11.08.09
¿Es un peligro la ortodoxia?
Allá por los años 70 del siglo pasado, Alfredo Fierro publicó un libro titulado “La imposible ortodoxia”. Para este autor, a quien, sin embargo, debemos un importante estudio sobre San Hilario, todo dogma de la fe católica es imposible. La fe debe ser una fe sin dogmas, sin contenido, sin ortodoxia. Frente a la ortodoxa teología dogmática se impondría una teología “crítica”, distanciada de la conformidad con la doctrina eclesial, aunque no sabemos si tan independiente con respecto al marxismo o al psicoanálisis. Posiblemente, en Fierro y en otros, la conformidad con la fe recibida de la Tradición se transmuta en otras conformidades; con menos avales divinos, pero que exigen mayor militancia.
Sea lo que fuere, Fierro refleja de algún modo un sentir casi común. La ortodoxia católica, la adhesión al dogma de la Iglesia, se contempla con desdén, con ironía, con sospecha y hasta con desconfianza. Con desdén, con la mirada altiva de quien se cree suficientemente maduro para pensar por sí mismo, para librarse del lastre, del fardo pesado, de un pensamiento oficial elaborado por unas minorías investidas de poder, que no siempre, dicen, de autoridad. Con ironía, con burla fina, más o menos disimulada, propensa a elucubrar acerca de los bastardos motivos que impulsan al ortodoxo a la ortodoxia - ¿el afán de hacer carrera en el escalafón eclesiástico, la pereza mental, la simple ignorancia? - . Con sospecha, con el recelo esencial que impide creer que lo que aparece corresponde al ser. Y, por supuesto, con desconfianza, con miedo de que la ortodoxia degenere, por una especie de inexcusable ley interna, en intolerancia o tiranía con respecto a los disidentes.
La posición católica es diferente. Parte de una convicción: Jesucristo es la Verdad. Y el Evangelio es palabra de verdad. Verdad no amenazante, sino salvadora. Verdad no conquistada, con taimadas artimañas, sino recibida de la benevolencia de un Dios que nos quiere libres. Y si el Evangelio es la Verdad que Dios regala a su Pueblo, no es absurdo pensar que, en los proyectos divinos, se contemple la posibilidad de que este Pueblo sea indefectible en la verdad, indefectible en su fe; en suma, infalible. No por arrogancia, sino por providencia, por amparo de Dios, por amor suyo.
Adherirse a la ortodoxia de la fe es, para el creyente, un acto de sensatez. Similar, y aun más fundamentado, que la adhesión, que el reconocimiento, que pide lo real en cuanto tal. Nosotros no creamos la realidad. La realidad está ahí, y nos precede, y nos envuelve, hasta tal punto que formamos parte de ella. El don de la fe y su contenido, que es la revelación, igualmente nos precede con su novedad inesperada y pide un razonable asentimiento; un admitir como cierto lo que no procede de nosotros mismos, sino de Aquel que nos ha creado y nos ha redimido. De Aquel, en suma, que nos llama a la fe y que tiene el justo título para exigirnos, sin violentar nuestra libertad, que nos fiemos de Él.
Guillermo Juan Morado.