20.10.10

Santidad femenina

A las 9:51 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

La Iglesia, escribía Juan Pablo II en “Mulieris dignitatem”, “manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina”. Y Benedicto XVI se suma a esta acción de gracias por tantas mujeres santas recordando, en las últimas audiencias de los miércoles, el perfil de algunas de ellas que vivieron en la Edad Media: Santa Hildegarda de Bingen, Santa Clara, Santa Matilde de Hackeborn, Santa Gertrudis, la Beata Ángela de Foligno y Santa Isabel de Hungría.

Mujeres fuertes y cultas, como Hildegarda de Bingen, la llamada “profetisa teutónica”. Hildegarda se ocupó de medicina y de ciencias naturales, así como de música, al estar dotada de talento artístico. Destinataria de visiones místicas, siempre se mostró dispuesta a someterse a la autoridad de la Iglesia. Este es, anota el Papa, “el sello de una experiencia auténtica del Espíritu Santo, fuente de todo carisma: la persona depositaria de dones sobrenaturales nunca presume de ellos, no los ostenta y, sobre todo, muestra una obediencia total a la autoridad eclesial. En efecto, todo don que distribuye el Espíritu Santo está destinado a la edificación de la Iglesia, y la Iglesia, a través de sus pastores, reconoce su autenticidad”.

Benedicto XVI resalta la agudeza con la que Santa Hildegarda desarrolla el tema del matrimonio místico entre Dios y la humanidad realizado en la Encarnación. “La teología – añade - puede recibir una contribución peculiar de las mujeres, porque son capaces de hablar de Dios y de los misterios de la fe con su peculiar inteligencia y sensibilidad. Por eso, aliento a todas aquellas que desempeñan este servicio a llevarlo a cabo con un profundo espíritu eclesial, alimentando su reflexión con la oración y mirando a la gran riqueza, todavía en parte inexplorada, de la tradición mística medieval, sobre todo a la representada por modelos luminosos, como Hildegarda de Bingen”.

Mujeres valientes, como Santa Clara de Asís. Es, comenta Benedicto XVI, “la primera mujer en la historia de la Iglesia que compuso una Regla escrita, sometida a la aprobación del Papa, para que el carisma de Francisco de Asís se conservara en todas las comunidades femeninas”. También evoca el episodio que ha marcado la iconografía de la santa: “Su fe en la presencia real de la Eucaristía era tan grande que, en dos ocasiones, se verificó un hecho prodigioso. Sólo con la ostensión del Santísimo Sacramento, alejó a los soldados mercenarios sarracenos, que estaban a punto de atacar el convento de san Damián y de devastar la ciudad de Asís”.

Mujeres maestras de doctrina espiritual, como Santa Matilde de Hackeborn: “Las monjas se reunían en torno a ella para escuchar la Palabra de Dios como alrededor de un predicador. Era el refugio y la consoladora de todos, y tenía, por don singular de Dios, la gracia de revelar libremente los secretos del corazón de cada uno. Muchas personas, no sólo en el monasterio sino también extraños, religiosos y seglares, llegados desde lejos, testimoniaban que esta santa virgen los había liberado de sus penas y que jamás habían experimentado tanto consuelo como cuando estaban junto a ella. Además, compuso y enseñó tantas plegarias que, si se recopilaran, excederían el volumen de un salterio”, relata un libro sobre su vida.

Mujeres grandes, como Santa Gertrudis. Apasionada por los saberes mundanos, y no exenta de vanidad intelectual, cambia la orientación de su vida: «De gramática se convierte en teóloga, con la incansable y atenta lectura de todos los libros sagrados que podía tener o procurarse, llenaba su corazón de las más útiles y dulces sentencias de la Sagrada Escritura. Por eso, tenía siempre lista alguna palabra inspirada y de edificación con la cual satisfacer a quien venía a consultarla, junto con los textos escriturísticos más adecuados para confutar cualquier opinión equivocada y cerrar la boca a sus opositores», nos cuentan de ella.

Mujeres probadas por la vida, como Ángela de Foligno, que en pocos meses perdió a su madre, a su marido y a todos sus hijos. En su vida espiritual pasó, con ayuda de la gracia, del mero temor al infierno al camino del amor a Dios. El Papa escribe con gran finura: “Ángela siente que debe dar algo a Dios para reparar sus pecados, pero lentamente comprende que no tiene nada que darle, es más, que es «nada» ante él; comprende que su voluntad no le puede dar el amor de Dios, porque sólo puede darle su «nada», el «no amor»”.”En su camino místico, Ángela comprende de modo profundo la realidad central: lo que la salvará de su «indignidad» y de «merecer el infierno» no será su «unión con Dios» y el poseer la «verdad», sino Jesús crucificado, «su crucifixión por mí», su amor”.

Mujeres de alta posición social, como Santa Isabel de Hungría. Mientras su joven marido, heredero de Turingia, aprendía las artes de caballero, Isabel estudiaba alemán, francés, latín, música y literatura. Cuentan que, ya soberana de Turingia, contemplando a Cristo en la cruz, se despojó de su corona, a la vista de los cortesanos, y la puso a los pies de Jesús. “Tal como se comportaba delante de Dios, anota el Papa, se comportaba con relación a los súbditos”. Así mostraba que el ejercicio de la autoridad debe ser vivido como un servicio a la justicia y a la caridad.

No se trata más que de unas cuantas notas, entresacadas al hilo de la lectura de estos preciosos textos de las últimas audiencias generales. Si no los han leído, háganlo. Merecen mucho la pena.

Guillermo Juan Morado.