El loro de Churchill
18.08.07 @ 17:37:49. Archivado en Sobre el autor
Por Eduardo Mesa
Hace unos años la prensa británica redescubrió al loro de Churchill, la longeva criatura pasa sus días en una tienda de mascotas de un barrio londinense. Todavía repite las palabrotas y frases picantes que le enseñara su antiguo dueño, se burla de Hitler y rechifla para sus actuales cuidadores con la misma prestancia que hace cincuenta años.
Cuentan que Churchill pasó sus últimos años entregado a la pintura, al deleite que proporcionan los habanos y a reír con su loro pícaro. Dejó unas acuarelas prescindibles y un mito que, con merecimiento, perdurará. Suya es la expresión de que la democracia es el peor sistema que existe excepto todos los demás y el tiempo le sigue dando la razón al genial político inglés.
No, no es perfecta la democracia y es por eso que alguno, con cierto cinismo, ha dicho que dar la vida por la democracia es como darla por el sistema métrico decimal. Para Ignacio Sánchez Cámara, catedrático de filosofía del derecho "La democracia es una forma o método político que posee valor moral, pero que no garantiza la moralidad de sus resultados, pues estos dependerán, sobre todo, del criterio y de la formación moral de la mayoría de los ciudadanos."
No obstante, a pesar de sus imperfecciones, que a veces nos acercan al borde del desfiladero, la milenaria democracia funciona mientras muchas sociedades se hunden en el pantano del totalitarismo. Si ha perdido la fe en el género humano observe como transcurren unas elecciones en cualquier país democrático. El acatamiento de los resultados que convierten a una parte de la sociedad en triunfadora y a la otra en perdedora nos remite a lo mejor de nuestra humanidad. Los perdedores no aceptan los resultados por resignación, los aceptan porque reconocen en los votos de sus conciudadanos el valor del sistema democrático.
Es una pena que Occidente padezca ese complejo de inferioridad crónica. Inventamos, poseemos y practicamos con éxito el único sistema de convivencia que funciona garantizando la libertad y los derechos individuales de las personas y sin embargo, no somos capaces de sentirnos orgullosos de ello. En otras coordenadas geográficas valoran positivamente su sabiduría milenaria, su religión y su cultura; nosotros preferimos avergonzarnos de nuestra herencia greco-latina y de nuestra fe judeo-cristiana, de la urdimbre de esas raíces y de ese valioso fruto, entre tantos, que es la democracia.
Vivimos inmovilizados por un absurdo sentido de culpabilidad y un mal entendido respeto a las minorías y a los factores culturales y religiosos. Este respeto que es imprescindible para un estado moderno, no puede convertirse en un subterfugio. Nadie puede utilizar las libertades, que el estado de derecho y sus instituciones propician y garantizan, para poner de rodillas a la sociedad democrática.
Devaluar la democracia es fácil; de hecho, es fácil desvalorizar casi todo y además, está de moda. Ahí están, por ejemplo, los grupos anti-sistema, amparados en Asociaciones, ONG y otras fórmulas jurídicas efectivas en los Estados de Derecho y subvencionados en muchas ocasiones por nuestros impuestos. Estos muchachos anti-sistema no aparecen en las calles de Libia, ni de Mozambique, ni de Corea del Norte, ni de Cuba, los señores que gobiernan en estos lugares no permiten ninguna fiestecita al margen del orden establecido.
No nos engañemos, las sociedades regidas por ayatolas y dictadores de distinta especie distan mucho de ser un modelo de convivencia. En los medios de comunicación pululan personajes que legitiman a las autocracias y dictaduras más aberrantes, tienen en el mundillo de la progresía europea y norteamericana patente de corso para denostar y negar cualquier valor de los estados de derecho, del capitalismo liberal y el funcionamiento consensuado y pacífico de nuestras sociedades, eso sí, no ofrecen nada cambio. Estos profetas no regalan sus libros, ni enseñan gratuitamente a la multitud, sus títulos se presentan y encuentran en las aborrecibles vitrinas de la sociedad consumo. Su ira antisistema se factura en euros, en dólares, en libras, poderosas divisas.
Todo esta gente que trabaja para salvarnos de la humillación capitalista viaja en primera clase, cobra cifras sustanciosas por una conferencia y se aloja en lujosos hoteles, quiero decir que no hacen asco del capitalismo y siempre están dispuestos a compartir su sabiduría en esos eventos que se sufragan con nuestros impuestos.
Sí, es generosa la democracia y es lo mejor que puede sucederle a cualquier sociedad; un sistema que a todos se nos antoja perfectible y que de hecho lo es. Como hombre de fe comparto la afirmación de que la democracia está institucionalmente abierta al futuro y por eso también al futuro último del hombre. Mientras tanto me quedo con una ingeniosa frase del periodista cubano Carlos Alberto Montaner: en democracia vamos a las urnas en vez de ir a la guerra. Sólo por esto merece la pena.