Los entresijos de una eventual reconciliación nacional palestina
 

Manuel Cruz
Periodista y analista internacional



Cuando el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, en una audaz e imprevisible maniobra política, anunció la semana pasada la celebración de un referéndum sobre el llamado “documento de los prisioneros”, el Gobierno formado por el grupo integrista Hamás vio amenazada su autoridad y desencadenó una auténtica ofensiva del caos para impedir la consulta. Después de siete días de enfrentamientos interpalestinos que auguraban una guerra civil, el panorama ha empezado a cambiar de manera radical: los dirigentes del “religioso” Hamás y de su rival “laica” Al-Fatah, están a punto de llegar a un acuerdo para formar un gobierno de unión nacional que tendría como programa la aplicación de todos los puntos de aquél famoso “documento”. ¿Cómo ha sido posible este cambio y qué va a significar?

Mahmud Abbas, que después del triunfo electoral de Hamás parecía abocado a una lenta desaparición de la escena política, ha demostrado conocer a sus rivales políticos mucho mejor que su antecesor, Yaser Arafat, al que se le atribuía un carisma indestructible como símbolo de la unión nacional aunque fuese incapaz de imponer su autoridad para no molestar a los movimientos más radicales dentro y fuera de la OLP. Eso fue lo que, en definitiva, lo condujo a su ostracismo después de rechazar las ofertas que le hizo Ehud Barak en las negociaciones de Camp David con la mediación de Bill Clinton. Pues bien, este Abbas, por el cual nadie apostaba un dólar hace unos meses, ha decidido jugar fuerte con las pocas bazas de que dispone, a sabiendas de que podía provocar una guerra civil y no ha tenido ahora la menor duda en desafiar a un Hamás fortalecido... que apenas tenía presencia política en tiempos de Arafat.

Este desafío ha consistido en algo muy elemental: si él, como presidente elegido por aplastante mayoría de todos los palestinos, ha admitido como válidos los Acuerdos de Oslo que reconocen el Estado de Israel, ningún gobierno que se forme bajo su mandato puede echar por tierra toda la estructura política destinada a construir un Estado palestino que conviva en paz con su vecino. En otras palabras: o Hamás acababa con sus dogmas islamistas que le impedían reconocer a Israel o acudía al mismo pueblo que lo eligió para que respaldara o rechazara ese documento salido de las cárceles israelíes que clamaba por un “acuerdo nacional”.

Ese documento, que ahora está en boca de todos los dirigentes árabes, fue elaborado semanas atrás, dentro de las cárceles israelíes, por uno de los más carismáticos dirigentes de Al Fatah, condenado a cinco penas de cadena perpetua por Israel. Se trata de Maruan Barguti, al que se atribuye la dirección de las “intifadas” contra Israel en tiempos de Arafat y que ha logrado lo que al otro lado de los barrotes no habían sido capaces de alcanzar ni Abbas ni su rival Ismail Haniyeh: las bases de una auténtica reconciliación nacional basada en el reconocimiento implícito de Israel. El texto pasó de celda en celda, con la complicidad manifiesta de los carceleros israelíes, hasta ser firmado por otros significativos dirigentes palestinos también encarcelados, entre ellos Abdeljalek Al-Natche, de Hamás; Abderrahim Malluh, numero dos del marxista Frente Popular de Liberación de Palestina; Basam Al-Saadi, de la Yihad Islámica y Mustafa Bardaneh, del también izquierdista Frente de Liberación de Palestina.

¿Qué dice este documento, que en seguida fue apadrinado por Abbas y rechazado por Haniyeh? En síntesis, lo siguiente: que el pueblo palestino tiene el derecho a la liberación de su tierra (la ocupada en la “guerra de los seis días”, es decir, Gaza y Cisjordania) y a la creación de un Estado independiente (tal y como se recoge en la “Hoja de Ruta”) con Jerusalén como capital; que es necesaria la reactivación de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) con la adhesión a la misma de Hamas y la Yihad Islámica; que el pueblo palestino tiene derecho a la resistencia dentro de sus territorios ocupados en 1967; que debe reforzarse la Autoridad Nacional Palestina como núcleo del futuro Estado; que debe formarse un gobierno de unión nacional; que debe proseguirse la negociación con Israel bajo la competencia de la ANP a condición de que todo acuerdo alcanzado se someta a la aprobación del Consejo Nacional Palestino o de referéndum; que debe rechazarse todas las divisiones y el recurso a las armas entre palestinos y que debe ponerse fin a la anarquía en materia de seguridad...

Tanto en el fondo como en la forma, lo que piden los prisioneros en su documento es justo lo que se recogía en los Acuerdos de Oslo como aspiración para alcanzar la paz entre palestinos e israelíes, y justo también lo que acordaron los dirigentes de los Estados árabes en su casi olvidada “cumbre” de Beirut de 2002, en la que se ofrecía a Israel la paz a cambio de la evacuación de los territorios ocupados en junio de 1967 por Israel. Pues bien, a todo esto se ha opuesto, hasta ahora, el Gobierno de Hamás por la simple razón de que la primera aspiración de todos los movimientos islamistas que existen desde el Atlántico al Pacífico, es algo tan fuera de lugar como la destrucción del Estado de Israel y, por tanto, la reconquista de todos los territorios de la Palestina que formaban parte del Imperio otomano y que fueron ocupados por Gran Bretaña después de la I Guerra Mundial... Aquí reside todo el meollo del conflicto del Cercano Oriente que, desde 1948, ha alimentado tanto los fracasados nacionalismos árabes de la primera época postcolonial conducidos por Gamal Abdel Naser, como ahora los belicosos grupos terroristas liderados por Al Qaaída.

Pero, siguiendo con el hilo de las negociaciones entre Hamás y Al Fatah para formar un gobierno de unión nacional, lo que está en juego en estos momentos es un necesario cambio radical del credo de Hamás en la medida que no tendrá más remedio que reconocer la existencia de Israel... En realidad, todo el mundo sabe que Israel nunca evacuará ni Jerusalén ni los principales asentamientos de Cisjordania. Más aún: los dirigentes israelíes se han encogido olímpicamente de hombros ante el debate palestino sobre un documento al que no concede el menor valor... Pero ahora importa mucho más que Hamás se rinda ante la evidencia de que Abbas podría ganarle la partida en caso de mantener el referéndum sobre el “documento de los prisioneros” y por lo tanto, que podría perder toda su autoridad.

Por supuesto que tal acuerdo abriría la vía para recuperar las ayudas extranjeras bloqueadas a partir de la victoria electoral del grupo extremista. Pero lo que, sin duda, sería mucho más importante para el propio Abbas, es que la formación de un gobierno de unión nacional con la renuncia de Hamás a su dogma religioso-político de no reconocer a Israel, podría derrumbar toda la estrategia de Ehud Olmert de ignorar a los palestinos para delimitar unilateralmente las fronteras israelíes. En otras palabras, la comunidad internacional, a través del Cuarteto de Madrid, volvería a recuperar su papel de mediadora para que la “Hoja de Ruta” siga su curso...

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