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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 14 de noviembre de 2009

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“¡Pides más que un cura!”
Por monseñor José Ignacio Munilla Aguirre , obispo de Palencia
PALENCIA, sábado, 14 de noviembre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor José Ignacio Munilla Aguirre , obispo de Palencia, que ha escrito sobre la colaboración económica con la Iglesia.

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           El próximo domingo celebramos el Día de la Iglesia Diocesana. Habría muchos temas que tratar sobre este motivo; pero en esta ocasión me voy a centrar en el que suele resultarnos más "antipático": pedir dinero.

           Soy consciente de la fama que tradicionalmente se nos ha "adjudicado": "¡Pides más que un cura!". Sin embargo, en honor a la verdad, me atrevo a denunciar la falsedad del dicho popular, por muy recurrente que sea.

           Las cosas no son lo que aparentan: hay algunos que "parece que piden, cuando en realidad están dando"; mientras que hay otros muchos que, "parece que dan, cuando lo cierto es que están pidiendo". No quiero poner ejemplos concretos, porque a nadie le gusta buscarse enemigos...; pero estoy seguro de que los lectores tienen la agudeza suficiente para concretar este principio en casos prácticos... 

                "Ayudar a la Iglesia en sus necesidades" 

           No sé si lo recordaremos... pero éste es el quinto y último de los mandamientos de la Santa Madre Iglesia: "Ayudar a la Iglesia en sus necesidades". La razón es obvia: la Palabra de Dios no tiene precio, pero su predicación tiene unos costes... La ayuda que prestamos a la labor evangelizadora de la Iglesia, es proporcional a nuestra estima de la vida de la gracia que a través de ella recibimos.

            Recientemente, un misionero africano que pasaba unos días de merecido descanso entre nosotros, me decía lo siguiente: "Cuando vengo a mi pueblo, y pido a mis conocidos ayuda económica para excavar un pozo de agua, encuentro una respuesta pronta y generosa. Sin embargo, si pido colaboración para construir una capilla o para hacer unas aulas para la catequesis, la respuesta es mucho más limitada".

            ¿Será acaso que todavía no hemos descubierto que la Eucaristía sacia la sed del hombre, y que la Palabra de Dios es lámpara que ilumina nuestro camino?  

              La "x" en la Declaración de la Renta, y el óbolo de la viuda 

            Nuestra aportación a la Iglesia a través del IRPF de la Declaración de la Renta es un capítulo importante para el sostenimiento de la Iglesia, aunque el apartado principal es otro: los donativos directos de sus fieles. Por ello, nos estaríamos engañando si pensásemos que con rellenar la casilla de la "X" hemos "cumplido" ya con el compromiso de sostener económicamente nuestra Iglesia.

            No olvidemos que esa "x" no añade nada a nuestro desembolso, sino que simplemente canaliza una parte de nuestros impuestos: la Iglesia recibirá una ayuda, pero nosotros pagaremos lo mismo. Dicho a las claras: con la contribución a la Iglesia a través del IRPF, no nos estamos "rascando el bolsillo".

            Las palabras de Jesús sobre aquella viuda a la que vio echar dos pequeñas monedas en el óbolo del templo, son muy significativas: "...los demás han echado de lo que les sobraba, mientras que ella ha echado de lo que necesitaba" (Lc 21, 4). El desprendimiento de aquella mujer conmovió a Jesucristo, porque era proporcional a su amor. 

            Predicando con el ejemplo: el caso de los anglicanos 

          El sostenimiento económico de nuestra Iglesia no sólo es posible por nuestras contribuciones, sino también por una administración muy austera; de forma que los recursos que son puestos en manos de la Iglesia "cunden mucho".

Frente a todos los sambenitos y frases hechas, me atrevo a decir que, en materia de pobreza, en la Iglesia se predica con el ejemplo.          

No creo que exista otra institución en la que el sueldo de sus máximos responsables sea tan parejo al de los trabajadores más humildes. Tampoco creo que exista otra entidad en la que se haga ¡tanto con tan poco dinero!           

En las últimas semanas hemos vivido una noticia que, tal vez, haya podido pasar inadvertida. Me refiero a que cerca de medio millón de cristianos anglicanos han solicitado su ingreso en la Iglesia Católica. Entre ellos se incluyen unos mil clérigos y varias decenas de obispos.

            Pues bien, esos clérigos conversos, al hacerse católicos, verán reducido su sueldo a un tercio de la cantidad que cobraban anteriormente como clérigos anglicanos. Al abrazar la fe católica, eran conscientes de que la "riqueza en la fe" iría de la mano de la "pobreza en lo material". ¿No es éste un impresionante testimonio de fe y de pobreza evangélica?

¡El que tenga ojos para ver, que vea! ¡Arrimemos el hombro como expresión del amor a nuestra Iglesia Diocesana!

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Formar parte del milagro de Dios
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca
HUESCA, sábado, 14 de noviembre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha escrito monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca, con el título "Formar parte del milagro de Dios".

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Las noticias de cada día nos traen los avatares de nuestro mundo, con las situaciones que nos llenan de esperanza y alegría y también con las que nos arrugan y entristecen. En ese vaivén vive la comunidad cristiana, participando de los gozos y de las penurias de nuestra generación.

Por este motivo, la Iglesia quiere vivir muy cercana a todos vosotros y ser sembradora de esperanza. El anuncio del Evangelio, la atención espiritual y humana que realiza, manifiestan y hacen creíble el infinito amor de Jesucristo a los hombres. En ella encontramos el sentido de la vida permitiéndonos descubrir el Evangelio como Buena Noticia para todos los hombres. Es la Iglesia la que nos acompaña en todos los momentos de nuestra existencia, sean alegres o tristes, porque es nuestra Madre, porque en su seno hemos nacido a la fe.

Cuando nos encontramos inmersos con tantos hermanos en estos momentos de profunda crisis económica, el acompañamiento y la ayuda de la Iglesia son de gran esperanza para una sociedad dolorida. Los católicos tenemos que ser personas dispuestas a escuchar, a acompañar y a ayudar como expresión de nuestro compromiso creyente.

Nosotros como cristianos, pertenecemos a una diócesis, porción del pueblo de Dios, presidida por el Obispo, pertenecemos a una parroquia en la que vivimos la fe y somos testigos de ella. Tanto en la diócesis como en la parroquia experimentamos y celebramos el amor de Dios que hemos de transmitir a todos los hombres.

Sería ahora muy prolijo relatar las colas de personas que acuden a nosotros a diario pidiendo no sólo una ayuda para creer y una razón para esperar, sino también gentes que vienen y acuden a la Iglesia buscando ayuda material: la vivienda, el vestido, la educación, la misma comida, son necesidades primarias a las que no todos pueden dar salida en estos momentos complicados. Por este motivo, para que en la Iglesia puedan encontrar tantas personas una respuesta adecuada, es necesario que disponga de los medios necesarios. La colaboración de los católicos y de los que valoran su labor es indispensable. En estas circunstancias es, más que nunca, expresión de vuestro compromiso eclesial. Todos tenemos que participar en la Iglesia y colaborar económicamente en su sostenimiento. Todos somos necesarios.

Jesús seguirá haciendo milagros, pero como hace veinte siglos y hoy, quiere tener en cuenta los pocos panes y peces que le podemos ofrecer. Él pondrá todo lo demás para llegar a saciar a una multitud necesitada. ¡Qué hermoso y qué humilde este modo de hacer las cosas de Dios! Que Él bendiga vuestra ofrenda creyente, vuestra solidaridad cristiana, con la que la Iglesia quiere ser los brazos tiernos del buen Dios.

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Ética económica en las finanzas y en las empresas
Por monseñor Héctor González Martínez, arzobispo de Durango
MÉXICO, sábado, 14 de noviembre de 2009 (ZENIT.org-El Observador).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Héctor González Martínez, arzobispo de Durango, con el título "Ética económica en las finanzas y en las empresas".

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La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento, pero de una ética amiga de la persona. Se habla mucho de ética en el campo económico, bancario y empresarial.

 Han surgido centros de estudio y programas formativos de business ethics; se difunde el sistema de certificaciones éticas; los bancos proponen cuentas y fondos de inversión "éticos"; se desarrolla una "finanza ética". Todo esto es apreciado y debe apoyarse. Sin embargo conviene elaborar un criterio de discernimiento válido, pues se nota un cierto abuso del adjetivo "ético", hasta el grado de pasar por éticas decisiones y opciones contrarias a la justicia y al verdadero bien del hombre.

La ética económica depende mucho del sistema moral de referencia. La Doctrina Social de la Iglesia ofrece una aportación específica, que se funda en la creación del hombre a "imagen de Dios" (Gn 1,27), algo que comporta la inviolable dignidad de la persona humana, así como el valor trascendente de las normas morales naturales. Una ética económica que prescinda de estos dos pilares, tendría el peligro de perder su propio significado y prestarse a ser instrumentalizada. Es necesario no recurrir a la palabra "ética" de una manera ideológicamente discriminatoria. Hay que esforzarse, no solo para que surjan sectores o segmentos éticos de la economía o de las finanzas, sino para que toda la economía y las finanzas sean éticas y lo sean por el respeto de exigencias intrínsecas de su propia naturaleza.

Relación entre empresa y ética

Han ido surgiendo una amplia zona intermedia entre los dos tipos de empresas (las que buscan el beneficio y las de sin ánimo de lucro), que está compuesta por empresas tradicionales que suscriben pactos de ayuda a países pobres; fundaciones promovidas por empresas concretas; grupos de empresas con objetivos de utilidad social; un vasto mundo de agentes de la economía civil de comunión. No es sólo un "tercer sector", sino de una nueva y amplia realidad de empresas. Lo más importante es que esta "zona" de empresas, se dispongan para concebir la ganancia como un instrumento para alcanzar objetivos de humanización del mercado y de la sociedad. Ojalá que estas nuevas formas de empresa encuentren en todos los países un marco jurídico y fiscal adecuado. Así, hacen evolucionar el sistema hacia una asunción más clara y plena de los deberes por parte de los agentes económicos.

Lo anterior hay que llevarlo a cabo en países excluidos o marginados de la economía global. Hay que implementar proyectos de subsidiariedad muy bien diseñados y gestionados que promuevan los derechos y donde también se asuman las responsabilidades.  En las iniciativas para el desarrollo debe quedar a salvo el principio de la centralidad de la persona humana. Los programas de desarrollo deben ser flexibles, y las personas que se beneficien deben implicarse directamente en su planificación y ser protagonistas de su realización. Es necesario aplicar criterios de progresión y acompañamiento, ya que no hay recetas universalmente válidas. "Constructores de su propio desarrollo, los pueblos son los primeros responsables de él. Pero no lo realizarán en el aislamiento". Las soluciones se han de ajustar a la vida de los pueblos y de las personas concretas, con la respectiva prudencia para cada caso.

La cooperación internacional necesita personas que participen en el proceso de desarrollo económico y humano mediante: solidaridad de la presencia, el acompañamiento, la formación y el respeto. Desde esta óptica, los organismos internacionales deberían preguntarse sobre la eficacia real de sus aparatos burocráticos y administrativos. En este punto se desea que los organismos internacionales y las organizaciones no gubernamentales se esforzaran por una transparencia total, informando a los donantes y a la opinión pública sobre los fondos recibidos, sobre el verdadero contenido de dichos programas y sobre los gastos de la institución misma.

 



 

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Violencia multifactorial
Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 14 de noviembre de 2009 (ZENIT.org-El Observador).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas con el título "Violencia multifactorial".

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VER

Estamos reunidos en asamblea plenaria 117 obispos del país, para evaluar los trabajos de las instancias de la Conferencia Episcopal durante el trienio que concluye, y elegir a los responsables para el siguiente. Considerando el deterioro social que han desencadenado el narcotráfico, la violencia y la inseguridad, dedicamos dos días a analizar este fenómeno, pues no podemos desentendernos de lo que angustia a nuestro pueblo.

Es verdad que la pobreza generalizada y el desempleo son caldo de cultivo para el secuestro, el consumo y tráfico de drogas, la extorsión, los asesinatos, los asaltos y la criminalidad callejera. Sin embargo, hay raíces más profundas: la destrucción progresiva de la familia, el menosprecio a los valores tradicionales, una educación sin formación ética, la publicidad del placer en los medios de comunicación, la poca incidencia de nuestra evangelización en los criterios y actitudes de muchos bautizados. El problema no es sólo responsabilidad del gobierno, sino de toda la sociedad. Nosotros también debemos revisar nuestra pastoral, pues muchos delincuentes se declaran católicos.

Hemos advertido el riesgo de que grupos o personas aisladas alteren la paz social. Lo percibimos en el ambiente nacional, no sólo en nuestra región. Ya ha habido acciones terroristas aisladas en otras partes del país. Advertir lo que pueda suceder, no es apoyarlo, ni alentarlo. Todo lo contrario. Hay quienes a fuerza nos quieren ligar a esa línea, y para ello distorsionan nuestras palabras y acciones. El pueblo que nos conoce, califica de calumniadores a quienes difunden esas falsedades. Nuestra pastoral se esfuerza por construir procesos de paz, de unidad y reconciliación, siempre en base a la verdad y la justicia. Estamos en contra de acciones violentas y rechazamos, como Cristo, el recurso a las armas como método para cambiar una situación.

JUZGAR

Dice el Papa Benedicto XVI en su Encíclica Caritas in veritate: "La dignidad de la persona y las exigencias de la justicia requieren, sobre todo hoy, que las opciones económicas no hagan aumentar de manera excesiva y moralmente inaceptable las desigualdades y que se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos, o lo mantengan. El aumento sistémico de las desigualdades entre grupos sociales dentro de un mismo país y entre las poblaciones de los diferentes países, es decir, el aumento masivo de la pobreza relativa, no sólo tiende a erosionar la cohesión social y, de este modo, poner en peligro la democracia, sino que tiene también un impacto negativo en el plano económico por el progresivo desgaste del «capital social», es decir, del conjunto de relaciones de confianza, fiabilidad y respeto de las normas, que son indispensables en toda convivencia civil" (32). "La construcción de la paz necesita una red constante de contactos, intercambios, encuentros, acuerdos, compromisos compartidos, para alejar las amenazas de tipo bélico o cortar de raíz las continuas tentaciones terroristas" (72).

  

ACTUAR

Ante la inconformidad social, la solución no es represión sistemática, investigación obsesiva y distorsionada, acusaciones sin fundamento, sino escuchar las necesidades de los pueblos y atender sus justas demandas. Hemos de unirnos para combatir la pobreza y la injusticia, sin tantas desconfianzas hacia quienes lo hacen por caminos alternos y pacíficos. Nosotros tenemos una alternativa válida: Jesucristo. El es el único camino, sólido y profundo, para convertir los corazones hacia la justicia y la paz.

Hay que recimentar la familia, para que no haya tantos hijos fuera de matrimonio, que crecen sin puntos claros de referencia y se exponen a tentaciones de violencia. Que las televisoras no alienten la ambición del dinero fácil, el consumismo irracional, la agresividad, la competencia desleal, el libertinaje sexual, la homosexualidad, pues se generan comportamientos antisociales.

Renovemos nuestra tarea evangelizadora, con la ayuda de laicos bien formados, para una sociedad justa, pacífica y fraterna. ¡Hay esperanza!

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Benedicto XVI, bajo el signo de Pablo VI
El director de “L
IUDAD DEL VATICANO, sábado, 14 de noviembre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito Giovanni Maria Vian, director de "L'Osservatore Romano" sobre la visita que realizó el 8 de noviembre a Brescia y Concesio, cuna de Pablo VI.

 

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Giovanni Battista Montini dejó su tierra muy joven, poco después de la ordenación sacerdotal, y siempre permaneció muy vinculado a su pequeña patria bresciana -donde estaban sus raíces familiares-, a la que volvía siempre que podía. Elegido en el cónclave de 1963, tomó el nombre de Pablo VI, y como Papa ya no volvió a visitar esa Brixia fidelis a la que expresó, en su discurso a una peregrinación de visita en Roma, el deseo que conservaba en su corazón:  mantener siempre "una gran vitalidad y una gran fidelidad".
Dos sucesores del Pontífice bresciano, sin embargo, han vuelto a visitar -de manera significativa- la diócesis lombarda, casi como para compensar la delicada discreción montiniana:  dos veces Juan Pablo II, en 1982  y  en  1998,  y  ahora Benedicto XVI, ambos ligados a Pablo VI desde los tiempos del Vaticano ii y ambos "criaturas" suyas, cardenales ab eo creati, como ha recordado el Papa  con gratitud, evocando ese vínculo de "afecto y devoción".

Al homenaje a Pablo VI se sumaron numerosos brescianos, que supieron brindar a Benedicto XVI una calurosa acogida que dio viveza a un día gris de otoño:  en Botticino, recordando al último santo de la diócesis, don Arcángel Tadini; más tarde, en la ciudad, con la oración por las víctimas del terrorismo; y, por último, en Concesio, donde en 1897 Montini nació y fue bautizado. Aquí acaba de trasladarse, a una sede magnífica inaugurada por el Papa, el Instituto Pablo VI, que este año ha dado su premio, un auténtico Nobel católico, a "Sources chrétiennes", la colección francesa que desde hace casi setenta años publica los textos más antiguos de la tradición cristiana.

Ante la catedral donde Montini fue ordenado sacerdote, rodeado de los obispos de Lombardía con su arzobispo metropolitano a la cabeza, Benedicto XVI presidió una celebración eucarística impresionante por su recogimiento solemne, que ni siquiera la lluvia persistente consiguió alterar; explicando las Escrituras y recordando a los fieles el don "inestimable" que representa la lección del "gran Papa", una lección que permanece.

Durante toda su vida Pablo VI dio testimonio de la verdad, buscando el encuentro con la humanidad contemporánea que entonces, como hoy, imponía la confrontación de los católicos con el olvido de Dios y con las religiones no cristianas. Frente a las dificultades posconciliares Montini declaró que el Papa consideraba "que tenía que seguir únicamente la línea de la confianza en Jesucristo, a quien su Iglesia le interesa más que a nadie". Del mismo modo, recién elegido, su sucesor Benedicto XVI expuso su "verdadero programa de gobierno":  "no seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor", de tal modo que "sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia".

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Obispos de México ante la sangre y la droga: “¡Ya basta!”
Llamamiento a los gobernantes a superar la corrupción
MÉXICO, sábado, 14 de noviembre de 2009 (ZENIT.org-El Observador).- Los obispos mexicanos, reunidos en la Asamblea General número 88, han emitido un documento que hace frente al tema de la inseguridad y la violencia que vive México. Por el interés que reviste, publicamos el documento en su integridad.

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Les anunciamos a Jesucristo "su venida nos ha traído la buena noticia de la paz" ( Ef. 2,17)

Mensaje del Episcopado Mexicano al Pueblo de México

"La paz esté con ustedes" (Jn 20,19). Con el saludo de Jesús Resucitado, víctima inocente, los Obispos de México saludamos a todos los fieles de la Iglesia católica y a todos los hombres y mujeres a quienes mucho ama el Señor. Ante la realidad de inseguridad y violencia que vivimos en nuestro país, queremos alentar la esperanza de quienes viven con miedo, angustia e indignación. Como pastores que tenemos la misión de promover la reconciliación y la paz, los invitamos a volver la mirada al Señor, porque El es nuestra Paz. El ha llamado bienaventurados a todos aquellos que hambrientos y sedientos de Justicia, se empeñan por construir la Paz (cf. Mt.5, 6.9).

Nos desgarra la sangre derramada: la de los niños abortados, la de las mujeres asesinadas, las víctimas de secuestros y asaltos y extorsiones, los que han caído en la confrontación entre las bandas, los que han muerto en la lucha contra el crimen organizado y los que han sido ejecutados con crueldad y con una frialdad inhumana. Nos interpela el dolor y la angustia, la incertidumbre y el miedo de tantas personas que lloran la pérdida de seres queridos. Nos cuestiona más que de la indignación y el coraje natural, lo que empieza a brotar en el corazón de muchos mexicanos: la rabia, el odio, el rencor, el deseo de venganza y de justicia por propia mano.

Podríamos enumerar múltiples factores: la corrupción que invade las instituciones y ámbitos, la pobreza, la desigualdad, la impunidad, la falta de oportunidades, el afán de lucro y de ganancia fácil, la insensibilidad de los actores políticos y sociales que velan solo por sus intereses personales o de grupo; pero en el fondo lo más preocupante es el desprecio por la vida, el ser humano convertido en mercancía, en objeto desechable. Estamos perdiendo la conciencia de la dignidad de la persona humana y la capacidad de vernos como hermanos.

En lugar de buscar culpables y de lanzarnos mutuamente acusaciones, llamamos a todos y cada uno de los mexicanos y mexicanas a asumir la propia responsabilidad, dejando atrás complicidades, y actitudes pasivas y complacientes. Nosotros mismos como obispos reconocemos habernos conformado muchas veces con una evangelización superficial y una religiosidad cultual y pedimos perdón por la incongruencia de vida y el anti testimonio de muchos bautizados.

¿Qué significa ser cristiano en estas circunstancias? ¿Qué palabra de esperanza podemos dar los pastores de la Iglesia? ¿Cómo vencer la sensación de impotencia que muchos compartimos y al mismo tiempo ofrecer a este grave problema una solución que se aparte de la sin razón de la violencia? Estamos ante un problema que no se solucionará sólo con la aplicación de la justicia y el derecho, sino fundamentalmente con la conversión. La represión controla e inhibe temporalmente la violencia, pero nunca la supera.

Los cristianos sabemos que la solución al problema del mal es más honda y compleja. Los actos de violencia que presenciamos y sufrimos no son sino síntomas de otra lucha más radical, donde nos jugamos de veras el futuro de nuestra Patria y de la humanidad. El ser humano es el campo de batalla de tendencias opuestas, una a la humanización y otra a la deshumanización, y la fe cristiana muestra que sólo el ser humano que se ha reencontrado con su vocación trascendente , es capaz de salir victorioso de este conflicto. Sólo en Cristo encontramos nuestra verdadera y plena identidad humana.

Nos acercamos a esta realidad a la luz de la fe, con una mirada crítica y realista, pero también esperanzadora porque estamos convencidos de que, por encima del mal que oprime al ser humano, está la acción redentora y salvífica de Dios realizada en Jesucristo. Nuestro quehacer eclesial nos compromete profundamente a trabajar por la humanización y restauración del tejido social de nuestra Patria, convencidos del valor de toda vida humana llamada a participar de la plenitud de la vida divina, porque Dios «no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan y tengan vida.» (2 Pe 3,9).

Ofrecemos en esta situación al servicio de nuestra Patria, lo que la Iglesia tiene como propio, una visión global y trascendente del hombre y de la humanidad. En Cristo, Dios nuestro Padre nos llama a formar una humanidad nueva, animada por su Espíritu. Sólo si hay mujeres y hombres nuevos habrá también un mundo nuevo, un mundo renovado y mejor. Por eso consideramos que lo primero que hay que hacer para superar la crisis de inseguridad y violencia es la renovación de los corazones. Vivir el Evangelio nos hace ser hermanos y constructores de Paz, pues "nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos..." (1Jn. 3,14).

La primera e inaplazable tarea es una formación y educación integral que lleve a la persona a descubrir su vocación trascendente, a tomar conciencia de la dignidad propia y de todo ser humano, que capacite para el diálogo y la fraternidad y que inculque el amor y respeto a la naturaleza. A ello queremos dirigir nuestros esfuerzos, encauzar nuestras energías, dedicar nuestros desvelos. Al mismo tiempo, invitamos a todos los hombres y mujeres, a las familias, a la sociedad y al Estado a hacer lo mismo. Hoy como siempre es una exigencia destinar nuestros mejores recursos en la formación de las personas y en la promoción de condiciones de vida digna para todos.

Los jóvenes, adolescentes y niños de México, son semillas de esperanza para la transformación que deseamos. En la actualidad el modo común de pensar, se orienta hacia el tener, el bienestar, la influencia, el éxito, la fama, el placer, etc. Es el "ego" el que permanece en el centro del mundo. Solo la novedad de la vida en Cristo puede darles una nueva mentalidad, formas nuevas de relacionarse con las personas con las que conviven día con día, , les permitirá construir familias sanas y comunidades justas, los capacitará para solucionar de manera pacífica los conflictos y para ser solidarios y misericordiosos con los que sufren. Los invitamos a usar positivamente los medios de la era digital, para crear comunión y paz, evitando aislarse en unas relaciones meramente virtuales.

11. Vivimos tiempos difíciles pero tenemos la certeza de que Cristo venció a la muerte y en Él hemos puesto nuestra  confianza (2 Tim 1,12). El caminar histórico de nuestro pueblo mexicano no ha sido fácil, pero siempre ha contado la nobleza de sus hombres y de sus mujeres. Hoy no puede ser distinto, pero debemos reconciliarnos para reconstituir el tejido social y la unidad nacional en la riqueza de la pluralidad de nuestras culturas y de la sociedad. Debemos unirnos en la construcción de la paz y en el impulso del desarrollo humano integral y solidario de nuestro pueblo.

12. Hacemos un llamado a los gobernantes, a procurar verdaderamente la justicia, superando la corrupción y la impunidad, perseguir a lo que fortalece el negocio del narco, el dinero sucio y las complicidades ilícitas.

A los ciudadanos los exhortamos a hacerse responsables unos de otros, cuidándose y animándose mutuamente. La unidad nos hace fuertes y nos protege.

De manera especial a las víctimas de la violencia en todas sus formas, queremos decirles que no están solos, los obispos, sacerdotes y agentes de pastoral, nos comprometemos a acompañarlos en su dolor. La noche del sufrimiento es un reto para su fe, vuelvan su mirada y contemplen a Cristo crucificado, para que perdonando puedan transformar su dolor y su coraje en esperanza de vida nueva.

El negocio de la droga es un ídolo que seduce, promete bienestar y vida pero solo engendra violencia y muerte; por eso a todos los involucrados en este sucio negocio: a los productores, traficantes, comercializadores y consumidores, les hacemos un fuerte llamado ¡¡YA BASTA¡¡ ya no se dañen a sí mismos y ya no sigan causando tanto daño y dolor a nuestros jóvenes, nuestra familias y a nuestra patria.

13. Pronto pondremos a su alcance una reflexión más profunda sobre esta situación, explicitando las exigencias irrenunciables de la vida cristiana; pero desde ahora nos ponemos al servicio de la reconciliación, aunque esto nos reporte incomodidades. Les ofrecemos nuestra disposición a caminar con todos los católicos y con todos los hombres y mujeres de México en la búsqueda de la patria nueva que todos anhelamos. Pedimos sus oraciones y les ofrecemos las nuestras, confiamos este momento de la vida de nuestra nación al maternal amparo de Santa María de Guadalupe. Nos acogemos a su regazo e imploramos su bendición para que «en su casa, que es toda nuestra Patria, logremos reconocernos hermanos y vivir en fraternidad.» (Conferencia del Episcopado Mexicano, Mensaje No hay democracia verdadera y estable sin participación ciudadana y justicia social, No. 66).

Nos despedimos con las palabras de Jesús: "¡ANIMO, NO TENGAN MIEDO, YO HE VENCIDO EL MUNDO¡" (cf. Jn. 16, 33 b).

Por los Obispos de México

+ Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla

Presidente de la CEM

+ Víctor René Rodríguez Gómez

Obispo Auxiliar de Texcoco;

Secretario General de la CEM

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Los obispos por una Argentina sin exclusión, enemistades ni violencia
“Somos hermanos, queremos ser Nación”

BUENOS AIRES, sábado, 14 de noviembre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la declaración que ha emitido La Conferencia Episcopal de Argentina en su 98ª asamblea plenaria en la que piden un compromiso "hacia un bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016), sin pobreza ni exclusión, sin enemistades ni violencias".



 

"Somos hermanos, queremos ser Nación"


 



     1. En el mes de noviembre del 2008, en el Documento "Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad" (HB), delineamos la necesidad de recorrer un camino basado en el diálogo y en la búsqueda de consensos y acuerdos que confluyeran en algunas políticas públicas, base de un verdadero proyecto de Nación.

     2. Ese Documento es fruto de nuestra experiencia pastoral, que nos muestra que en el pueblo existen hondos deseos de vivir en paz y en una convivencia basada en el entendimiento, la justicia y la reconciliación.

     3. En este tiempo, sin embargo, percibimos un clima social alejado de esas sanas aspiraciones de nuestro pueblo. La violencia verbal y física en el trato político y entre los diversos actores sociales, la falta de respeto a las personas e instituciones, el crecimiento de la conflictividad social, la descalificación de quienes piensan distinto, limitando así la libertad de expresión, son actitudes que debilitan fuertemente la paz y el tejido social.

     4. También nos preocupa la crueldad y el desprecio por la vida en la violencia delictiva, frecuentemente vinculada al consumo de drogas, que no sólo causan dolor y muerte en muchas familias sino también pone a los jóvenes en el riesgo de perder el sentido de la existencia.

     5. La situación de pobreza es dramática para muchos hermanos nuestros. Aunque ya se han definido algunos caminos de ayuda y asistencia para las necesidades más urgentes, se hace necesario alcanzar estructuras más justas que consoliden un orden social, político y económico, con equidad e inclusión.

     6. Muchas veces no se encuentran fácilmente los medios para atender y canalizar las necesidades legítimas de los distintos sectores, pero siempre se debe tener en cuenta que la democracia no se fortalece en la conflictividad de las calles y rutas, sino en la vigencia de las Instituciones republicanas.

     7. Nuestra mirada sería incompleta si no señaláramos como raíz del problema la crisis cultural, moral y religiosa en que estamos inmersos.

     8. La cultura relativista imperante, al tiempo que corroe el sentido de la verdad, acentúa también el individualismo que lleva al encierro y la indolencia frente al sufrimiento del hermano y a un progresivo acostumbramiento y resignación ante la pobreza y exclusión de muchos. Por otro lado, el consumismo exacerbado de unos pocos expresa la prevalencia de actitudes narcisistas y egoístas en la sociedad.

     9. Es una crisis moral porque se han debilitado valores fundamentales de la convivencia familiar y social. La voluntad no se mueve tanto para el servicio y la solidaridad sino tras lo placentero del momento. La deuda social no es solamente "un problema económico o estadístico. Es, primariamente, un problema moral que nos afecta en nuestra dignidad más esencial". (HB5)

     10. Es una crisis religiosa porque no hemos tenido suficientemente en cuenta a Dios como Creador y Padre, fundamento de verdadera fraternidad y de toda razón y justicia. Sin Dios estamos como huérfanos y la sombra del desamparo se expande sobre los que están a la intemperie social.

     11. Ante la situación descripta, nos preguntamos: ¿Por qué no hemos sabido concretar en la Argentina los sanos deseos de nuestro pueblo? La vida en democracia requiere ser animada por valores permanentes, y fundamentarse en:

     • El respeto a la Constitución Nacional y las Leyes.
     • La autonomía de los Poderes del Estado como principio fundamental de la República, y la vigencia de las Instituciones.
     • El bien personal y sectorial deben armonizarse con la búsqueda del bien común, y siempre teniendo particularmente en cuenta a los más pobres.

     12. Tal como lo afirmamos en noviembre del año pasado, renovamos el llamado a comprometernos hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad (2010-2016), sin pobreza ni exclusión, sin enemistades ni violencias. Reafirmamos que "nuestra patria es un don de Dios confiado a nuestra libertad, como un regalo que debemos cuidar y perfeccionar" (HB11). En ella todos somos corresponsables de la construcción del bien común y creceremos sanamente como Nación si afianzamos juntos nuestra identidad.

     13. El próximo 10 de diciembre asumirán legisladores y otros representantes que han sido electos durante este año. Invitamos a nuestros fieles a que recemos en cada parroquia y capilla en las Misas del sábado 5 y domingo 6 de diciembre, por ellos y por todos los que tienen alguna responsabilidad pública.

     14. Renovando nuestra esperanza en Jesucristo Señor de la Historia, pedimos a la Virgen de Luján nos ayude a seguir construyendo una Patria de hermanos.


 

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