos sobre cuestiones relacionadas con el valor de la vida, la solidaridad y la familia, y conlleva los males del aborto, y el desacertado matrimonio civil de los homosexuales.

En palabras de otro análisis:

«Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia» (Encíclica «Centessimus Annus», No. 46).

Ustedes son más conscientes que yo de los peligros del totalitarismo, pero en Europa occidental también, los valores espirituales fundamentales han sido presa del secularismo. Como resultado, incluso en países tradicionalmente cristianos como Francia, Inglaterra y España, se ha dado la vuelta a la jerarquía de valores y la Verdad, la Belleza, y la Bondad han sido relegadas por debajo de los valores individuales, relativos y sociales.

Se ha promovido la centralidad del individuo pero se ha olvidado el verdadero valor de la persona humana. De esta forma la democracia se considera como el valor supremo superior a la Verdad, más que un medio privilegiado para discernir, reflexionar y proteger la Verdad. Otro efecto de la pérdida de la cultura cristiana se ve en el hecho de que ahora es necesario ofrecer cursos básicos sobre cristianismo a los estudiantes de arte de manera que puedan comprender las obras maestras y comprender su propia cultura cristiana. Porque sin él, ¿cómo pueden apreciar el pleno valor de la «Pasión según San Juan» de Bach, el «Mesías» de Haendel, la «Missa Solemnis» de Beethoven o la Pietà de Miguel Ángel?

¡Pero seamos cuidadosos para no arrojar al bebé fuera del agua! El secularismo no es la secularización, y no todo lo que no es explícitamente religioso está mal. ¡La realidad trascendental puede inspirarnos de otras formas! Cierto aprecio del arte puede venir incluso del ateo. Y éste es el punto de partida para la evangelización de hoy. Los santos han marcado la historia durante 2.000 años – algunos han desarrollado diversas expresiones de espiritualidad cristiana, otros han salvaguardado nuestra herencia bíblica, otros han desarrollado ideas fundamentales sobre la ley y los valores, y otros han sido fuente del continuo renacimiento que ha marcado la historia europea y sus desarrollos culturales. Es tarea nuestra seguir sus pasos, revelando la verdad sobre la humanidad a nuestros compañeros hombres y mujeres, para abrir el camino a la fuente trascendental de todos los valores, de manera que Europa pueda volver una vez más a sus raíces.

La respuesta de la Iglesia: una nueva evangelización de la cultura

La evangelización no se detiene con el pasado, sino que debe traspasarse a la siguiente generación. Para responder a esta tarea el Pontificio Consejo para la Cultura respalda diversas iniciativas para evangelizar la cultura, que incluyen la oración, el diálogo personal, los centros culturales, especialmente los institutos teológicos, la evangelización del deseo, una conocimiento renovado de la antropología cristiana, una fuerte presencia en el foro público, la promoción de los valores de la familia y de la vida, la buena formación cristiana, la «via pulchritudinis», el uso evangélico del patrimonio cristianos, la utilización de los lenguajes complementarios de la razón y el sentimiento, así como la promoción de peregrinaciones y de temas conexos.

La evangelización de la cultura tiene como objetivo dejar que el Evangelio penetre la situación actual de las vidas de las personas de una determinada sociedad. «Para ello, la pastoral ha de asumir la tarea de imprimir una mentalidad cristiana a la vida ordinaria» («Ecclesia in Europa», No. 58). Más que convencer, dicha evangelización busca preparar la tierra y permitir la escucha, es un tipo de pre-evangelización. Si el problema básico es la indiferencia, la tarea que se necesita es atraer la atención, despertar el interés de la gente. Identificando las claves o puntos de anclaje para la proclamación del Evangelio y actuando sobre ellos, la evangelización de la cultura tiene algunos temas, ideas, lugares y métodos recurrentes, tres de los cuales querría presentarles brevemente a continuación.
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Los «matrimonios» homosexuales distorsionan de la noción de matrimonio
Habla Rafael Navarro Valls, Secretario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación

MADRID, sábado, 8 enero 2005 (ZENIT.org-Veritas).- El catedrático y académico Rafael Navarro Valls opina en esta entrevista concedida a la agencia Veritas que la aprobación por parte del gobierno español del anteproyecto de ley que legaliza los matrimonios entre homosexuales, transformará «las relaciones familiares en simples relaciones socio-asistenciales o sexuales, produciendo un impacto negativo en el ecosistema de la familia conyugal».

En la entrevista que publicamos a continuación, el secretario General de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, analiza el impacto jurídico y social que tendría esta Ley y hace una valoración política de la decisión del Gobierno.

--¿Por qué cree que el Gobierno tiene tanta prisa en aprobar una Ley de tanta envergadura que por otro lado parece no ajustarse a una demanda social mayoritaria? ¿Ve alguna intencionalidad política en que se haga en período de vacaciones navideñas?

--Rafael Navarro Valls: La postura de Zapatero en el tema de los matrimonios gays me recuerda la posición de Clinton al principio de su primer mandato sobre un tema similar (el Ejército y los gays) en EE.UU.

Creo que Zapatero quiere «despachar» cuanto antes los temas que sabe polémicos, para dejar para la segunda parte de su mandato los temas que «dejen mejor recuerdo» para sus electores.

Sin embargo, Clinton en sus «Memorias» se arrepiente precisamente por sus prisas iniciales. Dice, en concreto, que muchos norteamericanos le achacaron que «era un radical encubierto, al que le habían arrancado su máscara de moderación».

Algo similar le puede suceder a Zapatero. Se enajenará la oposición de muchos católicos y de personas moderadas, que no entienden la radicalidad de una medida (integrar la unión de personas del mismo sexo en el matrimonio) que desvirtúa la configuración institucional del matrimonio y que bastantes opinan que es inconstitucional.

Sobre todo, después del dictamen del Consejo de Estado que ha sugerido otras medidas jurídicas y se ha opuesto decididamente al matrimonio entre personas del mismo sexo. El que lo haya hecho en plenas Fiestas navideñas, además, parece una provocación innecesaria cuando la Iglesia está intentando mejorar las relaciones con el Gobierno.

--Aunque el Informe del Consejo de Estado que desaconseja la propuesta del Gobierno no sea vinculante ¿qué supone que el Gobierno no lo tenga en cuenta?

--Rafael Navarro Valls: El Consejo de Estado integra a juristas de gran prestigio en los medios jurídicos españoles. Ignorar sus informes y recomendaciones es, cuanto menos, una imprudencia jurídica notable.

En el concreto tema del matrimonio entre personas del mismo sexo producirá efectos muy lesivos para la sociedad española. Aplicar el bisturí a una institución jurídica tan delicada como es el matrimonio supone atacar en carne viva, y contraer una grave responsabilidad para el futuro.

Me da la impresión de que el Gobierno está actuando con una gran frivolidad, una notable ignorancia y un desconocimiento de las consecuencias que una medida de ese tipo tendrá en el tejido social.

--¿Qué valoración hace usted de los puntos más importantes del dictamen del Consejo de Estado?

--Rafael Navarro Valls: Lo que el Consejo de Estado afirma es : 1) Existe un derecho constitucional al matrimonio entre hombre y mujer; 2) No existe un derecho constitucional a la unión de personas del mismo sexo; 3) No aceptar un matrimonio entre homosexuales no puede calificarse de discriminatorio, ni desde la perspectiva de la Constitución española ni desde la óptica de las Declaraciones Internacionales de Derechos; 4) A través de figuras jurídicas distintas del matrimonio, pueden concederse algunos efectos jurídicos a las uniones entre homosexuales.

Lo que viene a decir el Consejo de Estado es que si las instituciones (entre ellas el matrimonio) pueden ser adaptadas al espíritu de los tiempos, esta adecuación no puede hacerse en términos que las hagan irreconocibles por la conciencia social de cada tiempo y lugar.

Así ocurriría si el Gobierno optara por reconocer «un derecho al matrimonio» de las parejas homosexuales. Como concluye el dictamen, «se forzarían los principios articuladores del matrimonio, de acuerdo con la concepción (heterosexual) que actualmente impera tanto en España como en Europa».

--¿Qué opina como jurista del anteproyecto de Ley que propone el Gobierno?

--Rafael Navarro Valls: Creo que distorsiona la noción de matrimonio. Transforma las relaciones familiares en simples relaciones socio-asistenciales o sexuales, produciendo un impacto negativo en el ecosistema de la familia conyugal.

No hay que olvidar que el modelo matrimonial de Occidente no pretende esos reducidos efectos. Lo que pretende es, junto al amor de los cónyuges, potenciar un estilo de vida que asegura la estabilidad social y el recambio de las generaciones.

--¿Qué consecuencias jurídicas y sociales tendría la Ley en el caso de que finalmente fuera promulgada?

--Rafael Navarro Valls: La cuestión del matrimonio entre personas del mismo no parece que sea de tal importancia que merezca la desproporcionada reacción legal de alterar el rasgo más significativo del matrimonio en toda su historia.

Piense que en el último censo realizado en España y hecho público en agosto de este año, las parejas homosexuales que conviven y se han censado suman 10.474 del total de 9.563.723 de parejas censadas. Es decir, solamente el 0,11% del total de las censadas en España.

Por otra parte, las uniones entre homosexuales se han calificado de «uniones de porcelana», por la altísima incidencia del divorcio. En el último estudio realizado en Noruega y Suecia (Congreso de la Population Association of America, abril 2004) se ha advertido que la probabilidad de divorcio en las parejas gays es un 35% más alto que en las uniones heterosexuales: en las lesbianas se triplica. Un ejemplo: el primer "divorcio" en Canadá de un matrimonio de lesbianas se ha producido después de tan sólo 5 días de producida la unión legal.

La admisión del matrimonio homosexual ampliará la cuña del divorcio (ya de por sí amplia en el matrimonio heterosexual), produciendo una erosión importante en el mismo corazón de la unión conyugal.

Esto hará algo más que proporcionar una salida rápida del matrimonio: cambiará las reglas para su entrada en él. Un divorcio rápido está diciendo a los futuros cónyuges que inviertan menos en la comunidad marital, por lo que no debe sorprender que cada vez esperen menos de ella.

Prestar una mayor atención al desequilibrio en el ecosistema familiar que producirá el llamado «matrimonio gay» no es muestra de homofobia alguna, sino de sensatez jurídica y respeto a las instituciones milenarias.
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