El Papa se entrevistó con Marcello Pera, el político amigo que no cree en Jesucristo

Permalink 08.10.07 @ 18:27:58. Archivado en informaciones y análisis

El Papa recibió en audiencia privada este fin de semana a Marcello Pera, el que fuera presidente del Senado italiano con el gobierno de Silvio Berlusconi, un intelectual conservador pero no cristiano, con el que protagonizó el entonces cardenal Ratzinger algunos de los hitos decisivos de su campaña para suceder a Juan Pablo II a partir del año 2000. Pera propone 'una religión civil cristiana en la que todos podamos reconocernos en valores comunes': se define como “no creyente” aunque afirma que cree en los mismos valores de los cristianos. «Quizá la diferencia es que yo creo en los valores, pero no creo en una persona», expresa aludiendo a la persona de Jesucristo.

Juntos, el cardenal Ratzinger y el político no creyente Marcello Pera publicaron un libro con la tesis compartida de que la esencia de Europa es la cultura cristiana. Ambos comparten una idea clave: la cultura cristiana, propia de los creyentes pero también de los no creyentes, es la clave para que Europa pueda dialogar sabiendo a qué se refiere cuando usa la palabra “yo”. “Europa no sabe tutelar su propia identidad, no sabe defenderse”, explicaba en un debate sobre Europa el co-autor del libro Marcello Pera, Presidente del Senado italiano y profesor de Filosofía de la Ciencia. “La tolerancia se convierte en indiferencia; Europa quiere el diálogo pero no sabe pronunciar el pronombre "yo", pretende ser sabia y anciana pero ya no reconoce los fundamentos de su presunta sabiduría...”, describió Pera en declaraciones recogidas por la Agencia Zenit. “Se da también el malestar espiritual y una crisis de identidad que surgió ya antes de la guerra y del terrorismo”, explicó el presidente del Senado. “El malestar es también social: inmigración, seguridad, multicultura entendida como agregación de mónadas, malestar intelectual, relativismo según el cual todas las culturas y las civilizaciones son equivalentes y no pueden jerarquizarse, lenguaje políticamente correcto en el que la palabra "mejor" está prohibida y sólo se aplica a corbatas, postres y no a culturas, etc.”

Entonces, ¿cuál es la solución? “Yo propondría una religión civil cristiana en la que todos podamos reconocernos en valores comunes», concluyó el político y filósofo de Toscana, que se define como “no creyente” aunque afirma que cree en los mismos valores de los cristianos. «Quizá la diferencia es que yo creo en los valores, pero no creo en una persona», expresó aludiendo a la persona de Jesucristo.

'Sin raíces. Europa, relativismo, cristianismo, islam'(«Senza radici. Europa, relativismo, cristianesimo, islam» (Mondadori) es el libro de ambos. Para Ratzinger la clave está en redescubrir la ley natural: “Tenemos que volver a estudiar la ley natural -quizá hace falta otro nombre, no lo sé-, pero es necesario encontrar el fundamento para individuar responsabilidades comunes entre católicos y laicos [no creyentes o que no inspiran la ética en la religión, ndr.], para fundamentar una acción que no sólo responda a la acción, sino también al deber y a la moral”.

«El catolicismo, ¿es también una fuerza del presente?», se preguntó: «Mi respuesta y la del presidente del Senado», afirmó Ratzinger citando el libro que ha firmado con Marcello Pera, es que «el árbol tiene necesidad de raíces». «La tesis es que la cultura laica, cuando se separa de las raíces, se convierte en dogmática y pierde su fuerza moral», consideró.

«El cristianismo debe convencer con sus fuerzas morales y debe respetar ciertamente a las personas que no tienen el don de la fe», concluyó.

EN EL SENADO ITALIANO

E13 de mayo de 2004, en la biblioteca del Senado de la República Italiana cedida por su presidente Marcello Pera, el entonces cardenal Ratzinger dicta una conferencia sobre los fundamentos espirituales de Europa, que tendrá ecos importantes. Terminará con este planteamiento: 'Occidente siente un odio por sí mismo que es extraño y que sólo puede considerarse como algo patológico; Occidente sí intenta laudablemente abrirse, lleno de comprensión, a valores externos, pero ya no se ama a sí mismo; sólo ve de su propia historia lo que es censurable y destructivo, al tiempo que no es capaz de percibir lo que es grande y puro. Europa necesita de una nueva --ciertamente crítica y humilde-- aceptación de sí misma, si quiere verdaderamente sobrevivir. A veces, la multiculturalidad, que se estimula y favorece continua y apasionadamente, se transforma en abandono y negación de lo que le es propio, una fuga de las cosas propias. Pero la multiculturalidad no puede subsistir sin constantes en común, sin puntos de referencia a partir de valores propios. Seguramente no puede subsistir sin respeto de lo que es sagrado... andar al encuentro con respeto a los elementos sagrados del otro...podemos hacerlo sólo si lo sagrado, Dios, no nos es extraño a nosotros mismos”.

“Si no hacemos esto, -dice el prefecto- no sólo renegamos de la identidad de Europa, sino que se desvanece un servicio a los demás al que ellos tienen derecho. Para las culturas del mundo, la profanidad absoluta que se ha ido formando en Occidente es algo profundamente extraño. Están convencidas que un mundo sin Dios no tiene futuro. Por lo tanto, justamente la multiculturalidad nos llama a entrar nuevamente en nosotros mismos”.

“No sabemos cómo será el futuro de Europa, -termina-... Hace falta darle la razón a Toynbee: el destino de una sociedad depende siempre de minorías creativas. Los cristianos creyentes deberían concebirse a sí mismos como tal minoría creativa y contribuir a que Europa recobre nuevamente lo mejor de su herencia y esté así al servicio de toda la humanidad”.

Son los últimos intentos vaticanos para conseguir que la Constitución Europea haga mención a sus raíces cristianas. El alegato encontrará la puerta cerrada a cal y canto.