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Servicio diario -
07 de abril de 2005


Especial
Testamento de Juan Pablo II

Santa Sede
Un Papa ante la muerte: El testamento de Juan Pablo II
Así será la Misa exequial y del entierro de Juan Pablo II
Ritos de las Exequias del Papa y del Cónclave: puestos al día con sencillez y belleza
La misa exequial del Papa tendrá un carácter de resurrección
Nueve días de luto por el Papa
Muerte del Papa, inesperada ocasión para evangelizar, según el padre Cantalamessa
Escogidos los dos predicadores que exhortarán al cónclave
Un telefilme muestra cómo Karol Wojtyla fue preparado para ser Juan Pablo II

Entrevista
El cardenal de Chicago confiesa su conmoción al ver los peregrinos en Roma
Cristo, el secreto de Juan Pablo II

 




 


Especial



Testamento de Juan Pablo II


CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 7 abril 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el testamento de Juan Pablo II publicado este jueves por la Sala de Prensa de la Santa Sede.

 

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Testamento del 6.3.1979
(y añadidos sucesivos)
«Totus Tuus ego sum»

En el nombre de la Santísima Trinidad. Amén.

«Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (Cf Mateo 24, 42). Estas palabras me recuerdan la última llamada que llegará en el momento en el que quiera el Señor. Deseo seguirle y deseo que todo lo que forma parte de mi vida terrena me prepare para este momento. No sé cuándo llegará, pero al igual que todo, pongo también este momento en las manos de la Madre de mi Maestro: «Totus Tuus». En estas mismas manos maternales dejo todo y a todos aquellos con los que me ha unido mi vida y mi vocación. En estas manos dejo sobre todo a la Iglesia, así como a mi nación y a toda la humanidad. Doy las gracias a todos. A todos les pido perdón. Pido también oraciones para que la Misericordia de Dios se muestre más grande que mi debilidad e indignidad.

Durante los ejercicios espirituales he releído el testamento del Santo Padre Pablo VI. Esta lectura me ha llevado a escribir este testamento.

No dejo tras de mí ninguna propiedad de la que sea necesario tomar disposiciones. Por lo que se refiere a las cosas de uso cotidiano que me servían, pido que se distribuyan como se considere oportuno. Que los apuntes personales sean quemados. Pido que vele sobre esto don Stanislaw, a quien agradezco su colaboración y ayuda tan larga a través de los años y por haber sido tan comprensivo. Todos los demás agradecimientos los dejo en el corazón ante Dios, pues es difícil expresarlos.

Por lo que se refiere al funeral, repito las mismas disposiciones que dejó el Santo Padre Pablo VI [aquí hay una nota al margen: el sepulcro en la tierra, no en un sarcófago, 13.3.92).

«apud Dominum misericordia
et copiosa apud Eum redemptio»

Juan Pablo pp II
Roma, 6.III.1979

 

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Tras la muerte, pido santas misas y oraciones

5.III.1990
 

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Hoja sin fecha

Expreso mi más profunda confianza en que, a pesar de toda mi debilidad, el Señor me conceda todas las gracias necesarias para afrontar, según su voluntad, cualquier tarea, prueba y sufrimiento que quiera pedir a su siervo, en el transcurso de la vida. Confío también en que no permita nunca que, a través de cualquier actitud mía --palabras, obras u omisiones--, pueda traicionar mis obligaciones en esta santa Sede de Pedro.


 

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24.II – 1.III.1980

También durante estos ejercicios espirituales he reflexionado sobre la verdad del sacerdocio de Cristo en la perspectiva de ese tránsito que para cada uno de nosotros es el momento de la propia muerte. Del adiós a este mundo para nacer al otro, al mundo futuro, signo elocuente [arriba añade: decisivo] que es para nosotros la Resurrección de Cristo.

He leído por tanto testamento registrado del último año, realizado también durante los ejercicios espirituales. Lo he comparado con el testamento de mi gran predecesor, el padre Paolo VI, con ese sublime testimonio de su muerte de cristiano y de Papa, y he renovado en mí la conciencia de las cuestiones a las que se refiere el testamento registrado del 6.III. 1979, preparado por mí (de manera más bien provisional).

Hoy quiero añadir sólo esto: que cada quien debe tener presente la perspectiva de la muerte. Y debe estar dispuesto a presentarse ante el Señor y Juez, y contemporáneamente Redentor y Padre. Yo también tomo en consideración esto continuamente, confiando ese momento decisivo a la Madre de Dios y de la Iglesia, a la Madre de mi esperanza.

Los tiempos en los que vivimos son inenarrablemente difíciles e inquietos. Se ha hecho también difícil y tenso el camino de la Iglesia, prueba característica de estos tiempos, tanto para los fieles como para los pastores. En algunos países, como por ejemplo en uno sobre el que he leído informes durante los ejercicios espirituales, la Iglesia se encuentra en un período de persecución tal que no es inferior a la de los primeros siglos, es más, la supera por el nivel de crueldad y de odio. «Sanguis martyrum – semen christianorum». Además de esto, muchas personas desaparecen inocentemente, también en este país en el que vivimos…

Deseo una vez más ponerme totalmente en manos de la gracia del Señor. Él mismo decidirá cuándo y cómo tengo que terminar mi vida terrena y el ministerio pastoral. En la vida y en la muerte «Totus tuus», mediante la Inmaculada. Aceptando ya desde ahora esta muerte, espero que Cristo me dé la gracia para el último paso, es decir, la [mía] Pascua. Espero que también la haga útil para esta causa más importante a la que trato de servir: la salvación de los hombres, la salvaguarda de la familia humana, y en ella de todas las naciones y pueblos (entre ellos, me dirijo también de manera particular a mi Patria terrena); que sea útil para las personas que de manera particular me ha confiado, para la Iglesia, para la gloria del mismo Dios.

No deseo añadir nada a lo que ya escribí hace un año: sólo expresar esta disponibilidad y al mismo tiempo esta confianza, a la que me han predispuesto de nuevo estos ejercicios espirituales.

Juan Pablo II

 

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«Totus Tuus ego sum»
5.III.1982

En los ejercicios espirituales de este año he leído (en varias ocasiones) el texto del testamento del 6.III.1979. Si bien sigo considerándolo como provisional (no definitivo), lo dejo en la forma en la que existe. No cambio (por ahora) nada, ni siquiera añado nada a las disposiciones que contiene.

El atentado contra mi vida, el 13.V.1981, en cierto sentido me ha confirmado la exactitud de las palabras escritas en el período de los ejercicios espirituales de 1980 (24.II – 1.III)

Siento cada vez más profundamente que me encuentro totalmente en las Manos de Dios y me pongo continuamente a disposición de mi Señor, encomendándome a Él en su Inmaculada Madre (Totus Tuus).

Juan Pablo pp. II


 

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5.III.82

En relación con la última frase de mi testamento del 6.III 1979 («Sobre el lugar --es decir, el lugar del funeral-- que decida el Colegio Cardenalicio y los compatriotas»). Aclaro que con esto pienso en el arzobispo metropolitano de Cracovia o en el Consejo General del Episcopado de Polonia. Mientras tanto, al Colegio Cardenalicio pido que responda en lo posible a las eventuales peticiones de los antes mencionados.

 

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1.III.1985 (durante los ejercicios espirituales)

Vuelvo sobre lo que se refiere a la expresión «Colegio Cardenalicio y los compatriotas»: el «Colegio Cardenalicio» no tiene obligación alguna de consultar sobre este argumento a «los compatriotas»; puede hacerlo si, por algún motivo, lo considera justo.

JPII

 

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Ejercicios espirituales del Jubileo del año 2000

(12-18.III)

[para el testamento]

1. Cuando en el día 16 de octubre de 1978 el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, el cardenal Stefan Wyszynski, me dijo: «La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el Tercer Milenio». No sé si repito exactamente la misma frase, pero al menos éste era el sentido de lo que entonces escuché. Lo dijo el hombre que ha pasado a la historia como el primado del milenio. Un gran primado. Fui testigo de su misión, de su total entrega. De sus luchas: de su victoria. «La victoria, cuando llegue, será una victoria a través de María», solía repetir el primado del milenio estas palabras de su predecesor, el cardenal August Hlond.

De este modo, he sido preparado en cierto sentido para la tarea que el día 16 de octubre de 1978 se presentó ante mí. En el momento en el que escribo estas palabras, el Año jubilar de 2000, ya es una realidad en acto. La noche del 24 de diciembre de 1999, se abrió la simbólica Puerta del Gran Jubileo en la Basílica de San Pedro, después la de San Juan de Letrán y la de Santa María la Mayor --a final de año--, y el 19 de enero la Puerta de la Basílica de San Pablo Extramuros. Este último acontecimiento, a causa de su carácter ecuménico, ha quedado grabado en la memoria de manera particular.

2. A medida que avanza el Año Jubilar 2000, va quedando día a día a nuestras espaldas el siglo XX y se abre el siglo XXI. Según los designios de la Providencia, se me ha concedido vivir en el difícil siglo que está quedando en el pasado y ahora, en el año en que mi vida alcanza los ochenta años («octogesima adveniens»), es necesario preguntarse si no ha llegado la hora de repetir con el bíblico Simeón: «Nunc dimittis».

En el día del 13 de mayo de 1981, el día de atentado contra el Papa durante la audiencia general en la plaza de San Pedro, la Divina Providencia me salvó milagrosamente de la muerte. El mismo único Señor de la vida y de la muerte me ha prolongado esta vida, en cierto sentido me la ha vuelto a dar de nuevo. A partir de este momento le pertenece aún más a Él. Espero que me ayude a reconocer hasta cuándo tengo que continuar este servicio al que me llamó el día 16 de octubre de 1978. Le pido que me llame cuando Él mismo quiera. «Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos… del Señor somos» (Cf. Romanos 14, 8). Espero que hasta que pueda cumplir el servicio petrino en la Iglesia, la Misericordia de Dios me dé las fuerzas necesarias para este servicio.

3. Como en todos los años, durante los ejercicios espirituales he leído mi testamento del 6.III.1979. Sigo manteniendo las disposiciones que contiene. Lo que entonces, y durante los sucesivos ejercicios espirituales se ha añadido, refleja la difícil y tensa situación general que ha marcado los años ochenta. Desde el otoño del año 1989, esta situación ha cambiado. La última década del siglo pasado ha quedado libre de las precedentes tensiones; esto no significa que no haya traído consigo nuevos problemas y dificultades. Sea alabada la Providencia Divina de manera particular por el hecho de que el período de la así llamada «guerra fría» ha terminado sin el violento conflicto nuclear, peligro que se cernía sobre el mundo en el período precedente.

4. Al estar en el umbral del tercer milenio, «in medio Ecclesiae», deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, al que junto con toda la Iglesia, y sobre todo con todo el episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo se les concederá a las nuevas generaciones recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha ofrecido. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primero hasta el último día, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a realizarlo. Por mi parte, doy gracias al eterno Pastor que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa en el transcurso de todos los años de mi pontificado.

«In medio Ecclesiae»… desde los primeros años del servicio episcopal --precisamente gracias al Concilio-- se me ha permitido experimentar la fraterna comunión del episcopado. Como sacerdote de la archidiócesis de Cracovia, había experimentado lo que significaba la comunión fraterna del episcopado. El Concilio ha abierto una nueva dimensión de esta experiencia.

5. ¡Cuántas personas debería mencionar! Probablemente el Señor Dios ha llamado a su presencia a la mayoría de ellas. Por lo que se refiere a quienes todavía se encuentran en esta parte, que las palabras de este testamento les recuerden, a todos y por doquier, allí donde se encuentren.

En los más de veinte años que desempeño el servicio petrino “in medio Ecclesiae”, he experimentado la benevolente y particularmente fecunda colaboración de tantos cardenales, arzobispos, y obispos, de tantos sacerdotes, de tantas personas consagradas --hermanos y hermanas-- y, por último, de muchísimas personas laicas, en el ambiente de la Curia, en el vicariato de la diócesis de Roma, así como fuera de estos ambientes.

¡Cómo no abrazar con un agradecido recuerdo a todos los episcopados del mundo, con los que me he encontrado en las visitas «ad limina Apostolorum»! ¡Cómo no recordar también a tantos hermanos cristianos, no católicos! ¡Y al rabino de Roma y a tantos representantes de las religiones no cristianas! ¡Y a quienes representan al mundo de la cultura, de la ciencia, de la política, de los medios de comunicación social!

6. A medida que se acerca el final de mi vida terrena, vuelvo con la memoria a los inicios, a mis padres, a mi hermano y a mi hermana (a la que no conocí, pues murió antes de mi nacimiento), a la parroquia de Wadowice, donde fui bautizado, a esa ciudad de mi amor, a mis coetáneos, compañeras y compañeros de la escuela, del bachillerato, de la universidad, hasta los tiempos de la ocupación, cuando trabajé como obrero, y después a la parroquia de Niegowic, a la de San Florián en Cracovia, a la pastoral de los universitarios, al ambiente… a todos los ambientes… a Cracovia y a Roma… a las personas que el Señor me ha confiado de manera especial.

A todos sólo les quiero decir una cosa: «Que Dios os dé la recompensa».

«In manus Tuas, Domine, commendo spiritum meum»
A.D.
17.III.2000

[Texto original polaco. Traducción realizada por Zenit a partir de la edición italiana distribuida por la Santa Sede]
ZS05040702

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Santa Sede



Un Papa ante la muerte: El testamento de Juan Pablo II
Pidió a Dios reconocer hasta cuándo debía continuar en su ministerio

CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 7 abril 2005 (ZENIT.org).- La Santa Sede publicó este jueves el testamento de Juan Pablo II, una conmovedora reflexión sobre la vida y la muerte en diferentes momentos de sus más de 26 años de pontificado.

En la página escrita en 1982, el primer Papa polaco de la historia pedía al Colegio Cardenalicio escuchar las propuestas para el lugar de su entierro que podría presentar la Iglesia en Polonia, pero después, en 1985, aclaraba que no existía ninguna obligación de atender a esta consulta.

En el año 2000, confiaba en que la Providencia le «ayude a reconocer hasta cuándo tengo que continuar este servicio al que me llamó el día 16 de octubre de 1978».

Karol Wojtyla comenzó la redacción el 6 de marzo de 1979, poco después de ser elegido sucesor del apóstol Pedro. Añadió algunas páginas más en 1980, en 1982 y por último en el Jubileo del año 2000, que es donde le dio su carácter definitivo.

Constituye ante todo un testamento espiritual, pues prácticamente no deja indicaciones sobre sus bienes, dado que, como él explicaba, «no dejo tras de mí ninguna propiedad de la que sea necesario tomar disposiciones».

«Por lo que se refiere a las cosas de uso cotidiano que me servían, pido que se distribuyan como se considere oportuno --añadía--. Que los apuntes personales sean quemados».

Pidió que vele sobre esto el arzobispo Stanislaw Dziwisz, su secretario, a quien agradeció «su colaboración y ayuda tan larga a través de los años y por haber sido tan comprensivo»

«Por lo que se refiere al funeral, repito las mismas disposiciones que dejó el Santo Padre Pablo VI: ser sepultado en la tierra, «no en un sarcófago».

El Papa daba a entender que todos los años, con motivo de los ejercicios espirituales que realizaba en Cuaresma, releía su testamento y lo escribía o completaba, si lo creía necesario.

Comenzó poniendo su muerte al igual que había hecho con su pontificado en manos de Dio a través de la Virgen María con el lema «Totus Tuus ego sum», «Soy toto tuyo».

En el año 2000, recordó el atentado que sufrió en 1981 considerando que el «Señor de la vida y de la muerte me ha prolongado esta vida, en cierto sentido me la ha vuelto a dar de nuevo. A partir de este momento le pertenece aún más a Él».

«Le pido que me llame cuando Él mismo quiera», afirmó refiriéndose a la hora de su muerte. Y añadía: «Espero que hasta que pueda cumplir el servicio petrino en la Iglesia, la Misericordia de Dios me dé las fuerzas necesarias para este servicio».

Cuando escribía estas palabras predicaba los ejercicios espirituales el futuro cardenal vietnamita, François Nguyên Van Thuân, quien había conmovido al Papa con su testimonio de sufrimiento en las cárceles comunistas de su país.

Sus últimos recuerdos los dirige a Polonia, a sus padres, a sus dos hermanos (a su hermana no la conoció, pues murió antes de que él naciera), a la parroquia de Wadowice, a sus compañeros de escuela y universidad, y «a las personas que el Señor me ha confiado de manera especial».

«A todos sólo les quiero decir una cosa: «Que Dios os dé la recompensa», concluye y retoma en latín las últimas palabras de Jesús: «En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu».
ZS05040706

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Así será la Misa exequial y del entierro de Juan Pablo II


CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 7 abril 2005 (ZENIT.org).- Tres estaciones comprende el rito de las exequias del Romano Pontífice, cuya mayor parte se está siguiendo desde todo el mundo.

«Las exequias del Sumo Pontífice, que son celebradas en la fe y en la esperanza por los fieles de Roma, por la Curia Romana, por las Iglesias de todo el mundo que están en comunión con la sede de Pedro, son sufragio por el reposo eterno del Pontífice difunto, testimonio del ministerio que Dios, en su Providencia, le confió en la Iglesia y grato recuerdo de las palabras con las cuales el difunto Pastor edificó el pueblo de Dios, de los sacramentos con los que lo nutrió, de la solicitud con la cual lo defendió, lo custodió, lo guió»: así introduce el arzobispo Piero Marini, maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, el «Ordo Exsequiarum Romani Pontificis» (Rito de las Exequias del Romano Pontífice).

Las Premisas del Rito explican las tres estaciones (Cf. n. 5 y ss) antes mencionadas. La primera tiene lugar en la casa pontificia en dos momentos: la verificación de la muerte del Papa y la exposición de los restos en un lugar adecuado.

La Basílica Vaticana es en cambio el contexto de la segunda estación --comprende la traslación de los restos del Sumo Pontífice de la casa pontificia a la Basílica y la Misa exequial con la última recomendación y la despedida--, mientras que la tercera estación se realiza en el lugar de la sepultura y comprende dos momentos rituales: la traslación del féretro al lugar de la sepultura y el entierro.

Hasta la celebración de la Misa exequial, mientras los fieles se acercan a visitar –desde la tarde del lunes pasado hasta la noche de este jueves-- los restos del Romano Pontífice, se están recitando oraciones y hay celebraciones litúrgicas, siguiendo lo dispuesto en el Ordo (Cf. n. 11).

El viernes a las 10.00 horas --según estableció la Congregación general de los Cardenales-- celebrarán la Misa exequial en el atrio de la Basílica Vaticana los Cardenales y los Patriarcas de las Iglesias Orientales; presidirá la concelebración el Decano del Colegio Cardenalicio,el cardenal Joseph Ratzinger.

La Misa exequial será precedida por la colocación de los restos mortales del Papa en el féretro --tras la Misa tendrá lugar la traslación al sepulcro y el entierro-- en una hora conveniente, en una caja de madera de ciprés. Entonces tendrá lugar el rito de clausura del féretro, presidido por el Camarlengo, el cardenal Eduardo Martínez Somalo, en presencia de determinadas personas --señaladas por el Ritual--.

Durante éste, el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, el arzobispo Piero Marini, leerá un Acta «que recuerda la vida y las obras más importantes del difunto Pontífice» (Cf. n.96), y junto al Secretario del Papa extenderá el velo de seda blanca sobre el rostro del difunto.

Del Acta leída habrá dos ejemplares: uno se introducirá en un tubo de metal dentro del féretro, el otro será conservado en Archivo. Igualmente se colocará en el féretro la bolsa con las monedas acuñadas durante el Pontificado de Juan Pablo II. El rezo del Salmo 41 (42) 2-6 acompañará el cierre del féretro.

Ornamentos rojos se utilizarán en la Misa exequial. Como es tiempo de Pascua, en la Liturgia de la Palabra la primera lectura será de los Hechos de los Apóstoles (10,34-43), el Salmo responsorial el 22 (23) y la segunda lectura de la Carta de San Pablo a los Filipenses (3,20-4,1).

«Esta es la voluntad de mi Padre, que quien ve al Hijo y cree en él tenga la vida eterna» (Jn 6,40) introducirá la proclamación del Evangelio de Juan (21,15-19).

Al final de la celebración eucarística, la última Recomendación y Despedida se caracteriza por la súplica de la Iglesia de Roma, presidida por el Vicario, el cardenal Camillo Ruini, y por la súplica de las Iglesias orientales, presidida por un Patriarca oriental. Este rito lo abre y lo cierra el Cardenal Decano, situado próximo al féretro con los demás concelebrantes.

Al término de este rito, el féretro con el cuerpo de Juan Pablo II será acompañado al lugar de la sepultura --dentro de la Basílica de San Pedro, en las Grutas Vaticanas, a través de la puerta de Santa Marta--, mientras que previsiblemente todos cantarán el Cántico de la Virgen María, el Magnificat (Lc 1,46-55).

El Camarlengo preside el rito del entierro confiando una vez más al Sumo Pontífice difunto a la misericordia del Padre.

El féretro de ciprés será colocado en una caja de zinc, y ambos en otra de madera; las cajas, convenientemente selladas –la de zinc soldada--, serán depositadas en el sepulcro --que acogió en su momento el cuerpo del beato Juan XXIII— mientras los presentes cantan la antífona «Salve, Regina». En la tapa estarán la cruz y el escudo de Juan Pablo II.

Nueve días de especiales celebraciones de la Eucaristía en sufragio por el Papa –los «Novendiali»-- iniciarán a partir de la Misa exequial. Se desarrollarán de forma que participen las principales comunidades eclesiales de Roma y, a través de la variedad de sus miembros, esté representada la imagen de toda la Iglesia.
ZS05040709

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Ritos de las Exequias del Papa y del Cónclave: puestos al día con sencillez y belleza


CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 7 abril 2005 (ZENIT.org).- «Noble sencillez y belleza» superando complicación y redundancia: es la adaptación a los nuevos tiempos se ha impreso a los Ritos de las exequias del Romano Pontífice y del Cónclave de la mano de Juan Pablo II.

El Santo Padre, cuyos restos mortales honran en estas últimas horas cientos de miles de fieles, promulgó el 22 de febrero de 1996 la Constitución Apostólica «Universi Dominici Gregis» (UDG) sobre la vacante de la Sede Apostólica y la elección del nuevo Papa.

UDG (Cf. n.27) establece que en las Exequias del Papa y en el Cónclave se deben seguir fielmente dos Rituales redactados expresamente: el «Ordo Exsequiarum Romani Pontificis» (Rito de las Exequias del Romano Pontífice) y el «Ordo Rituum Conclavis» (Ritos del Cónclave).

Igualmente recoge normas acerca de las tareas del Maestro de las
Celebraciones Litúrgicas Pontificias en Sede Vacante y prevé el servicio de los Ceremonieros en los lugares destinados a los electores del Romano Pontífice, en las celebraciones litúrgicas y en la elección del nuevo Papa.

Después de tales disposiciones, la Oficina de Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, por mandato del propio Santo Padre, emprendió la revisión, con la colaboración de los Consultores, del libro «De funere Summi Pontificis» utilizado en 1978 para Pablo VI y Juan Pablo I y preparó el nuevo volumen «Ordo Exsequiarum Romani Pontificis».

Igualmente se revisó el «Ordo Sacrorum Rituum Conclavis» de 1978 y se preparó el nuevo «Ordo Rituum Conclavis».

Aprobados por Juan Pablo II el 5 de febrero de 1998, la Tipografía Vaticana se encargó de la impresión de los dos Rituales en 2000. El pasado martes se inició en la Librería Editorial Vaticana la distribución de los volúmenes –edición bilingüe latín-italiano--.

Contienen los textos litúrgicos, bíblicos e indicaciones musicales, pero también cada Ritual inlcuye unas «Premisas generales» que explican el desarrollo y el significado de los ritos tanto desde la perspectiva litúrgica como pastoral.

«De una normativa complicada y de ritos cargados de exterioridad y redundancia que acompañaron en el pasado el período de la Sede Vacante, se ha pasado a ritos caracterizados por noble sencillez y belleza, que responden más a la mentalidad y a las exigencias de nuestro tiempo según los principios y en el espíritu del Concilio Vaticano II», reconoció el propio Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, el arzobispo Piero Marini, ante la prensa el pasado martes.

Añadió el prelado que la Oficina antes citada se ocupó de que las secuencias rituales se desarrollen con palabras, oraciones y gestos adecuados para favorecer la comprensión de la naturaleza y del fin de los mismos ritos y la participación activa.

«El significado espiritual y eclesial y la finalidad pastoral de las celebraciones litúrgicas puestas en evidencia por el Concilio Vaticano II estuvieron en la base de la redacción de los nuevos “Ordo”», subrayó monseñor Marini.

«En el rito de las exequias –enuncia el correspondiente “Ordo”-- la Iglesia manifiesta su fe en la victoria de Cristo resucitado sobre el pecado y la muerte. Tal fe es expresada de forma especial en las exequias del Romano Pontífice, que por motivo del ministerio por él ejercido en la Iglesia, confirmó en la fe a todos los pastores y los fieles» (Cf. n.1).

«Mientras se celebra la elección del sucesor de Pedro, la Iglesia está particularemnte unida a los sagrados Pastores y sobre todo a los Cardenales electores, e implora de Dios el nuevo Sumo Pontífice, como don de su bondad y providencia», comienzan por su parte los Ritos del Cónclave.
ZS05040721

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La misa exequial del Papa tendrá un carácter de resurrección
Según el nuevo Ritual

CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 7 abril 2005 (ZENIT.org).- Las exequias de Juan Pablo II, que se celebrarán este viernes, tendrán un carácter de resurrección, según la revisión del rito que él mismo encomendó a la Oficina de Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.

Fruto de esta revisión fue el «Ordo Exsequiarum Romani Pontificis» (Tipografía Vaticana, 2000) --«Rito de las Exequias del Romano Pontífice»--, que se debe seguir fielmente, según estableció Juan Pablo II en la Constitución Apostólica «Universi Dominici Gregis» --22 de febrero de 1996-- sobre la vacante de la Sede Apostólica y la elección del nuevo Papa.

El «Ordo» recorre paso a paso, desde una perspectiva pastoral y litúrgica, el desarrollo de las exequias, que estos días presencia el mundo entero, dividido en tres estaciones: en la casa, en la Basílica Vaticana y en el lugar de la sepultura.

Aprobado por el Papa en 1998, el Ritual --según aclara en el volumen el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, el arzobispo Piero Marini-- subraya «el carácter pascual de la muerte del discípulo de Cristo». Y es que –aclaran las premisas generales del Ordo--, «en el rito de las exequias la Iglesia manifiesta su fe en la victoria de Cristo resucitado sobre el pecado y la muerte».

«Esta fe es expresada --continúa el texto-- de forma particular en las exequias del Romano Pontífice, que por motivo del ministerio por él ejercido en la Iglesia, ha confirmado en la fe a todos los pastores y a los fieles» (Cf. n.1).

¿Qué respuesta da la Iglesia en Roma y en el mundo al anuncio de la muerte del Papa? «Eleva al Padre --explica el Ordo--, Señor de la vida y de la muerte, una intensa oración de acción de gracias, por el bien que el Pontífice difunto ha realizado a favor de la Iglesia y de la humanidad, de sufragio y de súplica, para que él sea acogido por el Señor en la morada de luz y de paz junto a todos los santos (...)» (Cf. n.2).

También en las oraciones --señalan las premisas del Ritual-- se pide por la Iglesia, para que --«privada del Romano Pontífice»-- se abandone confiadamente «a Cristo, Supremo Pastor, que a ella prometió su perenne presencia y asistencia».

Y se rinde «el debido honor» «al cuerpo del Sumo Pontífice difunto» --«que con los sacramentos de la iniciación cristiana se convirtió en templo del Espíritu Santo y con el sacramento de la Ordenación Episcopal se dedicó totalmente al servicio del pueblo de Dios»--, «sobre todo por motivo de la fe en la vida eterna y en la resurrección de la carne» (Cf. n.4).

Esto se hace en momentos significativos, como en la verificación de la muerte, en la exposición de los restos mortales en la Casa Pontificia, en su solemne traslación a la Basílica Vaticana, en la colocación en el féretro, en la Misa exequial con la última recomendación y la despedida, en la traslación al sepulcro y en la inhumación.
ZS05040703

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Nueve días de luto por el Papa


CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 7 abril 2005 (ZENIT.org).- El arzobispo Piero Marini, maestro de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, publicó este jueves el programa de los nueve días de luto oficial por el difunto Juan Pablo II..

«Según una antigua costumbre durante nueve días consecutivos tienen lugar celebraciones eucarísticas particulares en sufragio por el Romano Pontífice fallecido, a partir de la Misa de exequias, fijada por la Congregación de los Cardenales», explicó el prelado aclarando el sentido de estos días llamados «novendiali».

«Cada día la celebración está abierta a todos. Sin embargo, está confiada cada día a un grupo diverso, según sus lazos con el Pontífice Romano --aclaró el arzobispo--. Esta variedad de asambleas muestra de alguna manera tanto el ámbito del ministerio del Pastor supremo como la universalidad de la Iglesia de Roma».

«La Misa de exequias del difunto Pontífice Romano Juan Pablo II se celebrará el 8 de abril de 2005 a las 10 horas en la Plaza de San Pedro, mientras en la Basílica vaticana, del 9 al 16 del mismo mes proseguirán las celebraciones de los "novendiali", en sufragio del Papa difunto».

Este es el programa:


--Primer día: Misa de exequias.

--Segundo día: Sábado, 9 de abril, 17 horas: Fieles de la Ciudad del Vaticano.

La concelebración estará presidida por el cardenal Francesco Marchisano, arcipreste de la patriarcal Basílica Vaticana.

--Tercer día: Domingo, 10 de abril, 17 horas: La Iglesia de Roma.

La concelebración estará presidida por el cardenal Camillo Ruini, vicario general para la diócesis de Roma y concelebrada por el clero de Roma.

--Cuarto día: Lunes, 11 de abril, a las 17 horas: Los Capítulos de las basílicas patriarcales.

La concelebración estará presidida por el cardenal Bernard Francis Law, arzobispo emérito de Boston, arcipreste de la basílica patriarcal de Santa María Mayor.

--Quinto día: Martes, 12 de abril, a las 17 horas: Capilla Papal.

La concelebración estará presidida por el cardenal Eugenio de Araújo Sales, arzobispo emérito de Río de Janeiro, protopresbítero del colegio cardenalicio.

--Sexto día: Miércoles, 13 de abril, a las 17 horas: Curia Romana

La concelebración estará presidida por el arzobispo Leonardo Sandri, sustituto para Asuntos Generales de la Secretaría de Estado.

--Séptimo día: Jueves, 14 de abril, a las 17 horas: Iglesias Orientales.

La Liturgia Divina, en rito oriental, estará presidida por Su Beatitud el cardenal Pierre Nasrallah Sfeir, patriarca de Antioquia de los Maronitas.

--Octavo día: Viernes, 15 de abril, a las 17 horas: Miembros de los Institutos de Vida Consagrada y de las Sociedades de Vida Apostólica.

La concelebración estará presidida por el arzobispo Piergiorgio Silvano Nesti, C.P., emérito de Camerino-San Severino Marche, secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.

--Noveno día: Sábado, 16 de abril, a las 17 horas: Capilla Papal.

La concelebración estará presidida por el cardenal Jorge Arturo Medina Estévez, prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, protodiácono del Colegio Cardenalicio.
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Muerte del Papa, inesperada ocasión para evangelizar, según el padre Cantalamessa
Habla el encargado de dirigir una exhortación a los cardenales en cónclave

CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 7 abril 2005 (ZENIT.org).- El padre Raniero Cantalamessa, O.F.M.Cap., que junto al cardenal Tomas Spidlik, S.I., dirigirán dos meditaciones a los cardenales reunidos en cónclave, considera que estos momentos que vive la Iglesia con la muerte de Juan Pablo II son una oportunidad única para la evangelización.

El predicador de la Casa Pontificia durante estos años, ante el eco mundial que ha suscitado, considera que «hay dos niveles de interpretación».

«Uno lo vemos en lo que nos rodea, en los medios de comunicación --explica a los micrófonos de «Radio Vaticano»--. Es bueno, nos agrada, pero corre el riesgo de detenerse en lo que es un "plus" en el ministerio del Papa, no es esencial, es decir el papel que ha desempeñado en los asuntos del mundo».

«Para nosotros, el Papa es esencialmente un testigo de Cristo, es el vicario de Cristo, es decir el que predica a Cristo y da testimonio de El. Quizá convendría subrayar en este momento justamente esta dimensión del Papa como hombre de fe, de oración y varón de dolores», concluye.

Ante los testimonios que recogen los medios de comunicación sobre el redescubrimiento de la fe por parte de muchas personas, en particular jóvenes, el padre Cantalamessa reconoce: «en esto se ve la fecundidad del sufrimiento».

«He pensado siempre --en los últimos días, cuando se discutía mucho sobre la situación del Papa, sumido en la impotencia por la enfermedad-- que ésta era la fase más rica y fecunda de su vida. Y me parece que esta respuesta, tan fuerte, tan unánime y espontánea, es fruto justamente, en buena parte, del sufrimiento».

«Un hombre así es una imagen viva de Cristo, sin ni siquiera la mediación de las palabras --aclara--. Cobra realidad la gran ley formulada por san Pablo: “Si sufrimos con El, con El seremos también glorificados”. Pero esto sólo se percibe mediante la fe».

Para el fraile capuchino el núcleo del mensaje de este Papa es «¡No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo!».

«Se veía, en su capacidad de concentración y de oración, que era un hombre profundamente unido con Dios --añade--. Ciertamente luego todo esto tiene una repercusión evangelizadora, porque lo que estamos viendo en estos días es una inesperada ocasión de evangelizar».

«Todo este afecto, este movimiento tan conjunto, es un testimonio dirigido a Cristo, porque todos saben que el Papa lo representa. Y esto nos agrada profundamente», confiesa.

El mensaje póstumo del Papa fue un llamamiento a la humanidad para que acoja el misterio de la Misericordia Divina.

«Es muy hermoso porque toda su “campaña”, que ha sido tan pronunciada, en favor de la ética, del sentido del deber, del respeto de los valores humanos, de la vida... creo que toda ella está recubierta por este mensaje que ha dado el Papa de la Misericordia de Dios».

«Como para recordarnos que más allá de todo, estarán siempre los brazos de la misericordia de Dios para todas nuestras equivocaciones humanas», concluye.
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Escogidos los dos predicadores que exhortarán al cónclave
El padre Cantalamessa y el cardenal Spidlik

CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 7 abril 2005 (ZENIT.org).- La congregación general de los cardenales escogió este jueves a los dos predicadores que deberán exhortar al cónclave, el padre Raniero Cantalamessa, O.F.M.Cap., y el cardenal Tomas Spidlik, S.I.

Se trata de una decisión que Juan Pablo II había encomendado a los cardenales en la constitución apostólica «Universi Dominici Gregis», en la que se establecen las normas para la Sede vacante, publicada en 1996.

En el número 13, el Santo Padre encargaba a la congregación de los cardenales «confiar a dos eclesiásticos de clara doctrina, sabiduría y autoridad moral, el encargo de predicar a los mismos cardenales dos ponderadas meditaciones sobre los problemas de la Iglesia en aquel momento y la elección iluminada del nuevo Pontífice».

Según anunció un comunicado de prensa distribuido por la Santa Sede, el padre Cantalamessa, intervendrá el jueves 14 de abril en el curso de la congregación general matutina.

Asimismo, el cardenal Spidlik hablará a los cardenales el lunes 18 de abril en la Capilla Sixtina.

Raniero Cantalamessa, franciscano capuchino, fue ordenado sacerdote en 1958. Doctor en Teología y en Literatura, fue profesor de Historia de las origines cristianas en la Universidad católica de Milán y Director del instituto de ciencias religiosas. Miembro de la Comisión Teológica Internacional de 1975 hasta 1981. Recibió el bautismo en el Espíritu en 1977 y en 1979 dejó la enseñanza académica para dedicarse enteramente al servicio de la Palabra de Dios. En 1980 fue nombrado Predicador de la Casa Pontificia.

El cardenal Spidlik, nacido en Moravia (República Checa), el 17 de diciembre de 1919, tuvo que abandonar los estudios de filosofía durante la ocupación nazi ser obligados a realizar trabajos forzados. En 1940 entró en el noviciado de la Compañía de Jesús en Benesov (Praga).

En 1947 estudió teología en Maastricht (Holanda) y en 1949 fue ordenado sacerdote. Predicó los ejercicios espirituales al Papa y a la Curia Romana en 1995. En círculos vaticanos se considera que Juan Pablo II apreciaba mucho sus consejos y posiciones en cuestiones ligadas al ecumenismo y la espiritualidad cristiana oriental.

En Roma vive en el Centro Aletti, foco cultural con el que mantiene contactos con hombres de religión y cultura del Este de Europa.
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Un telefilme muestra cómo Karol Wojtyla fue preparado para ser Juan Pablo II
Se presentará este 14 de abril en el Vaticano

CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 7 abril 2005 (ZENIT.org).- Un telefilme, que se presentará en la tarde del 14 de abril en el Aula Pablo VI del Vaticano, explica cómo el pasado polaco de Karol Wojtyla fue preparado para convertirse en Juan Pablo II.

La miniserie, que será transmitida por primera vez en Italia el 18 y el 19 de abril por «Canale 5» (si no tiene lugar en esos momentos el anuncio del nuevo Papa), se basa en una obra del periodista italiano Gianfranco Svidercoschi, amigo de Juan Pablo II, y lleva por título «Karol, un hombre convertido en Papa» («Karol, un uomo diventato Papa»).

Svidercoschi, colaborador del diario romano «Il Tempo», ex subdirector de «L'Osservatore Romano», explica a Zenit: «Desde el inicio comprendí que en los años polacos de Karol Wojtyla estaba el secreto de este pontificado. Lo entendí todavía mejor cuando, en 1996, hice con el Papa e libro "Don y misterio", con motivo de los cincuenta años de su sacerdocio».

«Entonces también comprendí mejor a este Papa. En aquel libro había una frase que decía algo así: "he conocido desde dentro el nazismo y después el comunismo, es decir, los campos de exterminio y los campos de concentración y los gulags… De este modo se puede comprender mi sensibilidad por la causa de la persona humana y por sus derechos"».

«Todos los Papas del siglo XX hablaron contra la guerra y a favor de los derechos del hombre, pero quizá ninguno lo hizo con el conocimiento de causa de Juan Pablo II. Vivió en primera persona dos totalitarismos del siglo pasado», explica Svidercoschi.

«De hecho, la película comienza con el estallido de la segunda guerra mundial, el 1 de septiembre de 1939, la invasión de Polonia --recuerda--. Entonces Karol Wojtyla escapa con su padre a pie hacia e Este, huyendo de los nazis. Al llegar al río San, vieron a los soldados polacos que les dijeron: "¡volved, volved, pues están llegando los soviéticos!».

«Por este motivo, cuando hablaba de paz se convirtió en un testigo tan creíble, y por este motivo su pontificado se ha caracterizado por la defensa de la dignidad de la persona humana, de los derechos del hombre. Para comprender su pontificado hay que comprender lo que vivió en Polonia», insiste el periodista.

El guión de la película se basa fundamentalmente en el trabajo que Svidercoschi había realizado para sugerir a Juan Pablo II los capítulos del libro «Don y misterio».

«No hice como Vittorio Messori, que escribió las preguntas para el libro "Cruzando el umbral de la esperanza". De hecho, escribí una especie de guión para que el Papa recordara aquellos años. Por ejemplo, narraba como en una mañana de otoño del 1943, Karol Wojtyla con zuecos en los pies, atravesó Cracovia para ir a ver al rector del seminario y decirle: "quiero ser sacerdote". Entonces le preguntaba: "Santidad, ¿Por qué decidió ser sacerdote?". Y el Papa responde en el libro».

Al final se decidió publicar sólo lo que había escrito el Papa, dejando a un lado las introducciones de contexto. Por este motivo, Juan Pablo II en la introducción agradecía la ayuda de Svidercoschi. La Secretaría de Estado del Vaticano pidió al periodista que lo presentara a la prensa.

La película ha sido realizada por «Tau 2 Film» del productor Pietro Valsecchi. El arzobispo Stanislaw Dziwisz, secretario del Papa, que ya ha visto y apreciado algunos pasajes, había pedido al padre Pawel Ptasznik, responsable de la sección polaca de la Secretaría de Estado del Vaticano, quien ha preparado la forma de presentación del último libro de Juan Pablo II «Memoria e identidad» que viera la película y sugiriera modificaciones si eran necesarias. Esta revisión no implica una aprobación oficial del Vaticano.

Los actores son sobre todo polacos e italianos. El personaje de Karol Wojtyla lo interpreta el actor polaco Piotr Adamczyk.
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Entrevista



El cardenal de Chicago confiesa su conmoción al ver los peregrinos en Roma
Francis Eugene George hace un balance de este pontificado

ROMA, jueves, 7 abril 2005 (ZENIT.org).- El cardenal Francis Eugene George, arzobispo de Chicago, uno de los 117 electores que participarán en el cónclave que se encuentra en Roma, está convencido de que Juan Pablo II cambió al pueblo estadounidense, y especialmente los jóvenes católicos, después de la primera visita del difunto pontífice.

--¿Se han sorprendido los cardenales de estas multitudes desbordantes que han venido a despedirse del Papa y de las emociones que expresan?

--Cardenal George: Estamos muy impresionados. Intento buscar una explicación a su popularidad --en el sentido de que tocó a la gente y esto es siempre lo que se ha dicho--. Al mismo tiempo me pregunto: ¿cómo podía este hombre decir ciertas cosas a la gente --como que tú no debes mantener relaciones sexuales antes del matrimonio, etc., que por supuesto nos vienen del Señor y no del Papa? ¿Cómo podía ser tan popular si la gente no las observa?

La razón es que era un hombre íntegro y que predicaba el Evangelio sin temor. Incluso cuando tú no obedeces al Evangelio, cuando estas bloqueado, aunque sigas tu propio camino de pecaminosidad, sabes que es verdad. Este hombre no sólo tuvo el valor de decirlo sino de vivirlo tan completamente que yo estoy emocionado más que sorprendido. Pero es sorprendente, en sí, ver toda esta afluencia de gente.

--¿Ha cambiado su percepción de la Iglesia y de su lugar en el mundo?

--Cardenal George: No creo. Lo que me dice es que no debemos tener miedo, como siempre dijo el Papa, porque al final el Espíritu trabaja en la vida de la gente, y deberíamos confiar en esto y tener el valor para seguir adelante.

--¿Cuál cree que ha sido el impacto de este Papa en los Estados Unidos?

--Cardenal George: La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Denver tuvo un impresionante impacto en Denver y en los Estados Unidos, y realmente cambió la pastoral juvenil en muchas diócesis, especialmente las más pequeñas, porque de repente descubrieron que formaban parte de esta enorme, enorme Iglesia, aunque vinieran de pueblos en los que no hay más que 17 adolescentes católicos que no tenían idea de lo que era la Iglesia, o de lo que ésta significaba, antes de este encuentro. La JMJ, como experiencia, tuvo un impacto enorme.

Más allá de esto, en cada una de sus logradas visitas se ha quedado con nosotros. Su enseñanza fue y es un constante desafío porque era capaz de relanzarla en un modo que muy diferente al acostumbrado lenguaje dogmático, era experiencial.

En realidad, tuvo la influencia en Estados Unidos que tuvo en todas partes ¡porque es el Papa! Pero dado que nosotros tenemos más problemas sobre algunas enseñanzas de la Iglesia que otros, él fue quizás mas desafiado allí.

--¿Quiere decir que más que llamarlo «conservador» habría que llamarlo radical?

--Cardenal George: La fe es siempre radical y era un hombre de fe, y fue ciertamente un lanzador de desafíos. Desafió al «status quo», si se quiere decirlo en términos políticos, por eso puedes llamarlo radical, pero en realidad era simplemente la fe personificada de muchos modos.
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Cristo, el secreto de Juan Pablo II
Entrevista al obispo Demetrio Fernández González

TARAZONA, (ESPAÑA), jueves, 7 abril 2005 (ZENIT.org).- El secreto de Juan Pablo II ha sido la persona de Cristo, asegura monseñor Demetrio Fernández, obispo de Tarazona, quien constata que le puso «continuamente en el centro de todo su Magisterio».

Monseñor Fernández es uno de los últimos obispos nombrados por Juan Pablo II. Estudió en los Seminarios de Toledo y Palencia y se doctoró en Roma en la Universidad Pontificia Salesiana, bajo la dirección del profesor Angelo Amato, sdb y ahora secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

En esta entrevista concedida a Zenit explica algunos de los argumentos que ha afrontado en «Cristocentrismo de Juan Pablo II», título de su libro publicado por el Instituto Teológico de San Ildefonso de Toledo (España) cuyo correo electrónico es publicaciones@itsanildefonso.com.

--Juan Pablo es cristocéntrico. ¿Qué quiere decir y qué lugar ocupan entonces el Padre y el Espíritu en su espiritualidad?

--Monseñor Fernández: El Papa pone continuamente en el centro de todo su Magisterio la persona de Cristo, el Verbo hecho carne. Le gusta citar con frecuencia este precioso texto conciliar: «El misterio del hombre sólo se ilumina a la luz del misterio del Verbo encarnado. Porque, por su encarnación, el Hijo de Dios se ha unido de alguna manera con cada hombre […] y ha desvelado el misterio del hombre al propio hombre» (GS 22). Esta cita aparece miles de veces, directa o indirectamente, en el Magisterio de Juan Pablo II. Puede decirse que es como el «tema musical» de toda su doctrina, de donde parte y a donde vuelve continuamente.

La persona del Padre eterno aparece como el origen de todo bien, es el Dios que nos revela Jesucristo como Padre, para hacernos a nosotros hijos suyos. Es el Dios rico en misericordia, cuyo corazón ha quedado abierto de par en par en el Corazón traspasado de Cristo en la Cruz, donde Dios manifiesta un amor más grande que el pecado y que la muerte, un amor a la medida de Dios, un amor de misericordia. Jesucristo es la imagen perfecta de ese Dios invisible, que ha venido a buscar a los pecadores, como el buen pastor busca su oveja perdida, dando la vida por ella.

El Espíritu Santo es el Don de amor, que el Padre y el Hijo se intercambian en el seno de la Trinidad, y que ha sido derramado en nuestros corazones, para que podamos clamar: Abba, Padre. Ese Espíritu ha brotado a borbotones del costado de Cristo en la Cruz, y brota continuamente de Cristo resucitado para su Iglesia. El Espíritu santo es el que convence al mundo de quién es Jesucristo, el Hijo de Dios, y de hasta dónde llega el amor misericordioso de Dios para el hombre.

Este es el Papa que nos ha hablado de Cristo con el ardor del apóstol Pablo. Ha recorrido todos los caminos del mundo para llevar la buena noticia de Cristo, redentor del hombre. Ha sembrado la esperanza en el corazón de muchos, disipando todo temor: «No tengáis miedo. Abrid de par en par las puertas a Cristo».

--Usted ha contado que usted se encontró en 1979 con el Papa y le recomendó que fuera fiel a los Concilios de Nicea y Calcedonia. ¿Ha influido en su vida esta sugerencia de Juan Pablo II?

--Monseñor Fernández: Sí, mucho. En aquel momento en que Juan Pablo II comenzaba su ministerio como Papa, le vi preocupado por la transmisión de la fe cristiana en su integridad, y más concretamente por la transmisión del misterio de Cristo, sin los reduccionismos de moda.

La fidelidad a Nicea (a. 325) supone el anuncio de que Jesucristo es Dios, sin atenuantes. Sólo porque es Dios puede divinizarnos en su obra redentora. Cualquier reducción en este sentido, reduciría gravemente el don de Dios a los hombres en Jesucristo.

Y la fidelidad a Calcedonia (a. 453) supone afirmar plenamente la humanidad íntegra de Cristo, la que ha tomado de María Virgen, la Madre de Dios, haciéndose semejante en todo a nosotros, sin pecado.

--En su libro, usted argumenta que el pensamiento teológico del Papa es fruto del Concilio Vaticano II. En cambio, en ocasiones se ha criticado a este pontificado por no haber actualizado el Concilio. ¿Cómo se articulan las dos cosas?

--Monseñor Fernández: Monseñor Wojtyla fue uno de los artífices de «Gaudium et spes», la constitución pastoral que marca la relación de la Iglesia con el mundo. Y todo el pontificado de Juan Pablo II está marcado por esta orientación: su antropología cristocéntrica, la colocación del hombre en el centro de la cuestión social, sus gestos de acercamiento a todo hombre, sea de la religión y de la ideología que sea, el trabajo en favor de la paz, su doctrina sobre el matrimonio y la familia, la defensa de la vida en todas sus etapas, el diálogo con la cultura contemporánea, etc.

La invitación continua a la santidad de todo hombre, proponiéndonos ejemplos contemporáneos, e invitándonos a mirar a Cristo, para partir de Cristo en todo camino que recorra la Iglesia. Éstas, entre otras, son orientaciones del Vaticano II, que Juan Pablo II ha desarrollado en su ministerio de Sucesor de Pedro.

--Hablemos de usted: nació en la localidad de nombre Puente del Arzobispo. ¿Intuyó alguna vez de pequeño que acabaría siendo obispo?

--Monseñor Fernández: No, en absoluto. Mi pueblo fue fundado en 1383 por el arzobispo de Toledo don Pedro Tenorio, que construyó un puente para los peregrinos a Guadalupe-Cáceres, en la archidiócesis de Toledo, y ha tenido siempre en el arzobispo de Toledo el referente de su fundador. Desde niño pensé y me atrajo la idea de ser sacerdote, ser cura como el cura de mi pueblo. Nunca pensé que llegara a ser obispo.

--Ha sido nombrado obispo hace poco: ¿cuál cree que es el denominador común de los obispos que ha nombrado Juan Pablo II, si es que es posibles indicar una característica?

--Monseñor Fernández: No sé cuáles han sido los criterios para la elección de obispos durante este pontificado. Me supongo que habrán buscado candidatos que hayan tenido una rica experiencia ministerial como sacerdotes, que vivan con gozo su ministerio, que sean fieles al Magisterio en el campo doctrinal, que vivan en sus vidas el amor a la Iglesia y promuevan la comunión eclesial donde se encuentren, y que sientan la pasión de evangelizar, al estilo de san Pablo, hasta desgastar su vida por el Evangelio. Testigos de Jesucristo, por una experiencia profunda de trato con él, intentando vivir como vivió él. Todo ello podría resumirse en una frase de Juan Pablo II, que sean «sacerdotes de cuerpo entero».
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