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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 11 de septiembre de 2010

Foro

John Henry Newman, intelectual, sacerdote y santo

La tierra de san Ninián espera a Benedicto XVI

Excomuniones de Hidalgo y Morelos

Visita del Santo Padre a Barcelona

Documentación

John Henry Newman, “gran doctor de la Iglesia”


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John Henry Newman, intelectual, sacerdote y santo
Monseñor Francisco Gil Hellín
BURGOS, sábado, 11 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha escrito monseñor Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos, en preparación de la beatificación de John Henry Newman durante el viaje que Benedicto XVI realizará del 16 al 19 de setiembre a Gran Bretaña.



 

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El próximo 19 de septiembre, el Papa Benedicto XVI beatificará a John Henry Newman, más conocido como "el Cardenal Newman", en el aeropuerto de Londres. Se trata de un acto de enorme calado y proyección, porque así hay que calificar tanto el hecho de que sea el Papa de Roma quien acuda a beatificar a un ex miembro de la Iglesia anglicana, precisamente en el corazón de esa misma Iglesia, como el que pueda hacerlo sin que se conmuevan los cimientos de la Iglesia de Inglaterra, en la que la Reina es su Jefe Supremo. No es, pues, de extrañar que el acto haya suscitado un inusitado interés y sea cubierto por una nube de periodistas.

¿Quién era Newman? Newman fue un inglés nacido en Londres, cuyo padre era banquero y su madre pertenecía a una familia de fabricantes de papel. A los siete años fue enviado a una escuela privada, donde se distinguió por su inteligencia y buena conducta. Pronto comenzó a leer la Biblia, por la que se sintió no sólo atraído sino subyugado. Más adelante realizó los estudios universitarios, en los cuales volvió a sobresalir. Pero no se encerró en lo estrictamente académico, pues representó obras de teatro en latín, tocaba el violín, ganó premios de oratoria y editó publicaciones periódicas.

El año 1816 tuvo una influencia decisiva en su vida. El banco de su padre dio en quiebra, como consecuencia de las guerras napoleónicas, y él mismo contrajo una grave enfermedad, que, a la larga, sería una de las tres enfermedades que él calificaría luego como ‘providenciales'. Además, tuvo una conversión religiosa, en cuanto que su fe derivó hacia posiciones evangélicas y calvinistas, llegando a sostener que el Papa era el Anticristo. Años más tarde, en 1824, fue ordenado presbítero de la Iglesia de Inglaterra. Por esa época se convirtió en párroco de St. Clement, en Oxford, donde permaneció dos años, auque sacando tiempo para publicar importantes y densos artículos.

A finales de 1827, Newman sufre una especie de colapso nervioso, provocado por el exceso de trabajo y los problemas financieros de la familia, a lo que se unió la muerte repentina de su hermana menor. Poco después, en las vacaciones de 1928, comenzó a leer sistemáticamente las obras de los Padres de la Iglesia.

Entró en el llamado Movimiento de Oxford, el cual trataba de demostrar que la Iglesia de Inglaterra era la descendiente directa de la Iglesia de los Apóstoles. Esto le llevó más tarde a reconsiderar la relación de la Iglesia de Inglaterra con la Iglesia Católica Romana. Los puntos de vista de Newman fueron asumiendo progresivamente un mayor tono católico. En 1842 se retiró a Littlemore y vivió como monje con un pequeño grupo de seguidores y en condiciones de gran austeridad física. A sus discípulos les asignó la tarea de escribir sobre la vida de los santos ingleses, mientras él escribía «Ensayos sobre el desarrollo de la doctrina cristiana». Poco a poco se fue reconciliando con el dogma y la liturgia de la Iglesia Católica. En 1843 hizo una retractación formal de todas las afirmaciones pronunciadas contra la Iglesia Romana y en septiembre de ese mismo año predicó su último sermón como anglicano. Dos años más tarde se convirtió al catolicismo, siendo ordenado sacerdote católico en junio de 1847.

En 1889 a los 88 años de edad, fue nombrado por León XIII cardenal de la Iglesia Católica. Murió el 11 de agosto del año siguiente. En 1991 fue declarado Venerable y el 3 de junio de 2009 la Santa Sede promulgó el decreto que le atribuye un milagro. El próximo 19 de septiembre será beatificado por Benedicto XVI.

El nuevo beato nos ha dejado en herencia tres grandes amores: a la verdad, a la Sagrada Escritura y a los Padres de la Iglesia. Los tres son de suma actualidad e importancia.

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La tierra de san Ninián espera a Benedicto XVI
Por el cardenal Keith O’Brien, arzobispo de San Andrés y Edimburgo
EDIMBURGO, sábado, 11 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- A pocos días de la histórica visita del Sucesor de Pedro a Inglaterra y Escocia, publicamos un artículo del cardenal Keith O'Brien, arzobispo de San Andrés y Edimburgo y presidente de la Conferencia Episcopal de Escocia.

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Benedicto XVI llegará a Edimburgo el 16 de septiembre para una visita de cuatro días en el Reino Unido. La capital de Escocia es también la sede del arzobispo de San Andrés y Edimburgo, que recibirá al Papa. Inmediatamente después de la llegada, el Pontífice será llevado al palacio real de Holyrood House, donde tendrá un histórico encuentro con Su Majestad la Reina Isabel, algunos miembros del Gobierno, parlamentarios y otras autoridades provenientes de Escocia, Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte.

Los católicos de Escocia están orgullosos de poder dar la bienvenida al Pontífice al comienzo de su visita, en el día de la fiesta de San Ninián de Galloway, apóstol de Escocia. La tradición narra cómo Ninián viajó desde Roma, donde había sido ordenado obispo, y llegó a Escocia más de mil quinientos años atrás, en el 397. Él fundó una pequeña comunidad cristiana en el extremo sur de Escocia, que denominó White House y hoy es conocida con el nombre de Withorn, según la corrupción dialectal. Hoy reivindica ser la primera ciudad escocesa y una de las primeras colonias del país.

Si bien la falta del tiempo, en un programa de visita muy apretado, no permitirá a Benedicto XVI visitar Whirthorn, san Ninián estará igualmente presente durante la jornada. Mientras el Papa se encuentre en el Holyrood Palace, se realizará un desfile en el centro de Edimburgo para recordar la fiesta del santo, con la participación de los niños provenientes de las escuelas de toda Escocia. Habrá un espectáculo teatral histórico al aire libre, que hará revivir importantes momentos del desarrollo del territorio hoy conocido con el nombre de Escocia; el patrimonio cultural escocés será celebrado con la tradicional música de las cornamusas.

Después de despedirse de la Reina Isabel, Benedicto XVI atravesará con el papamóvil el centro de Edimburgo, donde será celebrado por niños y por otras personas reunidas para asistir a un evento histórico. Después de la pausa de la tarde, Benedicto XVI se dirigirá a Glasgow. También aquí pasará de nuevo entre la multitud a bordo del papamóvil, dirigiéndose al Bellahouston Park, donde celebrará la Misa frente a más de cien mil personas, a las cuales se unirán otras millones en todo el mundo, que asistirán al evento a través de la televisión o por medio de Internet.

Los coros reunidos de varios centenares de cantantes, junto a los músicos de acompañamiento, contribuirán con la celebración de la Misa para la fiesta de san Ninián. Esperamos con ansia las palabras que el Papa nos dirigirá en su homilía.

En vista de su reciente decisión de instituir un Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, las palabras que él dirigirá al pueblo escocés asumirán un valor particular. Vivimos en una tierra donde más de mil quinientos atrás fueron sembradas las primeras semillas del Evangelio. Hicieron de ella una tierra de santos y de estudiosos, conocida por haber dado a luz a misioneros como Columba, a santos hombres y mujeres como Margarita, reina de Escocia, a estudiosos como Juan Duns Scoto, y por ser la sede de renombradas comunidades monásticas, como las Border Abbeys, y de famosos centros de instrucción desarrollados gracias a la fundación por parte de la Iglesia de grandes universales en la época medieval.

Una gran ruptura con el pasado se verificó en el siglo XVI a causa de la reforma protestante, cuando casi toda la población de Escocia continental y de muchas de las islas abandonó gradualmente la fe católica de los propios antepasados para abrazar el presbiterianismo. La celebración de la Misa fue prohibida y los sacerdotes fueron perseguidos y expulsados. Un caso famoso fue el del sacerdote jesuita John Ogilvie, arrestado mientras celebraba para la minúscula comunidad católica de Glasgow. Fue encarcelado y ejecutado en 1615. Y en 1976 fue canonizado por Pablo VI.

Desde la muerte de John Ogilvie hasta la llegada de los inmigrantes católicos de Irlanda al comienzo del siglo XIX, prácticamente no quedaron católicos en las ciudades y en los pueblos principales de Escocia. Gradualmente, sin embargo, comenzó a establecerse una población católica. La mayor parte de estas personas era pobre e inculta. La necesidad de instrucción de los hijos de los inmigrantes católicos era muy sentida y a medida que la población católica crecía, aumentaba también el número de sacerdotes, religiosos y religiosas que llegaban para ocuparse de ellos. La educación católica era brindada junto a la impartida en las escuelas e inspirada en una ética presbiteriana. A pesar de la calidad de la instrucción recibida, para los jóvenes católicos era prácticamente imposible tener acceso a la educación universitaria y a las profesiones. Animada y sostenida por la perseverancia de sacerdotes, hermanos y, en medida muy significativa, congregaciones religiosas femeninas, la pequeña pero creciente comunidad continuó creyendo en el valor de la educación. De este modo, con clarividencia y muchos sacrificios, se realizó todo esfuerzo para hacer que los niños pudieran frecuentar la escuela católica. Un pequeño número de miembros ilustrados de la sociedad más amplia apoyó tales esfuerzos desde el comienzo, al punto que el sistema escolar católico pudo crecer y desarrollarse en forma paralela al brindado por el Gobierno, hasta que en 1918 el Estado accedió a asumir la responsabilidad financiera y administrativa de las escuelas católicas, permitiendo al mismo tiempo a la Iglesia mantener la responsabilidad directiva, asegurando de este modo, dentro del sector estatal, la gestión católica y la identidad de las escuelas católicas, que continúa hasta hoy.

La población católica de Escocia continuó creciendo durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. A los que habían llegado desde Irlanda, se sumaron otros provenientes de Italia y de Europa central y oriental. En el siglo XX los católicos dieron una contribución cada vez más grande a toda la sociedad escocesa, en los lugares de trabajo y en las profesiones. Continuaron los fuertes vínculos con las otras comunidades católicas, especialmente con Irlanda, donde todavía hoy tienen sus raíces muchos de los sacerdotes que sirven a la Iglesia en Escocia. Vínculos con los católicos escoceses pueden encontrarse en Canadá donde, en la diócesis de Antigonish (cuyo patrono es san Ninián), los descendientes católicos de los inmigrantes escoceses todavía hablan gaélico.

Otros vínculos pueden llevarnos a Australia y es con gran alegría y orgullo que los católicos escoceses, especialmente los de la diócesis de Argyll and The Isles, esperan con ansia la canonización, en octubre de este año, de la beata Mary MacKillop, cuyos padres emigraron desde Escocia a Australia en el siglo XIX.

En 1982 Juan Pablo II visitó Escocia y dejó un recuerdo duradero no sólo entre los católicos sino también en la más vasta comunidad cristiana y en la entera sociedad. Animó a la Iglesia católica de Escocia a tener un rol decisivo en la vida del país y especialmente a ir adelante en el diálogo ecuménico con los hermanos y hermanas cristianos.

En este 2010 esperamos con ansia la visita de Benedicto XVI mientras miramos hacia el futuro con confianza. En años recientes, la comunidad católica se ha hecho más rica, gracias a una nueva ola de inmigración desde Europa central y oriental, especialmente de Polonia y de la India meridional. La necesidad de un diálogo entre las religiones se ha vuelto mucho más apremiante de lo que era treinta años atrás. Confiamos en que la voz del Papa será escuchada por nuestros hermanos y hermanas en Cristo, por la gente de otras religiones y por todas las personas de buena voluntad.

Por nuestra parte, como católicos podemos estar seguros de que él nos confirmará en la fe y nos dará el ánimo y el apoyo que necesitamos para afrontar los desafíos del presente y seguir dando testimonio de Cristo, que es camino, verdad y vida.


 


 

[Publicado en L'Osservatore Romano

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo]



 



 

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Excomuniones de Hidalgo y Morelos
Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 11 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos un artículo de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, en el bicentenario de México, sobre las "Excomuniones de Hidalgo y Morelos".

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VER

Al celebrar el bicentenario de nuestra independencia, recordamos que fueron sacerdotes quienes la encabezaron, pues al estar muy cerca del sufrimiento del pueblo oprimido, sintieron en carne propia la necesidad de justicia y libertad.

Sin embargo, los no católicos no toleran que aduzcamos su sacerdocio como elemento inspirador de su lucha libertaria, y nos echan en cara que se les excomulgó, se les degradó, se les condenó y se les fusiló. Al sacerdote Miguel Hidalgo, en vez de darle el título que la gente le daba de "Padre Hidalgo", le llaman con menosprecio "el Cura Hidalgo".

¿Qué decimos los obispos, en nuestra carta pastoral "Conmemorar nuestra historia desde la fe, para comprometernos hoy con nuestra patria"?

JUZGAR

"La reacción contraria (al movimiento de independencia) de miembros de la Jerarquía eclesiástica se debió, primero, a que todos ellos habían obtenido su nombramiento por el regalismo imperante, que por principio excluía la independencia de estos reinos; en segundo lugar, a que algunos, aun cuando estimaban necesarias varias reformas benéficas al país, consideraban que la vía de una insurrección violenta traería mayores males; finalmente los excesos en que cayeron algunos insurrectos confirmaron esta idea.

En el caso de Hidalgo, desde 1800 se habían hecho denuncias por proposiciones supuestamente heterodoxas y por vida disipada en San Felipe. Sin embargo, ante la falta de pruebas y más bien gracias a testimonios muy favorables de la ortodoxia de Hidalgo, así como de un cambio de vida, se archivó el caso y los propios inquisidores reconocieron que la fama de Hidalgo era de "sabio, celoso párroco y lleno de caridad". Sin embargo, luego del Grito de Dolores, el fiscal de la Inquisición lo acusó de hereje e Hidalgo fue citado a comparecer. Respondió algunos cargos desde Valladolid, y a todos puntualmente ya prisionero en Chihuahua, confesando su íntegra fe católica.

Manuel Abad y Queipo, Obispo Electo de Valladolid, fue el primer prelado que reprobó la Insurrección y además declaró que Hidalgo y todos sus seguidores y favorecedores habían incurrido en excomunión por aprehender a personas consagradas. Esta reprobación y declaración fue refrendada luego por otros obispos. Los posteriores degüellos ocultos, sin juicio, de centenares de peninsulares civiles extraídos de sus hogares, autorizados por Hidalgo, pusieron en entredicho la justicia del levantamiento y ciertamente, al incluirse dos personas consagradas en esos crímenes, acarrearon la excomunión sobre sus autores. Hidalgo, durante los más de cuatro meses de su prisión, reconoció este exceso de su movimiento, se dolió de ello, lo confesó sacramentalmente y le fue levantada, desde entonces, tal excomunión.

En cuanto a Morelos y otros, se les acusó de herejes. La ceremonia de degradación impuesta a Hidalgo, Morelos y otros sacerdotes insurgentes, no fue sino una formalidad para despojarlos del fuero eclesiástico y así poder ejecutarlos.

José María Morelos e Ignacio López Rayón, principales caudillos continuadores de Hidalgo, se apartaron de tales crímenes. No obstante, el mismo Abad y Queipo los declaró nominalmente excomulgados, así como a otros insurgentes, porque supuestamente no reconocieron la potestad de los obispos. Morelos, en manos de sus verdugos, también se reconcilió sacramentalmente varias veces, y aun cuando tuviera por inválida aquella excomunión, le fue levantada.

La Iglesia participó en el homenaje de los caudillos insurgentes, recibiendo solemnemente los restos mortales de Miguel Hidalgo, de José María Morelos, y otros, en la Catedral Metropolitana de la Arquidiócesis de México (1823)".

ACTUAR

Reconozcamos virtudes y errores de nuestros héroes, y aprendamos a luchar pacíficamente contra la injusticia, la exclusión de los pobres, la corrupción, la inseguridad, la violencia, el narcotráfico y todos los males que limitan nuestra independencia y libertad.

Puede leerse el texto completo de la Carta Pastoral con motivo del bicentenario del México en la página de la Conferencia del Episcopado Mexicano: http://www.cem.org.mx

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Visita del Santo Padre a Barcelona
Por el cardenal  Lluís Martínez Sistach
BARCELONA, sábado, 11 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha escrito el cardenal  Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona, en preparación de la visita de Benedicto XVI a Barcelona.



 



 

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Cuando llegamos a mediados de setiembre todo vuelve a la normalidad, después del paréntesis estival.  La vuelta de los niños al colegio, marca también la vuelta a la normalidad en la vida de las familias. Y otro tanto sucede en la vida de las parroquias, de los movimientos, de las escuelas cristianas y de las otras instituciones de la Iglesia.

Empieza un nuevo curso, y empieza cuando faltan menos de dos meses para acoger, los próximos 6 y 7 de noviembre, la visita apostólica que el Santo Padre hará a Barcelona para la dedicación del templo de la Sagrada Familia. En estos dos meses hemos de intensificar nuestra preparación.

Me parece que la visita apostólica del Papa es lo suficientemente importante, como acontecimiento espiritual, para que marque el tono del reemprender las actividades religiosas y pastorales de toda la diócesis. ¿Cómo debemos prepararnos para la venida del Santo Padre?

En primer lugar, con una actitud de agradecimiento a Benedicto XVI y con una plegaria constante para que esta visita del Papa dé muchos frutos espirituales y pastorales. La visita del Santo Padre a una diócesis y  a una ciudad es algo extraordinario, ya que él no puede viajar a todas las diócesis del mundo.

No podemos dejar pasar la visita del Santo Padre como si fuera un acontecimiento ciudadano más. Por ello, la diócesis ha preparado unas catequesis o unos temas de reflexión de los que se ha hecho amplia divulgación, y que han de ser una ayuda para esta preparación espiritual de la visita. Se ha dicho que la visita del Papa es un desafío para la Iglesia de Barcelona. Y todos hemos de disponernos para responder bien a este desafío.

Por ello debemos prepararnos intensamente y hemos de enmarcar esta santa visita con toda la pastoral ordinaria que estamos realizando día tras día en nuestra diócesis, en las parroquias y en las instituciones eclesiales. Y deseamos que todo Cataluña y España entera se sientan implicadas en esta visita del Papa para la dedicación del templo de la Sagrada Familia.

El día 7 del próximo mes de noviembre se cumplirán los veintiocho años de la visita del Papa Juan Pablo II a Barcelona y a Montserrat, y concretamente también al templo de la Sagrada Familia. Fue el mismo día y el mismo mes del año 1982. Ahora recibiremos con gozo a su sucesor.

Pienso que el Santo Padre nos dará lo que es propio de su ministerio como sucesor del apóstol Pedro: nos confirmará en la fe. Él tiene una misión muy especial al servicio de toda la Iglesia y, por tanto, contribuirá a enriquecernos con l catolicidad que ha de vivir siempre la Iglesia diocesana entera.

Por otra parte, la solicitud del Papa hacia todas las Iglesias debiera hacer crecer en nosotros el espíritu misionero dentro de casa y cara a los países de misión. La visita del Papa puede suscitar nuevas vocaciones misioneras entre los sacerdotes y los laicos. Y sin duda reafirmará la romanidad de nuestra archidiócesis y de Cataluña, que ha de ser una característica nuestra para ser fieles a nuestra identidad. No podemos olvidar que en la versión catalana del Credo proclamamos que creemos en la Iglesia, católica, apostólica y "romana".

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Documentación


John Henry Newman, “gran doctor de la Iglesia”
Discurso del cardenal Joseph Ratzinger en 1990
ábado, 11 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- A pocos días de la beatificación del cardenal John Henry Newman, presentamos nuestra traducción del discurso pronunciado por el cardenal Joseph Ratzinger el 28 de abril de 1990 con ocasión del centenario de la muerte del gran cardenal inglés, a quien el actual Papa definió entonces como "un gran doctor de la Iglesia".



 

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Yo no me siento competente para hablar de la figura o la obra de John Henry Newman, pero tal vez puede ser interesante que me detenga un poco sobre mi acercamiento personal a Newman, en el que se refleja también algo de la actualidad de este gran teólogo inglés en las controversias espirituales de nuestro tiempo.

Cuando en enero de 1946 pude comenzar mi estudio de la teología en el seminario de la diócesis de Freising, que finalmente había vuelto a abrir sus puertas después de los desastres de la guerra, se decidió que nuestro grupo tuviera como prefecto a un estudiante más veterano, que ya antes de empezar la guerra había comenzado a trabajar en una disertación sobre la teología de la conciencia de Newman. Durante los años de su ocupación en la guerra no había abandonado este tema, que ahora volvía a retomar con nuevo entusiasmo y nuevas energías. Desde el primer momento nos unió una amistad personal, que se concentraba completamente alrededor de los grandes problemas de la filosofía y la teología. No hace falta decir que Newman estaba siempre presente en este intercambio. Alfred Läpple, él era el prefecto antes mencionado, publicó luego en 1952 su disertación, con el título "El individuo en la Iglesia".

La doctrina de Newman sobre la conciencia se convirtió entonces para nosotros en el fundamento de aquel personalismo teológico que nos atrajo a todos con su encanto. Nuestra imagen del hombre, así como nuestra concepción de la Iglesia, se vieron marcadas por este punto de partida. Habíamos experimentado la pretensión de un partido totalitario que se consideraba la plenitud de la historia y que negaba la conciencia del individuo. Hermann Goering había dicho de su jefe: "¡Yo no tengo ninguna conciencia! Mi conciencia es Adolf Hitler". La inmensa ruina del hombre que derivó de esto, estaba ante nuestros ojos.

Por eso, para nosotros era un hecho liberador y esencial saber que el "nosotros" de la Iglesia no se basaba en la eliminación de la conciencia sino que sólo podía desarrollarse a partir de la conciencia. Precisamente porque Newman explicaba la existencia del hombre a partir de la conciencia, es decir, en la relación entre Dios y el alma, era también claro que este personalismo no representaba ninguna concesión al individualismo y que el vínculo con la conciencia no significaba ninguna concesión a la arbitrariedad - más aún, que se trataba precisamente de lo contrario.

De Newman aprendimos a comprender el primado del Papa: la libertad de conciencia - así nos enseñaba Newman con la Carta al Duque de Norfolk - no se identifica, de hecho, con el de derecho de "dispensarse de la conciencia, de ignorar al Legislador y Juez, y de ser independientes de los deberes invisibles". De este modo, la conciencia, en su significado auténtico, es el verdadero fundamento de la autoridad del Papa. De hecho, su fuerza viene de la Revelación, que completa la conciencia natural iluminada de manera sólo incompleta, y "su raison d'être es la de ser el campeón de la ley moral y de la conciencia".

Esta doctrina sobre la conciencia se ha vuelto para mí cada vez más importante en el desarrollo sucesivo de la Iglesia y del mundo. Me doy cuenta, cada vez más, de que sólo se manifiesta de modo completo haciendo referencia a la biografía del Cardenal, la cual supone todo el drama espiritual de su siglo.

Newman, como hombre de la conciencia, se transforma en un converso; fue su conciencia que lo condujo desde los antiguos vínculos y las antiguas certezas dentro del mundo para él difícil e inusual del catolicismo. Pero precisamente esta vía de la conciencia es algo distinto a una vía de la subjetividad que se afirma a sí misma: es, en cambio, una vía de la obediencia a la verdad objetiva.

El segundo paso del camino de conversión que duró toda la vida de Newman fue, de hecho, la superación de la posición del subjetivismo evangélico en favor de una concepción del cristianismo basada en la objetividad del dogma. Al respecto, siempre encuentro muy significativa, pero particularmente hoy, una formulación tomada de una de sus prédicas de la época anglicana:

"El verdadero cristianismo se demuestra en la obediencia, y no en un estado de conciencia. Así, todo el deber y el trabajo de un cristiano se organiza en torno a estos dos elementos: la fe y la obediencia; «mira a Jesús» (Heb. 2, 9)... y actúa según su voluntad. Me parece que hoy corremos el peligro de no dar el peso que deberíamos a ninguno de los dos elementos. Consideramos cualquier verdadera y cuidadosa reflexión sobre el contenido de la fe como estéril ortodoxia, como sutileza técnica. En consecuencia, hacemos consistir el criterio de nuestra piedad en la posesión de una así llamada disposición de ánimo espiritual".

En este contexto, se han vuelto para mí importantes algunas frases del libro "Los arrianos del siglo IV", que a primera vista me han parecido más bien sorprendentes: "el principio puesto por la Escritura como fundamento de la paz es reconocer que la verdad en cuanto tal debe guiar tanto la conducta política como la privada... y que el celo, en la escala de las gracias cristianas, tiene la prioridad por sobre la benevolencia".

Para mí es siempre fascinante darme cuenta y reflexionar cómo precisamente así, y sólo así, a través del vínculo a la verdad, a Dios, la conciencia recibe valor, dignidad y fuerza. En este contexto, quisiera añadir sólo otra expresión tomada de la "Apología pro vita sua", que demuestra el realismo de esta concepción de la persona y de la Iglesia: "Los movimientos vivos no nacen de comités".

Quisiera volver una vez más brevemente al hilo autobiográfico. Cuando en 1947 proseguí mis estudios en Munich, encontré en el profesor de teología fundamental, Gottlieb Söhngen, mi verdadero maestro en teología, un culto y apasionado seguidor de Newman. Él nos inició en la "Gramática del Asentimiento" y, con ella, en la modalidad específica y la forma de certeza propia del conocimiento religioso.

Aún más profundamente actuó sobre mí la contribución que Heinrich Fries publicó con ocasión del Jubileo de Calcedonia: allí encontré el acceso a la doctrina de Newman sobre el desarrollo del dogma, que considero, junto a su doctrina sobre la conciencia, su contribución decisiva a la renovación de la teología. Con esto, puso en nuestras manos la clave para insertar en la teología un pensamiento histórico, o más bien, nos enseñó a pensar históricamente la teología y, precisamente de ese modo, a reconocer la identidad de la fe en todos los cambios. Debo abstenerme de profundizar, en este contexto, tal idea. Me parece que la contribución de Newman no ha sido todavía aprovechada del todo en las teologías modernas. Ella aún contiene en sí posibilidades fructíferas que esperan ser desarrolladas.

En este momento, sólo quisiera volver una vez más al trasfondo biográfico de esta concepción. Es sabido cómo la concepción de Newman sobre la idea del desarrollo ha marcado su camino hacia el catolicismo. Sin embargo, no se trata aquí sólo de un desarrollo carente de ideas. En el concepto de desarrollo está en juego la misma vida personal de Newman. Pienso que esto se hace evidente en su conocida afirmación, contenida en el famoso ensayo sobre "El desarrollo de la doctrina cristiana": "aquí sobre la tierra vivir es cambiar, y la perfección es el resultado de muchas transformaciones". Newman ha sido, a lo largo de toda su vida, alguien que se ha convertido, alguien que se ha transformado, y de este modo ha seguido siendo siempre él mismo y ha llegado a ser cada vez más él mismo.

Aquí me viene a la mente la figura de san Agustín, tan cercana a la figura de Newman. Cuando se convirtió en el jardín de Casiciacum, Agustín había comprendido la conversión según el esquema del venerado maestro Plotino y de los filósofos neoplatónicos. Pensaba que la vida pasada de pecado estaba ahora definitivamente superada; el convertido sería de ahora en más una persona completamente nueva y diversa, y su camino sucesivo habría consistido en un continuo ascenso hacia las alturas cada vez más puras de la cercanía de Dios, algo parecido a lo que describió Gregorio de Nisa en De vita Moysis: "Así como los cuerpos, apenas han recibido el primer impulso hacia abajo, se hunden por sí mismos sin ulteriores impulsos... así, pero en sentido contrario, el alma que se ha liberado de las pasiones terrenas, se eleva constantemente con un veloz movimiento de ascenso... en un vuelo que apunta siempre hacia lo alto".

Pero la experiencia real de Agustín era otra: tuvo que aprender que ser cristiano significa, más bien, recorrer un camino cada vez más fatigoso, con todos sus altibajos. La imagen de la ascensión es sustituida por la de un camino, en cuyas fatigosas asperezas nos consuelan y sostienen los momentos de luz que de vez en cuando podemos recibir. La conversión es un camino, un camino que dura toda una vida. Por eso, la fe es siempre desarrollo y, precisamente de este modo, maduración del alma hacia la Verdad, que "es más íntima a nosotros que nosotros mismos".

Newman expuso en la idea del desarrollo la propia experiencia personal de una conversión nunca dada por concluida, y así nos ha ofrecido la interpretación no sólo del camino de la doctrina cristiana sino también de la vida cristiana. El signo característico del gran doctor de la Iglesia es, en mi opinión, que él no enseña sólo con su pensamiento y sus discursos sino también con su vida, ya que en él pensamiento y vida se compenetran y se determinan recíprocamente. Si esto es cierto, entonces realmente Newman pertenece a los grandes doctores de la Iglesia porque, al mismo tiempo, él toca nuestro corazón e ilumina nuestro pensamiento.

[Fuente: Sitio de La Santa Sede


 

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo]

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