La existencia humana implica dos planos estrechamente unidos: el
corpóreo y el psico-espiritual.
Por el cuerpo somos seres en el mundo. Con una serie de características
en buena parte recibidas y sometidas a las leyes del mundo físico: un
ADN, un tipo de piel, una estructura ósea, una estatura, un sexo.
El sexo, nos fijamos ahora en esto, permea todo nuestro ser: lo
cromosómico, lo gonádico, lo genital, lo hormonal, lo psicológico y lo
social; los dos últimos planos, como veremos en seguida, superan lo
simplemente corpóreo para entrar en niveles más complejos de la propia
personalidad.
Por el espíritu, en cambio, transcendemos y superamos lo simplemente
corporal. Podemos, así, tomar decisiones éticas, abrirnos al otro,
cerrarnos en una postura egoísta, acoger la vida social como fuente de
plenitud o rechazarla con hostilidad. Podemos, incluso, asumir la propia
corporeidad con todas sus riquezas y sus límites, o rechazarla con una
aversión profunda debida a motivos no siempre bien comprendidos.
A veces se dan serios conflictos entre lo corpóreo y lo psico-espiritual.
Fijémonos en el ámbito de la sexualidad, en el que tales conflictos son
especialmente intensos. Hay personas que no aceptan su condición
sexuada. Algunos porque tienen miedo al sexo, por traumas infantiles, o
por ideas pseudorreligiosas. En la antigüedad, por ejemplo, había
quienes se castraban para evitar “tentaciones”. Otros, en cambio,
aceptan su condición sexuada, pero rechazan lo que sería la orientación
natural de la misma, por lo que buscan prevalentemente (o únicamente)
relacionarse con personas del mismo sexo. Es lo que llamamos
homosexualidad.
Otros desearían poseer un sexo distinto del que tienen. Si son varones
se sienten y buscan afanosamente ser mujeres, y si son mujeres se
sienten y buscan afanosamente ser varones. En estos casos estamos ante
personas con psicología transexual.
Hay diversas maneras de afrontar el fenómeno de la transexualidad
(llamada también disforia de género). Algunos la consideran desde una
perspectiva dualista: el espíritu (el psiquismo) domina al cuerpo y
puede modificarlo según los deseos de cada uno. Esta visión sería válido
no sólo para el ámbito sexual, sino para cualquier otro aspecto del
propio cuerpo.
Bajo esta perspectiva, las personas “deberían” tener derecho de cambiar
su sexo, o su raza, o sus características físicas dominantes (altura,
esbeltez, color de los ojos, etc.). Lo corpóreo, en otras palabras,
sería visto como algo modificable según los deseos de lo psicoespiritual.
La perspectiva dualista está muy presente, aunque pocos lo hayan
percibido, en la “ideología de género”. Esta ideología considera la
orientación sexual como algo que no depende de lo simplemente fáctico,
de lo corpóreo, sino de las decisiones libres de las personas. Por lo
mismo, habría que superar, según los defensores de esta ideología, la
“mentalidad tradicional”, que divide al mundo entre hombres y mujeres,
para abrirse a un número variable (entre cinco y ocho según los diversos
modos de hacer las divisiones) de opciones sexuales: la masculina, la
femenina, la homosexual (dividida en masculina y femenina), la bisexual
(dividida a su vez en masculina y femenina) y la transexual (dividida en
transexual masculino y transexual femenino). Cabrían más posibilidades,
pero las dejamos de lado por brevedad.
Hay que notar que se da una extraña asimetría en este tema, una fijación
en lo sexual en detrimento de otras problemáticas psicocorporales.
Mientras algunos promueven el “derecho” al cambio de sexo, incluso con
una intervención de dinero público en el complejo proceso de
reasignación sexual, muy pocos se fijan en otros conflictos entre lo
psíquico y lo corpóreo. Más aún, nos resultaría muy extraño que hubiera
presiones para que el estado subvencionase el cambio de raza, el cambio
de color de los ojos o el cambio de estatura...
La perspectiva unitarista, en cambio, considera el tema de las
personas transexuales (y, en general, toda la temática de la sexualidad
humana) desde un punto de vista distinto: el cuerpo no es visto como un
simple dato manipulable y usable según la espontaneidad del espíritu o
de la psique, sino como algo que toca profundamente a la persona, que la
constituye y que merece ser integrado en un proyecto global de
realización. En otras palabras, el cuerpo no es “material” usable según
las libres opciones de los individuos, sino algo que entra a formar
parte del propio ser y que no puede ser usado ni despreciado sin graves
daños en el desarrollo de la propia vida.
La perspectiva dualista preferirá, en el tema del transexualismo,
secundar y acompañar al transexual para que pueda conquistar aquel
cuerpo que desea. En otras palabras, dirá sí a una serie de
intervenciones de tipo psicológico, hormonal, quirúrgico y legal (hasta
modificar el registro civil y todos los documentos personales) que
permitan el cambio de sexo.
Hay que señalar, sin embargo, que tal cambio de sexo nunca podrá ser
completo. En primer lugar, porque las operaciones quirúrgicas no son
“curativas” (los genitales de los transexuales suelen ser órganos
perfectamente sanos) sino “destructivas”. En segundo lugar, porque el
enorme esfuerzo por simular genitales externos semejantes al del sexo
deseado no llevarán nunca a cambiar el sexo genético, ni permitirán, al
menos por ahora, que la persona transexual pueda ser fecunda si llega a
“conquistar” una buena apariencia del sexo deseado, pues la fecundidad
se pierde completamente en los niveles más agresivos de intervención
quirúrgica sobre personas transexuales.
Aunque todavía faltan estudios y tiempo para ver cómo se desarrolla a
largo plazo la vida de las personas transexuales que se han sometido a
operaciones devastantes, ya han aparecido algunos estudios que nos
deberían hacer reflexionar antes de condescender fácilmente ante el
deseo de quien quiere cambiar de sexo.
En un artículo publicado recientemente, basado en los experimentos del
John Hopkins Hospital (cf. Paul McHugh, Surgical Sex, «First
Things» 147, November 2004, 34-38), se ha notado que las operaciones de
cambio de sexo suelen ir acompañadas de una mayoritaria sensación de
alivio por parte de los interesados: se sienten satisfechos por haber
cambiado de sexo a nivel físico. Pero también se ha notado que la
satisfacción por haber adquirido un nuevo cuerpo no ha ido siempre
acompañada por una mejoría de los propios problemas psicológicos.
Por ello, algunos expertos se han preguntado: ¿no será mejor afrontar el
tema de la transexualidad no desde una perspectiva quirúrgica sino desde
una perspectiva psicológica? ¿No estamos ante una problemática que es
más competencia de los psicólogos y psiquiatras que de los médicos
expertos en el funcionamiento del cuerpo?
Por lo mismo, creemos que la perspectiva unitarista será más rica y más
completa a la hora de ayudar a las personas transexuales. Resulta
reductivo e insuficiente llevarlas al hospital, darles hormonas y
empezar el largo proceso del “cambio de sexo” (desde luego, con un
fuerte apoyo psicológico, pero sin que tal apoyo lleve a descubrirles
que el cuerpo no es el problema). En cambio, resulta algo mucho más rico
y profundo descubrir las raíces del conflicto con el propio cuerpo para
encontrar un camino de aceptación de aquello que no es un enemigo, sino
parte integrante del propio ser: el sexo inscrito profundamente en el
propio cuerpo.
La Iglesia católica se coloca en esta perspectiva. De modo perspicaz, en
un documento poco conocido pero de grandes aportaciones para las
temáticas bioéticas, ha ofrecido algunas indicaciones para hablar de la
transexualidad, que creemos pueden ser de gran ayuda:
“No se puede violar la integridad física de una persona para el
tratamiento de un mal de origen psíquico o espiritual. En estas
circunstancias no se presentan órganos enfermos o funcionando mal; así
que su manipulación medicoquirúrgica es una alteración arbitraria de la
integridad física de la persona.
No es lícito sacrificar al todo, mutilándola, modificándola o
extirpándola, una parte que no se relaciona patológicamente con el todo.
Es por esto que no se puede correctamente asumir el principio de
totalidad como criterio de legitimación de la esterilización
antiprocreativa, del aborto terapéutico y de la medicina y cirugía
transexual. Diverso es el caso de sufrimientos psíquicos y malestar
espiritual de base orgánica, originados por un defecto o por una
enfermedad física, sobre el cual, en cambio, es legítimo intervenir
terapéuticamente” (Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes
Sanitarios, Carta de los agentes sanitarios, Ciudad del Vaticano
1995, n. 66, nota 128).
|