19.08.09

¿Debe el Obispo ser simpático?

Permalink 23:10:22, por Guillermo Juan Morado, 532 palabras
Categorías : General
 

El más famoso blogger católico de nuestro país, Francisco José Fernández de la Cigoña, plantea en un post titulado “Una asignatura pendiente en la Iglesia”, la necesidad, o la conveniencia, de que los obispos sean simpáticos. A la hora de ponderar las cualidades de un futuro obispo “también debería tenerse en cuenta la simpatía del candidato”, nos dice.

No voy a ser yo quien replique a una Cigüeña tan agudamente oteadora, pero sí me voy a permitir una amigable discrepancia; al menos, parcial discrepancia. Que estoy seguro que él aceptará con grandeza de ánimo.

En cualquier controversia se debe conceder, si es posible, algo al “adversario” – se entiende que adversario sólo en el plano dialéctico - . Un obispo, como un sacerdote, y en definitiva, como toda persona de bien, no puede ser un “bicho”, una persona intratable, aviesa o de malas intenciones. El decreto “Presbyterorum Ordinis” del Concilio Vaticano II aclara que mucho ayuda al ministerio de los sacerdotes – y, sin duda, al de los obispos – contar con “las virtudes que con razón se aprecian en el trato social, como son la bondad de corazón, la sinceridad, la fortaleza de alma y la constancia, la asidua preocupación de la justicia, la urbanidad y otras cualidades que recomienda el apóstol Pablo cuando escribe: “Pensad en cuanto hay de verdadero, de puro, de justo, de santo, de amable, de laudable, de virtuoso, de digno de alabanza” (Fil., 4, 8)” (PO 3).

No cita específicamente el decreto conciliar la simpatía. Aunque, indudablemente, si alguien cuenta con las virtudes enumeradas, se hace, por lo general, acreedor de estima, de aprecio y de respeto por parte de los otros.

La simpatía se define como el “modo de ser y carácter de una persona que la hacen atractiva o agradable a las demás”. Una cualidad difícil de precisar. La simpatía no hace referencia a algo objetivo, sino al impacto que uno puede causar en los demás; a la capacidad de un sujeto de resultarle atractivo o agradable a otros sujetos. ¿Pero quién es atractivo o agradable? ¿Y por qué resulta alguien atractivo o agradable a otra persona? Creo que nos movemos en las arenas movedizas de las impresiones, de los gustos, de las complacencias.

En teoría, y en la práctica, un granuja puede ser simpatiquísimo. Y un psicópata, encantador. Y alguien puede resultar simpático a otros por las razones más diversas: por el modo de sonreír, por la capacidad de acordarse del nombre de sus interlocutores, por ser ocurrente o por ser físicamente agraciado.

Yo, al menos, no necesito que un obispo sea simpático. Me basta con que sea, humanamente hablando, educado, atento, comprensivo, noble. Y como obispo espero de él que, además de ser un creyente que busca agradar a Dios por encima de todas las cosas, esté cualificado para enseñar, santificar y apacentar al pueblo que le ha sido confiado. Con esto, me basta. Y si, encima, es simpático, mejor. Pero por añadidura, por decirlo de alguna manera.

Guillermo Juan Morado.