8.10.10

La larga y molesta agonía del Demonio

A las 9:03 AM, por J. Fernando Rey
Categorías : Espiritualidad
 

Que el Demonio está herido de muerte es algo sabido. Tras la Pasión y Resurrección de Cristo, su título de “Príncipe de este mundo” le ha sido arrebatado por Aquél que, antes de subir a los Cielos, dijo: “me ha sido dado todo poder en el Cielo y en la Tierra” (Mt 28, 18). La promesa que Dios realizó a nuestros primeros padres se ha cumplido, y una Mujer, la Virgen, pisa hoy la cabeza de la serpiente. Sin embargo, en esos últimos estertores que son para nosotros interminables, la serpiente sigue vomitando fuego por su boca. En ocasiones se diría que está más viva que nunca y, si no fuese porque sabemos que su derrota ha sido firmada con la Sangre del Cordero, se diría que sigue siendo aquel príncipe altivo y poderoso, capaz de ofrecerle al propio Hijo de Dios todos los reinos de la Tierra.

Me he preguntado muchas veces por qué, tras su victoria, Jesús no desterró del todo a Satanás; por qué, en lugar de dejarlo herido y encadenado como perro furioso y babeante, no lo expulsó definitivamente de este mundo y nos ahorró las insidias, las luchas y dolores que aún puede provocarnos el Maligno. Y la única respuesta que obtengo, cuantas veces formulo esta pregunta, es que “no es el siervo más que su señor, ni el enviado más que el que lo envía” (Jn 13, 16). La victoria de Cristo, aún siendo definitiva, no exime al cristiano de luchar. Si el Hijo de Dios sufrió los embates del Satán, no nos salvaremos sus discípulos sin tomar parte en sus padecimientos. Por eso, aún herido y agonizante, en sus estertores, el Maligno, a pesar suyo, sirve a Dios. El mismo poder que tuvo sobre el Hijo de Dios lo conserva, tembloroso, sobre nosotros. Puede, desde luego, tentarnos e inducirnos salvajemente al mal; puede arrebatarnos la salud, y a menudo lo hace; puede arremeter contra nuestra honra, y hacernos pasar por malditos delante de los hombres; puede sumergirnos en la tristeza, y situarnos al borde de la desesperación; puede hacer vacilar nuestra fe, y gritarnos que todo es mentira, que perdemos la vida en una ilusión vana; puede ofrecernos el mundo en bandeja de plata si le servimos… En definitiva, el Demonio puede hacer, si Dios le da permiso, que nuestro breve paso por la tierra esté lleno de dificultades y dolores. Acordémonos de Job.

Los necios y los ingenuos piensan que cada paso que den hacia Dios los alejará del Maligno. Y, pasado un tiempo, recobran el seso y comprenden que las cosas suceden exactamente al revés. Si no queremos que el Demonio nos moleste, basta con hacerle caso. Pero si buscamos la santidad, si la buscamos decididamente, apasionadamente, radicalmente, legiones de demonios saldrán a nuestro encuentro para impedirlo, y tomaremos parte en la misma lucha que Cristo venció para nosotros en el Madero.

Nuestras armas son la mismas que las suyas: la mansedumbre, la paz de espíritu, la humildad y, sobre todo, la oración. A la vez que Dios permite los ataques del Maligno, envía sobreabundancia de gracias a las almas que siguen a su Hijo. Y quien es salpicado por los espumarajos de Satanás es también bendecido con la ternura de Dios, infinitamente mayor que todas las insidias del Enemigo. No hay nada que temer, más que la locura de volver atrás. Con los ojos fijos en la Cruz, entenderemos que Jesús calma las tormentas para aquéllos a quienes ama; pero, a quienes ama mucho, los enseña, más bien, a caminar sobre las aguas encrespadas como caminó Él sobre el oprobio del Calvario.

José-Fernando Rey Ballesteros
jfernandorey@jfernandorey.es