Una vez más el gobierno juega a la confusión entre dos cuestiones bien
diferentes. Una, la del respeto a toda persona en razón precisamente
de esta condición, sea o no homosexual, sea cual sea el color de su
piel, sus creencias, incluso con independencia de si es un recluso o
un ciudadano libre.
La dignidad de la persona es inherente a ella y, por consiguiente,
inherente es también el respeto. Al “otro” no se le considera porque
sea homosexual o, católico, o discapacitado, sino por una razón común
superior, el ser persona, sin más.
El gobierno al actuar de esta manera hace algo terriblemente
peligroso: Segmenta el respeto e indica con el poder del estado la
prioridad, a través de medidas que fomenten la difusión positiva de su
naturaleza.
Cuando ensalza a un grupo y no a la persona, lo que perpetra es el
mensaje contrario con relación a los restantes grupos, los
heterosexuales en esta ocasión: Esto es una perversión de matriz
totalitaria.
Los gobiernos no pueden otorgar prioridades específicas que alteren el
principio fundamental de reconocer y proteger por igual el respeto a
las personas –a todas- por el solo hecho de serlo. Ese es la educación
que necesitan nuestros escolares y, que hunde sus raíces en nuestra
tradición filosófica.
El respeto a los homosexuales no se gana promoviendo su
“visualización”, que instintivamente llama al rechazo, sino educando
globalmente en la aceptación y respeto a todos los demás.
La discriminación implícita que se comete es ya perfectamente visible
en la práctica, donde se da un respeto asimétrico. La persona de
segunda categoría es en este caso el cristiano. Sus creencias pueden
ser objeto de burla, de mofa, de escarnio y, sus organizaciones
calificadas con voluntad de prejuicio, sometiendo a sus sujetos a un
trato denigrante.
Baste recordar hechos tan recientes como los que han protagonizado Leo
Bassi o la obra “Me cago en….”, o las provocaciones que se están
desarrollando en Valencia a causa de la próxima visita del Papa. Todo
ello subvencionado por la propia administración socialista.
Es evidente que si el objeto de la mofa de estas obras no fuera lo
católico sino lo homosexual se estaría hablando de homofobia, y con
razón. Pero esa misma fobia funciona pagada con el dinero de todos
contra los católicos.
Esa es la demostración del trato desigual, que entraña la política del
gobierno. El de una mentalidad de totalitarismo “soft” que se va
acrecentando y que ya traspasa el límite de lo socialmente peligroso.