Para determinar el papel que juegan los medios de comunicación respecto
al fomento de la verdadera paz debemos penetrar en el sentido de estos
dos conceptos: responsabilidad y paz.
Por responsabilidad se entiende la capacidad de responder
positivamente a la llamada de los valores más elevados y responder de
las consecuencias de tal respuesta. Un joven responde a la oferta de
amor que le hace una joven, o viceversa, y se decide a crear un hogar
con ella. Una vez que ha respondido a la llamada del valor que
encierra el amor conyugal, debe luego responder del hogar que va
a crear en virtud del mismo.
Los valores nos apelan -nos llaman- porque no sólo existen sino se
hacen valer; piden ser realizados. No se imponen, pero se
muestran como imponentes, es decir, relevantes, fecundos para la
vida.
Dado que –según la más cualificada Biología actual- vivimos como
personas y nos desarrollamos como tales al encontrarnos, consideramos
valioso cuanto nos permite realizar encuentros. Pero el encuentro se
lleva a cabo en el nivel 2, el nivel de las realidades que no son
objetos sino “ámbitos” -obras culturales, personas, instituciones…- y
exigen una actitud de respeto, estima y colaboración, no en el nivel
1, el nivel del manejo egoísta de objetos o de realidades superiores
reducidas a condición de utensilios, de medios para un fin. El nivel
2 es el nivel del encuentro, la creatividad, la realización de
valores. Para responder a la llamada de los valores y ser responsables,
debemos adoptar la conducta propia de dicho nivel*.
Los valores y la responsabilidad
Si un periodista crea un clima favorable a los valores, al encuentro, a
la vida creativa, está fomentando la responsabilidad. De lo contrario,
prepara el terreno a la irresponsabilidad. El que colabora a formar un
clima social de hedonismo -actitud egoísta que sólo pretende satisfacer
las propias apetencias- invita a las gentes a moverse en el nivel 1,
nivel de insensibilidad para los valores más elevados. En la misma
medida no fomenta la responsabilidad, sino la irresponsabilidad.
Lamentablemente, los periodistas no se esfuerzan a veces por plantear
las cuestiones de forma radical. Piensan que ahondar en los temas es
antiperiodístico. Debido a ello, fomentan actitudes irresponsables. Por
ejemplo, organizan espectáculos para ayudar a los drogadictos –acción
noble a todas luces- y, al mismo tiempo, fomentan en sus programas una
mentalidad hedonista, con lo cual promueven el uso de drogas, que
es un vértigo, un proceso espiritual impulsado por la actitud egoista,
de la que procede el hedonismo, el afán de acumular sensaciones
placenteras.
Para resolver un problema adecuadamente, debemos analizarlo en su raíz.
Este tipo de análisis nos descubre que, si queremos ser responsables,
debemos cultivar la sensibilidad para los valores y la capacidad de
sacrificio, entendido éste como la disposición a renunciar a valores
inferiores para conseguir valores superiores. Entonces nos percatamos de
que sólo se fomenta la responsabilidad si no se suscita la entrega a lo
más fácil, lo superficial, lo inmediatamente gratificante. Es lástima
que los periodistas antes aludidos no ahonden en estas cuestiones,
porque la superficialidad los hace incoherentes, y dejan de hacer todo
el bien que ellos sin duda desean realizar.
Por falta de hondura en el tratamiento de los problemas, hay quienes
afirman en los medios que los malos tratos en la vida doméstica –que
tanto nos abochornan y duelen en la actualidad- son algo “puramente
irracional, incomprensible”. Se ahorran con ello el esfuerzo de buscar
las causas. Si conocieran la teoría de los niveles de realidad y
de conducta, sabrían que los malos tratos se dan en el nivel
-2, al que se llega con cierta facilidad cuando se vive sólo en el
nivel 1, el del egoísmo y el manejo de todas las realidades del
entorno para provecho propio.
La paz y la verdadera tolerancia
Algo semejante sucede con la paz. Se entiende, a menudo, la paz como la
mera falta de conflictos externos. Por eso se dice con frecuencia que
“hay que ser tolerantes a fin de conseguir la paz”. De ahí la debilidad
ante ciertos abusos. Lo grave es que se malentiende la tolerancia
como permisividad, olvidando que la permisividad no encierra
valor alguno porque está inspirada por la indiferencia respecto
al bien de aquellos a quienes se tolera todo. Un conocido escritor
afirmó en una entrevista televisiva que fue siempre muy tolerante con
sus hijas y les dejó actuar con absoluta libertad. Se refería a la
“libertad de maniobra”, la posibilidad de hacer en cada momento lo que
más apetece. Un día, una de las hijas sorprendió al padre con esta
indicación: “Mi hermana y yo estamos esperando que nos pongas un límite
de tiempo para volver a casa por las noches”. El padre se quedó mudo de
sorpresa. La hija continuó: “Nuestras amigas tienen una hora tope y
saben lo que deben hacer. ¡Nosotras estamos como en vacío!” Lo que
sucedía a estas jóvenes es que sentían la vaciedad de la mera “libertad
de maniobra”, y querían empezar a vivir con “libertad creativa”.
Esta anécdota tiene cierta afinidad con lo que le sucedió a un famoso
compositor contemporáneo. Estaba ensayando una de sus obras de
vanguardia con una buena orquesta japonesa. Al llegar a cierto momento,
la partitura ofrecía un espacio en blanco, y el compositor indicó a los
músicos que durante unos minutos tocaran lo que quisieran. Ellos se
quedaron perplejos, con los instrumentos abatidos sobre sus rodillas.
“¡Siéntanse libres!”, agregó enérgico el director, pero ellos siguieron
mirando hacia él, impávidos. Más tarde, me comentó el compositor mismo,
desconsolado: “Está visto que las gentes de hoy se niegan a ser libres”.
“En este caso –le respondí yo- pienso que no se negaron a ser libres,
sino a reducir la libertad creativa –la verdadera libertad
humana- a mera libertad de maniobra –que no es sino una condición
para alcanzar la verdadera libertad”. Esta forma de libertad –la
creativa- se da en el nivel 2; la otra –la de maniobra- acontece
en el nivel 1.
Eso ocurre, asimismo, con la paz, que es un tipo de sosiego profundo que
se logra cuando creamos verdaderas relaciones de encuentro y vinculamos
fecundamente la libertad y las normas, la independencia y la
solidaridad. Sólo entonces sentimos armonía interior, equilibrio y, por
tanto, paz. Esta armonía sólo es posible en el nivel 2, el de la
creatividad y la generosidad.
La libertad creativa y la fundación de unidad
Al interpretar una obra polifónica, los cantores se ven envueltos en
estructuras que ellos mismos contribuyen a crear: conjuntos melódicos,
armónicos, contrapuntísticos... Ellos se sienten ob-ligados a
tales estructuras, les son fieles, acomodan su actividad a sus
exigencias, pero no se ven coaccionados sino perfectamente
libres, colmados, rebosantes de dinamismo, belleza y unidad. Crear
estructuras valiosas une entre sí a quienes colaboran con un tipo de
unidad activa, dinámica, sumamente flexible.
Algo similar ocurre con otros tipos de estructuras, por ejemplo las
políticas. Uno debe ser fiel a su patria chica, como el cantor lo es a
la melodía que interpreta. Pero, al mismo tiempo, ha de avivar su
sensibilidad para atemperarse a las otras regiones de su patria y crear
entre todos los ciudadanos una espléndida armonía, que es siempre fruto
de una total independencia y una perfecta solidaridad. El nacionalismo,
cuando se lo entiende como exaltación de lo propio y desprecio de lo
distinto, visto como externo y extraño, responde a una quiebra de la
capacidad creativa. Se mueve en el nivel 1, no en el 2. Por eso
tiende a oponer la fidelidad al propio terruño y la lealtad a la nación
en que se halla vitalmente inserto.
Es sumamente grave la tendencia actual a plantear todas las cuestiones
de la vida por vía de enfrentamiento. En vez de discutir
para buscar la verdad en común, se disputa para vencer al
adversario ideológico. Con ello, los contrastes se convierten en
dilemas. En pintura, el rojo y el verde se contrastan,
pero no se oponen; más bien se complementan y matizan. Una forma
semejante de contraposición fecunda debiera darse en la vida social,
pero apenas hay ejemplos de esta madurez en la comunicación. Los
militantes de los partidos políticos no suelen contrastar sus opiniones
con las de sus adversarios; se oponen abruptamente a ellas, con el fin
de hacer valer su opinión y exaltar su imagen ante el público. Esta
tendencia a la escisión implica falta de creatividad. El "otro" es visto
como el enemigo a batir, un ser externo, extraño y hostil. Tal
reduccionismo ha sido siempre preludio de la violencia. Por eso, enseñar
a los niños y jóvenes a convertir, cuando sea posible, las
oposiciones en contrastes mediante el ejercicio de la
creatividad es la mejor formación para la paz.
La creatividad y la paz
Los profesores que, desde la perspectiva de su área, descubren a sus
alumnos la necesidad y la posibilidad de vivir creativamente están
poniendo las bases de una sólida educación para la convivencia y la paz,
pues los conflictos han de ser resueltos por vía de elevación,
uniéndose en proyectos comunes que suscitan entusiasmo. En este sentido,
conviene recordar que nada nos une más a los seres humanos que hacer el
bien en común, aunar energías para resolver grandes tareas. Este tipo de
colaboración se da cuando hay impulso creativo, capacidad y voluntad de
crear formas elevadas de unidad. De ahí la necesidad de no quedarse en
lo inmediato sino elevar la mirada hacia algo que supera nuestra
estatura y nos beneficia a todos.
Una vez más descubrimos que, si pensamos con la debida hondura, los
grandes temas de la vida se conectan entre sí y remiten unos a otros. La
educación para la paz suscita el tema de la solidaridad, la tolerancia,
el encuentro, la creatividad, el pensamiento riguroso, la creación de
"estructuras" o tramas de vida comunitarias... Por esta profunda razón
insisto tanto en la necesidad de aprender a pensar con rigor y vivir de
forma creativa como base para llevar a cabo un auténtico proceso
formativo. El pacifismo verdadero se asienta en el respeto al ser
humano, visto en todo su alcance y dignidad. Quienes reducen esta
dignidad y ese alcance ponen una de las condiciones básicas para la
agresión. Insistamos en esto: para atacar implacablemente a alguien
hay que reducirlo primero a mero obstáculo en el camino. Si se lo
toma como persona, como un haz de relaciones cálidas, comprometidas,
creadoras de ámbitos de convivencia, el ímpetu agresivo se inhibe en
buena medida. Esto nos permite ganar una clave de orientación muy
fecunda: el que sea reduccionista y entienda la libertad creativa
como mera libertad de maniobra, y reduzca el amor humano a mera
pasión, y el lenguaje a mero medio de manipulación y dominio…es un
generador de violencia. El que sea respetuoso con la persona humana, la
estime debidamente y colabore con ella a crear diversos modos de
encuentro es un sembrador de paz, una persona responsable en el sentido
más constructivo de la palabra.
Educar para la paz, en todos los niveles y aspectos de la vida, equivale
a formar para la tolerancia y la solidaridad. La meta de
este aspecto de la formación no se reduce a evitar conflictos,
sino a crear modos valiosos de unidad. Vivir en paz significa más
que carecer de enfrentamientos. Implica, positivamente, fundar armonía,
equilibrio, colaboración. El fruto de esta vida armónica es la felicidad
y la belleza. Nos lo hace ver espléndidamente Juan Sebastián Bach en el
versículo "Et in terra pax" del Gloria de su gran Misa en Si
menor. Nos envuelve en una atmósfera de paz que supera años luz la
mera falta de colisiones. Es un ambiente de serenidad inefable, transido
de un dinamismo vibrante en el cual los elementos expresivos se
entreveran y andan a porfía en la creación de armonía, por tanto de
belleza y expresividad.
Hay paz cuando se crean entre diversas personas modos de convivencia
estables y fecundos. Esos modos de convivencia son estructuras
que marcan un cauce de acción, que, por una parte, limita en cierta
medida nuestra libertad de maniobra y, por otra, promueve al
máximo nuestra libertad creativa. Lo expresa certeramente H.
Christof Günzl: "La meta de la política de paz (…) consiste en
transformar las contraposiciones peligrosas en tensión creadora y dar,
así, origen a un movimiento de progreso"**. Esa conversión de las
oposiciones en contrastes acontece en el nivel 2, por ser el
lugar por excelencia de la creatividad. Situar la vida en el nivel 2
y fundamentarla en el nivel 3 -el de la opción incondicional por
los grandes valores: unidad, verdad, bondad, justicia, belleza- es poner
las bases de una vida auténticamente responsable y pacífica.
*Una descripción amplia de los cuatro niveles positivos y los cinco
negativos se halla en mi obra La defensa de la libertad en la era de
la comunicación, PPC, Madrid 2004.
**Neue Politik aus neuem Denken. Schritte der Annäherung an eine
politische Philosophie, M. Tröstler, Linz 1977, p. 112.
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