ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 25 de agosto de 2007



ENTREVISTAS
Habla el fundador de la Familia Sodálite

DOCUMENTACIÓN
La Iglesia reza en agosto por los católicos en China
Llamamiento episcopal a defender los derechos de los migrantes
La Conferencia Episcopal Ecuatoriana ante la Asamblea Constituyente


 


Entrevistas


Habla el fundador de la Familia Sodálite

Entrevista a Luis Fernando Figari

LIMA, sábado, 25 agosto 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la entrevista que ha realizado la agencia vaticana Fides con el consagrado peruano Luis Fernando Figari, fundador de la Familia Sodálite, conjunto de personas y obras que comparten la espiritualidad del Sodalicio de Vida Cristiana (http://www.familiasodalite.org).

--¿Podría explicar esta nueva realidad eclesial que se conoce como la Familia Sodálite?

--Luis Fernando Figari: La Familia Sodálite surge en torno al Sodalitium Christianae Vitae, institución que tras un proceso de maduración eclesial y de discernimiento de su forma canónica fue aprobado por el Siervo de Dios Juan Pablo II el 8 de julio de 1997 como Sociedad de Vida Apostólica de Derecho Pontificio. Desde sus orígenes en 1971, el Sodalitium surge en el cauce del Concilio Vaticano II. Se ve fascinado por la difusión conciliar del laico y su misión como bautizado. La inspiración de la comunidad cristiana primitiva impulsa a formar comunidades de vida cristiana en el mundo en las que estén representadas en vital armonía los diferentes estados de vida y características vocacionales. La idea de la cooperación entre laicos y sacerdotes, apoyándose mutuamente al servir a la misión de la Iglesia surge como un impulso para comprometerse en la renovación de la vida cristiana y en la transformación del mundo según el Plan de Dios. En torno al Sodalitium, ya desde la década de los años ’70, fueron surgiendo varias agrupaciones y asociaciones que aunque tienen su mismo carisma son distintas entre sí. Así, por ejemplo, el Movimiento de Vida Cristiana, que nacido en 1985 desde 1994 cuenta con el reconocimiento pontificio. Hay dos asociaciones de mujeres consagradas que se orientan a ser sociedades de vida apostólica. Existen otras asociaciones, entidades de servicio solidario y cultural, y millares de personas que a título personal participan de la espiritualidad sodálite y se encuentran identificadas con esta familia espiritual. Entre todas ellas la más extendida —alcanza ya los cinco continentes— y también la más numerosa —cuenta con decenas de millares de adherentes— es el Movimiento de Vida Cristiana. Todas estas realidades eclesiales se incluyen en la Familia Sodálite.

--No es común que un laico sea el fundador de un movimiento eclesial que incluye sacerdotes, religiosas y laicos consagrados.

--Luis Fernando Figari: En realidad no es tampoco tan extraño. Pensemos en San Francisco de Asís, al fundar él era laico. También podemos pensar en el laico Juan Ciudad Duarte, más conocido como San Juan de Dios, fundador de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, integrada por laicos y sacerdotes. Igualmente se puede recordar a Concepción Cabrera de Armida, fundadora de los Misioneros del Espíritu Santo. No han sido pocos los laicos que el Señor ha invitado a fundar formas de vida asociada en su Iglesia. Eso se puede ver hasta nuestros días en Pierre Goursat, Chiara Lubic, Kiko Argüello, Jean Vanier y algunos otros más en la línea de los movimientos y nuevas asociaciones. Todos ellos son laicos. Pienso que se trata de un carisma, y como tal una merced gratuita que Dios da y que la persona que la recibe, respondiendo desde su libertad, se ve convertida por puro don en el fundador o impulsor de un movimiento eclesial, de una sociedad de vida apostólica o de una congregación, o de varias juntas.

--¿Qué lo impulsó a fundar una sociedad de vida apostólica, un movimiento eclesial, y dos sociedades de mujeres consagradas?

--Luis Fernando Figari: Adelantemos la respuesta: ¡Dios! Sí, precisamente Él es quien suscitó un proceso de búsqueda sobre el sentido de mi propia vida y sobre la consciencia de que era urgentísimo construir una sociedad más justa, más respetuosa de la dignidad y los derechos humanos, más fraterna y pacífica. Fue un proceso intenso, iluminado por la fe, que fue haciéndose vida y me fue llevando a la convicción de que la clave de todo cambio está en el ser humano. Y la única fuerza que puede producir ese cambio en la persona es la fe. La gracia de Dios y el auxilio de Santa María avivan un ardor interior, un fuego vivo que a veces describo como alimentado por el óleo del Espíritu Santo, que me va conduciendo a interiorizar este horizonte y volcarlo a la acción. Así fue naciendo la idea de asociar a otras personas para el gran sueño de vivir la reconciliación traída por Jesús y de hacerse servidores de la Palabra para anunciar a todos que los espejismos y sucedáneos que tanto abundan no son la solución, sino que ella sólo está en el Señor Jesús. Así las circunstancias se fueron presentando como condiciones para vivir una vida cristiana y para irradiar la fe a un mundo en cambios acelerados que parecía perder el rumbo. Más que con unos planes claros el Sodalitium Christianae Vitae fue surgiendo y perfilándose bajo el soplo del Espíritu. Ya desde los primeros años, al ver los frutos, quedaba clarísima la desproporción entre ellos y el pobre vaso de barro que se veía urgido a emprender tan grande compromiso. Precisamente así la luz de Dios brillaba con mayor nitidez mostrando que esos frutos y cuanto ocurría venían de Él. Desde el inicio la cercanía y acompañamiento de varios Sucesores de los Apóstoles fue motivo de mayor ardor en el compromiso por adherirse a la fe, llevarla al corazón y plasmarla en la acción cooperando con la amorosa gracia que el Espíritu derrama en los corazones, buscando en todo responder al divino Plan. Hoy con inmensa gratitud a Dios el mínimo Sodalitium está sirviendo en la misión de la Iglesia en numerosos países.

El Movimiento nace tras una intensa experiencia espiritual tenida en Roma con ocasión del Jubileo de los Jóvenes en 1984. Percibí un impulso interior que me llevaba a la convicción de que para encaminar a esa familia que se empezaba a formar en torno al Sodalitium sería maravilloso, si así lo tenía Dios en su Plan, un movimiento eclesial. Tras un proceso de oración y discernimiento nacía en 1985 el Movimiento de Vida Cristiana.

Las dos fundaciones de vida consagrada femenina tuvieron que esperar, como todo, los ritmos de Dios. Pues de eso se trata, ya que la iniciativa siempre viene de Él. El primer ensayo de vida femenina consagrada fue en 1975, pero no dio resultado. Tras sendos procesos de oración y discernimiento, que duraron algunos años, nació la Fraternidad Mariana de la Reconciliación, aprobada arquidiocesanamente en Lima en 1991, y luego, ante nuevos signos, las Siervas del Plan de Dios, aprobadas también arquidiocesanamente en 1998. Ambas vienen creciendo en forma sostenida, lo que lleva a exclamar desde un corazón agradecido: ¡Alabado sea Jesucristo!

--En poco tiempo ha tenido una gran extensión por todo el mundo, sobre todo por América Latina. ¿A qué atribuye el crecimiento del Movimiento de Vida Cristiana?

--Luis Fernando Figari: Creo que hay una gran hambre de Dios que requiere ser atendido. Hoy vivimos una dolorosa crisis en la identidad de hijos de la Iglesia. El Papa Benedicto XVI hace poco en tierras de América Latina ha señalado la existencia de un cierto debilitamiento en la pertenencia a la Iglesia. Una veintena de años atrás en Perú, el Siervo de Dios Juan Pablo II había advertido algo semejante, así como lo hizo en otros lugares. Son muchos los factores socio culturales que piden una mayor coherencia en el conocimiento de la fe, en la vida de la fe, en la celebración de la fe.

Al mismo tiempo la adhesión existencial a Jesús, a sus enseñanzas y el amor a la Iglesia van parejos con la preocupación de construir una sociedad más justa, fraterna y reconciliada, desde la única perspectiva que la podrá hacer posible, la reconciliación con Dios y con uno mismo. Sólo desde esa dimensión se producirá un cambio que centrado en el amor y la solidaridad lleve un dinamismo reconciliador que edifique un mundo más justo y pacífico. Esa visión y ese compromiso forman parte de la cosmovisión y acción de los integrantes del Movimiento de Vida Cristiana.

Esa perspectiva dirigida al ser humano total está enraizada en la vida del Movimiento, pero su crecimiento no creo que se pueda atribuir a ello, ni al método pedagógico con que se vive el itinerario de fe, ni al sentido de comunión y fraternidad, sino tal vez a la invitación a que cada quien tome responsabilidad de la propia libertad, de acuerdo a su dignidad de persona humana. ¿Quizá por allí hay una clave? En corazones así dispuestos la gracia amorosa que el Espíritu derrama encuentra una cooperación efectiva. En última instancia toda bondad, todo bien viene de Dios.

--Hay quienes afirman que el lenguaje de la Iglesia no llega a la juventud. Desde la experiencia Sodálite, ¿cómo respondería usted a esta objeción?

--Luis Fernando Figari: El Papa Juan Pablo II y ahora el Papa Benedicto XVI han impulsado el proceso de Nueva Evangelización. Éste permite que las verdades de la fe de siempre sean presentadas de una manera existencial que ayude a mejor comprenderlas y a abrirse a la gracia para vivirlas día a día dando gloria a Dios. Quien llama al interior de la persona es el Señor Jesús y lo hace desde su misión y la fascinación que su misterio produce. Quien realmente se encuentra con Él experimenta la avasalladora atracción de la Verdad. Tal encuentro con Él mueve tanto a la adhesión afectiva como a la de la verdad que su Persona revela. Y es que el Señor Jesús apela a la mente con la Verdad, cuya belleza despierta la emoción, e invita a recorrer su sendero buscando hacer el bien, «como Él pasó haciendo el bien». En el encuentro sin miedos con Jesús la razón se enciende y los sentimientos se avivan superando las rupturas y las tensiones que agobian a la persona pues Él, que es el Reconciliador, ofrece al ser humano la respuesta reconciliadora a todas las rupturas, abriendo el camino de la armonía de la razón y el afecto, así como recuperando el horizonte trascendente de la existencia.

El corazón del mensaje de la Iglesia es el Señor Jesús, y Él es «el mismo ayer, hoy y siempre». Es a Él a quien buscan los jóvenes, aún si algunos se ciegan ante su luz, otros tropiezan en las tinieblas del mundo, otros se dejan fascinar por sucedáneos. Pero millones de millones le abren su corazón. ¿Nos hemos acaso olvidado de esos dos millones de jóvenes en Tor Vergata? ¿O acaso no percibimos la búsqueda interior de la inmensa multitud de jóvenes reunidos en la última Jornada Mundial de la Juventud, en Alemania?

Hay un sentido de aventura y de búsqueda de la verdad, de ansia de infinito, de nostalgia de reconciliación que está metido en lo profundo del joven. Cuando se tocan esas fibras interiores los jóvenes responden ansiando ser y vivir en autenticidad, escuchando lo hondo de su corazón. Se requiere intrepidez y dejar de lado el miedo. Por algo desde el Magisterio se viene repitiendo aquel «¡no tengáis miedo!», en vivo eco de Jesús. Los jóvenes que vencen el temor pueden vivir la audacia de la gran aventura del encuentro de amistad con el Señor Jesús. ¡Y de hecho muchos lo hacen!

--¿Qué papel considera que tienen los movimientos eclesiales hoy dentro de la Iglesia?

--Luis Fernando Figari: Ayer como hoy creo que es fundamental. Históricamente los movimientos han sido dones del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Por ejemplo, el Cardenal Joseph Ratzinger al analizar históricamente la realidad de los movimientos señalaba que ya en el siglo III, en el monacato, se podían identificar las características de un movimiento. Decía que «sin ninguna dificultad se puede definir el monaquismo como un ‘movimiento’». Estoy convencido que han habido muchas oleadas de «movimientos» a lo largo de la historia de la Iglesia. Es una de las maneras en que el Espíritu vitaliza al Pueblo de Dios. Hoy aparece una nueva floración de ellos. Maravilla el surgimiento de movimientos con características y formas tan diversas, con estilos distintos, respondiendo a diversas necesidades pero vinculados sólidamente a la comunión eclesial. El gran don del Espíritu que se expresa en los movimientos eclesiales que nacen en el hoy de nuestra historia, en el cauce del Concilio Vaticano II, ha sido puesto espléndidamente de relieve por el Magisterio del Papa Juan Pablo II y del Papa Benedicto XVI. Esas oleadas de expresiones asociativas eclesiales que llamamos movimientos son respuestas del Espíritu Santo ante los desafíos y nuevas situaciones con las cuales se va encontrando la Iglesia en su historia. Hoy, especialmente vinculados a la Sede de Pedro y al mismo tiempo en comunión con los obispos locales, los movimientos eclesiales van enriqueciendo la realidad del Pueblo de Dios con los carismas que reciben del Espíritu Santo. Se habla mucho de la vitalidad de los movimientos y surge el asombro por el impulso espiritual y la radicalidad evangélica que aportan a las Iglesias particulares. Ello constituye un don para la misión apostólica y una responsabilidad para los integrantes de los movimientos eclesiales de responder al impulso recibido del Espíritu y expresar la fidelidad a la fe de la Iglesia, buscando siempre vivir con coherencia cristiana la vida diaria.

--Cuáles son los nuevos desafíos que aparecen ante la juventud al comenzar el siglo XXI?

--Luis Fernando Figari: Hay numerosas crisis que debilitan la fe, especialmente de aquellos que menos formados están en ella. El secularismo, el racionalismo, el agnosticismo funcional, el hedonismo, la desconfianza epistemológica, la desvalorización del intelecto, reduccionismos de todo tipo y otras tendencias e ideologías ampliamente difundidas hoy son como un humus negativo cultural en el que la persona se debate sin dejar de aspirar a superar esas trampas para ser aquello que desde su interior aspira a ser. Hay una dimisión generalizada de lo humano, de la dignidad de la persona. Este clima adverso podría sintetizarse en tres crisis: del pensamiento, de los deseos y de la acción. La juventud, en general, las sufre muy fuertemente por ser más proclive a caer en el subjetivismo, fomentado por los medios. Por ello el anuncio de la fe debe ser integral y responder a esas tres áreas críticas.

Frente a toda la problematicidad en torno a la verdad y el subjetivismo, es necesario anunciar con claridad a Aquel que es «la Verdad», ayudando a que el conocimiento de Jesús vaya parejo con sus enseñanzas, la fe que custodia la Iglesia. Ante una confusión entre «me gusta» por tanto es bueno, «no me gusta» por tanto es malo, ante la crisis de valores y de deseos, ofrecer el Camino del Señor, de Aquel que pasó haciendo el bien y que asume situaciones duras y que producen sufrimiento por causa de valores auténticos y mayores. Hay que ayudar al joven a que comprenda que sus deseos no son la norma, que en ocasiones de hecho desea cosas que son malas. Cuando el Papa Juan Pablo II hablaba del «pecado como un acto suicida», implicaba que hay deseos que son mortales. Se trata de presentar el sentido y la importancia del bien en el camino a la felicidad. Hay el peligro de actuar mal, ante el cual es importante presentar el valor del recto actuar. La prudencia y la caridad no son ajenas a un recto ejercicio de la acción. Incluso en este mundo en rápido cambio se puede hablar de una espiritualidad de la acción que se exprese en la caridad que es la fuerza capaz de cambiar al hombre y al mundo. No es por nada que se dice que «sólo los santos cambiarán el mundo». Y hay que recordar que todo bautizado está llamado a ser santo.

--¿Cuál es la respuesta que da el Movimiento de Vida Cristiana frente a los nuevos problemas que se plantean en la sociedad y en la Iglesia?

--Luis Fernando Figari: En verdad contestar a eso llevaría mucho tiempo. Pero algo se puede decir. Ante todo la convicción de que sin Dios ni el hombre ni la sociedad pueden alcanzar sus metas. La respuesta del Movimiento nace de la fe y de la adhesión, afectiva y efectiva a la Iglesia. Hoy que tantas cosas son puestas en cuestión se tiene la firme convicción de que la fe y la activa vida eclesial constituyen la clave para la realización de la persona humana y para hallar respuestas a las dificultades que se presentan en la vida económica, social, cultural.

Abundan los diagnósticos sobre la situación. ¡Hay catálogos de distintos diagnósticos! Lo que no se puede negar es que se está viviendo en un tiempo en el que impera la cultura de muerte, la dimisión de lo humano. Nosotros mismos hemos impulsado reflexiones sobre los desafíos y soluciones posibles. En marzo de este año se realizó un importante Congreso-Seminario con destacados participantes de diversos países de América Latina. El resultado fue de la mayor importancia y serenidad. Se constató que hay problemas de siempre que deben ser atendidos, y que hay nuevos problemas que igualmente requieren atención. Esto es un hecho, como lo es que la raíz de todos ellos es la ruptura con Dios, consigo mismo, con los demás, con el cosmos introducida por el pecado original y acrecentada por los pecados personales. ¡El problema fundamental es espiritual! Los demás problemas reales, y que deben ser atendidos, son secuelas de esa problemática espiritual. La historia lo prueba fehacientemente. Los fracasos de tantos programas, ideologías, gobiernos jalonan trágicamente la historia. Son muchos los que por las urgencias descuidan lo esencial y necesario. Es fundamental ir a lo esencial. A partir de esa perspectiva se puede ir ensayando respuestas a los demás problemas. Es como tener una brújula. Con ella se marcan las coordenadas básicas y se puede establecer una ruta. Sin ella se dan vueltas en círculo. Hoy parece que se dan demasiadas vueltas en círculo.

A poco más de tres años de la fundación del Movimiento, el Papa Juan Pablo II planteó un camino sumamente sugerente: ¡Hambre de Dios, sí! pero ¡hambre de pan, no! «Veo que aquí hay hambre de Dios, hambre que constituye una verdadera riqueza, la riqueza de los pobres que no se debe perder con ningún programa». Y añadía: «Hay aquí hambre de pan. Por eso el Señor nos ha enseñado a rezar: ‘El pan nuestro de cada día dánosle hoy’. Hay que hacer todo lo posible para llevar ese pan de cada día a los hambrientos». Son las coordenadas que hablan de un programa integral que va al encuentro de las necesidades del ser humano concreto. ¡De eso se trata! El Papa Benedicto en su primer viaje a América Latina se ha movido dentro de esas coordenadas orientando al Pueblo de Dios de esas tierras ante los problemas que se plantean en la Iglesia y en la sociedad. «El motivo principal de mi viaje tiene un alcance latinoamericano y un carácter esencialmente religioso», dijo desde el principio. Sus enseñanzas son extensas y de sabia prudencia. No se puede intentar resumirlas en una entrevista, pero no deja de llamar la atención su reiterada invitación a implementar una intensa evangelización que emplee el Catecismo de la Iglesia, y el recurso en la caridad social a la Enseñanza social de la Iglesia. En esa línea el Movimiento de Vida Cristiana ha venido desarrollando sus actividades, buscando atender activamente al hambre de Dios, así como solidaria y fraternamente al hambre de pan, hambre de salud, hambre de techo, hambre de vestido, hambre de convivencia social reconciliada, de estructuras que respondan a la dignidad y derechos del ser humano según el divino Plan. Siendo lo fundamental la evangelización propiamente tal, el anuncio del Señor Jesús y su Reino, ante la descristianización creciente de nuestros tiempos, tampoco se debe dejar de recordar que el seguimiento de Cristo tiene consecuencias en la vida social que deben ser implementadas.

 


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Documentación


La Iglesia reza en agosto por los católicos en China

Comentario a la intención misionera encomendada por el Papa

CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 25 agosto 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario que ha publicado la agencia vaticana Fides a la intención misionera que ha encomendado Benedicto XVI este mes de agosto a la Iglesia: «Para que la Iglesia en China testimonie una cohesión interna cada vez mayor y pueda manifestar la efectiva y visible comunión con el Sucesor de Pedro».

El comentario está firmado por el padre Vito Del Prete, del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras, secretario general de la Pontificia Unión Misionera (PUM),

 

* * *
 


Nunca una Carta del Santo Padre ha sido tan esperada y ha despertado tanto interés y curiosidad como la escrita por Papa Benedicto XVI a los fieles de la Iglesia católica que viven en la República Popular China. Los medios de comunicación, aún aquellos de tendencia fuertemente laicista, a quienes en realidad interesa poco la vida de la Iglesia, por mucho tiempo transmitieron entrevistas a personas consideradas como acreditadas, bien informadas, acerca de la fecha de publicación y los contenidos mismos de la Carta. A decir verdad, me parece que no estaban realmente interesados por la situación de los católicos chinos y por la ayuda que aquella carta podía dar, sino más bien, a las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y el gobierno de la República Popular China. En efecto, después de su publicación, ha disminuido mucho el interés, y siguió el silencio de la prensa.

Esa carta en efecto no está dirigida a las autoridades del gobierno chino, si bien invita incluso a tener abiertas las puertas para un diálogo sincero entre las partes. Sino que está dirigida a obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, que quieran "confirmar la fe y favorecer su unidad con los medios que son propios de la Iglesia" (4).

Son los problemas intra-eclesiales que la carta expone con delicadeza, y que aspira a solucionar, y que la Iglesia en China ya está afrontando "para superar en su interior y en sus relaciones con la sociedad civil china - tensiones, divisiones y recriminaciones" (6). Son problemas originados por la dolorosa historia de la Iglesia en China, sometida a periódicas persecuciones, de la cual la última, fue iniciada con la expulsión de todos los extranjeros al llegar el comunismo maoísta, ha tenido también el efecto de minarla desde el interior. No fue tanto el sistema de torturas, de encarcelamientos y de condenas a muerte para inducir a los cristianos a renegar de Dios y de Cristo lo que debilitó a la Iglesia. Esto ha hecho resplandecer el testimonio, que - sellado por la sangre- se convierte en semilla de otros cristianos. Pero lo que hizo débil a la Iglesia, lo que "continua también al presente a ser una preocupante debilidad" son las sospechas, las acusaciones recíprocas y las denuncias que se hacen los cristianos entre ellos.

Mao-Tze-Tong, en una de las máximas del Libro Rojo, afirmó que la única manera para destruir y reducir a la impotencia la Iglesia católica es romper su unidad entre todos los fieles, entre las Iglesias y su comunión con el Sumo Pontífice. Crear disensos en la comunidad, romper las uniones de fe y caridad que unen entre ellos todas las Iglesias en el mundo, y prohibir cualquier relación con el jefe visible de la unidad del Cuerpo de Cristo, en nombre de una autonomía y una independencia nacionalista, fueron el método y la consecuencia de este plan estratégico.

En esto un papel significativo y determinante fue desarrollado por organismos impuestos por las autoridades estatales como responsables de la vida de la comunidad católica. La referencia inmediata no parece ser más Cristo, ni tanto menos la Cabeza visible fundamento de la unidad de la Iglesia, que es el Romano Pontífice.

Ya se ha recorrido un buen entre las diferentes almas de la Iglesia en China. Poco a poco se superan las ásperas rivalidades, se apagan aquellas condenas sin llamado de una parte a la otra, acontece lentamente un camino de reconciliación, posible sólo por la purificación de la memoria y la práctica sistemática del perdón evangélico.

Es este un desafío para toda la comunidad católica en China, y no puede ser desatendida. Porque de ella también depende la eficacia de la actividad de la evangelización. También la Iglesia católica en China, en efecto, está llamada "a ser testigo de Cristo, a mirar adelante con esperanza y a medirse - en el anuncio del Evangelio con los nuevos desafíos que el Pueblo chino debe afrontar." (3). Pero la unidad y la comunión de los fieles de Cristo son la fuerza demostrativa y el objetivo al cual tiende toda la actividad evangelizadora de la Iglesia, que aspira a formar de todos los pueblos la única familia de Dios.

En este momento delicado y rico en desafíos para la Iglesia católica en la República Popular China, estamos llamados a rezar sin interrupción al Espíritu Santo, para que los obispos, los sacerdotes, las personas consagradas y los laicos, que saben ya en su corazón qué quiere decir ser católicos, se empeñen por poner de manifiesto ese espíritu de comunión, de comprensión y de perdón, que es el sello visible de una auténtica existencia cristiana.
 


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Llamamiento episcopal a defender los derechos de los migrantes

MÉXICO, D.F., sábado, 25 agosto 2007 (ZENIT.org-El Observador).- Publicamos el llamamiento que ha hecho moneñor Rafael Romo Muñoz, arzobispo de Tijuana y responsable de la Dimensión Pastoral de la Movilidad Humana de la Conferencia Episcopal Mexicana



Como obispos, somos testigos
de las consecuencias humanas de la migración
en la vida diaria de la sociedad.
CPC, 4.


Estimados hermanos y hermanas en la fe.

Nos despierta una inquietante situación que hemos estado viviendo a lo largo de los años, la migración; por un momento nos hemos acostumbrado a ver que nuestra gente partía, iba y venía y teníamos tiempo para celebrar las fiestas del hijo ausente y la fiesta de los paisanos etc., acostumbrados al ritmo del vaivén de los pueblos.

Hoy la situación se torna diferente, nos hemos convertido en un pueblo que ve pasar al extraño al extranjero y que ve sus comunidades solas porque la gente se va y cada vez se van más y en este irse y transitar por el pueblo mexicano, hemos sido testigos de tantas cosas, desde los migrantes que logran llegar a su sueño y triunfar, hasta aquellos que son vejados, maltratados, lastimados e impedidos o mutilados en su búsqueda de una vida mejor; como bautizados, no podemos callar y ser cómplices de quien abusa contra la dignidad de los hijos e hijas de Dios.

En estos últimos días, hemos venido acompañando la suerte de nuestros hermanos centroamericanos varados en Tenosique, Tabasco, el apoyo que la Iglesia como madre ofreció a quien lo pudo dar y el que no pudo ser apoyado y acompañado, fue presa fácil de un sin número de abusos y corrupciones de violaciones a sus derechos humanos como persona y como Hijo de Dios.

Hoy somos testigos de una deportación a una mujer mexicana que estuvo luchando por buscar una reunificación familiar como indocumentada, un caso como éste, tiene que ser público para despertarnos y recordar la situación injusta que viven los y las migrantes en los países que se desarrollan por su fuerza laboral.

Sin duda en esas mismas condiciones se encuentran tantos hombres y mujeres que en silencio o escondidos, tienen que vivir en la “oscuridad” del país que se beneficia y crece por la mano de obra barata y la fuerza laboral; cuántas familias como éstas están ahí, esperando por una reforma migratoria, y cuantas tenemos aquí en nuestro país en la misma situación, en la Carta Pastoral Conjunta expresábamos la vulnerabilidad en que quedan nuestros pueblos al estar involucrados en todos los aspectos del fenómeno migratorio, cómo quedan las familias devastadas por la pérdida de aquellos seres queridos, los niños que viven en la soledad desde el momento que sus padres les son arrancados. Las consecuencias son de enorme gravedad a nivel personal, familiar, cultural, la pérdida del capital humano de millones de personas, profesionales calificados, investigadores y amplios sectores campesino, nos va empobreciendo cada día más. (cfr CPC, 4; Ap. 73)

Como comunidad en la fe, nos debemos cuestionar por el trato que brindamos a los más vulnerables entre nosotros. Esta actitud hacia los migrantes, desafía la conciencia de los católicos, en especial de los servidores públicos, de las autoridades, de los que definen las políticas públicas, de los habitantes de las comunidades fronterizas o de tránsito y de los prestadores de servicio jurídico y social que ejerciendo su función como servidores públicos se dejen apelar por su conciencia de cristianos, (cfr. CPC, 6).

No podemos seguir permitiendo tanta violación a los derechos humanos y desintegración familiar a la que hermanos y hermanas nuestras se ven expuestos, porque no son solamente ellos los lastimados sino toda la Iglesia, toda la familia de Dios que se ve violentada, trastocada en lo más sagrado que tiene, la persona misma y la INTEGRACIÓN FAMILIAR, en quien nosotros vemos al mismo Señor Jesús y la familia de Nazaret, donde nuestro Señor Jesús crecía en gracia y sabiduría. (cf. Lc 2,40) y a la que muchos hermanos y hermanas migrantes no les hemos permitido crecer.

La apelación es a todos los hombres y mujeres de buena voluntad para que nuestra acción desde los diferentes servicios que realicemos a la Nación, sea evangelizadora y con ella mostremos ser discípulos y misioneros de Cristo, Camino, Verdad y Vida, para que todos los pueblos tengan vida en él.

Seamos portadores de la Vida y de la Esperanza, como tal, vivamos con los y las migrantes que acogemos y que servimos en nuestro amado País.

En Cristo,
+ Mons. Rafael Romo Muñoz
Arzobispo de Tijuana y
Responsable de la Dimensión Pastoral de la Movilidad Humana-CEM
 


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La Conferencia Episcopal Ecuatoriana ante la Asamblea Constituyente

QUITO, sábado, 25 agosto 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el comunicado que ha emitido la Conferencia Episcopal Ecuatoriana ante las próximas elecciones de representantes para la Asamblea Constituyente.

 

* * *
 


El 15 de abril del presente año, los ecuatorianos nos pronunciamos por la convocatoria a una Asamblea Constituyente cuyo objetivo será establecer un marco jurídico del Estado que ponga fin a las irregularidades que se han venido sucediendo y encauzar las reformas que el Ecuador necesita para su recuperación ética, social, jurídica, política y económica. En cumplimiento de este mandato popular debemos elegir próximamente a los miembros que integrarán la Asamblea Constituyente.

La Conferencia Episcopal Ecuatoriana considera un deber señalar algunos puntos para consideración de la ciudadanía ante las próximas elecciones.

Todo ecuatoriano tiene el derecho de ser elegido para Representante en la Asamblea Constituyente. Sin embargo, la naturaleza misma de esta representación exige del candidato competencia y honorabilidad. En este sentido, y sin pretender decirlo todo, pensamos que el Representante a la Constituyente debe ser:

1- Ciudadana/o consciente de que el Ecuador es un país pluriétnico y pluricultural, con cuatro regiones geográficas que necesitan integrarse y complementarse.

2- Ciudadana/o con probada honradez, que hubiere demostrado capacidad para colaborar con generosidad y desinterés por el bien común de todos los ecuatorianos, con visión de futuro, que no se deja encerrar en condicionamientos pasajeros del momento o de particular conveniencia.

3- Ciudadana/o que defienda la igualdad de derechos y obligaciones de todos los ecuatorianos, pero que sea consciente de que quienes más se benefician de los bienes del país deben tener mayores obligaciones.

4- Ciudadana/o que defienda el inviolable y sagrado derecho a la vida y la dignidad de la persona humana, desde su concepción hasta su muerte natural; y los grandes y permanentes valores de la familia ecuatoriana.

5- Ciudadana/o convencida/o de que en el país hace falta educación de calidad para todos; y que defienda la libertad y la pluralidad en la educación, dentro de un marco nacional común.

6- Ciudadana/o que promueva un sistema económico-social, con iguales oportunidades para todos, en el que se pueda producir más y, sobre todo, distribuir mejor.

7- Ciudadana/o que defienda la libertad religiosa, el respeto a la conciencia y al pensamiento de los demás, y una moderna concepción de laicismo.

Ciudadanas y ciudadanos con este perfil podrán establecer el nuevo estado de derecho que, desde tiempo atrás, todos anhelamos y buscamos; un estado de derecho que garantice la moral pública y privada, la transparencia en el manejo de la ley, la justicia y la confianza en las diversas instancias de las funciones del estado.

Pedimos a Dios y a la Virgen María que los ecuatorianos podamos conformar una Asamblea Constituyente capaz de dar al Ecuador una Constitución que, finalmente, perdure como garantía de unidad, libertad, justicia y equidad para todos.


Secretaría General de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana
 


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