Libertad Digital
José Francisco Serrano Oceja
29-06-2006
Dicen que el estilo es el hombre. Ahora
tendríamos que decir que el estilo es el criterio. Benedicto XVI ha
comenzado a mover ficha, mejor dicho, a mover los basamentos de las
columnas sobre las que se sustenta el día a día del trabajo en la sede
apostólica. Comenzamos a saber cuáles son los criterios de
acompañamiento a su palabra y a su ministerio.
El nombramiento del arzobispo de Génova, cardenal Tarsicio Bertone, ha
consumado una tríada de designaciones que si algo tienen en común es el
estilo de Joseph Ratzinger. Dos de sus colaboradores más cercanos
durante los años de estancia de la curia, el cardenal W. J. Levada y el
cardenal Bertone, ocupan las más destacadas responsabilidades: la de la
Doctrina de la Fe, la identidad de la propuesta cristiana en un mundo en
donde la indeterminación y los contornos de las ideas son evanescentes;
y la política real de defensa de la dignidad del hombre y los procesos
que la garantizan, desde la encarnación histórica del Evangelio en la
comunidad de fe. La designación del cardenal indio Ivan Dias es un nuevo
sumando a esta tríada de lujo. El nombramiento del cardenal Secretario
de Estado ha sido aceptado con sorpresa y, en los ambientes de la
diplomacia de la Iglesia, con una no disimilada sensación de
perplejidad.
Si hay una característica definitoria de Benedicto XVI es la prudencia.
Es un Papa que calibra cada uno de sus actos, en el gobierno de la
Iglesia, en sus justas dimensiones; no sabe, por tanto, de precios que
hay que pagar ni que hay que deber. Ha sido capaz, en poco tiempo, de
romper los clichés sobre su pasado como prefecto de la Congregación para
la Doctrina de la Fe, que no es, ni supone, una hipoteca. Benedicto XVI
convence con la fuerza persuasiva de sus argumentos, no con la razón de
estado ni con los estados de razón. Se podría decir que el Papa suele
jugar sobre seguro. La Iglesia sabe que, en su dimensión institucional,
uno de los criterios de autoridad y de fiabilidad es el tiempo, el paso
del tiempo. La autoridad moral del Papa hace que se puedan discutir, en
el proceso de elección, los argumentos a favor y en contra de un
candidato. Pero cuando el Papa ha elegido, la causa y la cosa está
vista.
Uno de los rasgos característicos del perfil de los nuevos nombramientos
es el de encontrarnos con hombres que se han dedicado con intensidad a
la vida intelectual; que han tenido cargos de responsabilidad en
instituciones académicas o eclesiales y que han vivido al compás de los
cambios de clarificación doctrinal y pastoral en la Iglesia. El perfil
de los elegidos hasta el presente es de personas volcadas en lo esencial
del contenido de la propuesta cristiana. Quién no recuerda, por ejemplo,
los trabajos del hoy cardenal Bertone en la elaboración de la carta
Dominus Iesus, la síntesis doctrinal del período Ratzinger al
frente de la Congregación; o la claridad con la que monseñor Levada
actuó en la peliaguda cuestión de las acusaciones a algunos sacerdotes
norteamericanos de pederastia; o los trabajos del cardenal Ivan Dias en
el diálogo interreligioso y con la vida de Congregaciones que están
viviendo una eclosión oriental, como la Compañía de Jesús.
Ya en su día, Joseph Ratzinger, hablando de quienes trabajaban en la
Curia romana, señaló que "todos los santos fueron hombres de
imaginación, no funcionarios del aparato; fueron personajes que parecían
quizás hasta 'extravagantes', aunque profundamente obedientes, y al
mismo tiempo hombres de gran originalidad y de independencia personal. Y
la Iglesia –no me canso de repetirlo– tiene más necesidad de santos que
de funcionarios".
Benedicto XVI sabe, y lo ha confesado alguna vez, que el Espíritu Santo
es mucho más creativo que todas las burocracias de la Iglesia juntas. La
lógica del tiempo hace que las instituciones fosilicen algunas formas de
relación entre sus miembros y que la innovaciones pasen por el crisol de
quienes tienen un amplio recorrido. Benedicto XVI posee una experiencia
indiscutible sobre lo que es y significa la Curia romana. Todos y cada
uno de sus nombramientos –podemos estar seguros– llevan el sello de
quien sabe que la Iglesia cambia, se reforma, movida no por el interés
arbitrario ni el oportunismo sino por la santidad de sus miembros,
testimonio para el mundo. Ésa es su clave, y ése es su estilo, su
criterio.