ABC
Juan Manuel de Prada
23-06-2006
Tuve la inmensa fortuna de que el cardenal Tarcisio Bertone me
concediera una entrevista tras la elección de Benedicto XVI. Él fue, sin
duda, uno de los grandes electores en aquel cónclave; no en vano había
desempeñado el cargo de Secretario de la Congregación para la Doctrina
de la Fe durante siete años y había convivido en el mismo edificio del
Borgo Pío con el cardenal Ratzinger, con el que compite en destrezas
musicales. Bertone encarna a la perfección el carisma salesiano: hombre
afectuoso, franco y extraordinariamente divertido, contagia de calidez y
exultación cuanta empresa acomete, sin que ese derroche cordial
perjudique, ni siquiera mínimamente, su rigor y probidad. Canonista de
probado prestigio, Bertone desempeñó, por encargo de Juan Pablo II, las
misiones más peliagudas: encargado de devolver al redil al montaraz
Milingo, fue también el elegido para mantener con Sor Lucía las
conversaciones previas al desvelamiento del tercer secreto de Fátima.
Tan delicadas encomiendas no han estragado, sin embargo, su carácter
desinhibido: en cierta ocasión, se avino a comentar para la televisión
pública italiana las vicisitudes de un partido de fútbol; y otra vez
apareció por sorpresa en un oratorio salesiano, donde a la sazón un
grupo de jóvenes organizaba un guateque, y amenizó la velada entonando,
con la ayuda de un karaoke, varias canciones de moda.
Como su amigo Benedicto XVI, Bertone es un declarado melómano y gusta de
tocar el órgano. Piamontés anómalo, más festivo que la mayoría de sus
paisanos, ha ejercido las labores pastorales en Vercelli, una de las
archidiócesis italianas más antiguas y, con posterioridad a su etapa en
la Congregación para la Doctrina de la Fe, en Génova. Allá donde ha
estado, ha dejado la impronta de una humanidad desbordante y también de
una honda e inquisitiva preocupación cultural. Cuando se publicó «El
código Da Vinci», Bertone no vaciló en lanzar sus diatribas ante lo que
consideraba un bodriazo descomunal y pluscuamperfecto. Tampoco vaciló en
comparar, durante la entrevista que con él mantuve en la primavera
romana del pasado año, la gestión del presidente Zapatero con la actitud
entreguista e irresponsable de Herodes, que en su afán por contentar a
Salomé prometió: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi
reino». El curso posterior de los acontecimientos ha confirmado hasta
extremos insospechados aquel lucidísimo diagnóstico.
Como el cardenal Villot, quien desempeñara funciones de Secretario de
Estado durante el papado de Pablo VI, Bertone ha sido designado para tan
alta responsabilidad sin que lo asista ninguna previa experiencia en la
diplomacia vaticana. Pero Benedicto XVI sabe que este piamontés de
estampa juncal es capaz de cargar sobre sus fornidos hombros con
cualquier encomienda, por ardua o ímproba que nos parezca. Y es que
Bertone, aunque de formación eminentemente jurídica, es sobre todo un
erudito en humanidad, un aventajado y jovial hijo de Don Bosco.