No
resulta nada fácil interpretar con el máximo grado de objetividad
cuáles son los valores emergentes en nuestra sociedad actual.
Además de las dificultades de orden técnico y metodológico que
supone interpretar cualquier encuesta sobre valores, existen otros
problemas de interpretación que queremos soslayar de entrada.
La
primera dificultad radica en precisar cuáles son los valores
reales que tienen las personas. No siempre coinciden los valores
que decimos que tenemos con los valores que realmente vivimos, es
decir, con los que realmente alimentan nuestras prácticas
cotidianas, nuestras palabras y proyectos.
En muchas
ocasiones, no parece oportuno confesar cuáles son los valores que
realmente perseguimos a lo largo de nuestra vida, ya sea porque
consideramos que no son políticamente incorrectos o simplemente
porque constituye un tipo de valores muy minoritarios. En estos
contextos, no resulta nada fácil exponer la propia
pirámide axiológica, pues resulta muy árido y casi heroico
situarse en el ámbito de lo marginal.
Además de
lo dicho, puede detectarse otra dificultad. No siempre tenemos
clara conciencia de los valores que articulan nuestra personalidad
moral. La revelación de los propios valores ya supone, de entrada,
una conciencia refleja, atenta y receptiva a la propia
interioridad.
En muchos
comportamientos personales y colectivos se persiguen fines u
horizontes de sentidos de un modo inconsciente, implícito, sin una
previa y debida reflexión crítica. De ahí que resulte tan difícil
determinar qué valores vertebran nuestra vida personal y social.
También podríamos engañarnos a nosotros mismos e intentar engañar
a los otros.
Desde
este punto de vista, cualquier encuesta sobre valores puede
ofrecer grandes motivos para la sospecha, ya que donde los valores
realmente afloran es en la manera de vivir y no en la respuesta a
un cuestionario por bien articulado que esté.
En
efecto, los valores se pueden comunicar a través del lenguaje
verbal y de hecho uno puede afirmar que tiene como valor esencial
en su vida la paz o la solidaridad o la justicia, pero donde
realmente se expresa el cuerpo de valores que está en la entraña
de una persona es en la praxis, en el modus operandi, en
el tipo de relación que establece con los otros, consigo mismo y
con el entorno natural y técnico.
Esto
significa que sólo podemos captar verdaderamente los
horizontes de sentido de una persona o de un colectivo si
observamos sus prácticas, sus orientaciones en la vida
cotidiana, sus movimientos y su modo de interaccionar con el
entorno que le rodea. Como se puede comprobar a partir de lo dicho
hasta aquí, eso complica, en extremo, la tarea de describir los
valores, no sólo los valores emergentes, sino también los que
están declive.
Existe
otra dificultad, que es de tipo semántico. Existen muchos modos de
formular una pregunta y no hay ninguna formulación que sea
totalmente neutral. El modo como se articula la pregunta
condiciona mucho la respuesta del encuestado y esto puede conducir
a una serie de consideraciones que el encuestado jamás se hubiere
planteado si no hubiere estado sujeto a aquélla pregunta. En
muchas encuestas de valores detectamos preguntas que ya son
orientadoras y que aportan una determinada carga valorativa.
Además,
se pueden utilizar palabras que, por principio, ya tienen
connotaciones negativas y que, como consecuencia de ello, el
encuestado responde inmediatamente, sin sustraerse al peso
negativo que tienen esas palabras. Esta situación es frecuente
cuando se encuesta a los jóvenes en materia de religión.
En
términos generales, existe una asociación de ideas entre la
palabra religión y una constelación de términos negativos como
adoctrinamiento, institución, jerarquía, manipulación, culpa,
pecado, sacrificio que inducen al joven a situarse negativamente
frente a este valor. Sin embargo, en su práctica cotidiana
manifiesta conductas y hábitos de vida que, a priori, él
mismo no calificaría de religiosos y, sin embargo, pertenecen al
ámbito de los comportamientos religiosos.
Además de
estas dificultades metodológicas, cabe decir que la interpretación
que proponemos desarrollar aquí recoge, evidentemente, las
tendencias generales, la expresión de las mayorías, pero ello
tiene el peligro de olvidar a las minorías y de reducir de este
modo la complejidad de posiciones morales que subsisten en el
tejido social.
Partimos
de la idea que la constelación de valores emergentes es mucho más
compleja que su elaboración conceptual y, desde esta perspectiva,
cualquier ensayo de interpretación -también éste-, tiene que ser
leído de un modo aproximativo y con suma cautela.
Entendemos por valores emergentes, ese conjunto de horizontes de
sentido que están experimentando un fuerte crecimiento en el
ámbito social. Algunos de estos valores emergentes no son,
realmente, nuevos valores, sino una reelaboración de antiguos
valores que ya existían en tiempos pretéritos, pero que son
concebidos y vividos de otro modo, que inclusive se denominan con
otras palabras, pero que expresan actitudes que podríamos hallar
ya en tiempos pasados.
En
nuestra sociedad, se detecta el eclipse de algunos valores
tradicionales, como por ejemplo, los del círculo religioso
institucional y los que atañen a la esfera patriótica, pero
simultáneamente, se observa también la revelación de
antiguos valores como, por ejemplo, el valor familia y la amistad
que, con propiedad, no se pueden denominar valores emergentes,
pero si valores patentes, porque después de un tiempo de crisis y
descrédito del valor familia, reaparece de nuevo en el horizonte
colectivo, aunque, eso sí, adoptando nuevas formas.
Se trata
de indagar cual es el origen y la causa de esta ocultación y
revelación, cual es la razón que explica que un determinado número
de valores se olvide durante un cierto periplo de tiempo y que,
posteriormente, vuelvan a emerger a la luz. Estos movimientos
axiológicos no son casuales, ni fruto del azar, sino que responden
a factores muy complejos.
Muy
frecuentemente, nos damos cuenta del valor que tiene un
valor (valga la redundancia) cuando carecemos de él. En
este sentido, por ejemplo, uno se percata del valor salud cuando
está enfermo o se percata del valor afecto cuando se encuentra
solo y abandonado o, por ejemplo, se da cuenta del valor del
dinero cuando carece de él y no puede satisfacer sus necesidades
elementales.
En el
análisis de los valores de la sociedad actual es muy fácil
constatar un cierto sesgo apocalíptico y, en ocasiones, trágico.
Desde determinados puntos de vista, la interpretación que se
elabora de nuestro pulso moral como sociedad es muy negativo y se
tiende, simplemente, a destacar el descrédito y la decadencia de
determinadas actitudes tradicionales.
Con harta
frecuencia, se tiende a un discurso romántico y nostálgico que
mitifica un pasado que, en términos reales, nunca existió. Nuestra
intención consiste, precisamente, en evitar caer en este sesgo
apocalíptico. Intentaremos detectar lo bueno y valioso que
subsiste en nuestro tejido social, pero sin caer en una apología
acrítica del presente.