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10 de enero de 2005
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Santa Sede
Los cuatro desafíos de la humanidad según el Papa: vida, pan, paz y libertad
Ante el terrorismo y las catástrofes naturales, fraternidad; pide el Santo Padre
El Papa ve «signos» de paz en diferentes rincones del planeta
La Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas plenas con 174 países
Reunión en el Vaticano para asistir los pescadores golpeados por el «tsunami»
El promotor de Justicia del Vaticano sugiere estudiar la adhesión a Schengen

Mundo
2005, «Año de la Misión» en Cuba
Maremoto asiático: el trauma psicológico, otro desafío urgente tras el desastre
Histórica firma entre gobierno y rebeldes del SPLA abre expectativas de paz en Sudán

Entrevista
Punto de encuentro con Cristo: la Jornada Mundial de la Juventud

Documentación
El estado del planeta según Juan Pablo II

 




 


Santa Sede



Los cuatro desafíos de la humanidad según el Papa: vida, pan, paz y libertad
Tal y como los ha expuesto al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede

CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 10 enero 2005 (ZENIT.org).- La vida, el pan, la paz y la libertad son los cuatro desafíos más apremiantes que afronta la humanidad en estos momentos, según considera Juan Pablo II.

Los expuso en el amplio análisis que presentó este lunes en el tradicional encuentro de inicios de año que mantuvo con los embajadores de los 174 países que mantienen plenas relaciones con la Santa Sede, y con los representantes de la Unión Europea, Rusia, la Organización para la Liberación de Palestina y de la Orden de Malta.

Vida y familia
Ante todo, el pontífice mencionó en el largo discurso que preparó en francés «el desafío de la vida», «primer don que Dios nos ha hecho», cuya tutela y promoción es «tarea primordial» del Estado.

«En estos últimos años el desafío de la vida se está haciendo cada vez más amplio y crucial --afirmó--. Se ha ido centrando particularmente en el inicio de la vida humana, cuando el hombre es más débil y debe ser protegido mejor».

«Concepciones opuestas se enfrentan sobre temas como el aborto, la procreación asistida, el uso de células madres embrionarias humanas con finalidades científicas, la clonación», constató.

«Apoyada en la razón y la ciencia, es clara la posición de la Iglesia --recordó--: el embrión humano es un sujeto idéntico al niño que va a nacer y al que ha nacido a partir de ese embrión. Por tanto, nada que viole su integridad y dignidad es éticamente admisible».

«Una investigación científica que reduzca el embrión a objeto de laboratorio no es digna del hombre», afirmó.

«Se ha de alentar y promover la investigación científica en el campo genético, pero, como cualquier otra actividad humana, nunca puede considerarse exenta de los imperativos morales; por otra parte, puede desarrollarse en el campo de las células madres adultas con prometedoras perspectivas de éxito», propuso.

El desafío de defender la vida, siguió indicando, implica también defender su «santuario», «la familia».

«En algunos países --señaló-- la familia está amenazada también por una legislación que atenta --a veces incluso directamente-- a su estructura natural, la cual es y sólo puede ser la de la unión entre un hombre y una mujer, fundada en el matrimonio».

«La familia es la fuente fecunda de la vida, el presupuesto primordial e irreemplazable de la felicidad individual de los esposos, de la formación de los hijos y del bienestar social, así como de la misma prosperidad material de la nación; no puede, pues, admitirse que la familia se vea amenazada por leyes dictadas por una visión restrictiva y antinatural», advirtió.

El pan
El segundo desafío expuesto por Juan Pablo II es el «del pan», en referencia a los «centenares de millones de seres humanos» que «sufren gravemente desnutrición» y de los «millones de niños» que cada año «mueren de hambre o por sus consecuencias».

El pontífice reconoce que se dan iniciativas alentadoras en este sentido, tanto de organizaciones internacionales, de Estados o de la sociedad civil. «Pero todo esto no es suficiente», afirma.

«Para responder a esta necesidad, que aumenta en magnitud y urgencia --explicó--, se requiere una vasta movilización moral de la opinión pública y, más aún, de los hombres responsables de la política, sobre todo en aquellos países que han alcanzado un nivel de vida satisfactorio y próspero».

Respaldó su propuesta recordando «el principio del destino universal de los bienes de la tierra», «principio que no justifica ciertas formas colectivistas de política económica, sino que debe motivar un compromiso radical para la justicia y un esfuerzo de solidaridad más atento y determinado. Éste es el bien que podrá vencer el mal del hambre y de la pobreza injusta».

La paz
«La paz» fue el tercer desafío enunciado por el discurso papal. «¡Cuántas guerras y conflictos armados --entre Estados, entre etnias, entre pueblos y grupos que viven en un mismo territorio estatal-- que de un extremo al otro del globo causan innumerables víctimas inocentes y son origen de otros muchos males!», afirmó con pesar.

Mencionó los conflictos en Oriente Medio, África, Asia y América Latina, «en los cuales el recurso a las armas y a la violencia, produce no sólo daños materiales incalculables, sino que fomenta el odio y acrecienta las causas de discordia».

«A estos trágicos males se añade el fenómeno cruel e inhumano del terrorismo, flagelo que ha alcanzado una dimensión planetaria desconocida por las generaciones anteriores», recalcó.

«Contra estos males, ¿cómo afrontar el gran desafío de la paz?», preguntó a los embajadores. «Yo seguiré interviniendo para indicar las vías de la paz y para invitar a recorrerlas con valentía y paciencia --prometió--. A la prepotencia se debe oponer la razón, al enfrentamiento de la fuerza el enfrentamiento del diálogo, a las armas apuntadas la mano tendida: al mal el bien».

«Para construir una paz verdadera y duradera en nuestro planeta ensangrentado, es necesaria una fuerza de paz que no retroceda ante ninguna dificultad. Es una fuerza que el hombre por sí solo no consigue alcanzar ni conservar: es un don de Dios», indicó.

Libertad, en particular religiosa
Por ultimo, mencionó el «desafío de la libertad», en particular el de la libertad religiosa, después de un año que ha sido testigo en numerosos países de un animado debate en torno al concepto de laicidad.

«No hay que temer que la justa libertad religiosa sea un límite para las otras libertades o perjudique la convivencia civil», señaló.

«Al contrario, con la libertad religiosa se desarrolla y florece también cualquier otra libertad, porque la libertad es un bien indivisible y prerrogativa de la misma persona humana y de su dignidad».

«No hay que temer que la libertad religiosa --explicó el obispo de Roma--, una vez reconocida para la Iglesia católica, interfiera en el campo de la libertad política y de las competencias propias del Estado».

«La Iglesia sabe distinguir bien, como es su deber, lo que es del César y lo que es de Dios», concluyó, «quiere solamente libertad para poder ofrecer un servicio válido de colaboración con cada instancia pública y privada, preocupada por el bien del hombre».

El Papa pronunció los primeros y últimos párrafos de su largo discurso y permitió que uno de sus colaboradores leyera los pasajes centrales. Felicitó con cordialidad personalmente por el nuevo año a los embajadores y a sus cónyuges que se acercaron vestidos de negro.
ZS05011006

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Ante el terrorismo y las catástrofes naturales, fraternidad; pide el Santo Padre
Analiza los dramas que han ensangrentado el año 2004

CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 10 enero 2005 (ZENIT.org).- Juan Pablo II considera que las tragedias provocadas por el terrorismo y las catástrofes naturales exigen una respuesta basada en la fraternidad, según explicó este lunes a los embajadores y embajadoras acreditados ante la Santa Sede.

Al inicio de su extenso discurso, el obispo de Roma repasó algunos de los dramas que han sacudido particularmente la conciencia de la humanidad durante el año 2004.

Mencionó «la enorme catástrofe natural que el 26 de diciembre pasado ha afectado a diversos países del sureste asiático, alcanzando incluso algunas costas de África oriental».

Recordó también otras tragedias naturales de los últimos doce meses, como los «huracanes devastadores en el Océano Índico y en el mar de las Antillas, así como la plaga de langostas que ha desolado vastas regiones de África del Norte».

Otro de los flagelos de la humanidad en 2004 fueron «las bárbaras acciones de terrorismo», constató, que han «ensangrentado Irak y otros Estados del mundo».

Evocó después el «cruel atentado de Madrid, la masacre terrorista de Beslan, las violencias inhumanas sobre la población de Darfur, las atrocidades perpetradas en la región de los Grandes Lagos en África».

«Nuestro corazón se siente turbado y angustiado por todo ello», reconoció, pero «en Cristo, que nace como hermano de todo hombre y se pone a nuestro lado, es Dios mismo quien nos invita a no dejarnos desanimar nunca», afirmó.

Así, pueden «prevalecer los vínculos comunes de humanidad por encima de cualquier otra consideración».

«Dondequiera que se encuentre un hombre, allí se establece para nosotros un vínculo de fraternidad», aseguró.

Por este motivo, el pontífice dejó a los embajadores que le escuchaban el mismo mensaje que lanzó el primer día del año, Jornada Mundial de la Paz: «vence al mal con el bien».

«Este mensaje es especialmente válido también para las relaciones internacionales, y puede orientar a todos para responder a los grandes desafíos de la humanidad actual», aseguró.
ZS05011007

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El Papa ve «signos» de paz en diferentes rincones del planeta
En África, Oriente Medio y Europa

CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 10 enero 2005 (ZENIT.org).- Juan Pablo II no sólo denuncia los conflictos armados que siguen ensangrentando el planeta, sino que también señala los «signos» de paz que en estos momentos presenta el escenario internacional.

«La paz, bien supremo, que condiciona la consecución de otros muchos bienes esenciales», acaparó amplio espacio en el discurso que el pontífice dirigió este lunes a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditados ante la Santa Sede.

El obispo de Roma comenzó mencionando los países «de Oriente Medio, de África, de Asia y de América Latina, en los cuales el recurso a las armas y a la violencia, produce no sólo daños materiales incalculables, sino que fomenta el odio y acrecienta las causas de discordia».

«A estos trágicos males se añade el fenómeno cruel e inhumano del terrorismo, flagelo que ha alcanzado una dimensión planetaria desconocida por las generaciones anteriores», añadió.

Ahora bien, reconoció que «numerosos son los hombres que trabajan con valentía» a favor de la paz y la reconciliación, mencionando «signos alentadores que demuestran cómo puede afrontarse el gran desafío de la paz».

«Así en África, donde, a pesar de las graves reincidencias de discordias que parecían superadas, crece la común voluntad de trabajar para la solución y la prevención de conflictos mediante una cooperación más intensa entre las grandes organizaciones internacionales y las instancias continentales, como la Unión Africana», constató.

Como ejemplos concretos, citó la reunión de noviembre pasado «del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en Nairobi, sobre la emergencia humanitaria en Darfur y sobre la situación en Somalia, así como la Conferencia internacional sobre la región de los Grandes Lagos».

En Oriente Medio, «tierra tan querida y sagrada para los creyentes en el Dios de Abraham», consideró, «parece atenuarse el cruel enfrentamiento de las armas y abrirse una salida política hacia el diálogo y la negociación».

Por último, «como ejemplo, ciertamente privilegiado, de una paz posible», el Santo Padre citó Europa.

«Naciones que un tiempo eran cruelmente enemigas y enfrentadas en guerras mortales se encuentran hoy juntas en la Unión Europea –indicó--, la cual durante el año pasado se ha propuesto consolidarse ulteriormente con el Tratado constitucional de Roma, mientras permanece abierta a acoger otros Estados, dispuestos a aceptar las exigencias que conllevan su adhesión».

«Para construir una paz verdadera y duradera en nuestro planeta ensangrentado, es necesaria una fuerza de paz que no retroceda ante ninguna dificultad. Es una fuerza que el hombre por sí solo no consigue alcanzar ni conservar: es un don de Dios», dijo al concluir el apartado de su discurso dedicado a la paz.

«Dios ama al hombre y quiere para él la paz. Nosotros estamos invitados a ser instrumentos activos de la misma, venciendo al mal con el bien», afirmó.
ZS05011008

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La Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas plenas con 174 países
Un instrumento para promover la cooperación con la autoridad civil

CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 10 enero 2005 (ZENIT.org).- Los embajadores que escucharon el análisis de la situación internacional trazado por Juan Pablo II este lunes representaban a los 174 países con los que la Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas plenas.

Además, entre los diplomáticos, se encontraban el embajador de la Federación Rusa, con la que el Vaticano todavía no tiene relaciones plenas, y el director de la oficina representativa de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

Estaban también presentes los representantes de las Unión Europea y de la Orden de Malta, que tiene una soberanía propia reconocida internacionalmente.

Cuando Karol Wojtyla subió a la cátedra de San Pedro, en 1978, la Santa Sede mantenía relaciones diplomáticas con 85 países.

En el año 2004, la Federación Suiza ha decidido restablecer las funciones de su embajador ante el Vaticano, con carácter extraordinario y plenipotenciario, para reforzar sus relaciones con Roma, según se anunció con motivo de la visita papal en junio.

Los últimos países con la Santa Sede entabló relaciones fueron la recién nacida República de Timor Oriental y el Emirato de Qatar. En ambos casos, los acuerdos se firmaron a lo largo del año 2002.

En el año 2004, la Santa Sede ha firmado un acuerdo de educación católica con Eslovaquia (13 de mayo) y un nuevo concordato con Portugal (18 de mayo), según recordó este lunes un comunicado distribuido por la Sala de Prensa de la Santa Sede.

Ha entablado también acuerdos con la Ciudad hanseática libre de Bremen (13 de mayo), con el land alemán de Brandenburgo (25 de mayo), con Eslovenia (28 de mayo) y con Paraguay (18 de octubre).

Un concordato, acuerdo entre las autoridades civiles y eclesiásticas sobre temas que les conciernen mutuamente, es un auténtico contrato internacional que vincula jurídicamente a las partes y que garantiza el derecho a la libertad religiosa y de culto de los católicos en los diferentes países.

Puede tratar de materias mixtas o específicas, tales como la asistencia religiosa a las fuerzas armadas, el matrimonio, la escuela católica, etc.

En las estipulaciones, el Papa --o su plenipotenciario-- no actúa como soberano de la Ciudad del Vaticano, sino como cabeza de la Iglesia católica (Santa Sede) con el fin de dar un carácter estable y jurídico a la cooperación entre autoridad religiosa y autoridad civil.
ZS05011004

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Reunión en el Vaticano para asistir los pescadores golpeados por el «tsunami»
Iniciativa del Apostolado del Mar, dependiente del Consejo Pontificio para los Emigrantes

CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 10 enero 2005 (ZENIT.org).- La Santa Sede ha convocado para finales de este mes en Roma una reunión del Apostolado del Mar para asistir a los pescadores de los países que han sido afectados por la el maremoto que ha golpeado el sudeste asiático.

El encuentro congregará a miembros del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes junto a responsables nacionales y a sus coordinadores regionales del Apostolado del Mar en los países asiáticos afectados: la India, Indonesia, Sri Lanka, Tailandia, Malasia y Bangladesh.

El arzobispo Agostino Marchetto, secretario del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, constata en una entrevista a la agencia misionera «Misna» que «los pescadores se encuentran entre las personas más afectadas por el devastador maremoto».

«Han perdido todo: sus casas --a menudo a orilla del mar--, las embarcaciones y todos los aparejos utilizados en sus actividades diarias», indica.

El dicasterio vaticano comprende también el «Apostolado del Mar», orientado en particular a las «poblaciones del mar»: pescadores, transportes marítimos y trabajadores del sector de la navegación.

Tras contactos telefónicos con obispos, misioneros y voluntarios laicos, monseñor Marchetto expresó su certeza de que en las zonas destruidas por el «tsunami» --sobre todo en la India y Sri Lanka, según las informaciones recogidas-- los pescadores «han sufrido un verdadero trauma».

«Una vez superada la emergencia --advierte-- será necesario pensar en la reconstrucción a largo plazo, para la cual hará falta analizar la situación en cada país e identificar las necesidades precisas de las poblaciones en dificultad».

En su opinión, una «visión real de conjunto también con los responsables locales es indispensable para organizar con precisión las ayudas».

«En el ámbito de las ayudas inmediatas los obispos locales han reunido a sus consejos pastorales para organizar una primera asistencia», aclaró.

«La solidaridad local está jugando en cualquier caso un papel muy importante –constató--: en la India, por ejemplo, los trabajadores entregarán una jornada de trabajo a favor de las víctimas del maremoto, mientras que también los estudiantes se están movilizando, así como las clases sociales más acomodadas».

Por su parte, el brazo de la caridad de Juan Pablo II, el Consejo Pontificio «Cor Unum», intensifica sus esfuerzos para ofrecer ayuda directa a los damnificados por el maremoto y para alentar la generosidad de los católicos. Quienes quieran confiar su ayuda al Papa para asistir a las víctimas de la tragedia pueden hacerla llegar directamente a este dicasterio teniendo en cuenta las siguientes indicaciones:

Los donativos en euros desde los países europeos pueden hacerse a:
Consejo Pontificio «Cor Unum»
Cuenta número: 603035
Banco: Banco Posta, Poste Italiane S.p.A.
Dirección: Viale Europa, 175
I-00144 Rome, Italy
Código internacional bancario (IBAN): IT20 S 07601 03200 000000 603035
Causa: "Emergency in Asia"
[El Consejo pide que, por favor, especifique claramente su nombre y dirección]

Los donativos en otras monedas pueden hacerse a:
Consejo Pontificio «Cor Unum»
Cuenta número: 101010
Banco: Banca di Roma
Código internacional bancario: (IBAN): IT93 J 03002 05008 000000 101010
SWIFT Code: BROMITR1204
Causa: "Emergency in Asia"
ZS05011009

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El promotor de Justicia del Vaticano sugiere estudiar la adhesión a Schengen
Al intervenir en la apertura del Año Judicial

CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 10 enero 2005 (ZENIT.org).- De acuerdo con el promotor de Justicia de la Ciudad del Vaticano, Nicola Picardi, una eventual adhesión al Tratado de Schengen permitiría adecuar este Estado a los niveles europeos y mejoraría la calidad de su administración judicial.

Picardi hizo su sugerencia el sábado, al intervenir en la inauguración del 76º Año Judicial del Estado de la Ciudad del Vaticano, en presencia del cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, y de los más altos cargos de la magistratura italiana, recoge «Radio Vaticana».

Como ya adelantó en año pasado, fenómenos como el terrorismo internacional sugieren un ajuste en el terreno judicial en el Vaticano, donde, según añadió, también se impone acelerar la resolución de los procesos penales.

Picardi señaló la desproporción actual entre el número de litigios tanto respecto a la población residente en el Vaticano como al tipo de delitos cometidos.

Según los datos que expuso, en Italia, de una población de 57 millones de personas, la relación media entre habitantes y procedimientos civiles es del 5,3%, y llega al 10% en la relación entre población y procedimientos penales. En la Ciudad del Vaticano --con 492 habitantes-- la proporción se eleva al 86% en materia civil y hasta el 106% en materia penal.

Lejos de estar relacionadas con una «mayor litigiosidad» de quien vive en el Vaticano --con un porcentaje inferior al 2% de casos judiciales internos--, estas elevadas cifras se deben al paso por el interior de los límites vaticanos de 18 millones de peregrinos y turistas --sobre todo en la Basílica y en los Museos--, circunstancia que involucra la mayoría de las veces a extranjeros en los procesos, con las «consiguientes dificultades jurídicas y prácticas».

Citó el ejemplo del caso de las notificaciones de los hechos penales, que siguiendo por tradición la vía diplomática llegan a ser tramitadas en tiempos que van de un mínimo de seis meses a varios años, dilatando desmesuradamente los procesos. El resultado es que los litigios que llega a afrontar el Tribunal finalizan tras una media de 1303 días, según citó la emisora pontificia.

Para el promotor de Justicia del Vaticano la duración es «alarmante» y «anómala», y «tampoco puede ser justificada» por delitos particularmente complejos, pues la gran mayoría son hurtos –cuyos autores en un 90% quedan impunes--, apropiaciones indebidas, estafas y falsificaciones.

Este es el contexto en que Nicola Picardi sugirió medidas que permitan al sistema judicial vaticano funcionar de forma oportuna, autónoma e independiente, señaló la necesidad de una mayor valoración del papel del «Juez único» y de una mayor cooperación con los órganos judiciales y las policías del resto del mundo.

Desde esta perspectiva añadió que «merecería ser atentamente examinada la eventualidad de la adhesión del Estado de la Ciudad del Vaticano al Tratado de Schengen», que además de la eliminación de las fronteras internas prevé también la intensificación del «intercambio de información, de relaciones operativas, de iniciativas preventivas y represivas en tutela de la seguridad de las personas».

Las normas del Acuerdo de Shengen --forman parte de la legislación de la Unión Europea-- reglamentan la libre circulación de las personas en el interior del espacio europeo. Busca suprimir los controles en las fronteras interiores entre los Estados signatarios mientras que refuerza los controles en las fronteras exteriores.

Con el fin de conciliar libertad y seguridad, esta libre circulación se acompaña de medidas «compensatorias» por las que se trata de mejorar la coordinación entre los servicios de policía, aduanas y justicia y de adoptar las medidas necesarias para combatir, en particular, el terrorismo y la criminalidad organizada.
ZS05011005

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Mundo



2005, «Año de la Misión» en Cuba
Se celebrará la primera Asamblea Nacional Misionera

LA HABANA, lunes, 10 enero 2005 (ZENIT.org).- El director nacional de las Obras Misionales Pontificias de Cuba, el padre Raúl Rodríguez Dago, en una carta enviada a la agencia vaticana «Fides», ha comunicado que la Iglesia de Cuba ha declarado el año 2005 «Año de la Misión».

El acontecimiento tiene como eslogan «Anunciemos a Cristo acompañados por la Virgen de la Caridad», explica esta fuente.

Una de las actividades centrales del año misionero será la primera Asamblea Nacional Misionera que se tendrá en La Habana, del 24 al 28 de mayo.

El acontecimiento eclesial que reunirá a toda la Iglesia misionera cubana reafirmará, en línea con el Segundo Congreso Misionero Americano (CAM 2), que la Iglesia vive para evangelizar.

«El año misionero será un fuerte impulso a la nueva evangelización y un camino para llevar a la Iglesia cubana a navegar en aguas profundas como nos pide el Papa Juan Pablo II en su carta "Novo Milenio Ineunte"», afirma el padre Rodríguez Dago.

Además, «es una llamada a renovar la conciencia de que todos los cristianos son misioneros. Por tanto, todos estamos llamados a predicar el Evangelio hoy en Cuba», subraya el Director Nacional de las OMP.
ZS05011011

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Maremoto asiático: el trauma psicológico, otro desafío urgente tras el desastre
Alerta desde el servicio de noticias del episcopado indio

NAGAPATTINAM, lunes, 10 enero 2005 (ZENIT.org).- Crecientes sentimientos de culpabilidad, depresión y tendencias suicidas entre los supervivientes del maremoto del 26 de diciembre constituyen el mayor desafío que enfrentan los trabajadores y voluntarios de ayuda humanitaria en las zonas costeras del sudeste indio.

Haciéndose eco de este aspecto, el servicio informativo (ICNS) de la Conferencia de los obispos católicos de la India alerta de que los habitantes de los pueblos arrasados por el «tsunami» --velocísimas olas gigantes-- han empezado a mostrar síntomas del «síndrome del superviviente» tales como insomnio, estallidos de ira, pérdida de apetito y dificultad de concentración.

Doce días han pasado desde que en la costa oeste de Sumatra (Indonesia) un terremoto originara una serie de maremotos que golpearon varios países del océano Índico.

Indonesia, Sri Lanka, la India y Tailandia son los más afectados. La cifra de víctimas mortales supera las 150 mil (100 mil sólo en Indonesia), los heridos el medio millón, mientras que más de cinco millones de personas carecen de servicios básicos.

Tras aportar estos datos, el coordinador de la ONU para Ayuda de Emergencia, Jan Egeland, Egeland resaltaba el jueves el trauma psicológico provocado por la devastación, más difícil de curar que las necesidades básicas inmediatas, según recoge el centro de prensa del organismo internacional.

Ante la necesidad de apoyo psicológico, el gobierno central de la India ha enviado un equipo de diez psiquiatras a las zonas afectadas, apunta ICNS. Allí los muertos son más de 15 mil.

Los psicólogos afirman que muchos supervivientes que presenciaron la trágica muerte de sus propios hijos y cónyuges padecen graves traumas psicológicos que podrían llevarles al suicidio.

Nagapattinam es uno de los distritos más afectados del Estado de Tamil Nadu. Es donde Vellankanni tomó a sus cuatro hijas intentando escapar de las olas. Fue inútil. Las cuatro le fueron arrebatadas de sus propias manos.

Sola en la orilla, diez días después del desastre, se lamentaba: «Di a luz cuatro hijas. No pude salvar a ninguna».

En el mismo distrito las olas le arrancaron a Vanitha, de 22 años, su hija de dos meses. Al día siguiente el cuerpo del bebé fue hallado en el lodo. Su madre se culpa de la muerte de la niña.

Los psicólogos explican que muchos supervivientes presentan también una visión trastornada de la vida en sí misma, después de experimentar la destrucción de todo lo que consideraban precioso e importante en un instante.

Podrían encontrar dificultad para volver a la normalidad, pues lo que más les preocupa es la «futilidad de la vida» y la «inutilidad de los esfuerzos».

Los voluntarios coinciden en que la ayuda sistemática es la necesidad del momento, a fin de proporcionar pensamientos positivos y ayudar a los afectados a aceptar la realidad y a recomenzar.

Un estudio dirigido por la «Voluntary Health Association of India» tras el terremoto de Latur en 1993 subrayó la importancia de la asistencia psicológica a las personas para reconstruir la vida.

El informe indicó que la depresión posterior al desastre afectó entonces al 89% de los supervivientes, mientras que el 74% mostraron algún tipo de trastorno por estrés. Trastorno de pánico se registró en el 28% de los afectados y un 42% mostró trastorno de ansiedad generalizada.

Circunstancia que está teniendo en cuenta la Confederación de «Caritas», cuyos miembros, en su labor de ayuda inmediata y a largo plazo en la India, Sri Lanka, Indonesia y Tailandia están ofreciendo asesoramiento por el trauma, además de atención médica, potabilización del agua, refugios, alimento, ropa y otros bienes de uso esencial, según informa un comunicado del organismo católico de ayuda enviado a Zenit este viernes.
ZS05011002

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Histórica firma entre gobierno y rebeldes del SPLA abre expectativas de paz en Sudán
El país ha vivido la guerra más larga de África

NAIROBI, lunes, 10 enero 2005 (ZENIT.org).- La firma del acuerdo de paz, el domingo pasado, entre el gobierno de Jartum y los rebeldes del «Ejército de Liberación Popular de Sudán» (SPLA) podría suponer el final, si se lleva a la práctica, de una guerra de 21 años que ha ocasionado más de dos millones de muertos --sobre todo por enfermedades y hambre-- y casi cinco millones de desplazados y refugiados.

El conflicto armado estalló en 1983, año en que el ex presidente Gaafar Nimeiry instauró la «sharia» (ley islámica). En 1989 se impulsó el proceso de islamización forzada entre las poblaciones del sur. Desde entonces la guerra civil ha enfrentado al régimen del norte --del gobierno de Jartum, de etnia árabe y blanca y religión musulmana-- y a la rebelión del sur --de población negra mayoritariamente animista y cristiana—.

El acuerdo, firmado en una ceremonia en el «Nyayo National Stadium» de la capital de Kenia, concluye las negociaciones iniciadas en octubre de 2002, puntualiza «Misna». El norte podrá mantener en vigor la «sharia», mientras que el sur tendrá derecho a un período de seis años de autonomía, al término del cual podrá decidir por referéndum su independencia.

El acuerdo determina también la repartición al 50% de los recursos petrolíferos del país –que se encuentran sobre todo en el sur--, la formación de una nueva fuerza armada y la participación de los rebeldes del SPLA en el Ejecutivo de Jartum.

El vicepresidente Ali Osman Taha y John Garang, líder del grupo rebelde, firmaron el pacto; como testigos lo hicieron el presidente keniano Muai Kibaki y el ugandés Yoweri Museveni. El jefe de Estado de Sudán, Omar Hassan el-Bashir, presenció la firma del acuerdo, que suscribió igualmente como testigo el secretario de Estado estadounidense, Colin Powell. A éste le siguieron representantes de la ONU y de la Unión Europea, entre otros.

Los presidentes de Tanzania, Argelia, Ruanda, Burundi y Somalia asistieron a la ceremonia, así como los primeros ministros de Etiopía y Chad, los vicepresidentes de Sudáfrica y Nigeria, el secretario general de la Liga Árabe y diplomáticos de todo el mundo, cita «Efe».

En la solemne ceremonia estuvo presente también, entre otras personalidades, el arzobispo de Jartum, el cardenal Gabriel Zubeir Wako.

«La firma de la paz es un hecho muy significativo», constató en «Radio Vaticano» el obispo de la diócesis de Rumbek –en el sur sudanés--, monseñor Cesare Mazzolari. En su opinión, la participación de 17 Estados, de Powell y de otras personalidades «tiene un significado extraordinario que podría crear una expectativa que no sea decepcionada inmediatamente».

En cualquier caso el prelado alertó de que los próximos seis meses serán un «período difícil», pues «el norte y el sur deberán preparar sus constituciones para ser gobernados de forma autónoma». Serán meses «cruciales y podrían indicar cosas positivas» o «ser meses de nuevo conflicto»; «la expectativa es grande, pero aún todo está por ver», subrayó.

La firma del acuerdo es «un hecho histórico que debería favorecer el proceso de normalización en el Cuerno de África, una de las regiones más encendidas del continente africano», informó el misionero comboniano y periodista, el padre Giulio Albanese –hasta hace pocos meses al frente de la agencia «Misna», especializada en el sur del mundo--, en la emisora pontificia

Recordó que la decisión de Jartum de extender a todo Sudán la «sharia» determinó el estallido del conflicto, pero los intereses petrolíferos «han sido evidentes» desde su inicio «y paradójicamente han dado sustancia, tras años de tormentos, a la negociación entre norte y sur».

En cualquier caso, en estos años de guerra, ambas partes «han cometido crímenes y otras vejaciones contra civiles inermes», sin dar en cambio espacio a la sociedad civil, «la única –la Iglesia católica a la cabeza--, a la que siempre le ha importado la suerte de la gente, exigiendo un firme respeto de los derechos humanos», recalcó el padre Albanese.

«He aquí por qué la firma --consideró-- tiene en efecto el sabor de una repartición de poder entre dos antiguos enemigos, cosa que podría –a medio y largo plazo-- comprometer los difíciles equilibrios internos»; en cualquier caso, «hay un largo camino por recorrer, sobre todo en cuanto al delicado proceso de integración entre los distintos componentes políticos, étnicos y religiosos presentes en el territorio del mayor país africano».

El acuerdo omite la crisis en la región occidental de Darfur, escenario de enfrentamiento bélico desde febrero de 2003. Acusando al gobierno sudanés de abandonar Darfur porque su población es mayoritariamente negra y de financiar las milicias "Janjaweed" --que siembran muerte y destrucción entre la población civil--, dos grupos rebeldes de autodefensa populares --el «Movimiento para la Justicia y la Igualdad» (JEM) y el «Ejército-Movimiento de liberación de Sudán» (SLA-M)-- se alzaron en armas contra Jartum.

El resultado de estos combates --cuyo «alto el fuego» ha sido repetidamente violado-- es la muerte de decenas de miles de personas y el desplazamiento de 1,7 millones, todos protagonistas de una gravísima crisis humanitaria en curso en este momento.

John Garang, líder de los rebeldes del sur sudanés, «ha prometido resolver la cuestión» de Darfur «en breve tiempo, en cuanto asuma el papel de vicepresidente», apuntó el padre Albanese.

Por su parte, el obispo de la ciudad sudanesa de El Obeid, obligado desde hace doce años a vivir en Kenia, monseñor Macram Max Gassis, describió a «Misna» que en la firma del acuerdo en Nairobi «se respiraba un aire muy positivo». «Hemos oído muchas declaraciones y discursos de numerosos jefes de Estado: veremos ahora si esta firma se aplica concretamente», manifestó.

El prelado expresó de todas formas su pesar por el hecho de que «en toda la ceremonia no se empleara ni una palabra para subrayar el papel de la Iglesia en las conversaciones de paz».
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Entrevista



Punto de encuentro con Cristo: la Jornada Mundial de la Juventud
Entrevista con el arzobispo de Colonia, el cardenal Meisner

COLONIA, lunes, 10 enero 2005 (ZENIT.org).- El arzobispo de Colonia, el cardenal Joachim Meisner, anfitrión de la próxima Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), sueña con que de esta cita de jóvenes de todo el mundo con el Papa --verdadero momento de encuentro con Cristo-- surjan gigantes de la evangelización.

En torno al lema «Hemos venido a adorarle» (Mateo 2, 2)--, la ciudad alemana --que también celebra el bimilenario de su fundación-- espera un mínimo de 800 mil jóvenes participantes y un máximo de 1,3 millones. El 1 de enero ya se contaban 135 mil inscritos de todas partes del mundo, sin contar a los alemanes.

En Bensberg (Colonia) más de 250 delegados de las Conferencias episcopales y de los movimientos de 70 países se dieron cita del 6 al 9 de enero en una Conferencia Internacional, promovida por el dicasterio vaticano para los Laicos, con vistas a la ya cercana celebración de la XX edición de la JMJ.

La víspera del encuentro, el cardenal Meisner compartió con la prensa la dimensión que ha adquirido la JMJ y el marco europeo en que se celebrará, declaraciones que recogió Avvenire.

--Eminencia: faltan menos de ocho meses para la cita con el Papa y los jóvenes. ¿Cómo marchan los preparativos?

--Cardenal Meisner: Había manifestado al Santo Padre nuestra disponibilidad para acoger la JMJ desde 1999. Después llegaron Roma y Toronto. Y ahora nos toca a nosotros. Confío en Dios, y también en mis colaboradores, y estoy tranquilo de que todo irá bien. En el siglo XX Alemania fue causa de dos guerras catastróficas. En el XXI deseamos que precisamente de Alemania llegue un fuerte ejemplo de paz. Y la JMJ se inserta en este proyecto.

--¿Los jóvenes alemanes han acogido el mensaje?

--Cardenal Meisner: Pienso que sí. Y no sólo los de nuestras parroquias, sino también los «alejados». Los medios de comunicación han hablado mucho de la Jornada. Y estoy sorprendido de ver que ya todos saben de qué se trata. En Westfalia, donde han intentado, sin conseguirlo, organizar las Olimpiadas, me han dicho: «Hemos perdido los Juegos, pero hemos obtenido un evento más importante».

--¿Es un signo también para la vieja Europa, que olvida sus propias raíces cristianas?

--Cardenal Meisner: Estamos asistiendo a una pérdida de cultura de Europa. Pienso en el caso Buttiglione. Si aplicásemos los mismos parámetros, hoy ni De Gasperi ni Adenauer ni Schuman, esto es, los padres fundadores de la Unión, conseguirían ser comisarios europeos. La verdad es que descuidamos frecuentemente la sustancia de las cosas. Por ejemplo: ¿por qué Dios no nos ha creado a todos hombres o mujeres? En esta diferencia hay un mensaje sustancial para la humanidad. O sea, que en el orden de la creación no existe la homosexualidad, sino la diversidad. El hombre y la mujer, unidos en su amor, constituyen la familia y fundan la sociedad. Y es un mensaje que deriva de la sustancia de las cosas. Por lo tanto, sólo si sabemos redescubrir esta profundidad del ser, Europa y el mundo entero tendrán un futuro. Así que espero que de la JMJ llegue un gran estímulo en tal sentido.

--Después del tsunami, que también ha afectado a Alemania, ¿cómo cambiará el camino hacia Colonia 2005?

--Cardenal Meisner: Lo ocurrido es una gran tragedia. También yo he pedido al Señor: «Ayúdame a entender con los ojos de la fe». Pero nuestros jóvenes pueden ser ayudados también por el tema de la JMJ, «Hemos venido a adorarle». Los Magos vinieron de Oriente. Así que Oriente está ya inscrito en el patrimonio genético de la JMJ. Debemos ayudar a esas poblaciones y ya lo estamos haciendo. El pasado 1 de enero todas las iglesias alemanas entregaron las colectas de las Misas a las víctimas del sudeste asiático. Están ya trabajando grandes organizaciones como «Adveniat» y «Misereor». Y existe un fondo de ayuda para la catástrofe.

--En todos los países donde se ha celebrado, la Jornada ha recaído positivamente en la pastoral juvenil. ¿Y en Alemania?

--Cardenal Meisner: Hemos creado 3.300 núcleos operativos de jóvenes entre 16 y 30 años. Tras un año de catequesis, ahora se están ocupando de la organización. Y los sacerdotes me dicen: «Aunque por un absurdo la JMJ no se celebrara más, ya estos 3.300 grupos serían un gran resultado». Pero lo más bello es que la Jornada está convirtiéndose en un entorno, abierto a todos, donde Cristo habla a los jóvenes y donde cada joven puede encontrar a Cristo. Sueño que de este encuentro nazca tal vez una nueva madre Teresa de Calcuta, un nuevo San Juan Bosco, muchos nuevos evangelizadores.

--¿Y desde el punto de vista ecuménico?

--Cardenal Meisner: Tenemos óptimas relaciones con las comunidades evangélicas en Alemania y también con los ortodoxos. Todos han declarado su disponibilidad para acoger encuentros ecuménicos –habrá tres, en Bonn, Dusseldorf y Colonia--, acoger en sus casas a los jóvenes de la JMJ y poner a disposición lugares para las catequesis en los distintos idiomas. Nos ha llegado disponibilidad hasta de las comunidades islámicas.

--¿Cómo piensan cubrir los gastos del evento?

--Cardenal Meisner: Es obvio que el peso económico de la Jornada Mundial y de la visita del Papa no puede recaer sólo en nuestra diócesis, sino que verá la implicación de las demás diócesis alemanas. Nos debemos autofinanciar haciendo un gran esfuerzo de fantasía, pero estoy seguro de que podremos, sin dejar deudas. El Consejo Pontificio para los Laicos considera –con razón-- que, para tener un futuro, las JMJ deben ser eventos económicamente sostenibles.

Información e inscripciones en la página oficial de la JMJ: www.wyd2005.org
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Documentación



El estado del planeta según Juan Pablo II
Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede

CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 10 enero 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que Juan Pablo II dirigió este lunes a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede con motivo de la tradicional audiencia de inicios de año.

 

* * *



Excelencias, Señoras y Señores:
1. La alegría impregnada de suave conmoción, propia de este tiempo en el que la Iglesia revive el misterio del nacimiento del Emmanuel y el de su humilde familia de Nazaret, se percibe hoy también en este encuentro con Ustedes, Señoras y Señores Embajadores e ilustres miembros del Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede, que reunidos aquí hacen visible, en cierto modo, la gran familia de las Naciones.

Este encuentro, alegre y esperado, ha iniciado con las amables expresiones de felicitación, de participación y estima por mi solicitud universal, dirigidas por su digno Decano, el Profesor Giovanni Galassi, Embajador de San Marino. Le estoy muy agradecido y correspondo a las mismas deseando serenidad y alegría para todos Ustedes y sus queridas familias, augurando paz y bienestar para sus Países.

Al darles mi particular y cordial bienvenida, deseo un buen trabajo a los 34 Embajadores y a sus distinguidas consortes que, desde enero del año pasado hasta hoy, han iniciado su misión ante la Sede de Pedro.

2. En verdad, estos sentimientos de alegría han sido ofuscados por la enorme catástrofe natural que el 26 de diciembre pasado ha afectado a diversos Países del sureste asiático, alcanzando incluso algunas costas de África oriental. Esta catástrofe ha marcado con un gran dolor el año que ha terminado: un año probado también por otras calamidades naturales, como son otros huracanes devastadores en el Océano Índico y en el mar de las Antillas, así como la plaga de langostas que ha desolado vastas regiones de África del Norte. Otras tragedias han llenado también de luto el 2004, como son las bárbaras acciones de terrorismo que han ensangrentado Irak y otros Estados del mundo, el cruel atentado de Madrid, la masacre terrorista de Beslan, las violencias inhumanas sobre la población de Darfur, las atrocidades perpetradas en la región de los Grandes Lagos en África.

Nuestro corazón se siente turbado y angustiado por todo ello, y ciertamente no conseguiríamos liberarnos de las tristes dudas sobre el destino del hombre si, precisamente de la cuna de Belén, no nos llegara una mensaje, a la vez humano y divino, de vida y de esperanza más fuerte. En Cristo, que nace como hermano de todo hombre y se pone a nuestro lado, es Dios mismo quien nos invita a no dejarnos desanimar nunca, sino a superar las dificultades, por muy grandes que sean, reforzando y haciendo prevalecer los vínculos comunes de humanidad por encima de cualquier otra consideración.

3. De hecho, su presencia, Señoras y Señores Embajadores, que aquí representan a casi todos los pueblos de la tierra, abre ante nuestros ojos, como con una sola mirada, el gran panorama de la humanidad con los graves problemas comunes que la atormentan, pero también con las grandes y siempre vivas esperanzas que la animan. La Iglesia católica, universal por naturaleza, está siempre implicada directamente y participa en las grandes causas por la cuales el hombre actual sufre y espera. Ella no se siente extranjera entre ningún pueblo, porque donde se encuentre un cristiano, miembro suyo, está presente todo el cuerpo de la Iglesia. Más aún, dondequiera que se encuentre un hombre, allí se establece para nosotros un vínculo de fraternidad. Con su presencia activa en el destino del hombre en cada lugar de la tierra, la Santa Sede sabe que tiene en Ustedes, Señoras y Señores Embajadores, unos interlocutores altamente cualificados, porque es propio de la misión de los diplomáticos superar los confines y hacer converger a los pueblos y a sus gobiernos en una voluntad de activa concordia, con el cuidadoso respeto de las propias competencias, pero también en la búsqueda de un más alto bien común.

4. En el Mensaje que este año he dirigido para la Jornada Mundial de la Paz he propuesto a la atención de los fieles católicos y de todos los hombres de buena voluntad la invitación de apóstol Pablo: «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien»: vince in bono malum (Romanos 12, 21). En la base de esta invitación hay una verdad profunda: en el campo moral y social, el mal asume el rostro del egoísmo y del odio que tienen un carácter negativo; sólo el amor, que tiene la fuerza positiva de un don generoso y desinteresado hasta el propio sacrificio, puede vencer al mal. Esto es lo que se expresa precisamente en el misterio del nacimiento de Cristo: para salvar a la criatura humana del egoísmo del pecado y de la muerte, que es su fruto, Dios mismo, por medio de Cristo, plenitud de vida, entra con amor en la historia del hombre y lo eleva a la dimensión de una vida más grande.

Este mismo mensaje --vence al mal con el bien-- quisiera dirigirlo ahora a Ustedes, Señoras y Señores Embajadores, y por su medio a los queridos pueblos que Ustedes representan, así como a sus Gobiernos: este mensaje es especialmente válido también para las relaciones internacionales, y puede orientar a todos para responder a los grandes desafíos de la humanidad actual. Quisiera indicar aquí algunos de entre los más importantes.

5. El primer desafío es el desafío de la vida. La vida es el primer don que Dios nos ha hecho y la primera riqueza de la que puede gozar el hombre. La Iglesia anuncia «el Evangelio de la Vida». Y el Estado tiene precisamente como tarea primordial la tutela y la promoción de la vida humana.

En estos últimos años el desafío de la vida se está haciendo cada vez más amplio y crucial. Se ha ido centrando particularmente en el inicio de la vida humana, cuando el hombre es más débil y debe ser protegido mejor. Concepciones opuestas se enfrentan sobre temas como el aborto, la procreación asistida, el uso de células madres embrionarias humanas con finalidades científicas, la clonación. Apoyada en la razón y la ciencia, es clara la posición de la Iglesia: el embrión humano es un sujeto idéntico al niño que va a nacer y al que ha nacido a partir de ese embrión. Por tanto, nada que viole su integridad y dignidad es éticamente admisible. Además, una investigación científica que reduzca el embrión a objeto de laboratorio no es digna del hombre. Se ha de alentar y promover la investigación científica en el campo genético, pero, como cualquier otra actividad humana, nunca puede considerarse exenta de los imperativos morales; por otra parte, puede desarrollarse en el campo de las células madres adultas con prometedoras perspectivas de éxito.

Al mismo tiempo, el desafío de la vida tiene lugar en lo que es propiamente el santuario de la vida: la familia. Actualmente, ésta se ve a menudo amenazada por factores sociales y culturales que, ejerciendo presión sobre ella, hacen más difícil su estabilidad; pero en algunos Países la familia está amenazada también por una legislación que atenta --a veces incluso directamente-- a su estructura natural, la cual es y sólo puede ser la de la unión entre un hombre y una mujer, fundada en el matrimonio. La familia es la fuente fecunda de la vida, el presupuesto primordial e irreemplazable de la felicidad individual de los esposos, de la formación de los hijos y del bienestar social, así como de la misma prosperidad material de la nación; no puede, pues, admitirse que la familia se vea amenazada por leyes dictadas por una visión restrictiva y antinatural. Que prevalezca una concepción justa, alta y pura del amor humano, que encuentra en la familia su expresión verdaderamente fundamental y ejemplar. Vince in bono malum.

6. El segundo desafío es el del pan. La tierra, hecha maravillosamente fecunda por su Creador, tiene recursos abundantes y variados para alimentar a todos sus habitantes, presentes y futuros. A pesar de esto, los datos publicados sobre el hambre en el mundo son dramáticos: centenares de millones de seres humanos sufren gravemente desnutrición y, cada año, millones de niños mueren de hambre o por sus consecuencias.

En realidad, ya desde hace tiempo se ha dado la señal de alarma, y las grandes organizaciones internacionales se han prefijado objetivos apremiantes, al menos para frenar la emergencia. Se han propuesto acciones concretas, como las presentadas en la Reunión de Nueva York sobre el hambre y la pobreza, del 20 de septiembre de 2004, en la que he querido estar representado por el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, precisamente para demostrar el gran interés de la Iglesia ante tan dramática situación. Muchas asociaciones no gubernamentales se han comprometido también a prestar ayuda. Pero todo esto no es suficiente. Para responder a esta necesidad, que aumenta en magnitud y urgencia, se requiere una vasta movilización moral de la opinión pública y, más aún, de los hombres responsables de la política, sobre todo en aquellos Países que han alcanzado un nivel de vida satisfactorio y próspero.

A este respecto, quisiera recordar un gran principio de la enseñanza social de la Iglesia, que yo he subrayado de nuevo en el Mensaje para la Jornada mundial de la Paz de este año, y que está desarrollado también en el «Compendio de la Doctrina social de la Iglesia»: el principio del destino universal de los bienes de la tierra. Es un principio que no justifica ciertas formas colectivistas de política económica, sino que debe motivar un compromiso radical para la justicia y un esfuerzo de solidaridad más atento y determinado. Éste es el bien que podrá vencer el mal del hambre y de la pobreza injusta. Vince in bono malum.

7. Está además el desafío de la paz. La paz, bien supremo, que condiciona la consecución de otros muchos bienes esenciales, es el sueño de todas las generaciones. Pero, ¡cuántas guerras y conflictos armados --entre Estados, entre etnias, entre pueblos y grupos que viven en un mismo territorio estatal-- que de un extremo al otro del globo causan innumerables víctimas inocentes y son origen de otros muchos males! Nuestro pensamiento se dirige espontáneamente hacia diversos Países de Oriente Medio, de África, de Asia y de América Latina, en los cuales el recurso a las armas y a la violencia, produce no sólo daños materiales incalculables, sino que fomenta el odio y acrecienta las causas de discordia, haciendo cada vez más difícil la búsqueda y el logro de soluciones capaces de conciliar los intereses legítimos de todas las partes implicadas. A estos trágicos males se añade el fenómeno cruel e inhumano del terrorismo, flagelo que ha alcanzado una dimensión planetaria desconocida por las generaciones anteriores.

Contra estos males, ¿cómo afrontar el gran desafío de la paz? Ustedes, Señoras y Señores Embajadores, como diplomáticos, son por su profesión --y seguramente también por su vocación personal-- los hombres y las mujeres de la paz. Ustedes saben de cuáles y de cuántos medios dispone la sociedad internacional para garantizar la paz o para instaurarla. Como mis venerados Predecesores, yo mismo he intervenido públicamente en numerosas ocasiones --en particular mediante el Mensaje anual para la Jornada mundial de la Paz--, pero también a través de la diplomacia de la Santa Sede. Yo seguiré interviniendo para indicar las vías de la paz y para invitar a recorrerlas con valentía y paciencia. A la prepotencia se debe oponer la razón, al enfrentamiento de la fuerza el enfrentamiento del diálogo, a las armas apuntadas la mano tendida: al mal el bien.

Numerosos son los hombres que trabajan con valentía y perseverancia en este sentido, y no faltan signos alentadores que demuestran cómo puede afrontarse el gran desafío de la paz. Así en África, donde, a pesar de las graves reincidencias de discordias que parecían superadas, crece la común voluntad de trabajar para la solución y la prevención de conflictos mediante una cooperación más intensa entre las grandes organizaciones internacionales y las instancias continentales, como la Unión Africana. Recordemos, por ejemplo, en noviembre del año pasado, la reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en Nairobi, sobre la emergencia humanitaria en Darfur y sobre la situación en Somalia, así como la Conferencia internacional sobre la región de los Grandes Lagos. Así en Oriente Medio, en esa tierra tan querida y sagrada para los creyentes en el Dios de Abraham, donde parece atenuarse el cruel enfrentamiento de las armas y abrirse una salida política hacia el diálogo y la negociación. Y como ejemplo, ciertamente privilegiado, de una paz posible, bien puede mostrarse Europa: naciones que un tiempo eran cruelmente enemigas y enfrentadas en guerras mortales se encuentran hoy juntas en la Unión Europea, la cual durante el año pasado se ha propuesto consolidarse ulteriormente con el Tratado constitucional de Roma, mientras permanece abierta a acoger otros Estados, dispuestos a aceptar las exigencias que conllevan su adhesión.

Pero para construir una paz verdadera y duradera en nuestro planeta ensangrentado, es necesaria una fuerza de paz que no retroceda ante ninguna dificultad. Es una fuerza que el hombre por sí solo no consigue alcanzar ni conservar: es un don de Dios. Cristo vino precisamente para ofrecerla al hombre, como los ángeles cantaron ante la cuna de Belén: «Paz a los hombres que ama el Señor» (Lucas 2,14). Dios ama al hombre y quiere para él la paz. Nosotros estamos invitados a ser instrumentos activos de la misma, venciendo al mal con el bien. Vince in bono malum.

8. Quisiera referirme aún a otro desafío: el desafío de la libertad. Ustedes saben, Señoras y Señores Embajadores, cuánto estimo este tema, precisamente por la historia del pueblo del que provengo; pero dicho tema es ciertamente estimado también por todos Ustedes, que por su servicio diplomático son justamente celosos de la libertad del pueblo que representan y solícitos en defenderla. Pero la libertad es ante todo un derecho del individuo. «Todos los seres humanos nacen --como dice justamente la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, concretamente en el artículo 1º-- libres e iguales en dignidad y derecho». Y el artículo 3º declara: «Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona». Ciertamente, la libertad de los Estados es también sagrada porque deben ser libres y, precisamente, para poder llevar a cabo de manera adecuada su deber primordial de proteger, además de la vida, la libertad de sus ciudadanos en todas sus justas manifestaciones.

La libertad es un gran bien, porque, sin ella, el hombre no puede realizarse de manera consecuente con su naturaleza. La libertad es luz: permite elegir responsablemente sus propias metas y la vía para alcanzarlas. En el núcleo más íntimo de la libertad humana está el derecho a la libertad religiosa, porque se refiere a la relación más esencial del hombre: su relación con Dios. Incluso la libertad religiosa está garantizada expresamente en la mencionada declaración (cf. art. 18). Ella fue objeto --como todos Ustedes bien saben-- de una solemne declaración del Concilio ecuménico Vaticano II, la cual inicia con las significativas palabras «Dignitatis humanae».

La libertad de religión sigue siendo en numerosos Estados un derecho no reconocido de manera suficiente o de modo adecuado. Pero el anhelo de la libertad de religión no se puede erradicar: será siempre vivo y apremiante mientras el hombre esté vivo. Por esto dirijo hoy también este llamamiento expresado ya tantas veces por la Iglesia: «Que en todas partes se proteja la libertad religiosa con una eficaz tutela jurídica y se respeten los deberes y derechos supremos del hombre a desarrollar libremente en la sociedad la vida religiosa» (DH 15).

No hay que temer que la justa libertad religiosa sea un límite para las otras libertades o perjudique la convivencia civil. Al contrario, con la libertad religiosa se desarrolla y florece también cualquier otra libertad, porque la libertad es un bien indivisible y prerrogativa de la misma persona humana y de su dignidad. No hay que temer que la libertad religiosa, una vez reconocida para la Iglesia católica, interfiera en el campo de la libertad política y de las competencias propias del Estado. La Iglesia sabe distinguir bien, como es su deber, lo que es del César y lo que es de Dios; ella coopera en el bien común de la sociedad, porque rechaza la mentira y educa para la verdad; condena el odio y el desprecio e invita a la fraternidad; promueve siempre por doquier --como es fácil reconocer por la Historia-- las obras de caridad, las ciencias y las artes. La Iglesia quiere solamente libertad para poder ofrecer un servicio válido de colaboración con cada instancia pública y privada, preocupada por el bien del hombre. La verdadera libertad es siempre para vencer el mal con el bien. Vince in bono malum.

9. Señoras y Señores Embajadores, en el año que acaba de empezar estoy seguro de que Ustedes, en el cumplimiento de su alto mandato, seguirán estando al lado de la Santa Sede en su esfuerzo diario por responder, según sus responsabilidades específicas, a los mencionados desafíos que abarcan a toda la humanidad. Jesucristo, cuyo nacimiento hemos celebrado hace unos días, fue anunciado por el Profeta como «Maravilla de Consejero... Príncipe de la Paz» (Isaías 9,5). Que la luz de su Palabra, su espíritu de justicia y de fraternidad, y el don tan necesario y tan deseado de su paz, que él ofrece a todos, puedan resplandecer en la vida de cada uno de Ustedes, de sus familias y de todos sus seres queridos, de sus nobles Países y de toda la humanidad.

[Traducción del original en francés distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede]
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