11.11.10

La "santa astucia" de Monseñor Martínez Camino

A las 10:31 PM, por J. Fernando Rey
Categorías : Actualidad
 

Cuando, el pasado miércoles, me encontré a Mons. Martínez Camino en la tertulia nocturna que dirige Fermín Bocos en VEO7, rodeado por contertulios como José-Antonio Marina, Espido Freire, Nativel Preciado, Lucia Méndez o Gabriel Albiac, confieso que me llevé las manos a la cabeza. No me explicaba cómo el portavoz de la Conferencia Episcopal había podido aceptar la invitación a semejante encerrona, de no ser por un afán de martirio que se vuelve reprochable cuando es buscado intencionadamente. Pensé que se lo merendarían como las fieras romanas a los primeros cristianos. Y, al principio del programa, todo parecía indicar que se cumpliría mi pronóstico. Mientras los contertulios disparaban con la soltura de John Wayne y Clint Eastwood juntos, Don Juan-Antonio acariciaba el arma en la cartuchera con temblor antes de desenfundar, titubeaba, bebía agua… Me recosté en el sofá dispuesto a hundirme con mi obispo.

Sin embargo, conforme pasaban los minutos, Mons. Martínez Camino fue desatando una habilidad maravillosa: la de esquivar las balas -si empleamos el símil del western- o las cornadas -nadie se ofenda, que vuelvo al símil de las fieras-. En ocasiones, ésta puede ser la habilidad de los cobardes, que rehuyen el combate; a más de uno conocemos con pericia sobrada en la materia. Sin embargo, en el caso del portavoz de la Conferencia Episcopal, la estratagema estuvo empleada al servicio de una sutil y muy evangélica astucia. No rehuía el combate; simplemente, llevaba el debate al campo en que podía defenderse con esas reglas. Me explico:

Cuando le preguntaron (como era de esperar) por la postura de la Iglesia ante la homosexualidad, le estaban tendiendo una trampa. En un debate de ese estilo, en el que una persona no puede hablar durante más de 30 segundos sin que le interrumpan, ofrecer una explicación satisfactoria sobre semejante asunto es misión imposible. Hay que referirse primero a la Ley Natural, y explicarlo bien, porque es cuestión controvertida. Después es necesario referirse a la Ley Divina, y explicar convenientemente las relaciones e interacciones entre Ley Natural y Ley Divina que provocan que una conducta contra la Ley Natural sea calificada como “pecado”. Hay que dedicar, al menos unos minutos, a consideraciones morales que permitan distinguir entre tendencia y conducta, para así explicar que la Iglesia no condena a los homosexuales, a quienes acoge, respeta y ama, sino a determinadas conductas lujuriosas que atentan contra la Ley Natural y la Ley Divina. Y, después, es necesario formular unas conclusiones muy sintéticas que aporten una visión de conjunto y engloben toda la explicación anterior. Todo ello no puede hacerse en menos de media hora (bien aprovechada), pero el interrogado sabe que no contará con más de treinta segundos… ¿Qué hacer? Lo que hizo Mons, Martínez Camino: llevar el debate a un campo donde las cosas puedan explicarse en tan breve tiempo, como es el de la política. Y allí lo despachó magistralmente: “padre”, “madre”, “esposo”, “esposa”. Cuatro piezas. Las derriba de un plumazo del tablero, y muestra el tablero sin las fichas para que todo el mundo note la diferencia. Obviamente, los demás contertulios quisieron volver a llevarle al terreno proceloso de los grandes planteamientos. Pero él de nuevo se zafó y se negó a moverse del único lugar donde podía jugar sus fichas con decencia. ¡Bravo!

Esta técnica la empleó de nuevo cuando quisieron plantearle la distinción entre poder temporal y poder divino. Ahí logró, con una finta, dar la razón a sus interlocutores diciendo exactamente lo contrario de lo que ellos decían. No es un recurso riguroso desde las normas de la dialéctica o de la lógica; pero sí lo es desde las normas de la “tertulia periodística”, donde cuenta más la habilidad que la coherencia.
Al final del debate, hubo un último intento por arrastrarlo a las profundidades: se le preguntó por la valoración moral de las declaraciones de Felipe González sobre los GAL. Y, como si no estuviera cansado, Mons. Martínez Camino reaccionó con la misma agilidad: “no puedo contestar a esa pregunta sin haber leído las declaraciones y desde un punto de vista abstracto”. Tan acertado estuvo en su estratagema, que el propio José-Antonio Marina le felicitó por la respuesta.

En resumidas cuentas: un servidor comenzó a ver la entrevista reclinado en el sofá y deseando que se lo tragase la tierra, y terminó inclinado hacia delante, disfrutando cada movimiento, y aplaudiendo mentalmente a un obispo astuto cual serpiente entre leones. La única pregunta que quedó sin contestar es cómo personas que se dejan llamar filósofos acuden a tertulias como ésas. No son plazas para filósofos, sino para ardillas, como el portavoz de nuestra Conferencia Episcopal. Lo escribo, créanme, con orgullo: nos ha hecho quedar muy bien a todos.

José-Fernando Rey Ballesteros
jfernandorey@jfernandorey.es