El año 1928, Hassan Al-Banna funda en Egipto los Hermanos
Musulmanes. Es la reacción a la creciente colonización europea y
al vacío por la supresión del sultanato. Los Hermanos Musulmanes
proyectan implantar en Egipto un Estado musulmán autárquico bajo
la leyenda o el lema: "Nuestra Constitución es el Corán".
Aglutinan clases sociales antagónicas, con lo que se debilitan. A
Nasser no le costó gran cosa suprimirlos en 1954. Con todo, la
asociación de los Hermanos Musulmanes es la matriz del movimiento
islámico moderno. En la década de los años sesenta del siglo XX,
destacarán los tres ideólogos más importantes de este movimiento:
Sayyid Qutb, Maududi y Jomeini.
En Egipto, Sayyid Qutb radicaliza la herencia de su maestro Banna.
El mundo musulmán (incluida La Meca), por contagio con el egoísmo
y materialismo occidentales, ha caído en la ignorancia de Alá, que
era el estado anterior a la predicación de Muhammad, del Profeta.
El régimen de Nasser merece la excomunión (takfir) Qutb proyecta
la fundación del Estado islámico, separado de los infieles y
propugna la lucha armada, incluso contra La Meca. Nasser lo
ejecuta el año 1966.
En Pakistán, Maududi es contemporáneo de Qutb y pretende implantar
un "Estado de los Musulmanes" con la sharia como ley fundamental.
Para ello funda un partido político, que debe realizar la ruptura
con la sociedad impía. Con este fin, llama a la yihad "para bien
de la humanidad". Tiene la ventaja de estar en un país más
cohesionado por el Islam y no correrá la suerte del egipcio.
Finalmente, en Irán el ayatollah Jomeini combate el régimen del
sha y es por ello deportado a Nayaf (Irak) Allí escribe la obra
Hacia un gobierno islámico, donde propugna un Estado regido por el
Islam y gestionado por un gobierno de los juristas. Y esto en
plena rebelión de la sociedad iraní contra el sha Reza Pahlevi. El
éxito de Jomeini consistió en haber sabido aglutinar el clero
chiita con la población rural, con la juventud y con las clases
urbanas seguidoras del ideólogo Alí Shariati. Jomeini apoya al
Islam pobre, siendo el único de los tres ideólogos citados que da
a su movimiento un contenido social.
Los tres ideólogos mencionados coinciden en dos puntos clave: la
lucha contra el Occidente impío y la implantación del Estado
islámico. Sin embargo, la década de los sesenta no era su tiempo.
Los países islámicos han ido sacudiendo el yugo colonial, pero lo
van haciendo ahondando en su occidentalización. En la Conferencia
de Bandung (1955) dominó el optimismo de las "naciones liberadas"
o por liberar en muy corto plazo. Los líderes nacionalistas como
Nasser, Bourguiba, Ben Bella, Boumedian, Sukarno y otros dominan
la escena política y cuidan de limitar la influencia de los
ulemas. El Islam está en declive; pervive, pero controlado. La
religión decae en la medida en que se impone el nacionalismo
panarabista.
Los años setenta del pasado siglo vieron el desencanto. Los
nacionalistas, que "apagaron" la religión, copian la corrupción de
los políticos occidentales y no traen el desarrollo esperado. Con
esto propician la dinamización y la irrupción con fuerza de los
movimientos islámicos ¿Podríamos considerar casual que esta década
culminara con el triunfo de la revolución de los ayatollahs en
Irán?
El sha cae el año 1979, las clases medias no están políticamente
organizadas y los grupos marxistas son débiles. Queda el chiísmo
como único aglutinante, presidido por el ayatollah Jomeini, que
vuelve triunfante desde el exilio a Teherán. Nace, pues, el estado
islámico; el Consejo de la Revolución Islámica tiene el poder
real. El vestido largo y el chador pasan a ser los símbolos de
adhesión de las mujeres al nuevo orden establecido. Un orden en
hostilidad recíproca con Occidente que lleva a éste a apoyar al
sátrapa Saddam Hussein en su larga guerra contra el Irán islámico.
Por otra parte, el nacimiento del régimen fundamentalista iraní
origina un serio antagonismo en el interior de los pueblos
islámicos. Mientras que Irán se declara Estado islámico puro,
protector de las masas pobres y antioccidentales, Arabía Saudí, la
multimillonaria petromonarquía, profesa el islamismo wahhabita y a
la vez es fiel aliada de EE.UU. Ambos rivales contienden por la
hegemonía en el mundo musulmán y se enfrentan en las
peregrinaciones a La Meca, muchas veces con episodios sangrientos.
En Egipto, tras la muerte de Nasser en 1970, le sucede Anwar el
Sadat, político también laico y occidentalizante. Su política de
desarrollo, apoyándose en Occidente, le gana el rechazo de los
grupos islámicos. El islamismo radical de los estudiantes
juntamente con el grupo "Sociedad de los Musulmanes" (takfir wa-l
hijra) se muestran muy hostiles a la política de Sadat, al que
apodan "el faraón". Pues bien, "el faraón" colma el vaso,
decidiendo la paz con Israel, un desafío a los fundamentalistas.
Anwar el Sadat viaja a Jerusalem (1977) y luego firma el acuerdo
con Menahem Beguin en Camp David (1978) Los islamistas lo asesinan
en un desfile militar (1981) y esperan con ello provocar un
levantamiento popular, que acabe trayendo el Estado islámico. Pero
fracasó, ya que Hosni Mubarak asumió la presidencia de Egipto,
manteniendo el poder laico y la política de Sadat.
También Pakistán experimentó una oscilación sangrienta con la
ejecución del socialista Alí Butho por el islamista y golpista Zia
ul-Haq, que impone el orden social y político del Profeta,
apoyando a Maududi y a su grupo. Pero a su muerte, la hija de Alí
Butho, Benazir Butho, restaura el poder laico, y el hoy
gobernante, el general Musharraf, mantiene prácticamente la misma
política.
Espectacular fue la trayectoria del islamismo en Afganistán. Ante
el levantamiento, que derroca al partido comunista, interviene
Moscú (1979), produciendo una crisis internacional y un revuelo
islámico. La Conferencia Islámica lleva ante la ONU la invasión
rusa de Afganistán, mientras se oye por doquier la sonada
convocatoria de la yihad contra la URSS. En Peshawar se reúnen
tres millones de refugiados y unos cuantos miles de heterogéneos
muyahidines. Los EE.UU., Arabía Saudí, los países del Golfo
Pérsico y Pakistán apoyaran la lucha contra el invasor soviético.
En 1989, los soviéticos, que ya naufragan en la vorágine de la
Perestroika, abandonan Afganistán y el nuevo régimen talibán se
volverá contra los antiguos aliados.
El 6 de agosto de 1990, Saddam Hussein invade y absorbe Kuwait,
amenazando Arabia Saudita. El rey Fahd pide el apoyo del ejército
estadounidense. Se proyecta la operación "Escudo del Desierto",
que lleva a cabo una coalición -en la que colabora, por cierto,
España con soldados de reemplazo enviados por el socialista Felipe
González- bajo dirección norteamericana y sancionada por la ONU.
Saddam Hussein, a quien los iraníes vienen tildando de apóstata,
es ahora acusado de destruir el sistema saudí y el consenso social
construido en torno a sus valores. Por su parte, Saddam Hussein
acusa a Arabia Saudí de haberse convertido en un protectorado
americano, indigno de administrar los Santos Lugares, pues
mantiene en su territorio sagrado a 500.000 soldados infieles.
Acusación a la que, por cierto, se unirá muy pronto un personaje
tristemente famoso hoy, el terrorista multimillonario Ben Laden.
Comienza la fractura del espacio islámico mundial, en el que la
burguesía piadosa colabora con los gobiernos en el poder, mientras
que la juventud pobre y muy numerosa en los países islámicos, opta
por el terrorismo. Se acabó la cohesión islámica, se acabaron los
ideólogos, entramos en la noche de la irracionalidad y del terror.
Una noche larga, que irá a más y más allá de la década de los
noventa.
La década finisecular marca el inicio del terrorismo
fundamentalista islámico con su declaración de la yihad erga omnes.
Desde el Sudeste asiático hasta Marruecos, desde América hasta
África, la salida terrorista es que la que se adopta y marca el
inicio de la aparición de un fenómeno nuevo y sumamente
inquietante: el del Islam radical y excluyente de Al-Qaeda. Pero
esto desborda los límites de este artículo. Acabemos pues como los
diálogos aporéticos del joven Platón: hablaremos de esto otro día.