1.11.10

Comentarios de precepto . -1 de noviembre, solemnidad de Todos los Santos - De la santificación

A las 12:43 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Apostolado Laico - Comentarios de Precepto
 

Están dedicados los “Comentarios de Precepto” al oportuno y merecido acercamiento a determinados días del año que considera la Iglesia Católica deben ser celebrados aunque no coincida su celebración con el Día del Señor. En concreto este año 2010, el 1 de enero, Santa María, Madre de Dios; el 6 de enero, Epifanía del Señor; el 19 de marzo, San José, Esposo de la Virgen María; el 8 de diciembre, la Inmaculada Concepción de la Virgen María; el 25 de diciembre, la Natividad del Señor y, precisamente, hoy mismo, 1 de noviembre, Todos los Santos.

Toddos los santos

De la santificación

Según una de las acepciones de la palabra “santo”, éste, o éstos, son aquellos que, como personas, muestran una especial virtud y son, por eso, ejemplo para sus semejantes.

Es en este día, primero del mes de noviembre, cuando recordamos, solemnemente, a todos los que, cumpliendo aquellos, digamos, requisitos espirituales cuando no materiales, se encuentran disfrutando de esa eternidad tan justamente donada por Dios.

Pero la santificación y, así, la santidad, es un, digamos, estado al que podemos acogernos aquí mismo como aquí mismo, traído por Jesucristo, ya disfrutamos del reino de Dios.

Dice S. Josemaría en “Es Cristo que Pasa” (9) que “No miramos al mundo con gesto triste. Involuntariamente quizá, han hecho un flaco servicio a la catequesis esos biógrafos de santos que querían, a toda costa, encontrar cosas extraordinarias en los siervos de Dios, aun desde sus primeros vagidos. Y cuentan, de algunos de ellos, que en su infancia no lloraban, por mortificación no mamaban los viernes… Tú y yo nacimos llorando como Dios manda; y asíamos el pecho de nuestra madre sin preocuparnos de Cuaresmas y de Témporas…

Por eso, no se requiere, como pueda pensarse, una actitud que esté más allá del mundo el que estamos sino, al contrario, una que lo sea favorable a la santificación del mismo pero teniendo en cuenta, muy en cuenta, a Dios y a su voluntad.

Al respecto de cómo se ha de actuar para seguir esa santidad, sería mejor bajar un poco a la tierra para ver cómo debemos de actuar para conseguir la santificación, es decir, tratar de ser justos y ejemplares. Para esto, nada mejor que las Bienaventuranzas, verdadero programa de gobierno de, para, la vida eterna, aquí.

Decir algo nuevo sobre este discurso de Jesús, aunque fuera pronunciado en momentos diferentes y aquí se junten todos para dar una cierta unidad, no viene al caso. Tan sólo haciendo referencia a lo fundamental se puede entender qué es lo necesario para alcanzar esa santificación: alma de pobres (tener), afligidos (sentirse), pacientes (ser), tener hambre y sed de justicia (de Dios), ser insultados y perseguidos por causa de Cristo y aceptarlo de forma gozosa.

Todo esto, lo dicho antes, es el instrumento, la herramienta para tener “una gran recompensa en el cielo”. Pero para eso hemos de ser aquí, creo yo, mártires, es decir, testigos, porque programa tenemos para esto.

Por eso, para insistir en que la santidad no es cosa, en exclusiva, de declaraciones oficiales (y no dejar, así, para otros, determinadas formas de actuar) de tal jaez, vuelve a referirse S. Josemaría, también en “Es Cristo que pasa” (96) y dice que “La santidad: ¡cuántas veces pronunciamos esa palabra como si fuera un sonido vacío! Para muchos es incluso un ideal inasequible, un tópico de la ascética, pero no un fin concreto, una realidad viva. No pensaban de este modo los primeros cristianos, que usaban el nombre de santos para llamarse entre sí, con toda naturalidad y con gran frecuencia: os saludan todos los santos, salud a todo santo en Cristo Jesús”.

Pero hoy, en especial hoy pero sin olvidarlos el resto del año, recordamos a aquellos que constan en el Libro de los Santos tras el correspondiente proceso de discernimiento sobre su vida y, sobre todo, sobre su intervención sobrenatural en la vida de los mortales. Tales personas llevaron, en vida, una que lo era santa y, entonces, se habían hecho acreedores a la llamada fama de santidad. Habían, así, alcanzado con su proceder aquello a lo que S. Josemaría se refiere cuando dice que “Ser santos es vivir tal y como nuestro Padre del cielo ha dispuesto que vivamos” (Es Cristo que pasa, 160). Luego llegó el reconocimiento correspondiente de quien está legitimado a hacerlo. Pero primero fueron santos ordinarios, de cada día, en el común vivir con sus semejantes.

Por eso hemos de llevar un comportamiento adecuado a nuestra fe cristiana, aquí católica, un proceder que se corresponda con nuestras creencias, un amor a la Iglesia como Casa de Dios y como hogar donde nuestro corazón habite.

Además, no podemos olvidar lo dicho por San Pablo en su Primera Epístola a Timoteo (2, 3-4) y que no es otra cosa que “Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad”.

No extrañe, por lo tanto que, en “Conversaciones” (68) diga, de nuevo, San Josemaría que “Mi única receta es ésta: ser santos, querer ser santos, con santidad personal”. O lo que es lo mismo, voluntad de serlo.

Otros, como sabemos, demostraron que podían serlo.

Eleuterio Fernández Guzmán