25.09.10

Pruebas de la existencia de Dios (1)

A las 2:30 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Existencia de Dios
 

Este capítulo está basado principalmente en Michel Grison, Teología Natural o Teodicea, pp. 27-134; también he utilizado a Otto Muck, Doctrina filosófica de Dios, pp. 122-178, 197-227 y Béla Weissmahr, Teología natural, pp. 19-118 (véase en el numeral 16 la bibliografía consultada).

1. La teología natural

La filosofía es el conocimiento de todas las cosas por sus causas últimas, adquirido mediante la razón. Todos los aspectos de la realidad pueden ser objeto de estudio filosófico, ya que de todos ellos pueden buscarse las explicaciones más profundas y radicales, aplicando el razonamiento a los datos proporcionados por la experiencia. En cambio cada una de las ciencias particulares estudia un aspecto concreto de la realidad, dejando fuera de su consideración los demás, y se limita a la búsqueda de explicaciones dentro de ámbitos restringidos.

La metafísica es la filosofía entendida en su sentido más estricto, ya que estudia la realidad buscando sus causas últimas de modo absoluto; se pregunta por lo más íntimo de toda la realidad, o sea, por su ser, estudiando cuáles son las causas que explican en último término el ser y los diversos modos de ser de los entes.

Es necesario distinguir entre el enfoque metafísico, que es común con las demás disciplinas filosóficas (cosmología, antropología, ética, lógica, etc.), y los temas propios de la metafísica. El enfoque metafísico consiste en el estudio de la realidad a la luz de sus causas últimas. Los temas propios de la metafísica abarcan las realidades que no dependen en su ser de la materia. Las partes de la metafísica son las siguientes:
• La ontología, que se ocupa del ser en cuanto ser y de los modos y estructuras de los entes;
• La gnoseología, que estudia el alcance del mismo conocimiento metafísico y su relación con el ser;
• La teología natural, que es la parte más elevada de la metafísica.

La teología natural es la ciencia que estudia a Dios como Ser Absoluto y Causa Primera de los entes en cuanto es accesible a la razón natural. Se distingue de la teología sobrenatural, que parte de la revelación divina sobrenatural.

A partir del ser de los entes limitados la razón humana puede llegar al conocimiento de la existencia de Dios, de algunos de sus atributos y algunas de sus relaciones con el mundo y el hombre. Desde Leibnitz la teología natural se llama también “teodicea", nombre mal escogido que etimológicamente significa “justificación de Dios".

Esta breve introducción a la teología natural está basada principalmente en Mariano Artigas, Introducción a la Filosofía, pp. 15-59; también he consultado a Jacques Maritain, Introducción a la Filosofía, pp. 81-89, 222-226 (véase el n. 16 - Bibliografía consultada).

2. La existencia de Dios no es evidente

Para este numeral, cf. Tomás de Aquino, Suma Teológica 1, 2, 1.

Un juicio es evidente (per se notum) si es necesariamente verdadero en todo mundo posible (juicio per se) y si además podemos comprender su verdad con sólo comprender sus términos, sin necesidad de demostración. Esto ocurre por ejemplo si la esencia del predicado está comprendida en la esencia del sujeto y si además comprendemos inmediatamente las esencias del sujeto y del predicado.

La proposición “Dios existe” es un juicio per se porque la existencia de Dios coincide con su esencia. Sin embargo dicha proposición no es evidente (per se notum), porque no conocemos la esencia de Dios. Esto se prueba sencillamente por la existencia de personas cuerdas que son ateas. Por lo tanto necesitamos demostrar la existencia de Dios.

No obstante lo expresado hasta aquí, existe en todo hombre un conocimiento implícito de la existencia de Dios: todo hombre conoce la existencia de la verdad y Dios mismo es la Verdad; además, todo hombre conoce la existencia del bien y Dios mismo es el Bien.

Sin embargo, este modo de conocimiento es muy diferente del conocimiento explícito. Es posible que un hombre no reconozca a Dios como Verdad Primordial y Sumo Bien.

A la doctrina de la necesidad de una demostración de la existencia de Dios se opone el ontologismo, cuyo representante principal fue Malebranche (1638-1715). Según Malebranche, la inteligencia del hombre ve a Dios mismo y ve en Él todas las ideas de las cosas finitas que conoce.

Contrariamente a lo sostenido por el ontologismo, en nuestra condición presente debemos elaborar una idea de Dios a partir de la experiencia. Esto es posible porque existe en el hombre una luz natural distinta de la luz increada, de la que es una participación. “Disminuir la perfección de las criaturas es disminuir la perfección del poder divino” (Tomás de Aquino, Suma Contra Gentiles, 3, 69).

3. La existencia de Dios es demostrable

Para este numeral, cf. Tomás de Aquino, Suma Teológica 1, 2, 2.

Demostrar una proposición es establecer su verdad a partir de premisas ya conocidas.

Existen al menos dos clases de demostraciones: las demostraciones a priori proceden del conocimiento de la causa al conocimiento del efecto; en cambio, las demostraciones a posteriori proceden del conocimiento del efecto al conocimiento de la causa.

Puesto que Dios es el Ser incausado, es imposible demostrar a priori su existencia. En cambio es posible demostrarla a posteriori, puesto que conocemos por experiencia los efectos de la obra creadora de Dios y podemos remontarnos racionalmente de estos efectos a su Causa Primera. Esto es así a pesar de que no conocemos positivamente la esencia divina, puesto que, como se verá luego, la podemos conocer analógicamente a partir de sus efectos. Dado que dichos efectos son finitos y Dios es infinito, no podemos alcanzar así un conocimiento perfecto de Dios, pero sí demostrar su existencia.

La verdad de la existencia de Dios no es propiamente un artículo de fe, sino un preámbulo de la fe, que puede ser conocido por la razón natural. La fe presupone el conocimiento natural y lo perfecciona. No obstante, un ser humano particular puede conocer esta verdad sólo por la fe (y por el conocimiento no reflejo).

A esta doctrina de la posibilidad de una demostración de la existencia de Dios se opone la corriente filosófica denominada “agnosticismo", cuyo representante principal fue Immanuel Kant (1724-1804). Según Kant, el principio de causalidad es una forma de la razón pura que está destinada a unificar la experiencia posible y no puede ser aplicada legítimamente fuera de esta experiencia, por lo que este principio no nos permitiría llegar a Dios. Kant considera la existencia de Dios como un postulado de la razón práctica. Esta posición kantiana depende de su gnoseología y debe ser refutada en este terreno. O bien la razón sólo puede conocer el “fenómeno” (la “cosa en mí"), no el “noúmeno” (la “cosa en sí"), y entonces no puede conocer la verdad de lo real y debería caer del idealismo al escepticismo; o bien la inteligencia es capaz de conocer la verdad absoluta de lo real en todo el campo del ser (la tesis realista). La crítica kantiana contiene además otros elementos que serán considerados oportunamente (cf. numeral 11).

4. El argumento ontológico y su refutación

Además de las demostraciones a priori y a posteriori, existen las demostraciones a simultaneo, que relacionan aspectos ontológicamente simultáneos de una misma realidad.

La demostración a simultaneo llamada por Kant “prueba ontológica” establece una identificación lógica entre la esencia y la existencia de Dios y a partir de allí afirma la existencia de Dios. Este argumento fue planteado primeramente por San Anselmo de Canterbury (1033-1109) en el Proslogion y fue defendido posteriormente por San Buenaventura, Descartes, Leibnitz y Hegel, entre otros. Por otra parte, el mismo argumento fue refutado por Santo Tomás de Aquino (Suma Teológica 1, 2, 1) y por Kant.

San Anselmo razona de la siguiente manera: Dios es el ser tal que nada mayor puede ser concebido. El ser tal que nada mayor puede ser concebido no puede existir sólo en la inteligencia, puesto que en este caso podría pensarse en otro ser que existiera también en la realidad y entonces este segundo ser sería mayor que el primero. Por lo tanto el ser tal que nada mayor puede ser concebido existe en la inteligencia y en la realidad.

Santo Tomás refuta este argumento de la siguiente manera: incluso suponiendo que al pensar en Dios el hombre entiende que la palabra “Dios” se refiere al ser tal que nada mayor puede ser concebido, no se sigue necesariamente de ello que piense que este ser existe realmente, sino sólo mentalmente. Argüir que este ser debe existir también realmente es una petición de principio (es decir, supone lo que habría que demostrar).

El argumento ontológico realiza un paso ilegítimo del orden lógico al orden ontológico, es decir de la existencia mental de Dios a su existencia real. A partir de la idea de la esencia de Dios sólo puede llegarse a la idea de la existencia de Dios, no a su existencia misma. Para llegar al ser de Dios debemos partir del ser de las cosas (del mundo y del hombre).

Las variantes de la prueba ontológica aducidas por Descartes y Leibnitz son muy similares al razonamiento de San Anselmo y pueden ser refutadas básicamente de la misma manera. Estos argumentos no son concluyentes porque nuestro conocimiento de la esencia de Dios es imperfecto; nuestra idea de Dios no puede igualar su objeto.

Un argumento diferente consiste en considerar la idea del Ser Absoluto como un hecho que debe ser explicado. Este argumento se parece al del “consenso universal” (cf. numeral 14). (Continuará).

(Daniel Iglesias Grèzes, Razones para nuestra esperanza. Escritos de apologética católica, Centro Cultural Católico “Fe y Razón”, Montevideo 2009, Capítulo 1).

El libro en cuestión está disponible en: http://stores.lulu.com/feyrazon