Cuando el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas,
en una audaz e imprevisible maniobra política, anunció la semana pasada
la celebración de un referéndum sobre el llamado “documento de los
prisioneros”, el Gobierno formado por el grupo integrista Hamás vio
amenazada su autoridad y desencadenó una auténtica ofensiva del caos
para impedir la consulta. Después de siete días de enfrentamientos
interpalestinos que auguraban una guerra civil, el panorama ha empezado
a cambiar de manera radical: los dirigentes del “religioso” Hamás y de
su rival “laica” Al-Fatah, están a punto de llegar a un acuerdo para
formar un gobierno de unión nacional que tendría como programa la
aplicación de todos los puntos de aquél famoso “documento”. ¿Cómo ha
sido posible este cambio y qué va a significar?
Mahmud Abbas, que después del triunfo electoral de Hamás parecía abocado
a una lenta desaparición de la escena política, ha demostrado conocer a
sus rivales políticos mucho mejor que su antecesor, Yaser Arafat, al que
se le atribuía un carisma indestructible como símbolo de la unión
nacional aunque fuese incapaz de imponer su autoridad para no molestar a
los movimientos más radicales dentro y fuera de la OLP. Eso fue lo que,
en definitiva, lo condujo a su ostracismo después de rechazar las
ofertas que le hizo Ehud Barak en las negociaciones de Camp David con la
mediación de Bill Clinton. Pues bien, este Abbas, por el cual nadie
apostaba un dólar hace unos meses, ha decidido jugar fuerte con las
pocas bazas de que dispone, a sabiendas de que podía provocar una guerra
civil y no ha tenido ahora la menor duda en desafiar a un Hamás
fortalecido... que apenas tenía presencia política en tiempos de Arafat.
Este desafío ha consistido en algo muy elemental: si él, como
presidente elegido por aplastante mayoría de todos los palestinos, ha
admitido como válidos los Acuerdos de Oslo que reconocen el Estado de
Israel, ningún gobierno que se forme bajo su mandato puede echar por
tierra toda la estructura política destinada a construir un Estado
palestino que conviva en paz con su vecino. En otras palabras: o Hamás
acababa con sus dogmas islamistas que le impedían reconocer a Israel o
acudía al mismo pueblo que lo eligió para que respaldara o rechazara ese
documento salido de las cárceles israelíes que clamaba por un “acuerdo
nacional”.
Ese documento, que ahora está en boca de todos los dirigentes árabes,
fue elaborado semanas atrás, dentro de las cárceles israelíes, por uno
de los más carismáticos dirigentes de Al Fatah, condenado a cinco penas
de cadena perpetua por Israel. Se trata de Maruan Barguti, al que se
atribuye la dirección de las “intifadas” contra Israel en tiempos de
Arafat y que ha logrado lo que al otro lado de los barrotes no habían
sido capaces de alcanzar ni Abbas ni su rival Ismail Haniyeh: las bases
de una auténtica reconciliación nacional basada en el reconocimiento
implícito de Israel. El texto pasó de celda en celda, con la complicidad
manifiesta de los carceleros israelíes, hasta ser firmado por otros
significativos dirigentes palestinos también encarcelados, entre ellos
Abdeljalek Al-Natche, de Hamás; Abderrahim Malluh, numero dos del
marxista Frente Popular de Liberación de Palestina; Basam Al-Saadi, de
la Yihad Islámica y Mustafa Bardaneh, del también izquierdista Frente de
Liberación de Palestina.
¿Qué dice este documento, que en seguida fue apadrinado por Abbas
y rechazado por Haniyeh? En síntesis, lo siguiente: que el pueblo
palestino tiene el derecho a la liberación de su tierra (la ocupada en
la “guerra de los seis días”, es decir, Gaza y Cisjordania) y a la
creación de un Estado independiente (tal y como se recoge en la “Hoja de
Ruta”) con Jerusalén como capital; que es necesaria la reactivación de
la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) con la adhesión a
la misma de Hamas y la Yihad Islámica; que el pueblo palestino tiene
derecho a la resistencia dentro de sus territorios ocupados en 1967; que
debe reforzarse la Autoridad Nacional Palestina como núcleo del futuro
Estado; que debe formarse un gobierno de unión nacional; que debe
proseguirse la negociación con Israel bajo la competencia de la ANP a
condición de que todo acuerdo alcanzado se someta a la aprobación del
Consejo Nacional Palestino o de referéndum; que debe rechazarse todas
las divisiones y el recurso a las armas entre palestinos y que debe
ponerse fin a la anarquía en materia de seguridad...
Tanto en el fondo como en la forma, lo que piden los prisioneros en su
documento es justo lo que se recogía en los Acuerdos de Oslo como
aspiración para alcanzar la paz entre palestinos e israelíes, y justo
también lo que acordaron los dirigentes de los Estados árabes en su casi
olvidada “cumbre” de Beirut de 2002, en la que se ofrecía a Israel la
paz a cambio de la evacuación de los territorios ocupados en junio de
1967 por Israel. Pues bien, a todo esto se ha opuesto, hasta ahora, el
Gobierno de Hamás por la simple razón de que la primera aspiración de
todos los movimientos islamistas que existen desde el Atlántico al
Pacífico, es algo tan fuera de lugar como la destrucción del Estado de
Israel y, por tanto, la reconquista de todos los territorios de la
Palestina que formaban parte del Imperio otomano y que fueron ocupados
por Gran Bretaña después de la I Guerra Mundial... Aquí reside todo el
meollo del conflicto del Cercano Oriente que, desde 1948, ha alimentado
tanto los fracasados nacionalismos árabes de la primera época
postcolonial conducidos por Gamal Abdel Naser, como ahora los belicosos
grupos terroristas liderados por Al Qaaída.
Pero, siguiendo con el hilo de las negociaciones entre Hamás y Al
Fatah para formar un gobierno de unión nacional, lo que está en juego en
estos momentos es un necesario cambio radical del credo de Hamás en la
medida que no tendrá más remedio que reconocer la existencia de
Israel... En realidad, todo el mundo sabe que Israel nunca evacuará ni
Jerusalén ni los principales asentamientos de Cisjordania. Más aún: los
dirigentes israelíes se han encogido olímpicamente de hombros ante el
debate palestino sobre un documento al que no concede el menor valor...
Pero ahora importa mucho más que Hamás se rinda ante la evidencia de que
Abbas podría ganarle la partida en caso de mantener el referéndum sobre
el “documento de los prisioneros” y por lo tanto, que podría perder toda
su autoridad.
Por supuesto que tal acuerdo abriría la vía para recuperar las ayudas
extranjeras bloqueadas a partir de la victoria electoral del grupo
extremista. Pero lo que, sin duda, sería mucho más importante para el
propio Abbas, es que la formación de un gobierno de unión nacional con
la renuncia de Hamás a su dogma religioso-político de no reconocer a
Israel, podría derrumbar toda la estrategia de Ehud Olmert de ignorar a
los palestinos para delimitar unilateralmente las fronteras israelíes.
En otras palabras, la comunidad internacional, a través del Cuarteto de
Madrid, volvería a recuperar su papel de mediadora para que la “Hoja de
Ruta” siga su curso...
Seguiremos hablando...
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