30.10.10

Virgen Theotokos

 

El Concilio de Éfeso (año 431) confirmó, frente a las ideas nestorianas, que sostenían que únicamente había una presencia especial de Dios en la humanidad de Cristo pero no se daba la unidad entre las 3 personas de la Santísima Trinidad, aquí refiriéndose al Padre y al Hijo, la unidad de Cristo.

De tal unidad también se derivó la posición católica relativa a la situación, digamos, de María pues Nestorio también sostenía que, puesto que no había unidad entre Cristo y Dios a la Virgen sólo podían llamársele Madre de Cristo pero no Madre de Dios. Así, para él, María era Cristotokos (Madre del hombre Cristo).

Por eso el citado Concilio estableció que, atendida la unidad entre Cristo y Dios “María tiene derecho pleno de gozar del título de Madre de Dios”. Además, tal entendimiento de la verdadera situación de María no era algo nuevo sino que se había venido sosteniendo en la oración católica y, también, en el pensamiento de los “padres”. Allí se dejó dicho que:

Desde un comienzo la Iglesia enseña que en Cristo hay una sola persona, la segunda persona de la Santísima Trinidad. María no es solo madre de la naturaleza, del cuerpo pero también de la persona quien es Dios desde toda la eternidad. Cuando María dio a luz a Jesús, dio a luz en el tiempo a quien desde toda la eternidad era Dios. Así como toda madre humana, no es solamente madre del cuerpo humano sino de la persona, así María dio a luz a una persona, Jesucristo, quien es ambos Dios y hombre, entonces Ella es la Madre de Dios

Y, por eso mismo, sostuvo San Cirilo al final de tal Concilio lo que sigue:

Te saludamos Oh María, Madre de Dios, verdadero tesoro de todo el universo, antorcha que jamás se apagará, templo que nunca será destruido, sitio de refugio para todos los desamparados, por quien ha venido al mundo el que es bendito por los siglos. Por ti la Trinidad ha recibido más gloria en la tierra; por ti la cruz nos ha salvado; por ti los cielos se estremecen de alegría y los demonios son puestos en fuga; el enemigo del alma es lanzado al abismo y nosotros débiles criaturas somos elevados al puesto de honor“.

Y el título de Theotókos, la Madre de Dios, quedó, así, confirmado para la sucesiva historia de la maternidad divina de María.

Tal advocación es propia, por decirlo así, de Grecia.

Refiriéndose a lo que la expresión significa, Juan Pablo II Magno, ofreció una catequesis, el día 27 de noviembre de 1996, relativa, precisamente, a “María, Madre de Dios” en la que acomete la explicación de lo que significa tal expresión. Dice que:

La expresión Theotókos, que literalmente significa «la que ha engendrado a Dios», a primera vista puede resultar sorprendente, pues suscita la pregunta: ¿cómo es posible que una criatura humana engendre a Dios? La respuesta de la fe de la Iglesia es clara: la maternidad divina de María se refiere sólo a la generación humana del Hijo de Dios y no a su generación divina. El Hijo de Dios fue engendrado desde siempre por Dios Padre y es consustancial con Él. Evidentemente, en esa generación eterna María no intervino para nada. Pero el Hijo de Dios, hace dos mil años, tomó nuestra naturaleza humana y entonces María lo concibió y lo dio a luz.

Así pues, al proclamar a María ‘Madre de Dios’, la Iglesia desea afirmar que ella es la ‘Madre del Verbo encarnado, que es Dios’. Su maternidad, por tanto, no atañe a toda la Trinidad, sino únicamente a la segunda Persona, al Hijo, que, al encarnarse, tomó de ella la naturaleza humana.

La maternidad es una relación entre persona y persona: una madre no es madre sólo del cuerpo o de la criatura física que sale de su seno, sino de la persona que engendra. Por ello, María, al haber engendrado según la naturaleza humana a la persona de Jesús, que es persona divina, es Madre de Dios.

Cuando proclama a María ‘Madre de Dios’, la Iglesia profesa con una única expresión su fe en el Hijo y en la Madre. Esta unión aparece ya en el Concilio de Éfeso; con la definición de la maternidad divina de María los padres querían poner de relieve su fe en la divinidad de Cristo. A pesar de las objeciones, antiguas y recientes, sobre la oportunidad de reconocer a María ese título, los cristianos de todos los tiempos, interpretando correctamente el significado de esa maternidad, la han convertido en expresión privilegiada de su fe en la divinidad de Cristo y de su amor a la Virgen.

En la Theotókos la Iglesia, por una parte, encuentra la garantía de la realidad de la Encarnación, porque, como afirma San Agustín, ‘si la Madre fuera ficticia, sería ficticia también la carne (…) y serían ficticias también las cicatrices de la resurrección’. Y, por otra, contempla con asombro y celebra con veneración la inmensa grandeza que confirió a María Aquel que quiso ser hijo suyo. La expresión ‘Madre de Dios’ nos dirige al Verbo de Dios, que en la Encarnación asumió la humildad de la condición humana para elevar al hombre a la filiación divina. Pero ese título, a la luz de la sublime dignidad concedida a la Virgen de Nazaret, proclama también la nobleza de la mujer y su altísima vocación. En efecto, Dios trata a María como persona libre y responsable y no realiza la Encarnación de su Hijo sino después de haber obtenido su consentimiento.

Siguiendo el ejemplo de los antiguos cristianos de Egipto, los fieles se encomiendan a Aquella que, siendo Madre de Dios, puede obtener de su Hijo divino las gracias de la liberación de los peligros y de la salvación eterna
”.

Al respecto del mismo tema, Benedicto XVI, en la Homilía de fecha 31 de diciembre de 2006, dijo que “La maternidad de María es plenamente humana. En la expresión: ‘Dios envió a su Hijo nacido de una mujer’ está resumida la verdad fundamental sobre Jesús como Persona divina quien ha asumido totalmente nuestra naturaleza humana: Él es el Hijo de Dios, es engendrado por Él, y al mismo tiempo es el hijo de una mujer, María. Viene de ella. Procede de Dios y de María. Por eso la Madre de Jesús puede ser y debe ser llamada Madre de Dios, lo que en griego se dice Theotókos”.

Por otra parte, Orígenes, Padre de la Iglesia, teólogo y comentarista bíblico que vivió a caballo entre los siglos dos y tres, tuvo necesidad de explicar el significado del término Theotókos porque había adquirido gran difusión entre el pueblo creyente llamar a María Madre de Dios, pues una oración como “Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genetrix. Nostras deprecationes ne despicias in necessitatibus, sed a periculis cunctis libera nos semper, Virgo gloriosa et benedicta. Amen” (“Bajo vuestra protección nos acogemos, Santa Madre de Dios; no desatiendas nuestras súplicas en nuestras necesidades, mas líbranos siempre de todos los peligros, Virgen gloriosa y bendita. Amen”) venía a dar a entender que el pueblo creyente tenía, de la realidad espiritual, un sentido más que acertado.

Es bien cierto, por último, que en Grecia sólo el 0’5% de la población profesa la religión católica y que, por tanto, escasamente 50.000 personas de los casi 11.000.000 que constituyen aquella nación siguen a Roma en materia de fe católica. Sin embargo, no por eso iban a ser abandonadas por María, que como Madre de Dios, es invocaba como intercesora ante Dios.


Eleuterio Fernández Guzmán