Viajando por el norte de Uganda (III) Una tarde con cinco niños soldado
04.08.07 @ 08:36:39. Archivado en Gentes y rostros, Artículos José Carlos (JCR)
(JCR)
Aunque durante mis 18 años en el Norte de Uganda trabajé bastante con niños que se escaparon de la guerrilla después de haber sido obligados durante años a matar de las formas más crueles, nunca me he acostumbrado a su mirada de infinita tristeza. El pasado domingo 29 de julio me encontré con cinco de ellos en mi antigua parroquia de Omiya-Anyima, en el distrito de Kitgum. Moses, Richard, Filda, Irene y Quinto. Si hubiera podido, me habría quedado con ellos para siempre.Hablaba yo ayer en este blog del dolor de los padres de los miles de niños que fueron secuestrados por los rebeldes del LRA y que nunca han vuelto. A esto habría que añadir el inmenso trauma sufrido por padres que han visto volver a sus hijos al cabo de algunos años... y que se han quedado horrorizados al ver que ya no eran los mismos. Les han torturado y obligado a torturar, incendiar poblados y matar hasta convertirlos en verdaderos monstruos. Las secuelas psicológicas tardan años en desaparecer, y en algunos casos se les quedan marcadas como un estigma y una pesada carga que sus padres, sin medios, sobrellevan como pueden.
Además de esto vuelven con graves problemas de salud que continúan durante años. Dolores de espalda o de pecho, consecuencia de palizas interminables como castigo a la menor falta o de haber sido obligados a transportar en sus hombros enormes fardos de más de 50 kilos durante marchas interminables por la selva. Este es el caso de Quinto Otto, de 16 años, secuestrado en 2003. Estuvo sólo un año con la guerrilla, pero desde que volvió los constantes fuertes dolores de cabeza no le dejan dormir. A eso hay que añadir que jamás podrá borrar de su cabeza el día que su comandante le dio un hacha y le obligó a matar a uno de sus amigos que había intentado escapar.
Filda Amony, de 22 años, representa el caso de las niñas, que sufren más que los niños porque además de obligarlas a ser soldados a muy temprana edad las convierten en esclavas sexuales. La secuestraron en 1998, con 13 años, y recuerda cómo para acelerar su entrenamiento militar en las bases que el gobierno de Sudán proporcionó al LRA cerca de Juba les negaban la comida hasta que aprendían a manejar correctamente las armas. Con apenas 16 años la entregaron a un comandante mucho mayor que ella, el cual la tuvo como una de sus esposas. Cuando Filda pudo escapar durante un combate en 2004 regresó a casa con dos niños y una bala en la pierna. Uno de sus hijos nacido en la guerrilla murió al poco tiempo. Pero sus desgracias no terminaron aquí. Filda se encontró con que su madre había muerto de un ataque al corazón después de que uno se sus hermanos más pequeños, también secuestrado, muriera asesinado por la guerrilla. Hoy Filda tiene otro bebé de otro hombre que la ha dejado. La mayor parte de las muchachas que han corrido su suerte saben que es muy difícil que alguien acepte casarse “seriamente” con ella, que siempre tendrá que soportar el estigma de ser “la mujer de los que nos han hecho sufrir”.
A su compañera Irene Ayero la secuestraron, también en 1998, a una edad aún más temprana, cuando sólo tenía 11 años. Estuvo en la guerrilla hasta 2005 y su peor recuerdo es la marcha de varias semanas que tuvo que soportar atada a otros cien niños secuestrados como ella. A pesar de que al llegar la noche caían rendidos, las cuerdas no las dejaban dormir. A Irene la obligaron a ser soldado, porteadora y concubina de uno de los comandantes. Dice que cuando volvió a casa sus familiares la recibieron bien, aunque no levanta la mirada del suelo y dice que lo peor de la vida ahora es que ha perdido la oportunidad de estudiar y no cree que consiga casarse y tener una vida normal. Su marca de por vida es una bala que aún tiene alojada en un hueso de su brazo derecho y que le causa enormes dolores, además de impedirla trabajar con normalidad.
Richard y Moses tienen ambos 15 años. A los dos los secuestraron en 2003, uno de los peores años de la guerra, cuando el mismo ejército reconocía que el LRA raptaba una media de 50 niños al día en el norte de Uganda. Los dos volvieron el año pasado. Moses tiene una herida de bala en un brazo y Richard tiene multitud de cicatrices en la espalda, resultado de palizas en las que le golpearon con machetes. Su edad más temprana les ha permitido retomar sus estudios en su poblado.
Quizás la nota de esperanza que se puede dar sobre estos cinco jóvenes nazarenos crucificados, como muchos otros miles durante los últimos 20 años ante la indiferencia del mundo, en esta inmensa cruz del Norte de Uganda, es que todos ellos piensan que el proceso de paz que dura ya un año les permitirá abandonar el campo de desplazados en el que se encuentran y volver a su poblado original para vivir el resto de sus años sin miedo a ser secuestrados de nuevo. Quizás lo más sorprendente del caso es que sólo se conforman con esto.