Boletín del Opus Dei
Eduardo Lostao
06-06-2006
Eduardo
Lostao de 31 años nos cuenta cómo ha influido en su vida el ejemplo de
su hermana Mª José, numeraria del Opus Dei, cuyo testimonio recogimos en
esta web y que falleció el pasado 3 de abril.
En mi casa la formación cristiana ha sido algo muy importante. Yo no soy
de la Obra, pero siempre he sido consciente de que para mis padres -mi
madre es supernumeraria- lo más importante era la fe, y han antepuesto
eso a todo. Nos llevaron a un colegio adecuado para que tuviéramos esa
formación. Cuando llegan épocas en las que haces tonterías, su ejemplo
siempre está ahí. Sabes qué es un verdadero hogar y dónde tienes que
volver cuando te descaminas. Es algo con lo que no puedes romper, porque
tienes un ejemplo nítido, como el de mis padres y de mi hermana. Yo me
podía haber inventado muchas otras teorías sobre el mundo, pero a la
hora de la verdad, para mí, el misterio de la vida era la relación de
mis padres con mi
hermana.
Eso sobrepasaba absolutamente todo. Hay tal cantidad de humillaciones,
de dolor y de sufrimiento alrededor de una persona parapléjica que no se
puede ni contar. Es la vida en estado puro y ahí te topas con la
realidad de que se pueden mantener la fe y la esperanza en Dios y, sobre
todo, se puede mantener la alegría de mi
hermana,
con todo el dolor que soportaba, un dolor que sobrepasaba todo lo
imaginable. No hay palabras que puedan expresarlo, porque la gracia y la
fe no quitan el dolor. Aquello no era Disneylandia: había dolor para
hartarse.
Cuando estás viviéndolo muy de cerca no eres tan consciente, pero luego
comprendes que los enfermos son el Señor. Cuando estás en el día a día,
y se te estropea la silla y hay que empujarla y te pillas los dedos, y
no cabes en el ascensor, quizá no te das cuenta… Luego descubres la
ternura y la atracción que puede tener una persona enferma, todo lo que
significa acompañarse en el dolor unos a otros, y ves que es algo
divino, no es una cosa sólo humana.
Por supuesto, lo primero que tienes que saber cuando estás con una
persona así es que el que más aprendes eres tú, que no le estás haciendo
ningún favor. Todo eso te está dando luz para ver las cosas, fuerzas,
más capacidad de amar.
Me hizo gracia ver, en el testimonio de mi
hermana,
con qué claridad veía la vocación de su hermano pequeño. Realmente, uno
no sabe nunca cuánta gente ha tenido que rezar para que una persona
decida entregarse a Dios como sacerdote. Sé que una de las
directísimamente implicadas, en mi caso, ha sido ella.
Cuando empecé a pensar la posibilidad de entregarme a Dios y comencé el
proceso de discernimiento, se lo dije sólo a ella, y sé que rezó
muchísimo. Nunca me dijo nada directamente, pero en ese momento -y mucho
más ahora, tras su muerte- me ha dado muchos regalos en mi relación con
el Señor. Estoy convencido de que en estos últimos meses ella me ha
alcanzado las gracias necesarias para tomar esta decisión.
Un largo camino
Yo dejé de practicar a los trece años y me fui alejando. Tuve la suerte
de ir a Pamplona a estudiar Filosofía a la Universidad de Navarra y allí
conocí a gente que amaba la Verdad. Para mí eso fue muy importante.
Luego estuve en Alemania donde conocí a un numerario del que me hice muy
amigo. Me ha salvado el hecho de poder hablar con él todas las semanas.
Desde el mes de marzo de 2005 retomé en serio la dirección espiritual y
empecé a ver claro que quería ser sacerdote. Cuando se lo dije a
Mª José
se puso muy contenta. Ella nunca me había dicho nada. Había rezado
siempre para que me casara y pusiera en orden en mi vida. Eso es lo que
me decía a mí; supongo que rezaría también para que formase parte de la
Obra en algún momento.
Nunca he podido ver a mi
hermana
como algo distinto a un tesoro. Para mí
Mª José
era un misterio, una persona buena crucificada. Al verla me preguntaba,
¿qué hace un inocente, clavado en la Cruz? No podías rebelarte, era un
recordatorio. Pensaba al verla: “algún día tendrás que ponerte en paz
con esta realidad y aprender que la auténtica vida va de esto”. Ella no
me decía nada. Me invitaba alguna vez a hacer una romería a la Virgen,
pero normalmente íbamos a ver museos y a tomar algo por ahí, un
bizcocho, cuando los médicos no la dejaban engordar.
El ejemplo silencioso de
mi
hermana Mª José me ha hecho ver la radicalidad del cristianismo, el
auténtico sentido de la vida. Yo me he dedicado a la filosofía y a hacer
teorías. A estas alturas de mi vida ya me sé unas cuantas, y comprendo
la tentación que experimentamos ante la realidad del mal: la de pensar
que todo es una porquería y que Dios no puede existir, etc. Estamos muy
necesitados de fe. No terminamos de creernos la locura de la Cruz; y
para alguien que no tenga fe, comprender la Cruz es muy difícil. Pero
sólo en la Cruz de Jesús podemos mirar de frente la realidad de la vida
y ponernos en paz con todas las cosas.