Mezclemos

Permalink 04.08.07 @ 15:07:15. Archivado en Moral

Hace años, cuando era catequista en la parroquia de un pequeño pueblo cercano a Madrid, el párroco decidió invitar a todos los catequistas a pasar el día en Guadalupe, como celebración del final de la catequesis de ese curso.

Quienes conozcan Guadalupe podrán imaginar que fue un día bonito, de convivencia, visita del monasterio, paseos, etc. Me llamó la atención, sin embargo, que en toda la programación del día no se había previsto un tiempo para que pudiéramos celebrar la Eucaristía juntos, a pesar de que íbamos con el párroco. Le pregunté al párroco y se me quedó muy grabada su respuesta: “Ahora estamos de vacaciones. No hay que mezclar las cosas”.

No supe que decirle, así que me quedé callado. Sin embargo, de alguna forma intuía que había algo en esa respuesta que no estaba bien. Di una vuelta por la iglesia del monasterio y vi que un grupo de otra parroquia, que también estaba pasando el día de excursión en Guadalupe, iban a celebrar la Eucaristía, así que me uní a ellos. Me pidieron que hiciera de acólito, de manera que, además, pude ver la sacristía del monasterio, que es muy bonita. Fue una Eucaristía muy agradable, más distendida de lo habitual, y se notaba que todos estaban a gusto y seguían la celebración con interés.

Yo, la verdad, disfruté más de ese día de excursión gracias a la Eucaristía, recibir a Cristo hizo que la alegría fuera, de alguna manera, más profunda. Sólo sentí no haber podido celebrarla con los demás catequistas y con el párroco, que, mientras tanto, estaban cada uno por su lado, dando vueltas por el pueblo.

Desde entonces, siempre recuerdo la frase de “No hay que mezclar las cosas”, como el ejemplo más claro de una mentalidad muy extendida entre los propios cristianos, que divide la vida en compartimentos separados. Se piensa que Dios tiene su sitio y los negocios son otra cosa, con sus propias reglas según las cuales el beneficio es lo primero y que no impiden engañar o pisotear al prójimo. Uno puede ir a misa casi todas las semanas, pero que no le digan que hay nada de malo en engañar a su mujer o en acostarse con su novia. Cuántos hay que son los primeros en criticar a los sacerdotes de su parroquia por cualquier tontería, pero nunca se les ocurriría admitir en su oficina o ante sus amigos que son cristianos.

Al final, esa mentalidad equivale a hacer una especie de trato con Dios: Yo te doy tres cuartos de hora los domingos y cinco minutos antes de acostarme o dos horas de voluntariado a la semana. Incluso vivo según algunas de tus reglas, por lo menos las principales o las que no me cueste cumplir. Eso sí, el resto de mi vida es mío y no te metas en ella, que ya tienes tu parte.

Es difícil encontrar una mentalidad menos cristiana que ésta. Los cristianos hemos sido comprados a precio de la sangre de Cristo. Somos totalmente de Dios y él debe ser el centro de nuestra vida. Todo lo que hacemos puede estar y debe estar ofrecido a Dios, ése es nuestro culto razonable.

No quiero decir con esto que no hagamos más que rezar, pero sí que todo lo que hagamos lo hagamos para Dios, que esté ofrecido a él, intentando hacer su voluntad. Si vivimos, vivimos para el Señor. Si morimos, morimos para el Señor. Cuando podemos descansar o divertirnos, se lo agradecemos a Dios y el descanso o la diversión serán más verdaderos por ese agradecimiento. Cuando tenemos que trabajar, se lo ofrecemos al Señor, colaborando con él, y entonces nuestro trabajo, sea el que sea, merecerá la pena.

Todo esto viene muy a cuento ahora en verano. Quien piense que, en vacaciones, también hay que descansar de Dios, de ir a misa, de vivir como un cristiano o, incluso, de rezar, puede estar seguro de que terminará las vacaciones mucho más cansado que cuando las empezó. Nos hiciste, Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti. El descanso verdadero no viene de no dar ni golpe ni de hacer lo que nos dé la gana, sino, más bien, de tener nuestra vida bien centrada donde debe estar, con Dios en su centro.

Cuando uno se acuerda de rezar con toda la familia al empezar el viaje, dando gracias a Dios por la temporada de descanso, y también de alabar a Dios por la belleza de lo que nos rodea, de dedicar ratos a la oración o de ser fieles a la celebración de la Eucaristía, las vacaciones se vivirán de otra manera, con paz y alegría. En cambio, si nos planteamos las vacaciones egocéntricamente, pensando sólo en nuestro propio descanso, generalmente terminarán con discusiones y rencores de toda la familia.

La parte de nuestra vida en la que no esté presente, de alguna manera, Jesucristo, es una parte perdida, desperdiciada, inútil y que hemos malgastado, caminando en dirección contraria a nuestra felicidad. Aunque sean días en el mejor hotel de las Seychelles. Si queremos un descanso que dure de verdad, tenemos que asegurarnos de que Dios esté presente en ese descanso. Mezclemos a Dios como ingrediente principal en el plato de nuestra vida y todo tendrá un sabor siempre nuevo.