La prueba de la fe
25.08.07 @ 00:18:30. Archivado en Fe y teología
A mí no me extraña la “noche oscura” de la Madre Teresa de Calcuta, de la que escriben algunos medios de comunicación. Una vez en mi vida pude saludarla personalmente, a la Madre Teresa. Me regaló una medallita de la “Medalla Milagrosa”, no sin trazar sobre ese objeto piadoso una especie de bendición.
Cualquier creyente, pienso, y más si ha vivido entre la miseria de los pobres entre los pobres, tiene dificultades para creer. La fe no es obvia, ni fácil, ni puede darse por descontada. La fe es una gracia; un don de Dios; pero un don que, humanamente, resulta costoso.
Hay muchas realidades que cuestionan la fe. No en último lugar, a mi juicio, el constatar la inanidad de lo humano. Ante lo que somos cabe preguntar si merece la pena que un Dios, que lo es todo, fije en nosotros su mirada. ¿Qué hemos hecho para ser destinatarios de esa mirada? ¿Por qué no pensar en un Dios feliz en sí mismo que se desentiende del mundo, y de esos peculiares habitantes del mundo que somos los hombres?
Casi me escandaliza más un Dios creador, providente y redentor que la misma idea de Dios. Dios, puede ser. Pero Dios y nosotros; Dios encarnado, Belén, Nazaret y el Calvario, es mucho Dios o ningún Dios. La razón, la razón sola, en su autosuficiencia, puede admitir el deísmo o la nada.
Herederos, querámoslo o no, de una cultura cristiana podemos caer en la ligereza de dar la fe por algo hecho. Incluso los ateos serían como esos hijos que se revuelven contra sus padres, sin cuestionar la certeza de que tienen padres; aun sabiendo que sus padres han sido buenos padres.
Lo paradójico de la fe consiste en ser gracia. Es imposible creer sin la ayuda de Dios, sin su auxilio interior, sin que Él mueva nuestro corazón, abra los ojos de nuestro espíritu y nos conceda el gozo de aceptar la verdad. Lo “humano, demasiado humano” sería no creer, instalados en la duda, o en la finitud, o en el desasosiego. Lo sobre-humano, aunque de una “sobre-humanidad” no anti-humana, es la fe.
El “Catecismo” dice que la fe “luminosa por aquel en quien cree, [...] es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación” (n. 164).
No sólo la Madre Teresa de Calcuta ha conocido la noche oscura – la noche purificadora, donde la única luz, apagadas todas las luces humanas, es la luz de Dios - . También otra Teresa, Teresa de Lisieux, pudo experimentar lo mismo. A esta Teresa, doctora de la Iglesia, le pareció sentir que le decían, ante la perspectiva de la muerte: “Crees que un día saldrás de las tinieblas que te rodean. ¡Adelante, adelante! Alégrate de la muerte, que te dará, no lo que tú esperas, sino una noche más profunda todavía, la noche de la nada”.
La fe, la noche oscura, o “la noche de la nada”. Teresa de Calcuta, “ora pro nobis”.
Guillermo Juan Morado.