22.10.10

Subiendo al Monte del Señor (sobre el Salmo 23)

A las 10:13 AM, por J. Fernando Rey
Categorías : Espiritualidad
 

“¿Quién puede subir al Monte del Señor?” (Sal 23)… Yo, desde luego, no. No puedo subir al Calvario, no puedo ascender a la Cruz: “A donde yo voy, no puedes seguirme ahora” (Jn 13, 36). Al igual que los apóstoles, retrocedo y huyo apenas comenzada la ascensión. Estoy cubierto de miedos, y apegado a muchas criaturas que no quiero perder: planes personales, consuelos terrenos, cosas, personas… Luego está mi fragilidad: me fallan las fuerzas cuando procuro subir al Gólgota acompañando a Jesús. Por todo ello, me siento incapaz de ser santo.

“El hombre de manos inocentes, y puro corazón”. Ni mis manos son inocentes (¡Ojalá lo fuesen!), ni mi corazón, por desgracia, es puro. “El hombre de manos inocentes y puro corazón” eres Tú, Jesús. Sólo Tú puedes “subir al Monte del Señor”, sólo Tú puedes llegar a lo alto del Calvario, y allí ofrecerte por mí y por todos, impetrando el perdón de Dios, tu Padre. Subirá también tu Madre, porque sus manos son inocentes, y su Inmaculado Corazón es puro con la pureza de Dios.

Sin embargo, no quiero resignarme. A pesar de saberme incapaz de ir contigo, no me conformo con quedarme abajo, hundido en mi pecado, mientras Tú subes y te ofreces por mí. Quiero acompañarte, quiero estar contigo, quiero ofrecer mi pobre vida junto a la tuya como quien vierte una lágrima en el mar… ¿Qué haré?

Me hincaré de rodillas frente al Crucifijo. Lloraré allí, y pediré ser bañado con tu Sangre. Con Ella me revestiré, como se revistió Jacob con las pieles de Esaú, para heredar la Bendición de Dios. Esa Sangre lavará mis manos, purificará mi corazón, y me unirá a ti como el sarmiento está unido a la vid. Ya no seré yo quien suba; serás Tú, y yo en ti, como la oveja sobre los hombros del Pastor.

“Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia”… Hecho uno contigo, e incorporado a tu Cuerpo, que es la Iglesia, asciendo cada día al altar de Dios y subo a la cumbre del Calvario para ofrecer el Santo Sacrificio. Y, cada vez que lo hago, eres Tú y es la Iglesia quien renueva la Ofrenda de la Sangre. “Ya no soy yo quien vive”, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20).

No hay, no puede haber salvación sin Iglesia, porque sólo en la Iglesia somos Cuerpo de Cristo, el Único que puede alcanzar la cumbre de los Cielos. Junto a Jesús y a María, en lo alto del Gólgota, la Iglesia es Juan. Yo quiero ser Juan.

José-Fernando Rey Ballesteros
jfernandorey@jfernandorey.es