Viajando por el Norte de Uganda (II). El dolor de los padres de niños secuestrados

Permalink 03.08.07 @ 08:35:59. Archivado en Gentes y rostros, Artículos José Carlos (JCR)

(JCR)
Ayer tarde tuve la suerte de charlar un buen rato con el Cardenal Renato Martino, presidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz. Recordamos su visita al norte de Uganda hace dos años, que tanto nos ayudó. Ha venido para inaugurar el Congreso Internacional de los Jóvenes Estudiantes Católicos, que empieza hoy en Kampala, y el lunes viajará a Gulu para expresar su solidaridad con la Iglesia que desde hace años lucha por la paz en esta parte del país. Me preguntó por los niños que han escapado de la guerrilla y por sus padres. Les cuento ahora más o menos lo mismo que le dije.

Le hablé de Regina Akumu, una viuda a la que encontré el pasado sábado 28 de julio en el campo de desplazados de Pagak, a 20 kilómetros de Gulu. En 1996 la guerrilla del LRA le secuestró a dos de sus seis hijos. Uno de ellos, James Olanya, de 16 años, escapó al cabo de una semana durante un combate. Su hermano Oringa, de 14, no ha vuelto, y aunque en 2003 Regina recibió información de algunos que regresaron y aseguraron que seguía con vida, hoy sigue debatiéndose en la angustia de si estará vivo o muerto. Basta mirarle a los ojos para darse cuenta de que esta mujer ha pasado infinidad de noches en blanco ahogadas en lágrimas. “Cada vez que escucho en la radio que el gobierno y los rebeldes siguen negociando la paz en Juba rezo a Dios para que mi hijo siga vivo y pueda volver a casa”, dice con convicción. Cuando le pregunto si no quiere volver a su aldea, a unos siete kilómetros del campo, se encoge de hombros y me dice que cuando intentó hace varios meses cultivar su tierra se encontró con que unos vecinos la habían ocupado. Sola, angustiada y sin recursos, parece haber aceptado la derrota de quien sabe que poco podrá conseguir.

Ya hemos mencionado en esta página varias veces que según datos de UNICEF desde 1995 el LRA ha secuestrado a unos 30.000 niños para obligarlos a combatir en sus filas. Algunas organizaciones de derechos humanos han dado este año cifras más elevadas (Human Rights Watch habla de 50.000). A diferencia de otras “causas célebres” (las mujeres violadas en Bosnia, los desaparecidos de Chile, las madres argentinas de la Plaza de Mayo...) la comunidad internacional tardó mucho en prestar atención a los niños del norte de Uganda. Baste pensar que hasta 2004 UNICEF ni siquiera tenía una oficina sobre el terreno.

Dos días después, a unos 200 kilómetros al Este de donde vive Regina Akumu, en el campo de desplazados de Kalongo, dos días después me senté a charlar con Faustino Otto, otro padre que vio desaparecer a uno de sus hijos más recientemente, en 2003. Se llamaba Dario Uma y tenía 14 años. La guerrilla le secuestró el 12 de febrero de ese año cuando se dirigía a la huerta familiar muy de mañana. Su hermana Carolina, de 15 años, que asiste a la conversación, tiene la mirada triste y abraza a su padre mientras éste recuerda cómo ella que acompañaba a su hermano consiguió escapar en aquella ocasión. Kalongo llegó a tener hace tres años 80.000 personas desplazadas internas, muchas de las cuales están ahora en proceso de volver a sus casas. Una mirada alrededor del campo revela multitud de cabañas derruidas a las que han quitado los postes para aprovecharlos en las nuevas construcciones. “Mi mujer ha vuelto al poblado”, dice Faustino, “yo sigo aquí con mi hija y otros dos niños que estudian en la escuela de Kalongo”.

Desde 1997 funciona en Uganda la Asociación de Padres Afectados, integrada por miles de padres que han perdido a sus hijos en el norte del país. Su actual presidenta, Anjelina Atyam, asegura que tienen constancia de por lo menos 15.000 niños aún desaparecidos. Si hay que dar crédito a los informes más recientes, que calculan que el LRA no tiene más de mil efectivos –todos ellos en el bosque de Garamba, en la República Democrática del Congo, en la frontera con Sudán del Sur- esto significaría que la mayor parte de los niños que aún no han vuelto han muerto en combates o por enfermedad. El día, tal vez no muy lejano, en que se firme el acuerdo final de paz y haya que desarmar y reintegrar a todos los combatientes del LRA miles de padres descubrirán que sus esperanzas han terminado y sólo les quedará aceptar el triste hecho de que sus hijos ya no volverán. Regina y Faustino lo saben y por eso tienen la mirada perdida cuando hablan de ellos.