Libertad Digital
José Francisco Serrano
08-06-2006
Un observador ajeno a la realidad de la Iglesia ya tiene la respuesta
a la pregunta que se formuló el líder ruso sobre las divisiones del
Papa. El pasado fin de semana, una no menor representación de la fiel
infantería de la Iglesia, se congregó en Roma para una especial
celebración de Pentecostés.
Los nuevos movimientos y realidades de la Iglesia responden a la fuerza
de la más pura novedad del Evangelio. Representan un sí de Dios
permanente en la historia y un no menor examen permanente de conciencia
sobre lo que es y significa del rostro institucional de la comunidad
creyente. La naturaleza carismática de las iniciativas, surgidas en los
contornos anterior y posterior al Concilio Vaticano II, son una apuesta
por la vida que no sabe de límites, que no encaja en los marcos de
comprensión clásicos de quien lo quiere interpretar todo para
controlarlo todo.
Sólo el misterio es capaz de explicar e interpretar el misterio. A cada
tiempo de la historia le corresponde su desconcierto, su sorpresa, su
originalidad, su contraste. Este hecho forma parte del progreso
auténtico de la vida de los hombres y de los pueblos. Una de las
características fundamentales de los nuevos movimientos y realidades de
Iglesia es la utilización de categorías absolutamente contemporáneas en
su propuesta de lo fundamental cristiano. Nacen de la vitalidad de la fe
y de la constancia en la esperanza. Son una permanente primavera en la
Iglesia, por más que algunos se empeñen en hacernos creer que no hemos
salido del "invierno" eclesial.
No son pocos aún, en la Iglesia que peregrina en España, los que
sostiene que los nuevos movimientos y realidades eclesiales tienen
dificultades de integración en la vida de las diócesis, de las
parroquias. Es posible que sean los mismos que dedican no pocas horas de
su precioso tiempo a establecer los vínculos de integración sobre unos
programas pastorales cargados de sociología de última hora, adobada con
un par de artículos de periódicos, que se editan más de prisa de lo
habitual.
Benedicto XVI había declarado al periodista Vittorio Messori que "lo
asombroso es que todo este fervor no es el resultado de planes
pastorales oficiales ni oficiosos, sino que en cierto modo aparece por
generación espontánea. La consecuencia de todo ello que las oficinas de
programación –por más progresistas que sean– no atinan con estos
movimientos, no concuerdan con sus ideas". El pasado domingo, el Papa
decía que "a veces se piensa que la eficacia misionera depende
principalmente de una programación atenta y de su sucesiva aplicación
inteligente a través de un compromiso concreto".
No sería descabellado afirmar que el Concilio Vaticano II es el Concilio
de las sorpresas del Espíritu Santo. Fue el Concilio de la apertura al
mundo, a la sociedad, del diálogo. Todo Concilio debe provocar una marea
de santidad para alcanzar los frutos deseados. Decía Juan Pablo II que
"la Iglesia de hoy no tiene necesidad de nuevos reformadores, tiene
necesidad de nuevos santos".
Los nuevos movimientos son garantía de la necesidad de "lo antiguo", de
las estructuras geográficas y de las clásicas formas asociadas desde la
piedad. Los nuevos movimientos y realidades eclesiales son un antídoto
contra el conformismo, contra la uniformidad y contra la deformación
ideológica de la fe. No todo el camino de estas realidades es de rosas.
Con la espontaneidad que le caracteriza, el iniciador del camino
Neocatecumenal, Kiko Arguello, señaló: "¡Qué difícil es el que las
instituciones entiendan que tienen necesidad de los carismas!".
Joseph Ratzinger ha pasado gran parte de su vida resolviendo dudas,
aquilatando los conceptos, clarificando las ideas que parecían producir
más de una incertidumbre. Uno de sus esfuerzos principales ha sido el de
explicar a la Iglesia y a la sociedad que son y qué significan los
nuevos movimientos y realidades de la Iglesia, y en qué medida
representan la pluralidad desde la unidad, un complemento vitamínico
perfecto para nuestro tiempo. O que caracteriza a estas nuevas formas
comunitarias es la fe apostólico en a Iglesia apostólica. Saben que los
experimentos se hacen, también en la Iglesia, con gaseosa.
El fundador del Movimiento de Vida Cristiana, Luis Fernando Figari, dijo
en el encuentro del pasado fin de semana: "Cada tiempo tiene sus
oscuridades; son los desafíos de esa época. Las crisis personales, la
ruptura entre fe y vida, el secularismo asfixiante, el relativismo, el
agnosticismo funcional, la pérdida de la identidad cristiana, la
hegemonía de lo superficial y rutinario, la incomprensión de lo que
significa la realización humana según Dios, nuevas y viejas ideologías y
psicologismos que alejan al hombre de su senda, la masificación, las
injusticias, el flagelo de la pobreza, la violencia, son todas voces que
muchas veces sin saberlo están clamando por una respuesta veraz, de
amor, que traiga paz y reconciliación a las personas y a los pueblos.
¡Ése es un clamor por el Señor Jesús! ¡Y es que sólo Él es la respuesta
a las rupturas e inquietudes del ser humano!". Cada tiempo genera sus
movimientos en el movimiento que es la Iglesia. Ya lo decía san Agustín:
nosotros somos nuestro tiempo.