ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 18 de agosto de 2007



DOCUMENTACIÓN
Aclaración sobre cambios al «Documento de Aparecida»
La respuesta de la Iglesia ante escándalos o quejas contra sacerdotes
México unido en el dolor a Perú
La familia en el «Documento de Aparecida»
Los signos de la veneración eucarística


 


Documentación


Aclaración sobre cambios al «Documento de Aparecida»

Del cardenal Francisco Javier Errázuriz, arzobispo de Santiago de Chile

SANTIAGO DE CHILE, sábado, 18 agosto 2007 (ZENIT.org).- Reproducimos las declaraciones formuladas por el cardenal Francisco Javier Errázuriz, arzobispo de Santiago de Chile y uno de los presidentes delegados de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, sobre los supuestos cambios que se habrían introducido al «Documento de Aparecida». Esta trascripción ha sido publicada literalmente por la archidiócesis de Santiago de Chile el 17 de agosto.

 

* * *
 


El cardenal Francisco Javier Errázuriz, al ser consultado por la prensa sobre el Documento Conclusivo de Aparecida, señaló:

«El documento que le llevamos al Papa, el día 11 de junio, es el documento de Aparecida, Conferencia que terminó el 31 de mayo pasado. Puede ser que tenga algunas correcciones, como de un punto o una coma, cosas de ese tipo pueden ser; pero le llevamos al Papa ese documento evidentemente».

«Una Conferencia como ésta –agregó el Arzobispo de Santiago- es una Conferencia que está elaborando orientaciones pastorales para el 40% de los católicos en el mundo. Trabaja en comunión con el Papa que tiene la responsabilidad por el 100% de los católicos en el mundo. Por eso estos documentos siempre se les llevan al Santo Padre, él pide la colaboración de los distintos Dicasterios técnicos que tiene y puede ser que alguno haya dicho: esta frase se puede precisar un poco. Lo que nosotros sabemos que la Congregación de la Doctrina y la Fe dijo que no había afirmación alguna en el documento que fuera en contra del dogma, la moral. Pero puede ser que alguno de los Dicasterios haya dicho: es mejor utilizar más bien esta palabra, queda más claro; y contra eso están reclamando».

Siguiendo con sus declaraciones, el Cardenal Errázuriz afirmó: «Hay un tema (en el cual la modificación fue mayor) que es el que más ha dolido a muchos grupos en Brasil y también en otros países y es lo que se refería a las comunidades cristianas de base, que fue un tema muy relevante y viene de Conferencias Episcopales anteriores. En un comienzo no fue en todas partes muy bien llevado, de manera que hubo comunidades cristianas de base que fracasaron, otras se polarizaron y en otros lugares crecieron con una fecundidad extraordinaria. De que son una bendición, lo son. Vamos hacer en el CELAM un gran congreso para poder recoger las mejores experiencias que existen de comunidades cristianas de base de manera que eso se pueda difundir en toda Latinoamérica, en bien de estas comunidades. Yo creo que ésa es la acción importante que hay que hacer. El texto definitivo sufrió algunas modificaciones, pero no está la solución en cambiar un texto, la solución está en un gran congreso, en un gran diálogo de comunión fraterna donde se busquen los mejores caminos y se recojan las mejores experiencias de las comunidades cristinas de base».

Por último, el Arzobispo de Santiago aseguró: «El espíritu del documento es clarísimo, la experiencia que vivimos en Aparecida fue una experiencia maravillosa. El espíritu es muy claro, las grandes líneas orientadoras son muy claras, se trata de formulaciones que no tienen la importancia que se les está atribuyendo en estos momentos».


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La respuesta de la Iglesia ante escándalos o quejas contra sacerdotes

Por monseñor Felipe Arizmendi, obispo de San Cristóbal de Las Casas

SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 18 agosto 2007 (ZENIT.org-El Observador).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título, « Los sacerdotes, «epifanía» de Jesucristo».

 

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VER

Se ha ventilado en los medios informativos que el Cardenal Norberto Rivera accedió a responder un cuestionario que le hicieron quienes, ante la Corte de Los Angeles, USA, le acusan de encubrir a un sacerdote pederasta. Un periódico nacional, que se distingue por sobredimensionar todo cuanto sea antisistémico, antiinstitucional y anticlerical, quisiera enlodarlo a como dé lugar, como una forma de quitar fuerza moral a la Iglesia y a nuestra predicación contra la homosexualidad y contra los ataques a la vida y a la familia. Yo estoy plenamente seguro de la inocencia y rectitud del Cardenal. Lo conozco y sé que no tolera estos delitos. Todos estamos de acuerdo en que, cuando se compruebe que un sacerdote ha abusado sexualmente de menores, debe ser enjuiciado por las leyes civiles y eclesiásticas; debemos defender a las víctimas y evitar que se repitan esos crímenes. Pero lamentamos que estos juicios estén inspirados por odio a la Iglesia y por intereses económicos de los abogados. Por nuestra parte, defendemos la institución sacerdotal, pues los presbíteros, en su inmensa mayoría, son fieles a sus compromisos, abnegados servidores de la comunidad.

Los obispos a veces recibimos quejas de los fieles contra algún sacerdote, e incluso amenazas de cerrar un templo parroquial si, en determinado tiempo, no les cambiamos al párroco. En algunos casos, tienen motivos suficientes para expresar su inconformidad, pues no somos perfectos y fallamos, sobre todo cuando damos un mal trato a los hermanos. En otros casos, la molestia se debe a que el sacerdote tiene fuerza profética y denuncia los abusos de los poderosos, los cuales pretenden demostrar su poder imponiéndonos su punto de vista. En otros, finalmente, se comprueba alguna deficiencia grave, que es inexcusable y requiere atención pastoral urgente.

Sin negar las limitaciones humanas que tenemos obispos y sacerdotes, me preocupa que se les vea sólo como burócratas de lo sagrado, como administradores de ritos, y que, por casos reales de pederastia clerical, se pierda la confianza y el respeto que tradicionalmente ha merecido la figura sacerdotal. ¿Cuál es su identidad más profunda? ¿Para qué existen?

JUZGAR
El Papa Juan Pablo II, en la Exhortación «Pastores dabo vobis», describe algunos rasgos de lo que significa la configuración sacramental de los sacerdotes con Cristo.

Ante todo, dice que el sacramento del Orden los une a Cristo con una "ligazón ontólogica específica" (No. 11); es decir, ser sacerdote no es algo meramente accidental o funcional, sino que configura su persona con Cristo; por tanto, aunque se les suspenda en el ejercicio del ministerio, no dejan de ser sacerdotes. En efecto, "el Espíritu Santo, consagrando al sacerdote y configurándolo con Jesucristo Cabeza y Pastor, crea una relación que, en el ser mismo del sacerdote, requiere ser asimilada y vivida de manera personal, esto es, consciente y libre, mediante una comunión de vida y amor cada vez más rica, y una participación cada vez más amplia y radical de los sentimientos y actitudes de Jesucristo. En esta relación entre el Señor Jesús y el sacerdote -relación ontológica y psicológica, sacramental y moral- está el fundamento y a la vez la fuerza para aquella vida según el Espíritu y para aquel radicalismo evangélico al que esta llamado todo sacerdote y que se ve favorecido por la formación permanente en su aspecto espiritual» (Ib 72). Su ordenación le exige luchar diariamente por ser santo, digno, casto, humilde, pobre, servidor.

Esta configuración sacramental con Cristo los hace ser sacramentos de su presencia, signos de su acción salvífica, a pesar de sus propios pecados. Dice el Papa: "Los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado... Son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor... Existen y actúan para el anuncio del Evangelio y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y actuando en su nombre» (Ib 15). «Han sido puestos, al frente de la Iglesia, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo» (Ib 16). ¡Esto es un misterio, que sólo percibe y acepta quien tiene fe cristiana! Sin fe, se ve a los sacerdotes sólo en su aspecto humano, siempre frágil.

La vocación presbiteral no es sólo para cumplir una función administrativa; implica todo el ser, pues "el sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo, esposo de la Iglesia... Por tanto, está llamado a revivir en su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa" (Ib 22; cf 43 y 72). Ha sido "escogido gratuitamente por el Señor como instrumento vivo de la obra de salvación..., no como una cosa, sino como una persona..., implicando la mente, los sentimientos, la vida" (Ib 25). Mediante la Ordenación, ha recibido el mismo Espíritu de Cristo, que lo hace semejante a El, para que pueda actuar en su nombre y vivir en sí sus mismos sentimientos y actitudes (cf Ib 33 y 57). «Está llamado a hacerse epifanía y transparencia del buen Pastor que da vida» (Ib 49).

¡Qué vocación tan sublime la del sacerdote! Jesucristo quiere necesitar sus manos, su mente, su corazón y todo su ser, para seguir salvando a la humanidad. Lo definitivo en su persona no son sus cualidades o defectos, sino el ministerio que desempeña en nombre de Cristo y de la Iglesia. Esto es lo que da valor trascendente a su servicio pastoral.

ACTUAR
Ante todo, los sacerdotes han de poner todo su empeño en ser santos, como dice el Papa Juan Pablo II: "El presbítero, llamado a ser imagen viva de Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia, debe procurar reflejar en sí mismo, en la medida de lo posible, aquella perfección humana que brilla en el Hijo de Dios hecho hombre y que se transparenta con singular eficacia en sus actitudes hacia los demás... Para que su ministerio sea humanamente lo más creíble, es necesario que el sacerdote plasme su personalidad humana de tal manera que sirva de puente y no de obstáculo a los demás en el encuentro con Jesucristo Redentor del hombre» (Ib 43).

Por su parte, los fieles han de ayudar, con sus consejos y oraciones, a que los sacerdotes vayan creciendo en perfección. Cuando sea necesario, corregirles fraternalmente. Si no hay corrección, acudir a las autoridades competentes, para que se proceda en justicia y verdad. Pero, de todos modos, no perder la fe en su ministerio. Cuando celebran Misa, confiesan o bautizan, realizan los misterios no en nombre propio, ni en base a sus méritos personales, sino como instrumentos vivos del mismo Cristo. ¡Que Dios nos conceda esta fe!
 


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México unido en el dolor a Perú

MÉXICO, sábado, 18 agosto 2007 (ZENIT.org-El Observador).- Publicamos el mensaje enviado por la Conferencia Episcopal Mexicana a la Conferencia Episcopal de Perú con motivo del terremoto que ha flagelado ese país.


 

"Discípulos y misioneros de Jesucristo


 

para que nuestros pueblos en Él tengan vida"
 



Monseñor Miguel Cabrejos Vidarte
Arzobispo Metropolitano de Trujillo
Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana
Excelencia:

Reciba un fraternal saludo en estos momentos de dolor y pena causados por el gran sismo ocurrido el miércoles 15 de agosto. Los católicos de todo México rogamos a Su Excelencia que comunique nuestro sentido pésame a los familiares de los difuntos, así como nuestra cercanía espiritual con los heridos y afectados, y con todos nuestros hermanos de la querida nación peruana.

El pueblo de México siente de manera especial esta tragedia y se solidariza cariñosamente con sus hermanos en Perú, porque sabe y recuerda el dolor que deja tras de sí un sismo de tal magnitud. Católicos y creyentes unimos nuestra oración para encomendar a la infinita misericordia de Dios todopoderoso a las víctimas e implorar el consuelo divino para los heridos, los supervivientes y los que han quedado sin hogar. Rogamos para que la solidaridad en todo el mundo se vuelva a hacer presente, y sea fuente de aliento y esperanza para todos los que sufren a causa de este fenómeno natural. Caritas–México ha organizado la campaña de ayuda a nuestros hermanos afectados.

Unidos en el dolor con el pueblo peruano, pero también unidos con ustedes en la esperanza, imploramos al Señor de la Vida, que por la intercesión de Santa María de Guadalupe, amorosa madre y Emperatriz de América, acoja en su regazo a sus hijos en Perú, hermanos nuestros.
Por los obispos de México,

+ Carlos Aguiar Retes
Obispo de Texcoco
Presidente de la CEM

+ José Leopoldo González González
Obispo Auxiliar de Guadalajara
Secretario General de la CEM


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La familia en el «Documento de Aparecida»

Según el obispo mexicano Rodrigo Aguilar Martínez

TEHUACAN, sábado, 18 agosto 2007 (ZENIT.org-El Observador).- Uno de los temas fundamentales del «Documento de Aparecida», surgido de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, es, sin duda, el de la familia en América Latina, llamado por Juan Pablo II, «el continente de la esperanza».

Participante en la V Conferencia y responsable de la Conferencia del Episcopado Mexicano para la Familia, el obispo de Tehuacán, monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, analiza en las siguientes líneas, la presencia y el futuro de la principal célula de la sociedad, a la luz del «Documento» de dicha Conferencia.

 

El tema de la familia en el «Documento de Aparecida»
 


El tema de la familia aparece con amplitud en el «Documento de Aparecida», lo cual manifiesta la importancia que el mismo episcopado da a la familia en la pastoral, en concreto para cultivar la perspectiva de discípulos y misioneros de Cristo Jesús, a fin de que nuestros pueblos en Él tengan vida.

En dicho Documento se dice, como se ha expresado en variadas circunstancias, que «una parte importante de la población está afectada por difíciles condiciones de vida que amenazan directamente la institución familiar» (n. 432). Efectivamente, la realidad que vive América Latina y que se menciona en el Documento, de los números 33 a 100 –por ejemplo los cambios vertiginosos, el relativismo, la crisis de sentido, la globalización con sus diferentes matices, la ideología de género, la informática, los avances en la ciencia y la tecnología, todo lo referente a la ecología, la informática, el pluralismo religioso, por mencionar en este momento algunos de ellos- son rasgos que afectan de diversas maneras a la familia.

En este sentido, tiene especial significado lo que el Papa puntualiza sobre la familia en su discurso inaugural y que se cita en los números 114, 302 y 432: «La familia, ´patrimonio de la humanidad´, constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente... La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de los hijos.»

El Papa nos menciona la realidad de la familia en los pueblos latinoamericanos y caribeños, como «uno de los tesoros más importantes». Esto lo podemos constatar en los comentarios que hace buen número de Obispos norteamericanos, en el sentido de que con frecuencia las familias hispanas han renovado la vida de muchas parroquias.

Pero no se trata de echar sin más las campanas a vuelo, puesto que también hay muchos retos por afrontar en relación a la familia. Nos viene a la mente lo que el Papa Juan Pablo II decía: «Familia, sé lo que eres». O sea, familia, vive plenamente tu misión.

Por eso, con el Documento de Aparecida queremos reconocer a la familia como una «buena nueva», parte fundamental del Evangelio de Cristo Jesús, Quien es la Buena Nueva por excelencia del amor que Dios Padre nos tiene.

«Agradecemos a Cristo que nos revela que ´Dios es amor y vive en sí mismo un misterio personal de amor´ (FC 11) y optando por vivir en familia en medio de nosotros, la eleva a la dignidad de ´Iglesia Doméstica´» (n. 115).

Dios ama nuestras familias, no obstante tantos conflictos y divisiones en nuestra historia familiar. La oración en familia nos ayuda a superar muchos problemas, a sanar las heridas que nos hemos provocado y abre caminos de esperanza. Por otro lado, muchos vacíos de hogar pueden ser atenuados por servicios que ofrece la comunidad eclesial, que es familia de familias (cf. n. 119).

«En el seno de una familia la persona descubre los motivos y el camino para pertenecer a la familia de Dios» (n. 118). Los sacramentos que se reciben y provocan fiesta familiar, son ocasión privilegiada para la formación en familia como discípulos misioneros de Cristo Jesús. Pero nos falta mucho por hacer para que la familia sea «primera escuela de la fe» (cf. nn. 302 y 303). Esto lo podemos ir logrando con pequeños y constantes pasos: por ejemplo ir enseñando a los pequeños las primeras oraciones; al ir a la iglesia, hablarles del significado de los ritos y de las imágenes; especialmente que en familia se participe en la Eucaristía dominical, también en familia orar antes de los alimentos y rezar el Rosario, para contemplar junto con la Virgen María el misterio de Cristo Jesús. Recuerde usted que la familia que reza unida, permanece unida.

El mismo Documento de Aparecida nos dice que «debe asumirse la preocupación por la familia como uno de los ejes transversales de toda la acción evangelizadora de la Iglesia. [Por lo mismo] en toda diócesis se requiere una pastoral familiar intensa y vigorosa para proclamar el evangelio de la familia, promover la cultura de la vida y trabajar para que los derechos de las familias sean reconocidos y respetados.» (n. 435).

Invito a usted a que el día de hoy cultivemos con acciones concretas la convocación del Papa Benedicto XVI, para que la familia sea «escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente». Este es nuestro gozo, ésta es nuestra responsabilidad.

+ Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de Tehuacán


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Los signos de la veneración eucarística

Carta de monseñor Julián López Martín, obispo de León

LEÓN, sábado, 18 agosto 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la carta a los presbíteros y diáconos que ha enviado monseñor Julián López Martín, obispo de León (España), quien participó en el Sínodo de obispo del mundo sobre la Eucaristía (octubre de 2005).

 

* * *


Queridos hermanos:
Deseo comentar con vosotros algunos aspectos del culto a la Santísima Eucaristía a propósito de la publicación de la Exhortación Apostólica postsinodal Sacramentum caritatis de S.S. el Papa Benedicto XVI, de 22-II-2007 (= SCa y nº)[1]. Con este documento culmina una serie de intervenciones de carácter doctrinal y pastoral del Magisterio pontificio que comenzó con la Encíclica Ecclesia de Eucharistia del siervo de Dios Juan Pablo II (17-IV-2003)[2], con el propósito de mejorar las celebraciones de la Eucaristía y, a la vez, renovar e intensificar el culto del Misterio eucarístico en la Iglesia. Ahora bien, esto no será posible si los pastores no procuramos formar a los fieles de manera que adopten «una actitud coherente entre las disposiciones interiores y los gestos y las palabras» (SCa 64). Esto tiene aplicación también a los elementos materiales que entran en la celebración litúrgica, como los signos, los lugares de la celebración, la colocación del Sagrario, etc.

Por eso deseo invitaros a leer atenta y reflexivamente la Exhortación Apostólica, para captar su riqueza teológica y espiritual. Como una ayuda y a modo de introducción a su lectura, en este mismo número se publica una conferencia mía ofrecida precisamente a sacerdotes.

Desearía también que, a medida que os adentráis en el documento pontificio, tengáis en cuenta el modo concreto de celebrar, con el fin de revisarlo, mejorar todo lo que sea mejorable y corregir lo que sea preciso. Para este es muy útil consultar también la Ordenación General del Misal Romano publicada en lengua española en 2005 (= OGMR y nº)[3] e, incluso, la Instrucción Redemptionis sacramentum de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, de 25-III-2004[4].

Por último, os pido que pongáis en práctica las siguientes indicaciones y sugerencias, que afectan no sólo a la celebración de la Eucaristía sino también a su culto fuera de la Misa y a la misma Reserva eucarística. Su observancia tiene mucho que ver también con el comportamiento de los fieles en el interior de las iglesias.

1. Verdad y belleza de la celebración y del culto a la Eucaristía

Antes de entrar en las sugerencias concretas, me parece oportuno recoger y comentar esta afirmación de la Exhortación Apostólica: «La relación entre el misterio creído y celebrado se manifiesta de modo peculiar en el valor teológico y litúrgico de la belleza. En efecto, la liturgia, como también la revelación cristiana, está vinculada intrínsecamente con la belleza: es veritatis splendor. En la liturgia resplandece el Misterio pascual mediante el cual Cristo mismo nos atrae hacia sí y nos llama a la comunión» (SCa 35). El Papa se refiere a una realidad mucho más profunda que una mera estética o armonía de las formas a la hora de celebrar la liturgia. Lo que está en juego, cuando se realiza una acción litúrgica, es la verdad del misterio que se hace presente en ella y que, a la vez, se oculta en el conjunto de signos, palabras y elementos que integran la celebración y que es necesario percibir claramente para entrar en contacto con él. La Iglesia no ha creado el ritual, los gestos, los símbolos, la música, etc., de su liturgia buscando la ceremonia, la majestuosidad o la pura solemnización, sino tratando de ayudar al hombre a entrar en comunión con Dios, para que le alabe del mejor modo posible y se deje santificar por Él. «La verdadera belleza (de la liturgia) es el amor de Dios que se ha revelado definitivamente en el Misterio pascual» (ib.).

Por eso, celebrar bien no consiste en ejecutar fríamente unos actos o recitar de manera rutinaria unas fórmulas de plegaria. En este sentido, no se puede olvidar que la forma externa condiciona decisivamente las actitudes internas. De ahí que se debe cuidar con el mayor esmero todo aquello que facilita la comunicación visual y verbal en las acciones litúrgicas. Especialmente hoy, cuando todo el mundo está acostumbrado a ver y a escuchar a auténticos maestros de la expresión. Y esto afecta no solamente a la responsabilidad de los ministros, sino también a la necesaria educación litúrgica de los fieles que ocupan la nave, a los que se ha de considerar como verdaderos participantes en la parte que les corresponde como miembros del pueblo sacerdotal (cf. 1 Pe 2,5.9)[5]. «Conscientes de todo esto, hemos de poner gran atención para que la acción litúrgica resplandezca según su propia naturaleza» (ib.)[6].

2. Los gestos de la veneración

«Un signo convincente de la eficacia que la catequesis eucarística tiene en los fieles es sin duda el crecimiento en ellos del sentido del misterio de Dios presente entre nosotros. Eso se puede comprobar a través de manifestaciones específicas de veneración de la Eucaristía, hacia la cual el itinerario mistagógico debe introducir a los fieles. Pienso, en general, en la importancia de los gestos y de la postura, como arrodillarse durante los momentos principales de la plegaria eucarística» (SCa 65).

Por su parte, la OGMR es muy clara al señalar: «(Los fieles) estarán de rodillas durante la consagración, a no ser que lo impida la enfermedad o la estrechez del lugar o la aglomeración de los participantes o cualquier otra causa razonable. Y, los que no pueden arrodillarse en la consagración, harán una profunda inclinación mientras el sacerdote hace la genuflexión después de ella» (n. 43). La Conferencia Episcopal Española no ha señalado otro gesto, lo que quiere decir que la norma general tiene pleno vigor en España.

Allí donde la mayoría de los fieles permanece aún de pie durante la consagración, es necesario que, con claridad y paciencia, se les invite a recuperar el gesto de arrodillarse, explicándoles el sentido del estar de rodillas o de la inclinación profunda. Esta explicación debe hacerse antes de la celebración eucarística. En las iglesias en las que se instalaron bancos sin reclinatorio, los responsables deberían estudiar cómo hacer la oportuna adaptación a los mismos. Por otra parte, conviene también recordar a todos los fieles y enseñar a los más pequeños a poner en práctica la genuflexión, cuando pasan por delante del Santísimo Sacramento (cf. OGMR 274).

3. El modo de comulgar

La OGMR, cuando se ocupa de la distribución de la Comunión a los fieles dice: «El sacerdote toma después la patena o la píxide y se acerca a los que van a comulgar, quienes, de ordinario, se acercan procesionalmente. A los fieles no les es lícito tomar por sí mismos ni el pan consagrado ni el sagrado cáliz y menos aún pasárselos entre ellos de mano en mano. Los fieles comulgan de rodillas o de pie, según lo haya establecido la Conferencia de los Obispos. Cuando comulgan de pie, se recomienda que, antes de recibir el Sacramento, hagan la debida reverencia del modo que determinen las citadas normas» (n. 160).

Ya hace muchos años que en España se autorizó el recibir la comunión en la mano, correspondiendo a los fieles el usar o no de esta facultad[7]. En su momento se indicó también el modo de hacerse. Anteriormente se había permitido así mismo comulgar de pie. Sin embargo las cosas se olvidan si no se recuerdan oportunamente, y a los niños, cuando se preparan para hacer la Primera Comunión, hay que enseñarles cómo deben proceder. Por eso no es infrecuente el que algunos fieles, al acercarse a comulgar, hacen ademán de quitar la Sagrada Forma de la mano del ministro. Otros se la llevan a la boca sobre la misma mano en la que la reciben. La indicación del Misal es clara, pero podría precisarse un poco más a la hora de explicarla a los fieles.

En efecto, los fieles comulgarán habitualmente de pie, haciendo antes una inclinación de cabeza, pudiendo recibir la comunión en la boca o en la mano. Si eligen este último modo, extenderán una mano abierta ante el ministro con la otra debajo, también abierta. Una vez depositada la Sagrada Forma en la mano, la persona que va a comulgar se la llevará con la mano libre a la boca, delante del ministro, antes de retirarse. Si eligen el modo de comulgar de rodillas, no es necesaria ninguna otra reverencia. Tratándose de niños, puede ser eficaz un sencillo ensayo con formas no consagradas.

Si se da la comunión bajo las dos especies, supuestas las condiciones exigidas para ello (cf. OGMR 282-287), cuando se hace «por intinción», que es el modo más adecuado para hacerlo[8], deberá recibirse obligatoriamente en la boca. No está permitido a los que comulgan mojar por sí mismos la Sagrada Forma en el cáliz, ni recibir ésta en la mano una vez mojada[9].

4. La colocación del Sagrario y de la Sede

«Es necesario que el lugar en que se conservan las especies eucarísticas sea identificado fácilmente por cualquiera que entre en la iglesia, gracias también a la lamparilla encendida. Para ello, se ha de tener en cuenta la estructura arquitectónica del edificio sacro: en las iglesias donde no hay capilla del Santísimo Sacramento, y el sagrario está en el altar mayor, conviene seguir usando dicha estructura para la conservación y adoración de la Eucaristía, evitando poner delante la sede del celebrante» (SCa 69).

Por su parte la OGMR dice también: «El puesto más habitual de la Sede será de cara al pueblo al fondo del presbiterio, a no ser que la estructura del edificio o alguna otra circunstancia lo impida; por ejemplo, si, a causa de la excesiva distancia, resulta difícil la comunicación entre el sacerdote y la asamblea congregada o si el sagrario ocupa un lugar central detrás del altar» (OGMR 310; véanse también nn. 314-317).

En la gran mayoría de nuestras iglesias el Sagrario sigue formando parte del retablo mayor y se encuentra, por tanto, detrás del altar de cara al pueblo, generalmente a la misma altura en que ha estado siempre. A veces, sobre todo en iglesias de reciente construcción, el Sagrario sobresale por encima de la cabeza del sacerdote celebrante. Pero, a tenor de los dos documentos citados, el problema lo ha planteado un equivocado concepto de lo que es la Sede. Ésta no es un asiento más, sino que debe significar la función presidencial en toda celebración litúrgica. Por eso ha de estar situada de manera que haga posible la comunicación del sacerdote con los fieles, para que éstos puedan verlo y oírlo fácilmente. Colocada la Sede detrás del altar, cuando el sacerdote la usa, produce la impresión de que está sentado a una mesa.

Es cierto que muchas iglesias tienen un presbiterio muy reducido. Pero, teniendo en cuenta que la Sede ha de ser única y que, por tanto, no se requiere un asiento de cada lado, cabe ponerla en un lateral del presbiterio, en la parte opuesta a la del ambón. La Sede puede estar adosada a la pared de manera que el sacerdote, sentado, mira al ambón y escucha las lecturas como los demás fieles; y, cuando está de pie, puede volverse a la asamblea sin dificultad. En la concelebración, si no hay espacio en el presbiterio para los asientos de los concelebrantes o ministros, éstos se pueden situar delante de los fieles. Lo que importa es que se destaque la presidencia litúrgica -es uno solo el que preside- y que ningún ministro esté sentado o de pie inmediatamente delante del Sagrario dándole la espalda. Colocar la Sede delante del altar, tampoco es solución adecuada.

5. El cuidado de la Reserva eucarística

Las normas de la Iglesia acerca de la dignidad, reverencia y seguridad que se han de observar en el lugar donde se guarda la Eucaristía son expresión y garantía de la fe y veneración de las comunidades eclesiales hacia el Santísimo Sacramento y han ser observadas escrupulosamente (cf. Código de Derecho Canónico, c. 934-944). Me refiero de manera particular al decoro del Sagrario, a la lámpara encendida y a la custodia de la llave, que nunca debe dejarse puesta en la cerradura ni junto al Sagrario, una vez terminada la celebración, sino en lugar seguro en la sacristía (cf. c. 938; 940).

Ahora bien, la situación de las pequeñas parroquias de nuestra diócesis, especialmente en aquellos pueblos que se cierran durante el invierno o allí donde no es posible asegurar la Misa todos los domingos, obliga a que los párrocos y quienes hacen sus veces tomen las medidas oportunas. De ningún modo puede dejarse la Reserva eucarística en las iglesias de los pueblos que se cierran (cf. c. 934,2). En las iglesias en las que solamente se celebra la Misa una o dos veces al mes, para reservar el Santísimo Sacramento ha de procurarse que algún fiel, al menos, se responsabilice de su cuidado (cf. ib.), por ejemplo, visitando al Señor diariamente (cf. c. 937). De no ser así, es preferible que no se haga la Reserva. Cuando el Santísimo no esté reservado, se puede dejar abierta la puerta del Sagrario y la lámpara estará apagada.

6. Sobre los ministros extraordinarios de la comunión

En la Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis el Papa Benedicto XVI se dirige a los ministros de la Eucaristía con estas palabras: «Pido a todos, en particular a los ministros ordenados y a los que, debidamente preparados, están autorizados para el ministerio de distribuir la Eucaristía en caso de necesidad real, que hagan lo posible para que el gesto, en su sencillez, corresponda a su valor de encuentro personal con el Señor Jesús en el Sacramento. Respecto a las prescripciones para una praxis correcta, me remito a los documentos emanados recientemente[10]« (n. 50).

Por su parte, la OGMR establece para la distribución de la Comunión: «Si están presentes otros presbíteros, pueden ayudar al sacerdote a distribuir la Comunión. Si no están disponibles y el número de comulgantes es muy elevado, el sacerdote puede llamar para que le ayuden, a los ministros extraordinarios, es decir, a un acólito instituido o también a otros fieles que para ello hayan sido designados[11]. En caso de necesidad, el sacerdote puede designar para esa ocasión a fieles idóneos. Estos ministros no acceden al altar antes de que el sacerdote haya comulgado y siempre han de recibir de manos del sacerdote el vaso que contiene la Santísima Eucaristía para administrarla a los fieles» (n. 162).

Es evidente la intención de la Iglesia de que la Comunión sea distribuida, ante todo, por el sacerdote celebrante, ayudado si es necesario por otros sacerdotes o diáconos. Sólo cuando una verdadera necesidad lo requiera, los ministros extraordinarios, entre los que se cuentan los acólitos instituidos, pueden ayudar al sacerdote celebrante, según las normas citadas. No cabe, por tanto, que habiendo ministros ordinarios en el lugar, se recurra a los extraordinarios. Estos no deben acceder, sin más, al altar para tomar por sí mismos la patena o el copón para ayudar a distribuir la Comunión, sino que han de recibirlos de manos del sacerdote. Terminada la distribución, tampoco deben ellos recoger las partículas sobrantes ni purificar los vasos sagrados. Si hay que trasladar las Formas consagradas al Sagrario situado lejos del altar donde ese está celebrando, es preferible que sea un sacerdote o diácono el que lo haga o el mismo celebrante, una vez terminada la Misa. Las deficiencias en el modo de tratar la Santísima Eucaristía terminan dañando las actitudes internas de veneración debidas a tan augusto Sacramento.

Para las celebraciones dominicales en la espera del presbítero, se requiere también que quienes, con la conveniente autorización del Obispo, las moderan o dirigen, actúen con el máximo sentido de veneración hacia la Eucaristía, según las normas de este tipo de celebraciones.

7. Sobre las disposiciones personales para recibir la Eucaristía

Estas indicaciones y sugerencias no serían del todo eficaces, como expresión de «una actitud coherente entre las disposiciones interiores y los gestos y las palabras» SCa 64), si no se aludiera también a la práctica de la Iglesia según la cual «es necesario que cada uno se examine a sí mismo en profundidad (cf. 1 Cor 11,28), para que quien sea consciente de estar en pecado grave no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse; en este caso, recuerde que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes» [12].

El Papa Benedicto XVI escribe al respecto, sobre la relación entre los sacramentos de la Reconiliación y de la Eucaristía: «Como se constata en la actualidad, los fieles se encuentran inmersos en una cultura que tiende a borrar el sentido del pecado, favoreciendo una actitud superficial que lleva a olvidar la necesidad de estar en gracia de Dios para acercarse dignamente a la comunión sacramental. En realidad, perder la conciencia de pecado comporta siempre también una cierta superficialidad en la forma de comprender el amor mismo de Dios. Ayuda mucho a los fieles recordar aquellos elementos que, dentro del rito de la santa Misa, expresan la conciencia del propio pecado y al mismo tiempo la misericordia de Dios» (SCa 20).

En la siempre conveniente y, en ocasiones muy necesaria, catequesis sobre la celebración de la Eucaristía, no debiera faltar la explicación de dichos elementos o momentos de carácter penitencial -sin valor sacramental, por supuesto-, como los modos de hacer el acto penitencial, la oración en voz baja del sacerdote antes de comulgar («Señor Jesucristo...»), la exclamación «Señor, no soy digno...», etc.

Confío en que acojáis con el mayor interés estas observaciones sacadas de los últimos documentos sobre la Eucaristía y su celebración. Pueden parecer insignificantes, porque sin duda tenemos que ocuparnos también de celebrar bien -el ars celebrandi del que se habla en la Exhortación Apostólica- como condición indispensable para la participación consciente, activa y fructuosa en la Eucaristía (cf. SCa 38 ss.). Sin embargo, sin la adecuada correspondencia entre las actitudes internas de adoración, asombro y sinceridad ante lo que nos es dado celebrar, y las formas externas representadas por los gestos, los signos y los elementos de la celebración, nuestras celebraciones se quedarían en una estética puramente aparente y desprovista del verdadero espíritu de la liturgia, que no es otro que la presencia del Misterio de la fe.

Con el deseo de que en nuestra Iglesia diocesana «se crea realmente, se celebre con devoción y se viva intensamente este santo Misterio» (SCa 94), invocando la intercesión de María «mujer eucarística».

León, 10 de junio de 2007, solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo:
+ Julián, Obispo de León


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[1] Está publicada en el «Boletín Oficial del Obispado» de marzo-abril de 2007, pp. 401-488.
[2] Véase «Boletín Oficial del Obispado» de marzo-abril de 2003, pp. 191-244. Además, la Carta Mane nobiscum Dómine de S.S. Juan Pablo II, de 7-X-2004, en «Boletín Oficial del Obispado» de septiembre-octubre de 2004, pp. 1015-1035; las Sugerencias y propuestas –Año de la Eucaristía- de la citada Congregación, de 15-X-2004, ib., pp. 1037-1087; e incluso los documentos preparatorios de la XI Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos publicados entre 2004 y 2005, en «Boletín Oficial del Obispado» de septiembre-octubre de 2005, pp. 939-1165.
[3] La Ordenación General del Misal Romano ha sido publicada en separata por los Coeditores litúrgicos el 28-I-2005.
[4] En el «Boletín Oficial del Obispado» de marzo-abril de 2004, pp. 275-349.
[5] «Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien celebra. ‘Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es ‘sacramento de unidad’, esto es, pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por tanto, pertenecen a todo el Cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan, pero afectan a cada miembro de este Cuerpo de manera diferente, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual’»: Catecismo de la Iglesia Católica, Editores del Catecismo 1999, n. 1140; cf. n. 1144.
[6] «Es necesario que en todo lo que concierne a la Eucaristía haya gusto por la belleza. Se debe también respetar y cuidar los ornamentos, la decoración, los vasos sagrados, para que, dispuestos de modo orgánico y ordenado entre sí, fomenten el asombro ante el misterio de Dios, manifiesten la unidad de la fe y refuercen la devoción»: SCa 41; cf. 53; 66; etc.
[7] Aprobado por la XXIII Asamblea Plenaria de la Conferencia E. Española, en diciembre de 1975.
[8] Según se indica en la OGMR 285-b y 287.
[9] Cf. Instrucción Redemptionis Sacramentum, n. 104.
[10] Cf. Instr. Redemptionis Sacramentum, cit., nn. 80-96.
[11] Cf. S. CONGR. PARA LOS SACRAMENTOS Y EL CULTO DIVINO, Instr. Inæstimabile donum, del 3 de abril de 1980, n. 10; Instrucción interdicasterial sobre algunas cuestiones acerca de la cooperación de los fieles laicos en el ministerio de los sacerdotes, Ecclesiæ de mysterio, del 15 agosto de 1997, art. 8.
[12] Instr. Redemptionis Sacramentum, cit., nn. 81; cf. Código de Derecho Canónico, c. 916; etc.
 


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