19.11.09

Memoria histórica: El anticlericalismo de la 2ª República (II)

Permalink 20:40:52, por Alberto Royo, 1448 palabras
Categorías : General, Memoria Histórica, Persecución religiosa, Segunda República española

SEGUNDO PERIODO: NOVIEMBRE 1933 A 16 FEBRERO DEL 1936. LA REVOLUCIÓN DE ASTURIAS

 

La derrota del partido socialista en las elecciones del 19 de noviembre de 1933 hizo prevalecer la corriente violenta que consideraba imposible hacer triunfar su ideología por las vías legales; la república burguesa no era instrumento apto para lograr los objetivos del proletariado. Y se comenzó a preparar la revolución armada. El malestar social -escribe Cárcel Ortí-, creció durante los meses de enero y febrero de 1934 con frecuentes huelgas, atracos e incendios de alguna iglesia y se agravó durante la primavera y el verano. El 4 de octubre de dicho año hubo una huelga general unida a un movimiento revolucionario en toda España, que triunfó en Asturias y Cataluña pero fracasó en el resto del país. El día 6 fue proclamado en Barcelona el Estat Catalá, pero solo duró diez horas, porque la sublevación quedó controlada por el Ejército; pero en Asturias los revolucionarios dominaron las cuencas mineras y el 6 de octubre se hicieron dueños de Oviedo (V. CÁRCEL ORTÍ, o.c., p. 61).

Se había creado un comité encargado de preparar la revolución formado por Largo Caballero (en la foto), Enrique de Francisco y Anastasio de Gracia. Besteiro y Prieto redactaron el programa político que debería actuarse después de la revolución (A. RAMOS OLIVEIRA, Historia de España, III, Méjico 1952, pp. 207, 208). Las milicias socialistas comenzaron su preparación. Vestían camisas rojas, se ejercitaban en el tiro. Fueron procurándose cantidades ingentes de armamento. En la Casa del Pueblo de Madrid se hallaron docenas de fusiles, revólveres, ametralladoras, 107 cajas de cartuchos, 37 cajas de bombas de mano. En otros muchos lugares se encontraron armas y talleres para la fabricación de bombas con dinamita.

La Revolución de Asturias (5-18 octubre 1934), fue el episodio más lamentable y sangriento de este período. Si la huelga general del 5 de octubre declarada por el partido socialista y la UGT. fracasó en la mayor parte de España -aunque en ciudades como Barcelona, Bilbao, San Sebastián, Eibar, Mondragón, Santander, León hubo lucha violenta que fue controlada y vencida en un par de días- sin embargo donde tomó carácter de verdadera tragedia, fue en Asturias. En la cuenca minera de Asturias los socialistas invitaron a los comunistas y anarquistas a tomar parte en la revolución; todos juntos ocuparon la cuenca minera el día 5 y se dirigieron a la capital Oviedo, a la que pusieron sitio y ocuparon parcialmente. El Gobierno envió fuerzas del ejercito de África que consiguieron controlar la situación el 12 de octubre, y el 18 se rendían los sublevados. Continuaron la lucha no pocos mineros huidos a los montes.

La violencia de la lucha en la que intervinieron alrededor de 25.000 revolucionarios armados, y 20.000 hombres del ejército, se deduce del número de bajas de las fuerzas del orden en la lucha: 220 muertos, 743 heridos y 46 desaparecidos. Según Gtregorio Marañón, la sublevación de Asturias en octubre de 1934 fue un intento en regla de ejecución del plan comunista de conquistar España (G. MARAÑON, Obras completas, t. IV, Madrid 1968, p. 378). La revolución de Asturias produjo raudales incomprensibles de sangre y mucho de odio. El ardor con que los mineros y los obreros se lanzaron a la pelea fue tan llamativo que llenó a todos de consternación. Los distintos comités locales constituidos al principio por socialistas y después entregados en la mayor parte de los lugares a miembros violentos del Partido Comunista, se incautaron de todo lo que podía representar algún valor. Prohibieron toda manifestación religiosa y quemaron templos y arrasaron casas particulares.

Los sacerdotes y religiosos fueron considerados enemigos del pueblo y se dio orden de detenerlos a todos. Los que no pudieron evadirse o esconderse fueron encerrados en cárceles improvisadas y sometidos a múltiples humillaciones y atropellos. No se tuvo en cuenta ni la edad ni cualquier otra consideración. Fueron 33 los sacerdotes y religiosos ejecutados durante las jornadas revolucionarias (V. CÁRCEL ORTÍ, o.c., p. 69.).

Estas y otras muertes dieron el tono anticristiano de la revolución. Pero no fueron sólo ellas. La destrucción de iglesias, el aniquilamiento de los signos religiosos, la rabia con que se bombardeó la misma catedral para reducir a los guardias civiles refugiados en ella, o la saña con que se quemó el palacio episcopal o el seminario indicaban lo que latía en muchos de los luchadores. Entre estos mártires de la Revolución de Asturias -entiéndase mártir en su acepción teológica de asesinado por motivo de odio a la religión, única que reconoce la Iglesia, y no por política, como ya hablaremos algún día de los curas vascos que tanto están dando que hablar últimamente- cabe destacar el de los 8 Hermanos de las Escuelas Cristianas y el P. Inocencio de la Inmaculada, Pasionista, detenidos en Turón y llevados a la Casa del Pueblo de donde fueron llevados al cementerio en la madrugada del 9 de octubre junto con dos jefes del ejército y allí fusilados ante una zanja ya preparada. Estos mártires fueron elevados a los altares por Juan Pablo II.

La llamada Revolución de Asturias fue en realidad el primer intento socialista de implantar violentamente la dictadura del proletariado en toda España.Los máximos responsables de la revolución, Largo Caballero y Prieto, consiguieron eludir la acción de la justicia: el primero negando cualquier género de participación, y el segundo refugiándose en Francia. Los responsables más cercanos condenados a muerte por los tribunales militares, fueron indultados por imposición del Presidente de la República, con excepción de dos inculpados sin ninguna significación política, que fueron ejecutados como reos de varios asesinatos.

Pero los socialistas no abandonaron la idea de hacer otro intento revolucionario. El mismo día de la rendición (18 octubre 1934) el Comité Provincial Revolucionario de Asturias se despedía de los trabajadores con estas palabras anunciadoras de un segundo acto:
“El 5 del mes en curso comenzó la insurrección gloriosa del proletariado contra la burguesía; después de probada la capacidad revolucionaria de las masas obreras para los objetivos de Gobierno, ofreciendo ataque y defensa ponderadas, estimamos necesaria una tregua en la lucha, deponiendo las armas en evitación de mayores males. (…) Esta retirada nuestra la consideramos honrosa por inevitable. (…) Es un alto en el camino, un paréntesis, un descanso reparador después de tanto surmenage. Nosotros, camaradas, os recordamos esta frase histórica: Al proletariado se le puede derrotar; pero jamás vencer. ¡Todos al trabajo y a continuar luchando por el triunfo!” (J. ARRARÁS, oc. II, pp. 640, 641.).

Uno de los que mejor vieron y valoraron las consecuencias de la revolución de Asturias fue, sin duda, Mons. Manuel Irurita, obispo de Barcelona que, apenas pasado un mes de dicha revolución, escribió en una Pastoral estas acertadísimas consideraciones:
“La revolución [de Asturias] fue vencida con rapidez asombrosa. ¿Qué hubiera sido de nosotros, si hubiera durado mucho tiempo? ¿Qué si hubiera triunfado? Toda España hubiera sido entonces Asturias; el furor infernal hubiera llevado por todas partes la destrucción, el horror y el espanto; la dinamita hubiera destruido nuestros templos y catedrales, el hierro hubiera segado a millares las vidas de los sacerdotes y religiosos y católicos de acción. Y, tras tantas ruinas, herida la Iglesia en su jerarquía y en sus órganos auxiliares más valiosos, muy pronto ya podría decirse con verdad lo que tanto codicia la masonería: ‘España ya no es católica’. El odio a Cristo no es popular, es masónico; el pueblo no odia a Jesucristo, le desconoce o no le conoce bien, y si va contra El es porque le empujan engañándole, porque se le dan malos ejemplos desde arriba. ¿Qué extraño es que arrojen al fuego los crucifijos, después que el laicismo los ha arrojado de las escuelas; que se asesine a los sacerdotes después que el laicismo les ha condenado a morir de hambre? Y ¿qué maravilla es que los de abajo se levanten contra los de arriba cuando han visto que los de arriba se han levantado contra Dios, y que saqueen los Bancos cuando han visto que se despoja de sus bienes a la Santa Iglesia, Esposa de Cristo?” (Boletín Oficial de la Diócesis de Barcelona, 30 noviembre 1934, p. 234.” (Continúa)