24.09.10

Cada cosa a su tiempo y en su lugar

A las 9:53 AM, por J. Fernando Rey
Categorías : Espiritualidad
 

“Cada cosa a su tiempo y en su lugar”… Sirvan estas palabras como homenaje al P. Marcelino García Guevara de Montejo, aquel santo capuchino de larga barba que, siendo yo un niño, me preparó para recibir por primera vez a Jesús Sacramentado. Cuando entraba en el aula, antes de pronunciar palabra, escribía en la pizarra la frase que encabeza estas líneas, y que, sin duda alguna, es una síntesis sublime de las palabras del Eclesiastés: “Todo tiene su tiempo y su momento, todas las tareas bajo el cielo” (Ec, 3, 1).

También recuerdan las palabras del P. Marcelino a las del viejo reverendo de la magistral película “El Álamo” (John Wayne, 1960). Cuando el chiquillo le pregunta: “¿Por qué se detiene usted tantas veces a dar gracias a Dios? No veo ningún motivo para dar gracias ahora”, el anciano pastor le responde: “Doy gracias a Dios por el tiempo y el lugar. Eso es todo lo que tiene el hombre sobre la tierra: un tiempo para vivir, y un lugar para morir”.

En todo caso, siempre he pensado que la vida de fe tiene mucho que ver con el baile. Más que de hacer o no hacer, en la fe, como en la danza, se trata de medir los tiempos. Un mismo movimiento, una misma acción, pueden ser pecado o virtud dependiendo de si se llevan a cabo en su momento o fuera de él. Se trata de mirar fijamente al Director de escena, a Dios, para saber hacer lo que conviene en cada instante.

¿Es pecado comer bien?… Depende del tiempo. Comer bien en día de ayuno es pecado, comer bien en día de fiesta es virtud. ¿Es pecado ayunar?… Depende. Ayunar en día de ayuno es virtud, y ayunar en día de fiesta es inconveniente.

¿Es pecado el placer carnal?… Depende. Fuera de su tiempo, que es el del matrimonio, es pecado; en su tiempo, que es el del matrimonio, es regalo de Dios. ¿Es pecado la continencia carnal?… Depende. En un célibe, en un soltero, en una virgen, es virtud; en un casado, puede ser pecado.

“Cada cosa a su tiempo y en su lugar”. El Rey David nos enseñó, bailando alrededor del Arca, que nuestra fe es arte y elegancia… La obediencia es baile, es danza divina. Y saber dar el paso que corresponde a cada tiempo convierte la vida en una obra hermosa, porque la santidad, si no es hermosa, no es verdadera santidad. Toda nuestra ocupación debe ser mantener los ojos fijos en Aquél que nos marca los tiempos, y, después… “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). ¡Qué gran bailarina, la Virgen!

José-Fernando Rey Ballesteros
jfernandorey@jfernandorey.es