HORIZONTE. Desde el monasterio hay unas vistas preciosas de los
Picos. / FOTOS: ANDRÉS FERNÁNDEZ
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El reloj marca las siete de la mañana y el silencio duerme entre las paredes
del Monasterio de Santo Toribio. Hace frío y el sol hoy tampoco acariciará
sus muros. Lo hará a partir de mañana, 17 de enero, porque como reza la
tradición desde el día de Santa Cecilia (22 de noviembre) hasta San Antón
(mañana, lunes) la sombra se pone sobre el santo Sitio. Son las 7,15 horas y
suenan los despertadores de los cuatro frailes franciscanos que viven allí y
que custodian el Lignum Crucis, el trozo más grande de la Cruz de Cristo.
Hasta hace poco más de un mes eran cinco. El padre Ramón murió el 11 de
diciembre. Luis, Juanmari, Jesusmari y Óscar se levantan y sin desayunar
suben a la capilla del segundo piso donde celebran una misa. Cada semana se
encarga uno de elegir los rezos, los cantos, las lecturas. Ramón tocaba el
órgano y no les cuesta admitir que añoran aquellos acordes que resonaban por
los pasillos.
Tras la misa, desayunan en el comedor de la primera planta. Allí tienen una
bombona de camping-gas y una cafetera que Jesusmari maneja con destreza.
Todavía tienen sobre la mesa turrones, bizcochos y peladillas de Navidad.
Después de un café caliente se ponen a trabajar. Que si bajar a Potes a
hacer los recados, que si atender a la gente que viene a ver la iglesia, que
si limpiar, que si las cuentas, que si esta o aquella parroquia No paran y,
mientras, sus teléfonos móviles, el fijo del monasterio y el telefonillo de
la entrada no dejan de sonar.
El jueves fue una mañana dura. El padre Óscar estaba en Bilbao porque su
madre se encontraba muy enferma y a media mañana murió. A los tres les
cambió la cara al recibir una llamada que les informaba de la triste
noticia. Rápidamente hicieron las gestiones oportunas para dejar la agenda
del viernes libre para acudir al entierro.
El pan y los periódicos
Pero un día normal, el padre Jesusmari se encarga de las compras y va a
Potes a por los periódicos y el pan. «A veces voy a la piscina climatizada.
¿Me encanta!», comenta con el buen humor que le caracteriza. Tiene 52 años y
es un pueblo de Vizcaya. Llegó a Santo Toribio hace poco más de un año y
dice que no le costó habituarse a la vida del monasterio. «Estaba en
Vitoria, así que me vine de una capital al monte. Pero al monte monte
-enfatiza-. Allí estaba en continuo contacto con la gente y además, durante
seis años, llevé una pastoral juvenil en Guernica. Así que noté el cambio
pero no me importó». Jesusmari es el responsable de las parroquias de Pido y
Espinama y también es el encargado de llevar las cuentas del monasterio.
Un año de Superior
Luis es el padre Superior y también llegó al monasterio hace un año. Hasta
entonces llevaba una parroquia de Valladolid en la que se relacionaba con
muchos vecinos y reconoce que aceptó con cierto temor el cambio. «Me hacía
ilusión venir pero sabía que el trabajo no iba a tener nada que ver con lo
había hecho hasta ese momento». Es de risa fácil y afirma que Jesusmari le
anima mucho. El padre Luis es el más joven. Tiene 51 años y una de sus
funciones es atender las llamadas de teléfono y a los grupos que vienen a
visitar el lugar, así como el contacto directo con el Obispado de Santander.
También lleva las parroquias de Turieno y Argüébanes.
Los veteranos
Juanmari es el padre veterano del monasterio, ya que lleva allí cerca de
doce años. Es de apariencia seria aunque gasta buen humor. Antes estuvo en
Burgos y recuerda que no le hizo «ni pizca de gracia su nuevo destino». «¿Y
ahora no hay quien le saque de aquí!», dice bromeando Jesusmari. El padre
Juanmari tiene 76 años y se encarga de las parroquias de Llaves, Lon, Brez,
Tanarrio y Baró. También se ocupa de las cosas de la casa y es el más
disciplinado con los horarios. Si el resto de los padres se despistan, a las
diez de la noche ya está en la cama. Y el padre Óscar es vizcaíno,
concretamente de Guernica, tiene 55 años y lleva las parroquias de Cosgaya,
Mogrovejo y Pembes.
Después de que cada uno haya hecho sus correspondientes tareas matutinas, se
reúnen para comer. Pilar es una joven de Castro de Cillorigo que todos los
días sube al monasterio para hacerles la comida y lavarles la ropa.
Alubias con berza y pollo
«Hoy les he hecho alubias con berza y pechugas de pollo», dice atareada. En
la ventana de la cocina hay una jaula con un canario. «Era del padre Ramón
-recuerda Luis-. Ahora lo cuidamos todos». Pilar trabaja de diez a una y
media. «Nos deja hecha la comida pero luego recogemos y fregamos nosotros»,
dice el padre Luis.
Desde la cocina se sale a una terraza desde la que se ve el Claustro, las
tejas de cada nave del monasterio y el monte de La Viorna. Al lado de las
campanas hay una antena parabólica de 'Canal Satélite' y es que los fines de
semana es tiempo de «películas y fútbol», dice el padre Jesusmari. Las
campanas suenan todos domingos a las doce y a la una, que es cuando hay misa
en Santo Toribio. También suenan las de Santa Catalina, una de las ermitas
que junto a la de San Miguel y a la Cueva Santa, queda en las inmediaciones
del monasterio.
Todo tipo de preguntas
Por la tarde continúan las visitas a la iglesia y la capilla. De diez a una
y de cuatro a siete, muchos turistas pasan por allí, «sobre todo en los
meses de verano», apunta Juanmari. Les preguntan cualquier cosa pero sobre
todo se interesan por qué hacen allí todo el día, cuántos son, la historia
de la Cruz
El padre Jesusmari reconoce que «se sorprenden cuando les decimos que somos
cuatro. Creen que somos benedictinos y que vivimos como vivían los frailes
de la Edad Media. Nosotros somos franciscanos y hoy estamos aquí y mañana,
ya nos dirán». Después de comer también es tiempo para consultar el correo
electrónico, leer los periódicos, oficiar algún funeral o, sin más, visitar
alguna parroquia. A las ocho menos cuarto vuelven a reunirse. Esta vez para
rezar y a las ocho y media cenan. Antes guardan el Lignum Crucis en una caja
de seguridad. Se sienten afortunados por poder custodiar el trozo más grande
de la Cruz de Cristo, según la leyenda «Es un mensaje de fe, de esperanza.
Es una realidad que habla de un misterio», comenta el padre Luis. Después se
permiten alguna 'licencia', como comer unas castañas recién asadas mientras
ven un rato la tele o conversan en la sala. A las diez y media, como muy
tarde, cada uno se va a su habitación. «Nos recogemos pronto porque las
siete y cuarto llegan muy pronto», dicen haciendo alusión a la hora a la que
se levantan.
La noche ha caído en Santo Toribio. El año que viene será Año Santo, porque
el 16 de abril (día de Santo Toribio) cae en domingo, y Luis, Óscar,
Jesusmari y Juanmari estarán allí esperando a miles de fieles.
«Los fines de semana somos fieles al fútbol»
AYUDA. A diario, Pilar les prepara la comida en compañía del
canario del difunto padre Ramón. / A. FDEZ
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Llega el fin de semana y hasta el Monasterio de Santo Toribio llega la
pasión por el fútbol. Los padres Juanmari, Luis y Jesusmari se sientan
delante de la televisión y con un chupito de orujo y algo de picar
disfrutan del partido que echen. Juanmari se define como un auténtico
seguidor del Athletic de Bilbao; Jesusmari de la Real Sociedad y Luis dice
que primero es del Numancia, «porque soy soriano», y luego del Real
Madrid. «Las tardes de partido nos lo pasamos fenomenal -dice el padre
Jesusmari-. Y cuando juega la Real Sociedad, Juanmari se queda hasta el
final del partido aunque termine tardísimo», comenta entre risas mientras
Juanmari disimula mirando a otro lado.
Los viernes se quedan viendo alguna película y también son fieles a una
copita de orujo y a unas castañas asadas. Y a diario ven siempre un
informativo. «Solemos ver el de la Primera y cuando nos enteramos de
alguna catástrofe, como la que acaba de ocurrir en Asia, rezamos, hablamos
del tema y pensamos en qué podemos hacer desde aquí», comenta el padre
Luis.