4.06.10
La acción política de los católicos (3)
5. Tres modelos de participación política
Como nos recordaron hace algún tiempo los Obispos uruguayos, la acción política de los católicos debe ser regida por los tres principios básicos sintetizados en esta célebre máxima de San Agustín: “Unidad en lo necesario, libertad en lo opinable, caridad en todo” (cf. Conferencia Episcopal Uruguaya, Católicos. Sociedad. Política. Documento pastoral y de trabajo de los Obispos para las Comunidades en el Año Electoral 2004, pp. 65-66).
• La unidad en lo necesario exige que nuestra lealtad primera y fundamental esté referida a Jesucristo y a la doctrina católica, tal como ésta es enseñada por el Magisterio de la Iglesia.
• La libertad en lo opinable supone que cada católico tiene plena libertad de opinión y de acción en todos los asuntos sobre los cuales la doctrina de la Iglesia no se pronuncia. Pero debe evitar presentar su opinión como la única cristianamente legítima (cf. Código de Derecho Canónico, cc. 227; 212,1; 747,2).
• La caridad, forma de todas las virtudes, no puede dejar de informar también los actos políticos.A continuación describiré brevemente, en función de estos principios, tres modelos de participación política del pueblo católico.
El primer modelo es el del partido político católico “único”. Digo “único”, no porque implique la inexistencia de otros partidos, sino porque este partido confesional, con el apoyo explícito o implícito de la Jerarquía de la Iglesia, es considerado como el único que puede ser votado legítimamente por los ciudadanos católicos. Este modelo privilegia la unidad en detrimento de la libertad. En Uruguay hubo un intento de aproximación a este modelo a principios del siglo XX, mediante la creación de la Unión Cívica.
El segundo modelo es el de la pluralidad de partidos políticos, confesionales o no. Se reconoce de buen grado que cada ciudadano católico puede votar legítimamente a cualquier partido cuya propuesta sea sustancialmente compatible con la fe cristiana. Este modelo privilegia la libertad en detrimento de la unidad. En nuestro país se impuso después del Concilio Vaticano II y sigue aún vigente, predominando incluso la idea de que la época de los partidos confesionales ha pasado y que los católicos deben insertarse en los partidos no confesionales para actuar “como levadura en la masa”.
Estos dos modelos no se dieron de un modo químicamente puro. Generalmente el partido católico “único” no llegó a reunir los votos de todos los católicos de su respectivo país. Por ejemplo, en Uruguay, en su época de mayor auge (a mediados del siglo XX), la Unión Cívica no llegó a captar más que un 5% de todo el electorado. Por otra parte, hoy es frecuente encontrar ciudadanos católicos en todos los partidos políticos, incluso en aquellos que son incompatibles con la fe católica.
Estos dos modelos de organización (o desorganización) de la participación política del pueblo católico se han enfrentado al siguiente dilema.
La vida política cotidiana transcurre habitualmente en el “eje horizontal” y en este eje muchas veces hay menor distancia entre un católico y un no católico, ambos de centro-izquierda o ambos de centro-derecha, que entre dos católicos, uno de centro-derecha y otro de centro-izquierda. Así el primer modelo se ve sometido a una fuerza centrífuga que tiende a dividir al partido confesional según las distintas tendencias “horizontales".
La vida política tiene también un “eje vertical”, habitualmente oculto, pero siempre determinante. Ocurre normalmente que los partidos políticos no confesionales, organizados en función del “eje horizontal”, albergan posiciones muy heterogéneas con respecto al “eje vertical”. Cuando esto se pone de manifiesto, suele ocurrir que los ciudadanos católicos que han votado a partidos no confesionales por razones de afinidad en el “eje horizontal” perciben súbitamente que esos partidos (o algunos de sus sectores) traicionan radicalmente sus convicciones del “eje vertical”. Además, entonces suele ocurrir que los ciudadanos católicos entrevean que sus discrepancias en el “eje horizontal” son menos importantes que sus acuerdos en el “eje vertical”. Así el segundo modelo se ve sometido a una fuerza centrípeta que tiende a reconstituir un partido confesional.
Los defectos de ambos modelos han contribuido a la situación de gran debilidad política que sufren los católicos, en el Uruguay y en otros países. En el primer modelo, como ya se ha dicho, las diferencias entre los ciudadanos católicos sobre asuntos opinables generaron divisiones importantes dentro del partido católico. En el segundo modelo (el actual), la dispersión de los católicos entre muchos partidos políticos (inclusive más allá de los límites del pluralismo legítimo) ha generado una profunda desunión entre ellos en el terreno político, desunión que ha sido una de las causas principales de la pérdida de la influencia católica en la sociedad.
Teniendo todo esto en cuenta, propongo un tercer modelo, que intenta combinar los principios de unidad y libertad de una manera más adecuada a la actual situación histórica. Me refiero a una plataforma política cristiana “transversal”. Sus miembros, manteniendo su adhesión a distintos partidos políticos compatibles con la fe cristiana y su libertad de acción en los asuntos opinables, actuarían unidos -como si fueran un partido- en todas aquellas materias sobre las cuales la doctrina católica exige una postura definida. Esta plataforma política cristiana no sería un partido político y por lo tanto no participaría en las elecciones con listas propias. Se configuraría como una corriente de pensamiento y de acción transversal a los partidos políticos. En el Parlamento, la plataforma que propongo podría funcionar de un modo análogo a la bancada feminista. Las legisladoras feministas pertenecen a distintos partidos, opinan y votan de un modo divergente en multitud de asuntos, pero convergen a la hora de defender lo que ellas entienden como derechos de la mujer.El ideario de la nueva organización consistiría en toda la doctrina social de la Iglesia y sólo la doctrina social de la Iglesia. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia sería para ella una referencia teórica básica. La Carta de los Derechos de la Familia publicada por la Santa Sede en 1983 podría servirle casi como un breve programa de principios, dado que, desde el punto de vista de la familia, especifica lo que el Papa Benedicto XVI llama “principios no negociables” de los católicos en la vida política: derecho a la vida, constitución natural del matrimonio y de la familia, libertad de educación, libertad religiosa, bien común, etc.
Para ser una fuerza operativa, históricamente relevante, esta plataforma política cristiana debería trascender la mera unidad teórica o doctrinal y llegar al plano de la acción. Esto requiere la forja de acuerdos mínimos para llevar los principios a la práctica, lo cual supone el cultivo de una cultura de cooperación. Ilustraré esto con un ejemplo: todo católico debe rechazar la legalización del aborto, por lo cual debe apoyar alternativas al aborto. Pues bien, pienso que los laicos católicos deberíamos evitar nuestra arraigada tendencia a sobrevalorar nuestras diferencias de matices sobre aspectos secundarios y mostrarnos capaces de unirnos en torno a proyectos concretos de alternativas al aborto, aunque estos proyectos hagan opciones contingentes. Más aún, deberíamos superar nuestra tendencia a ejercer nuestras responsabilidades políticas de un modo individualista o anárquico, y organizarnos adecuadamente, aceptando la existencia de liderazgos.
La organización propuesta tendría un “núcleo” formado por católicos fieles al Magisterio de la Iglesia, pero estaría abierta a cristianos de otras denominaciones y a también a creyentes no cristianos y no creyentes de buena voluntad, siempre que reconozcan la vigencia de la ley moral natural.Desde el punto de vista canónico, la nueva entidad en cuestión podría ser una asociación privada de fieles. Es decir que la Iglesia la reconocería como una asociación católica, pero que no actúa oficialmente en representación de la Iglesia, sino de un modo autónomo. Obviamente, sería una asociación voluntaria, pero sería muy conveniente que tendiera a abarcar a todos los políticos y legisladores católicos y a concitar el apoyo de todos los ciudadanos católicos del país. Naturalmente, sería importante que la Jerarquía de la Iglesia viera con simpatía una iniciativa de este tipo (o al menos no se opusiera a ella) y que se estableciera un diálogo fructífero entre los Obispos y la nueva asociación.
La creación de una plataforma política cristiana transversal a fin de practicar la “unidad en lo necesario” en el terreno político no es en absoluto una tarea fácil. Entre los obstáculos principales destaco los siguientes dos: por una parte, algunos católicos rechazarán esta iniciativa, calificándola de un modo superficial, erróneo e incluso irrelevante, como “preconciliar”; por otra parte, los sectores laicistas la rechazarán por considerarla falsamente como un atentado contra la laicidad del Estado. Sin embargo, la auténtica laicidad no puede suponer que los cristianos se vean impedidos de brindar su aporte a la comunidad política en cuanto cristianos.
Terminaré esta presentación con algunas conclusiones prácticas. La grave situación actual requiere que los fieles laicos salgamos cuanto antes de la apatía o la resignación políticas. Lo primero que debemos procurar es que los católicos conozcan la doctrina de la Iglesia y dejen de votar a candidatos y partidos cuyas propuestas la contradicen. La demanda para una fuerza política católica relevante existe; falta sólo organizarla y manifestarla. Es necesario que nos fijemos objetivos realistas y que trabajemos fraternalmente unidos para alcanzarlos. En el camino no faltarán dificultades ni persecuciones. Estemos dispuestos al sacrificio por el Reino de Cristo. (Fin).Daniel Iglesias Grèzes
Este artículo está basado en un aporte que hice al IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, con fecha 19/03/2005, y es una nueva versión de: Daniel Iglesias Grèzes, Cristianos en el mundo, no del mundo. Escritos de teología moral social y temas conexos, Montevideo 2008, Capítulo 9 – La acción política de los católicos, pp. 92-101.
Ese libro está disponible aquí.