La Gaceta de los Negocios
Ignacio Sánchez Cámara
28-06-2006
¿Puede aceptar una sana cabeza juvenil que un atentado cambie los
destinos de una gran nación?
Uno de los factores principales del cambio histórico es el conflicto
generacional. A la juventud se le suele atribuir, no siempre con razón,
el descontento, la rebeldía y el afán de cambiar el mundo. Esa rebeldía
no siempre ha ido bien encauzada, pues muchas veces conserva lo peor y
combate lo mejor del legado de la generación anterior. En otras
ocasiones, diagnostica equivocadamente las causas de los males que
combate y termina por agravarlos.
Las buenas intenciones, por sí solas, no mejoran el mundo. También hay
una juventud acomodada e integrada, atenta sólo a los valores
inferiores. Pero, en sí misma, la juventud no es de derechas ni de
izquierdas, sino que suele oponerse al poder vigente, pertenezca a un
lado o a otro. Por eso no es extraño que cuando, como ahora sucede en
España, el poder gira a la izquierda y se radicaliza, pueda preverse un
viraje de la rebeldía juvenil hacia la derecha. Cuando la izquierda se
acomoda e instala, la rebelión juvenil necesariamente la abandona. Y no
parece dudoso que estamos ante una izquierda retórica, aburguesada y
acomodada.
Mal puede encajar el materialismo más rastrero y ramplón con el
idealismo que suele atribuirse a la edad juvenil. Mientras el poder
parece complacido en conducirlos a la negación de la trascendencia y a
la satisfacción de los deseos más bajos y pasajeros, los mejores de
ellos se rebelarán contra la manipulación y aspirarán a los valores más
elevados y permanentes. Cuanto más se les predique el abandono del
espíritu, con más fuerza los rebeldes mirarán hacia él. Aquí acaso se
encuentre la explicación del creciente movimiento juvenil hacia la
religión y la causa de la decepción que proporciona la ausencia de Dios.
Muchos jóvenes comprenden hoy que no luchan más y mejor contra la
miseria quienes más invocan a los pobres o pretenden hablar en su nombre
sino quienes más hacen por ellos. Una Teresa de Calcuta vale más que
todas las ideologías reunidas. La juventud tolera mejor la bajura de
miras que la hipocresía y sabe que quienes verdaderamente trabajan en
favor de la paz y la justicia hacen poco ruido y no presumen de ello. El
primer paso hacia la transformación del mundo consiste en mejorarse a
uno mismo. Mala cosa es ese parloteo contemporáneo sobre la paz y la
extensión de los derechos. Quien presume de justo no suele serlo. La
injusticia del mundo no deja de ofrecerles motivos para la indignación y
la acción inteligente, es decir, para la genuina rebeldía. Ahí están,
entre nosotros, por ejemplo, las víctimas del terrorismo y su justa
indignación. ¿Puede un hombre honrado situarse en una posición
equidistante entre la dignidad de las víctimas y la abyección de los
terroristas que puede leerse en sus rostros? Pocas cosas producen tanta
vergüenza y sonrojo como la pretensión de que quienes se oponen a la
negociación y claudicación ante la ETA, desean en el fondo que continúe
el terrorismo por razones de interés partidista. Pues resulta muy claro
que existe un camino muy fácil, pero perverso, hacia el final del
terrorismo, que consiste en aceptar sus reivindicaciones y satisfacer
algunas de sus exigencias.
El Gobierno de Aznar habría podido evitar el asesinato de Miguel Ángel
Blanco, pero pagando el precio de la indignidad. Bastaría con haber
satisfecho las exigencias de sus secuestradores. Pero nunca la derrota
de la justicia es el camino hacia la paz.
También sospechan los jóvenes (o la mejor porción de ellos) de las
bondades del pensamiento dominante y de la corrección política, de la
manipulación del lenguaje y de la verdad histórica. Y así, dejan de
repetir esos viejos falsos tópicos, que se les presentan como novedad y
que suelen tener su fecha de nacimientos tres o cuatros siglos atrás, y
sólo un poco más acá su fecha de caducidad. Pero, por encima de todo,
quizá debieran los jóvenes rebelarse contra la educación plana,
niveladora, mediocre, materialista, edulcorada y fácil a la que se les
viene invitando o que se les impone, con la limitada excepción de la
reforma educativa del PP, frustrada como consecuencia del cambio de
Gobierno. Y, por cierto, ¿puede aceptar una sana cabeza juvenil que un
atentado terrorista cambie los destinos de una gran nación? Por mi
parte, creo que recuperaré la confianza en la juventud española el día
en que la contemple clamar a favor de un sistema educativo exigente y
reclame su derecho a aprender y a pensar, y que reivindique el valor de
las escuelas, institutos y universidades como centros de estudio y
reflexión, y no como lugares de propaganda y acción política. Y también
el día que reclamen la verdadera libertad, que nace de la verdad, y no
la servidumbre que procede de la satisfacción de los instintos. Mientras
tanto, lo natural es que si el poder gira a la izquierda, la rebeldía
gire a la derecha.