14.10.10

Aborto: No cabe transigir

A las 10:50 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

El Diccionario de la Real Academia Española define “transigir” como “consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia”. La disputa y el enfrentamiento resultan agotadores y, “pro bono pacis”, transigimos cada día en muchas cosas: Pagamos una multa de tráfico, aunque nos parezca desproporcionada, sin presentar en contra un recurso; soportamos que parte del dinero que proviene de nuestros impuestos se destine a fines que, a nuestro juicio, no son los mejores; cedemos, incluso, parte de lo que nos corresponde en puro derecho para facilitar la convivencia.

Pero hay temas en los que no es posible transigir. No podemos consentir, ni siquiera en una mínima parte, que se insulte a nuestra madre. Nadie diría: “Bueno, que se le insulte en público, no, pero en privado sí”. Ya plantear esa alternativa nos parece, con buen sentido, algo ridículo. Un hijo no acepta que insulten a su madre, ni en público ni en privado ni en ninguna otra ocasión.

Con el aborto no cabe transigir. No hay que consentir en nada. No hay que rebajar en lo más mínimo la reivindicación de lo que reconocemos como justo, razonable y verdadero. Y no es posible hacerlo porque aquí topamos con un absoluto moral, que no admite excepciones: “Todo ser humano inocente tiene derecho a la vida”. Es un derecho inviolable, inalienable, que pertenece a la naturaleza humana y es inherente a la persona. No es una concesión del Estado o de un hipotético “consenso social”, sino que es algo previo e indisponible. Las leyes humanas pueden ser justas o injustas. Nuestras acciones pueden ser buenas o malas. Pero carecería hasta de sentido hablar de lo bueno y de lo malo sin la referencia a una norma moral, anterior a las preferencias de cada uno y a lo positivamente establecido por una ley del Estado.

Si esto previo no existiese, jamás se podría denunciar una situación injusta que tuviese cobertura legal positiva. Hay algo en nuestra inteligencia y en nuestra voluntad que nos lleva a rechazar lo que, de modo claro, vemos que es contrario a lo que debe ser. De poco valdría que un Estado legislase, cumpliendo todos los procedimientos formales de la democracia, que los de un color han de ser amos y los de otro color han de ser esclavos. No nos conformaríamos con esa legitimación, porque sabemos que esa discriminación, basada en la raza, no es ni puede ser justa.

El aborto provocado es contrario a ese “algo previo”, es contrario a la ley moral natural, si podemos llamarle así a esa fuente última de donde sacamos el criterio para discernir, para separar, lo bueno de lo malo. Y contradice la ley moral natural porque priva a un semejante, a un inocente – a un ser humano en su primer estadio de desarrollo – de un derecho básico y fundamental como es el derecho a vivir. El aborto provocado mata, elimina literalmente una vida. Suprime violentamente a alguien, y no sólo algo, que no me ha hecho nada, que no ha atentado contra mí, que no me ha agredido de modo injusto.

¿Se puede aceptar una regulación del aborto? ¿Cabe admitir moralmente que se determinen reglas o normas para procurar la eliminación de una vida humana inocente? Yo no veo cómo. Es más, veo que es imposible hacerlo. Cualquier ley que permita el aborto es injusta. Cualquier ley que no persiga ni sancione la comisión de ese crimen también lo es. Aunque es verdad que, hasta en lo inicuo, hay grados, aunque no diferencias esenciales.

¿Cuál sería la mejor ley del aborto? Aquella que lo erradique completamente. Aquella que, sin restringir la misericordia, no dejase de manifestar, en cualquier ocasión, la gravedad del crimen.

Lo demás, son componendas.

Guillermo Juan Morado.