15.11.10

 

TENGO CURIOSIDAD POR CONOCER A ESE BENEDICTO XVI

Quisiera que este mensaje llegara, sobre todo, a los jóvenes: precisamente a vosotros, este contenido esencial del Evangelio os indica la vía para que, renunciando a un modo de pensar egoísta, de cortos alcances, como tantas veces os proponen, y asumiendo el de Jesús, podáis realizaros plenamente y ser semilla de esperanza.

Benedicto XVI, Misa en la Plaza del Obradoiro, 6 de noviembre de 2010.

Viernes 5 de noviembre

Pese a tener el día libre, me he acercado al periódico con el fin de sacar un billete por Internet para mañana a Zaragoza. Ni siquiera recuerdo la última vez que fui a ver a mis padres. Los trenes están repletos y las pocas plazas que quedan tienen un precio prohibitivo para mi más que mermada cuenta corriente. No queda otra que ir en autobús. Cuándo aprenderé a ser un poco previsor, me digo mientras bajo las escaleras que conducen al hall de entrada.

De vuelta a mi apartamento, me percato del estado calamitoso en que se encuentra. Difícilmente puede haber mayor desorden en menos metros cuadrados. Latas abiertas por todos los lados, papeles y periódicos en los lugares más insospechados, la vajilla sin fregar desde la última visita que tuve, la caja de preservativos encima del lavabo… ¡Lo que diría mi madre si entrara ahora mismo por esa puerta! Recojo un viejo libro del suelo: El rojo emblema del valor de Stephen Crane. En mis años de facultad soñaba con recorrer mundo como él, escribir como él, y morir a los 28 años también como él. Hoy tengo 28 años, no estoy muerto -aunque lo parezca-, apenas salgo de la redacción del periódico y, el día menos pensado, un ERE me pondrá de patitas en la calle.

 

Sábado 6 de noviembre

Ubicado en mi asiento, miro distraído por la ventana del autobús a la espera de que se ponga en marcha. Desde que llegué como becario a Madrid mi vida no ha tenido orden ni concierto. Cuando rompía con una chica me convertía automáticamente en el hombre más manirroto de la ciudad. Las rondas de cerveza, a mi salud, se sucedían sin fin e, incluso, a más de uno de mis amigos le llegué a costear sus vicios más inconfesables. Vuelvo la vista hacia el interior del autobús y descubro a una oronda señora, embutida en unas mallas fucsia, avanzando peligrosamente hacia donde me encuentro. ¡Horror! Con disimulo dejo caer algunos objetos en el asiento contiguo. La táctica da resultado y la mujer pasa de largo.

Estamos a punto de partir cuando un grupo de chicas se apresura a subir en el último instante. Inevitablemente, una de ellas toma asiento a mi lado. Su aspecto contrasta con el del pasajero medio. “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?”, le pregunto con descaro. “Jajaja”, ríe. Su risa me desarma por momentos. Es una risa franca como pocas veces he visto. “Vamos a ver al Papa”, me responde. Su rostro se ilumina al decirlo. Cualquiera diría que, en lugar de con un anciano pontífice, fuera a encontrarse con su novio después de tiempo sin verlo. Durante el viaje me detalla los lugares a los que piensan dirigirse, y me habla de Benedicto XVI en unos términos desconocidos para mí. Me siento a gusto escuchándola, se lo digo y ríe dulcemente.

El autobús hace su entrada en la estación de Zaragoza. “Piensa en todo esto”, me dice mi acompañante. “Pues, la verdad, tengo curiosidad por conocer a ese Benedicto XVI”. No sé muy bien de dónde brotan mis palabras. Miro a las otras chicas y, al bajar, rezo espontáneamente un Padrenuestro.

Domingo 7 de noviembre

Mi padre se ha ido al fútbol con los amigos. Mi madre sigue, enganchada a la televisión, los diferentes actos del Papa. Decido acompañarla un poco.

-Pero, hijo… -inquiere sorprendida.

-Ya ves, mamá…

El Papa acaba de entrar a un colegio de niños enfermos y necesitados. Uno de los señores que le reciben le saluda con una genuflexión, pero tiene dificultades para reincorporarse. El Papa, atento, trata de ayudarlo. Después se prodigará en gestos de cariño con los niños del colegio. Me vienen a la cabeza las palabras de mi acompañante en el autobús y apenas puedo retener las lágrimas. Miro a mi madre y veo que llora emocionada.
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Nota aclaratoria: Mis disculpas a Nerea, que es de quien he tomado la idea. Aparte de eso -sobra decirlo- los personajes y las situaciones que se describen son totalmente ficticias.

Amfortas.