La responsabilidad de los medios en el fomento de la paz
 

Alfonso López Quintás
De la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas



Para determinar el papel que juegan los medios de comunicación respecto al fomento de la verdadera paz debemos penetrar en el sentido de estos dos conceptos: responsabilidad y paz.

Por responsabilidad se entiende la capacidad de responder positivamente a la llamada de los valores más elevados y responder de las consecuencias de tal respuesta. Un joven responde a la oferta de amor que le hace una joven, o viceversa, y se decide a crear un hogar con ella. Una vez que ha respondido a la llamada del valor que encierra el amor conyugal, debe luego responder del hogar que va a crear en virtud del mismo.

Los valores nos apelan -nos llaman- porque no sólo existen sino se hacen valer; piden ser realizados. No se imponen, pero se muestran como imponentes, es decir, relevantes, fecundos para la vida.

Dado que –según la más cualificada Biología actual- vivimos como personas y nos desarrollamos como tales al encontrarnos, consideramos valioso cuanto nos permite realizar encuentros. Pero el encuentro se lleva a cabo en el nivel 2, el nivel de las realidades que no son objetos sino “ámbitos” -obras culturales, personas, instituciones…- y exigen una actitud de respeto, estima y colaboración, no en el nivel 1, el nivel del manejo egoísta de objetos o de realidades superiores reducidas a condición de utensilios, de medios para un fin. El nivel 2 es el nivel del encuentro, la creatividad, la realización de valores. Para responder a la llamada de los valores y ser responsables, debemos adoptar la conducta propia de dicho nivel*.

Los valores y la responsabilidad

Si un periodista crea un clima favorable a los valores, al encuentro, a la vida creativa, está fomentando la responsabilidad. De lo contrario, prepara el terreno a la irresponsabilidad. El que colabora a formar un clima social de hedonismo -actitud egoísta que sólo pretende satisfacer las propias apetencias- invita a las gentes a moverse en el nivel 1, nivel de insensibilidad para los valores más elevados. En la misma medida no fomenta la responsabilidad, sino la irresponsabilidad.

Lamentablemente, los periodistas no se esfuerzan a veces por plantear las cuestiones de forma radical. Piensan que ahondar en los temas es antiperiodístico. Debido a ello, fomentan actitudes irresponsables. Por ejemplo, organizan espectáculos para ayudar a los drogadictos –acción noble a todas luces- y, al mismo tiempo, fomentan en sus programas una mentalidad hedonista, con lo cual promueven el uso de drogas, que es un vértigo, un proceso espiritual impulsado por la actitud egoista, de la que procede el hedonismo, el afán de acumular sensaciones placenteras.

Para resolver un problema adecuadamente, debemos analizarlo en su raíz. Este tipo de análisis nos descubre que, si queremos ser responsables, debemos cultivar la sensibilidad para los valores y la capacidad de sacrificio, entendido éste como la disposición a renunciar a valores inferiores para conseguir valores superiores. Entonces nos percatamos de que sólo se fomenta la responsabilidad si no se suscita la entrega a lo más fácil, lo superficial, lo inmediatamente gratificante. Es lástima que los periodistas antes aludidos no ahonden en estas cuestiones, porque la superficialidad los hace incoherentes, y dejan de hacer todo el bien que ellos sin duda desean realizar.

Por falta de hondura en el tratamiento de los problemas, hay quienes afirman en los medios que los malos tratos en la vida doméstica –que tanto nos abochornan y duelen en la actualidad- son algo “puramente irracional, incomprensible”. Se ahorran con ello el esfuerzo de buscar las causas. Si conocieran la teoría de los niveles de realidad y de conducta, sabrían que los malos tratos se dan en el nivel -2, al que se llega con cierta facilidad cuando se vive sólo en el nivel 1, el del egoísmo y el manejo de todas las realidades del entorno para provecho propio.

La paz y la verdadera tolerancia

Algo semejante sucede con la paz. Se entiende, a menudo, la paz como la mera falta de conflictos externos. Por eso se dice con frecuencia que “hay que ser tolerantes a fin de conseguir la paz”. De ahí la debilidad ante ciertos abusos. Lo grave es que se malentiende la tolerancia como permisividad, olvidando que la permisividad no encierra valor alguno porque está inspirada por la indiferencia respecto al bien de aquellos a quienes se tolera todo. Un conocido escritor afirmó en una entrevista televisiva que fue siempre muy tolerante con sus hijas y les dejó actuar con absoluta libertad. Se refería a la “libertad de maniobra”, la posibilidad de hacer en cada momento lo que más apetece. Un día, una de las hijas sorprendió al padre con esta indicación: “Mi hermana y yo estamos esperando que nos pongas un límite de tiempo para volver a casa por las noches”. El padre se quedó mudo de sorpresa. La hija continuó: “Nuestras amigas tienen una hora tope y saben lo que deben hacer. ¡Nosotras estamos como en vacío!” Lo que sucedía a estas jóvenes es que sentían la vaciedad de la mera “libertad de maniobra”, y querían empezar a vivir con “libertad creativa”.

Esta anécdota tiene cierta afinidad con lo que le sucedió a un famoso compositor contemporáneo. Estaba ensayando una de sus obras de vanguardia con una buena orquesta japonesa. Al llegar a cierto momento, la partitura ofrecía un espacio en blanco, y el compositor indicó a los músicos que durante unos minutos tocaran lo que quisieran. Ellos se quedaron perplejos, con los instrumentos abatidos sobre sus rodillas. “¡Siéntanse libres!”, agregó enérgico el director, pero ellos siguieron mirando hacia él, impávidos. Más tarde, me comentó el compositor mismo, desconsolado: “Está visto que las gentes de hoy se niegan a ser libres”. “En este caso –le respondí yo- pienso que no se negaron a ser libres, sino a reducir la libertad creativa –la verdadera libertad humana- a mera libertad de maniobra –que no es sino una condición para alcanzar la verdadera libertad”. Esta forma de libertad –la creativa- se da en el nivel 2; la otra –la de maniobra- acontece en el nivel 1.

Eso ocurre, asimismo, con la paz, que es un tipo de sosiego profundo que se logra cuando creamos verdaderas relaciones de encuentro y vinculamos fecundamente la libertad y las normas, la independencia y la solidaridad. Sólo entonces sentimos armonía interior, equilibrio y, por tanto, paz. Esta armonía sólo es posible en el nivel 2, el de la creatividad y la generosidad.

La libertad creativa y la fundación de unidad

Al interpretar una obra polifónica, los cantores se ven envueltos en estructuras que ellos mismos contribuyen a crear: conjuntos melódicos, armónicos, contrapuntísticos... Ellos se sienten ob-ligados a tales estructuras, les son fieles, acomodan su actividad a sus exigencias, pero no se ven coaccionados sino perfectamente libres, colmados, rebosantes de dinamismo, belleza y unidad. Crear estructuras valiosas une entre sí a quienes colaboran con un tipo de unidad activa, dinámica, sumamente flexible.

Algo similar ocurre con otros tipos de estructuras, por ejemplo las políticas. Uno debe ser fiel a su patria chica, como el cantor lo es a la melodía que interpreta. Pero, al mismo tiempo, ha de avivar su sensibilidad para atemperarse a las otras regiones de su patria y crear entre todos los ciudadanos una espléndida armonía, que es siempre fruto de una total independencia y una perfecta solidaridad. El nacionalismo, cuando se lo entiende como exaltación de lo propio y desprecio de lo distinto, visto como externo y extraño, responde a una quiebra de la capacidad creativa. Se mueve en el nivel 1, no en el 2. Por eso tiende a oponer la fidelidad al propio terruño y la lealtad a la nación en que se halla vitalmente inserto.

Es sumamente grave la tendencia actual a plantear todas las cuestiones de la vida por vía de enfrentamiento. En vez de discutir para buscar la verdad en común, se disputa para vencer al adversario ideológico. Con ello, los contrastes se convierten en dilemas. En pintura, el rojo y el verde se contrastan, pero no se oponen; más bien se complementan y matizan. Una forma semejante de contraposición fecunda debiera darse en la vida social, pero apenas hay ejemplos de esta madurez en la comunicación. Los militantes de los partidos políticos no suelen contrastar sus opiniones con las de sus adversarios; se oponen abruptamente a ellas, con el fin de hacer valer su opinión y exaltar su imagen ante el público. Esta tendencia a la escisión implica falta de creatividad. El "otro" es visto como el enemigo a batir, un ser externo, extraño y hostil. Tal reduccionismo ha sido siempre preludio de la violencia. Por eso, enseñar a los niños y jóvenes a convertir, cuando sea posible, las oposiciones en contrastes mediante el ejercicio de la creatividad es la mejor formación para la paz.

La creatividad y la paz

Los profesores que, desde la perspectiva de su área, descubren a sus alumnos la necesidad y la posibilidad de vivir creativamente están poniendo las bases de una sólida educación para la convivencia y la paz, pues los conflictos han de ser resueltos por vía de elevación, uniéndose en proyectos comunes que suscitan entusiasmo. En este sentido, conviene recordar que nada nos une más a los seres humanos que hacer el bien en común, aunar energías para resolver grandes tareas. Este tipo de colaboración se da cuando hay impulso creativo, capacidad y voluntad de crear formas elevadas de unidad. De ahí la necesidad de no quedarse en lo inmediato sino elevar la mirada hacia algo que supera nuestra estatura y nos beneficia a todos.

Una vez más descubrimos que, si pensamos con la debida hondura, los grandes temas de la vida se conectan entre sí y remiten unos a otros. La educación para la paz suscita el tema de la solidaridad, la tolerancia, el encuentro, la creatividad, el pensamiento riguroso, la creación de "estructuras" o tramas de vida comunitarias... Por esta profunda razón insisto tanto en la necesidad de aprender a pensar con rigor y vivir de forma creativa como base para llevar a cabo un auténtico proceso formativo. El pacifismo verdadero se asienta en el respeto al ser humano, visto en todo su alcance y dignidad. Quienes reducen esta dignidad y ese alcance ponen una de las condiciones básicas para la agresión. Insistamos en esto: para atacar implacablemente a alguien hay que reducirlo primero a mero obstáculo en el camino. Si se lo toma como persona, como un haz de relaciones cálidas, comprometidas, creadoras de ámbitos de convivencia, el ímpetu agresivo se inhibe en buena medida. Esto nos permite ganar una clave de orientación muy fecunda: el que sea reduccionista y entienda la libertad creativa como mera libertad de maniobra, y reduzca el amor humano a mera pasión, y el lenguaje a mero medio de manipulación y dominio…es un generador de violencia. El que sea respetuoso con la persona humana, la estime debidamente y colabore con ella a crear diversos modos de encuentro es un sembrador de paz, una persona responsable en el sentido más constructivo de la palabra.

Educar para la paz, en todos los niveles y aspectos de la vida, equivale a formar para la tolerancia y la solidaridad. La meta de este aspecto de la formación no se reduce a evitar conflictos, sino a crear modos valiosos de unidad. Vivir en paz significa más que carecer de enfrentamientos. Implica, positivamente, fundar armonía, equilibrio, colaboración. El fruto de esta vida armónica es la felicidad y la belleza. Nos lo hace ver espléndidamente Juan Sebastián Bach en el versículo "Et in terra pax" del Gloria de su gran Misa en Si menor. Nos envuelve en una atmósfera de paz que supera años luz la mera falta de colisiones. Es un ambiente de serenidad inefable, transido de un dinamismo vibrante en el cual los elementos expresivos se entreveran y andan a porfía en la creación de armonía, por tanto de belleza y expresividad.

Hay paz cuando se crean entre diversas personas modos de convivencia estables y fecundos. Esos modos de convivencia son estructuras que marcan un cauce de acción, que, por una parte, limita en cierta medida nuestra libertad de maniobra y, por otra, promueve al máximo nuestra libertad creativa. Lo expresa certeramente H. Christof Günzl: "La meta de la política de paz (…) consiste en transformar las contraposiciones peligrosas en tensión creadora y dar, así, origen a un movimiento de progreso"**. Esa conversión de las oposiciones en contrastes acontece en el nivel 2, por ser el lugar por excelencia de la creatividad. Situar la vida en el nivel 2 y fundamentarla en el nivel 3 -el de la opción incondicional por los grandes valores: unidad, verdad, bondad, justicia, belleza- es poner las bases de una vida auténticamente responsable y pacífica.


*Una descripción amplia de los cuatro niveles positivos y los cinco negativos se halla en mi obra La defensa de la libertad en la era de la comunicación, PPC, Madrid 2004.

**Neue Politik aus neuem Denken. Schritte der Annäherung an eine politische Philosophie, M. Tröstler, Linz 1977, p. 112.