20.11.09

Eppur si muove - Catolicismo light con el mundo de fondo

Permalink 00:13:53, por Eleuterio, 815 palabras
Categorías : General, Eppur si muove
 

Cada cual hace, al respecto de la fe que tiene, lo que bien le parece. Sin embargo, hacer lo que bien parezca a una persona no quiere decir que tal forma de actuar sea buena ni esté de acuerdo con la creencia que se dice profesar.

No es menos cierto, sin embargo, que el mundo tira hacia abajo con mucho poder y potencia mundanizadora y Dios, a lo mejor, está demasiado lejos para que ciertos corazones creyentes se acaben de creer lo que eso significa.

Por eso, no podemos dejar de contemplar la situación de muchos hermanos en la fe católica que, muy al contrario de lo que se espera de ellos, se manifiestan con una actitud que disuelve su fe en las manos opresivas de la mundanidad.

En lo que llevo de artículo muchas, demasiadas veces, ha aparecido la palabra mundo en varias de sus posibilidades. Es, exactamente, para hacer ver que el catolicismo puede devenir, por la excesiva implicación de aquel en nosotros, algo que sea, sólo, un barniz.

Al respecto de lo dicho hasta ahora, hay un concepto que nos debería influir de tal manera que nuestra conciencia no dejara de advertirnos, ora sí ora también, que sólo ejercemos de católicos cuando cumplimos con la “unidad de vida”.

Todo el panorama de nuestra vocación cristiana, esa unidad de vida que tiene como nervio la presencia de Dios, Padre Nuestro, puede y debe ser una realidad diaria”.

Eso supone, al fin y al cabo, la unidad citada. Así, es más, la define S. Josemaría en “Es Cristo que pasa”. Y no es poca cosa aunque pudiera parecerlo.

Entonces, “Toda la vida —el corazón y las obras, la inteligencia y las palabras— llena de Dios”. Porque estar llenos de Dios ha de tener una clara consecuencia: hacer su voluntad.

Pero no siempre podemos cumplir tal radical voluntad, tan arraigada Ley. Entonces nos comportamos como católicos light, venidos a menos en cuanto a la fe:

-Y aplicamos el “respeto humano” (qué dirán si actúo según mi fe; preocupación por quedar mal ante el mundo según las reglas del mundo)

-Y nos dejamos amedrentar por otras supuestas “fes” y pensamos que, al fin y al cabo, todas son iguales. No damos, entonces, la importancia que tiene la Verdad.

-Y nos dejamos dominar por la superstición (cartas, adivinaciones horóscopos y demás) y damos de lado a Dios a su Providencia para entregarnos en unas “extrañas manos”.

-Y entonces nos vemos abocados a adorar a nuevos diosecillos baales (el dinero, la prevalencia del tener sobre el ser, el ansia de poder sobre el otro, etc. que no son, sino, ídolos de oro falso)

Así somos católicos light: dándonos a quien no nos corresponde darnos y sometiendo nuestra vida no a una unidad entre fe y actuación sino, muy al contrario, a una radical separación entre una y otra. Puro relativismo acaparador de todo pensamiento y, lo que es peor, de toda manifestación de fe.

Y siempre, siempre, siempre, al fondo de esta situación de olvido de la propia fe católica, está el mundo, con sus propuestas de alegría mundana que con su oferta de un carpe diem al estilo de Horacio (“Aprovecha el día, no confíes en mañana”) olvida que, precisamente, la esperanza es una virtud cristiana y, por eso, católica.

Por la misma, al contrario, hemos de confiar, más que nunca en el presente siglo, en que es posible nuestra salvación y que, por eso mismo, no podemos ofrecer el corazón por una nada, que nuestro carpe diem no puede tener tal sentido sino en la primera parte de la expresión citada (“Aprovecha el día”) y hacerlo con el ansia de quien se sabe hijo porque tiene un Padre y Creador: sin desperdiciar los talentos que a cada uno nos entrega Dios. Tal ha de ser nuestro carpe diem: positivo, puramente católico.

Y, sin embargo, no podemos estar en la seguridad de que todo está perdido. No lo está ni de lejos… porque nos corresponde una filiación divina a la que, entre otras cosas, nos debemos.

Por eso, cuando se dice (S. Josemaría en “Es Cristo que pasa”, 126, lo hace) “Vivamos ya como ciudadanos del cielo, siendo plenamente ciudadanos de la tierra, en medio de dificultades, de injusticias, de incomprensiones, pero también en medio de la alegría y de la serenidad que da el saberse hijo amado de Dios” se siembra, en el corazón del católico, una gran verdad.

Al fin y al cabo, Dios es nuestro Padre y, entonces, ¿A quién puedo temer?

Y es que el salmista bien sabía lo que decía y escribía.