Libertad Digital
José Vilas Nogueira
12-06-2006
Manifestación del sábado en Madrid. Titula El País, “cientos de
miles de personas rechazan el diálogo con ETA”. Titula El Mundo,
“una enorme multitud exige firmeza ante ETA y que se investigue el
11-M”. En los dos casos, se trata de los titulares más destacados de las
primeras planas de los respectivos diarios. El mismo día, allá por el
Norte, el Presidente del PNV, partido gobernante en el País Vasco, pide
a los jueces que “no hagan el ridículo”. El motivo inmediato de esta
piadosa petición es que el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco,
que todavía no ha sido engullido por los nacionalistas (ya se está
encargando Zapatero de entregárselo), ha admitido a trámite una querella
contra el Presidente de aquella Comunidad Autónoma bajo protectorado
etarra, por reunirse con los dirigentes de Batasuna. Imaz, confiesa que
él mismo lo ha hecho en más de diez ocasiones. Interesante cuestión,
¿quién se habrá reunido más veces con los terroristas, Ibarreche o Imaz?
La cosa puede cobrar gran transcendencia práctica para ellos, si los
batasunos logran implantar la República euskalduna y socialista a que
aspiran. Las viejas amistades pueden ser de alguna utilidad ante la
justicia nacionalsocialista.
Los jueces hacen el “ridículo” al ignorar que las reuniones con los
terroristas son absolutamente necesarias y demuestran, con ello, que
carecen de sentido común. En español, el adjetivo ridículo se asocia
mayormente a rareza, extravagancia, futilidad o puntillosidad que mueven
a risa. La manifestación del sábado, y otras que la precedieron, que
expresan aspiraciones o sentimientos compartidos por millones de
personas (los manifestantes y otros muchos que no se manifiestan) es
cualquier cosa menos ridícula. Pero los jueces son pocos, y pudieran ser
ridículos por puntillosos, por excesivamente delicados o reparones.
Gentes más ponderadas como Zapatero, Maragall, Ibarreche, Imaz, sus
socios y secuaces, antepondrían el deseo de acabar con el terrorismo a
la justicia para los terroristas (que, además, tuvieron el acierto de no
fusilar al abuelo de Zapatero, único crimen político imperdonable en el
catecismo de este sicofanta).
Pero, ¿es cuestión fútil, propia de reparones o gentes excesivamente
delicadas, que los jueces cumplan y hagan cumplir las leyes, con
independencia de la conveniencia política del momento? Si lo fuese,
implicaría la disolución de cualquier diferencia entre la
liberal-democracia y los modernos totalitarismos, tanto el soviético
como el nacionalsocialista. Cualesquiera que fuesen las justificaciones
teóricas invocadas por uno y otro el resultado práctico fue idéntico: la
dependencia de los jueces del poder político y la subordinación de sus
pronunciamientos a los variables gustos y conveniencias del mismo.
Consiguientemente, me apunto gustoso al bando de los ridículos.
Las palabras de Imaz son una muestra más de la utilización del lenguaje
como ocultación. Aconsejaría a Rajoy que utilizase sus intervenciones
parlamentarias para ilustrar a las señorías nacionalsocialistas,
leyéndoles a Orwell. La política y la lengua inglesa, tiene la ventaja
de su brevedad, aunque requiere un conocimiento de la cultura inglesa
algo más allá del a beautiful day. Más accesible, aunque también
más largo, es 1984. Pero si el increíble Presidente Marín pretende
limitarle el tiempo, siempre podrá justificarse con la recuperación de
la memoria histórica, pues el escritor luchó en la guerra de España con
las Brigadas Internacionales y contra Franco. Por cierto, gracias a Dios
que se salvó, por los pelos, de sus camaradas comunistas, que le
quisieron dar el pasaporte y no precisamente para Gran Bretaña. Que si
no, ni Orwell nos quedaría.