El Nuevo Herald (EE.UU.)
Gerardo Martínez Solanas
24-06-2006
La proliferación nuclear es un hecho que pone en juego el destino de la
humanidad. Muy lejos están las esperanzas que despertaron Reagan y
Gorbachov en su histórico acuerdo de Reykjavik en 1986.
Aunque ambos países redujeron sus armamentos nucleares a menos de la
mitad, el acuerdo tuvo muy poco efecto en los otros actores de este
drama, sobre todo China, que había afirmado que se sumaría al Tratado de
No Proliferación (TNP) cuando ambas naciones lo cumplieran, pero olvidó
su promesa.
Desde entonces ha triplicado sus armas nucleares hasta superar las que
poseen Francia y el Reino Unido. Pekín acabó firmando el TNP en 1992 y
comprometiéndose a entrar en negociaciones de desarme con los otros
cuatro. Tampoco lo ha hecho.
El TNP limitó el número de afiliados de este club exclusivo a los cinco
miembros permanentes del Consejo de Seguridad, que ya poseían esas
armas. Aunque podían pulverizar a los violadores no hicieron mucho por
persuadirlos. India, Pakistán e Israel penetraron al exclusivo club por
la puerta trasera y nada se hizo para expulsarlos. Suecia, Brasil, Corea
del Sur, Taiwan y Suiza tienen la capacidad y la tecnología, pero han
renunciado prudentemente a producirlas. Sudáfrica llegó a fabricar entre
3 y 5 ojivas nucleares, pero optó por desmantelarlas. Irak estuvo a
punto de fabricarlas, pero Israel bombardeó y destruyó sus instalaciones
y dos guerras posteriores con Estados Unidos impidieron su reanudación.
Algunos analistas teorizan que estas armas en manos de pocos países han
impedido una devastadora conflagración. El precio de un enfrentamiento
nuclear es demasiado alto. Pero este disuasivo no ha prevenido los
frecuentes enfrentamientos armados entre India y Pakistán, aunque hayan
limitado sus operaciones a encuentros fronterizos que nunca justificaron
el uso de tales armas.
Afortunadamente, las potencias nucleares se han abstenido de desarrollar
una política bélica que obligara a sus adversarios a utilizar su
capacidad nuclear. En octubre de 1963, se estuvo cerca de un
enfrentamiento, pero prevaleció la cordura. Entre sus líderes no había
un Hitler, un Stalin o dictadorzuelos como Pol Pot o Fidel Castro.
Pero ahora surgen otros que podrían ser peores. Sus odios declarados y
rabiosos contra nuestra civilización se alimentan del fanatismo islámico
o de una ambición mesiánica de poder que los hace muy peligrosos, como
el norcoreano Kim Jong Il. Que en esos dos nacientes polos nucleares
--Irán y Corea del Norte-- se deposite la supervivencia de nuestra
civilización, radica la prolongada negligencia que ha permitido esa
proliferación durante los 20 años de vigencia del TNP.
Hoy sabemos que Abdul Qadeer Khan, ''padre'' del programa nuclear de
Pakistán, entregó la tecnología nuclear de su país a Corea del Norte. A
cambio, Pakistán desarrolla misiles intercontinentales Ghauri de origen
coreano (los Taepodong) e Irán aprovecha este trasiego armamentista para
su propio programa nuclear y misilístico.
Además, la desintegración del imperio soviético propició filtraciones de
material y tecnología nuclear, canalizadas a través de Egipto, Libia,
Siria y Kazajstán hacia otros lugares.
Las consecuencias de esta negligencia tocan ahora las puertas de América
Latina. Abundan en los últimos tiempos declaraciones conjuntas y
negociaciones de Irán y Corea del Norte con Venezuela y Cuba, con
propósitos claramente agresivos.
Estos nuevos actores nucleares no muestran moderación. Amenazan con
barrer a sus ''enemigos'' del mapa o ponerlos de rodillas. No aspiran a
vivir en paz, sino a imponerse por la fuerza. No es difícil prever que
países amenazados como Japón, Corea del Sur, Taiwan e incluso Brasil
sean arrastrados a la opción nuclear. No hace falta ser profeta para
pronosticar que Taiwan y China o Israel e Irán terminen escenificando la
batalla definitiva del Apocalipsis.
Si hoy no se les pone freno, mañana será demasiado tarde.