Libertad Digital
José Francisco Serrano Oceja
22-06-2006
Nadie podrá negar que en la Conferencia Episcopal España se da un
debate serio, profundo, de ideas. La antítesis de una reunión de la
Asamblea Plenaria, o de la Comisión Permanente, es el Comité Ejecutivo
de cualesquiera de los partidos políticos.
Los obispos no son unos moralistas cualesquiera. Cuando realizan un
juicio moral sobre el presente histórico lo hacen en coherencia fiel a
los principios que emanan del Evangelio y que se han plasmado a lo largo
de la historia como vida de fe, de esperanza y de caridad. Los obispos
no son unos moralistas abstractos de la realidad social; saben que la
política es la que, en orden a la construcción del bien común, debe
estar subordinada a la moral, y no la moral a la política. El
utilitarismo, el cálculo de las consecuencias de las acciones y de las
declaraciones no es el criterio dominante. Por tanto, no son unos
oportunistas, ni las punta de lanza del partido de la oposición.
Por más que empeñen las terminales periodísticas de la división social
por sistema, los obispos españoles están más unidos que nunca. A un
sector de la Iglesia en los territorios en los que predomina el
nacionalismo político y cultural, le interesa jugar a la táctica de la
división, y de la acusación de los que dividen, para seguir sosteniendo
la pancarta del victimismo. Hay quien afirma que un documento, o algo
más previsible, una declaración, de los obispos en la que se aborde lo
que las reformas estatutarias suponen para la modificación de lo
referido a los derechos y deberes fundamentales en la Constitución de
1978, supondría la marginación de la Iglesia, por ejemplo, en Cataluña,
"como le ocurre al PP".
Lo cierto es que la Iglesia, en algunos de esos territorios, ya está
marginada. Y lo está, principalmente, por una secularización y por un
laicismo favorecido desde el nuevo rostro del nacionalismo ateo,
descristianizado, desarraigado de sus históricas raíces cristianas. Las
raíces cristianas son el fundamento común de la unidad de los españoles,
aquí y allá, en el centro y en la periferia. La ruptura con esas raíces
supondría la imposibilidad de un futuro en paz y en convivencia. ¿Por
qué se habla tanto del centralismo, de la pretendida y supuesta
uniformidad que plantean algunos destacados eclesiásticos, y no de la
secularización que propugna y ampara el nacionalismo operante en la
actualidad? Dime con quien andas y te diré quién eres. ¿Cuáles son los
compañeros de viaje del nacionalismo catalán? ¿No son los socialistas
más rabiosamente laicistas, acaso?
Poner sobre la mesa, sin cartas marcadas –algo a lo que parece ya no
estamos acostumbrados– una llamada de atención para que no se voten
estatutos que contienen disposiciones claramente inhumanas y que afectan
a la dignidad de las personas y a sus libertades personales, es una
contribución decisiva para el futuro de los españoles. En los estatutos
se está anteponiendo el organicismo identitario a la identidad personal
que es sustantiva y ontológicamente previa. Como señala el profesor Luis
Núñez Ladevéze, no hace falta hablar de la unidad de España sino de cómo
la desmembración estatutaria está corrompiendo las raíces cristianas
colectivas que nos deberían unir a los españoles más de lo que las
"nacionalidades" nos separan. Los obispos andaluces, con su Nota sobre
la reforma del Estatuto de Autonomía, han ofrecido una lección magistral
de responsabilidad histórica.
Como ha demostrado el actual secretario general de la Conferencia
Episcopal, el jesuita Juan Antonio Martínez Camino, en el prólogo al
libro "Moral Política", presentado esta semana, el documento "La Iglesia
y la comunidad política", aprobado en 1973, que inauguró el juicio moral
de los obispos sobre el presente histórico de España de manera profética
–aconfesionalidad del Estado, libertad religiosa, renuncia al privilegio
del fuero, etc.–, tuvo en contra 20 votos, más 4 abstenciones. Faltaban
todavía unos cuantos años para la aprobación de la Constitución
Española. El documento "Valoración moral del terrorismo", que para
algunos es y supone la chispa de la división interna de los obispos,
tuvo 8 votos en contra y 5 abstenciones.
¿Qué es lo que une a los obispos? ¿Qué es lo que les separa? Esta semana
tendremos la respuesta. No lo duden.