10.10.10

biblia

 

Lucas 17, 11-19: ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?

11 Y sucedió que, de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, 12 y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia 13 y, levantando la voz, dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!»
14 Al verlos, les dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes.» Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.
15 Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; 16 y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano.
17 Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?
18 ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?»
19 Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado.»

COMENTARIO

De bien nacidos es ser agradecidos

Cuando una persona hace algo por otra se produce, por lo general, dos situaciones: bien quien se beneficie de lo que hace agradece lo hecho o bien guarda un, digamos, crítico silencio sobre su forma de actuar.

Lo que nos dice que sucedió Lucas yendo Jesús camino de Jerusalem es síntoma claro de lo que podemos hacer al respecto de la relación que establecemos con Dios.

Es muy común pedir cosas al Creador. Lo hacemos, primero, porque sabemos que nos escucha; segundo porque debemos estar en la seguridad de que puede hacerlas y, en tercer lugar, porque confiamos en que lo que creemos sea verdad.

Algo así les pasaba a aquellos leprosos pues siendo la lepra una enfermedad que dejaba caer sobre quien la padecía la espada de Damocles de la exclusión social, dar solución a la misma no era poca cosa sino, al contrario, una auténtica salvación para quien se viese librado de ella.

Así, los leprosos piden.

En primer lugar, lo hacen porque sabían que Jesús no iba a pasar de largo de su lado ni siquiera sabiendo la enfermedad que padecían (menos aún); en segundo lugar no dudaban, según lo que seguramente habían oído de la actuación de Aquel al que seguían muchos, que algo podía hacer por ellos; en tercer lugar confiaban en que algo bueno les podía pasar.

No se equivocaban en nada de lo que, antes de que sucediera lo que sucedió, eran sus apreciaciones sobre Jesús. En nada.

Le pedían compasión que era, en verdad, lo mínimo que se les podía entregar.

Jesús, sin embargo, no les dice “quedáis curados” sino que cumplan la Ley y se presenten a los sacerdotes. Esto era, sin embargo, un medio para que, camino del Templo, se curaran y dieran testimonio, según decía la ley, de su curación. También era una forma de que no se supiera quién los había curado aún sabiendo que eso era, simplemente, imposible. A lo mejor Jesús, conocedor de la naturaleza humana, esperaba que nadie volviese.

Pero el ser humano es olvidadizo, incluso, con Dios. No todos, sin embargo lo son.

Iban 10 leprosos, pero sólo un de ellos reconoce lo que ha pasado y no puede, por menos, que alabar a Dios. Por eso se vuelve hacia Jesús y se postra a sus pies.

Dice el texto “éste era un samaritano” que es lo mismo que decir un enemigo del pueblo judío pero a quien Jesús no niega esta especie de salvación social y, así, espiritual.

Y, como tantas veces concurre en casos de curaciones o manifestaciones de la bondad de Cristo, la fe ha salvado a la persona que pide ser sanada. Igual que pasara con los amigos que bajan, a través del techo, al amigo paralítico o, también, a la hemorroísa que quedó curada porque confiaba, tenía fe, en la curación.

Y es que Jesús no pedía, no pide, mucho (que no es poco) sino tener fe, creer, confiar, en Dios. Otra cosa muy distinta es que seamos capaces de asumir tan gozosa realidad.

 

PRECES

Por todos aquellos que no agradecen a Dios sus gracias.

Roguemos al Señor.
Por todos aquellos que no manifiestan fe a pesar de lo que Dios hace por ellos.

Roguemos al Señor.

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a no olvidar de Quién venimos y hacia dónde vamos.
 

Gracias, Señor, por poder transmitir esto

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalem.

Eleuterio Fernández Guzmán