27.10.10

El más absurdo y triste de los fracasos

A las 10:21 AM, por J. Fernando Rey
Categorías : Espiritualidad
 

“Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’ y él os replicará: ‘No sé quiénes sois’” (Lc 13, 25).

“No sé quiénes sois” no significa que Dios, en su omnisciencia, no conozca hasta el último pliegue del alma de cada uno de los hombres que Él ha creado. El significado de esa frase es mucho más aterrador. “No sé quiénes sois” quiere decir: “No nos conocemos. Tú y yo no hemos conversado nunca; no somos amigos”.

“Entonces comenzarán a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas’. Pero él os replicará: ‘No sé quiénes sois’” (vv. 26-27). Este segundo “no sé quiénes sois” es el que me hace temblar. Porque, bajo su luz, la vida de un hombre se desvela como la más absurda de las mentiras: “Tú no has comido ni bebido conmigo en tu vida. Y, aunque enseñé en tus plazas, jamás me escuchaste. Tú comías y bebías con otro ‘Jesús’: con el ‘Jesús’ que tú creaste a tu imagen y semejanza, con el ‘Jesús’ que siempre te dio la razón, con el ‘Jesús’ que tú hubieras querido que yo fuese, y no con quien Yo era en realidad. Cuando yo enseñaba en tus plazas, retorcías mis palabras para poder ponerlas en boca de tu ‘Jesús’. Y, si no podías hacerlo, apedreabas a mis profetas, negando que hablasen en mi nombre, porque sus enseñanzas no coincidían con las de tu ‘Jesús’. Pasaste la vida rezando a un ídolo, y conmigo jamás cruzaste una palabra. No nos conocemos; no sé quién eres”…

La mera idea de estar rezando a un “Jesús” que no existe me aterra. Temo más a la mentira que a la propia muerte. Por eso quisiera matar, sin piedad ni miramientos, al fabricante de ídolos cuyo nombre es “Soberbia”. Ella es la que, susurrando en nuestros oídos: “Tú tienes razón, no te comprenden; sabes más que ellos…”, acaba moldeando a ese falso “Jesús” ante quien tantos se postran rendidos.

El único camino hacia la Verdad es la humildad; no hay otro. Ella es la “puerta estrecha” (v. 24) de que se nos habla en el Santo Evangelio. Ella es la que nos hace desconfiar nosotros mismos y de nuestras opiniones y puntos de vista; ella es la que nos convierte en discípulos y nos permite aprender la Sabiduría de Dios en el Hogar de la Iglesia. Ella es la que nos infunde respeto hacia nuestros pastores, la que nos mueve a buscar a los maestros, la que nos recuerda que no sabemos nada y debemos aprenderlo todo. Ella nos conduce al lugar que nos corresponde en la Iglesia: el de los necios que necesitan ser instruidos cada mañana. Ella hace que sacerdotes octogenarios, que han leído cientos de miles de páginas a lo largo de su vida, escuchen al Santo Padre como niños que todo tienen que aprenderlo y obedezcan a un Obispo treinta años más joven que ellos como obedecerían al propio Cristo.

Señor, haznos humildes, muy humildes, mas humildes. No quisiera, por nada del mundo, que, el día en que me llamases, fuera yo a encontrarme delante de un Desconocido. Mi vida, entonces, se me mostraría como el más terrible de los fracasos. Eso sería mi Infierno.

José-Fernando Rey Ballesteros
jfernandorey@jfernandorey.es