El extraño caso del gobierno y su ley de dependencia
Seguramente
el Proyecto de Ley que ha hecho correr más tinta durante más tiempo, si
descontamos los conflictos estatutarios, es el que hace referencia a la
creación del Sistema Nacional de Dependencia, y quien lo dude basta que
haga la pertinente verificación en el Google.
Este
proyecto, ahora en proceso de debate en el Congreso de los Diputados, es
presentado por el gobierno como el cuarto pilar del Estado del
Bienestar, pero al mismo tiempo, une a su teórica importancia tal
incertidumbre en los aspectos determinantes, que estaríamos tentados de
afirmar que lo convierte en impresentable y que corre el riesgo de
constituir una gran estafa a medio plazo o, como afirmaba el Consejo de
Estado, que sea motivo de frustración. Y es que, y esto también forma
parte del dictamen de dicho alto organismo, no se aclaran las
obligaciones del Estado en toda esta cuestión. La pregunta es ¿cómo es
posible proyectar un sistema nacional sin que se sepa como se financia,
que servicios otorga y realmente quien los presta sin que quede claro
cual es el papel de los ayuntamientos y de las entidades privadas?
Concretemos
las objeciones:
- La
financiación es un galimatías. Por una parte se afirma que el Estado
financiará el nivel de prestaciones que se determinen
reglamentariamente, o sea que no se sabe cuales son. Pero por otra, se
obliga a las comunidades autónomas a que realicen una aportación como
mínimo igual a la del Estado, sin saber cual es ésta ni disponer de
recursos específicos para su financiación. Finalmente se dice que los
usuarios contribuirán al coste del servicio en un 33%, porcentaje que
aumentará en función de la renta. Observación: este enfoque
descalifica la pretensión de que se está constituyendo un derecho
universal como la sanidad o la enseñanza, porque cuando existe un pago
y además éste es importante y variable en función de los ingresos, tal
universalidad no existe. El riesgo de toda esta historia es que de los
1000 millones al año que son necesarios, según cálculos del gobierno,
quienes realmente paguen algo más de 300 millones sean los usuarios, y
otro tanto el conjunto de comunidades autónomas, porque el resto, la
tercera parte ya es el coste actual en materia de dependencia que
sufraga el presupuesto del estado. Si la verdad se acerca a este
cálculo, el Ministro Caldera con la colaboración necesaria de Solbes y
la bendición de Rodríguez Zapatero, habrá planteado un juego muy
semejante al que practican los trileros. Esperemos que esto no sea
así, y para ello nada más necesario que conocer cual es la asignación
económica a la que se compromete el gobierno desde ahora hasta la
plena aplicación de la ley.
- De lo
dicho queda claro que no está bien definida cual es la participación
de los usuarios en el pago del sistema. Un riesgo adicional es que en
realidad el grueso del país, la clase media con dependientes, acabe
siendo el financiador básico del sistema, con lo cual se convertiría
más que en una ayuda en un nuevo mecanismo impositivo.
- La ley
considera “excepcional” la atención de las personas dependientes que
son atendidas por su entorno familiar. Es decir, sitúa en un plano
secundario lo que es hoy el fundamento de la cuestión, y debería ser
el eje de la respuesta. Una buena financiación, y soporte y asistencia
a los cuidadores familiares para que la carga no resulte incompatible
con mantener unas razonables condiciones de autonomía personal,
hubiera sido el enfoque más práctico, humano y económico. Pero es que
el estatismo es una característica inherente a esta ley.
- Este
estatismo se observa también en diversos aspectos: no garantiza la
libertad de elección del servicio o prestación que mejor dé respuesta
a sus necesidades. Tampoco garantiza la participación de las entidades
que representan a la gente mayor, los discapacitados y a sus familias,
ni establece un marco de cooperación y concertación con las entidades
de iniciativa social. Ni tan solo concreta el papel de los
ayuntamientos en el sistema. Es una concepción de un estatismo
jacobino.
- Los
huecos: No resuelve bien el acceso al sistema de dependencia de las
personas con discapacidad psíquica y enfermedad mental, ni el soporte
a las familias con niños menores de 3 años discapacitados o con
enfermedades congénitas. Obvia las relaciones con el sistema sanitario
y no promueve la dimensión socio-sanitaria. Una vez más la
Administración española es incapaz de establecer servicios
transversales y consagra el reino de Taifas de la mano de cada
ministerio. Tampoco resuelve bien la llamada prestación económica de
asistencia personalizada y su relación con las prestaciones económicas
hoy ya reguladas en la legislación de la seguridad social.
Ante estas
cuestiones, no es extraño que junto con el informe crítico del Consejo
de Estado, el Partido Popular haya presentado 140 enmiendas parciales, y
CiU, PNV y EA, sendas enmiendas a la totalidad. En el caso de CiU la
cosa tiene su miga, porque este grupo declara que la ley no solo
vulnerará el nuevo Estatuto de Autonomía sino que ya lo hace con el de
1979. Lo más paradójico en este terreno es que esta norma jurídica la ha
pactado el gobierno con IU y también ERC, que promovió el “no” al
Estatuto por considerarlo corto en materia de autogobierno, y ahora
promueve una ley que otros partidos, algunos de un perfil nacionalista
más moderado, como CIU, consideran que se salta a la torera las
competencias existentes.
Sería bueno,
en su paso por el Congreso, que el gobierno asumiera las críticas que
hemos resumido y que no son otra cosa que una recopilación de las que se
han ido produciendo por diversas instancias solventes de nuestra
sociedad. Nos gustaría tener una ley sobre un tema tan importante, clara
y transparente en la que pudiéramos confiar.
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