20.11.10

 

El reciente viaje del papa a España nos deja, aparte de los discursos de llegada y despedida en los aeropuertos, dos homilías preciosas y un profundo y sentido discurso en Nen Deu.

De la homilía en la Plaza del Obradoiro nos ofrecía Don Guillermo una síntesis en 10 ideas, como pórtico para la lectura de todo el texto. La tercera de ellas es la siguiente:

3. “Para los discípulos que quieren seguir e imitar a Cristo, el servir a los hermanos ya no es una mera opción, sino parte esencial de su ser”.

Discípulos… seguir… imitar… servir… No son palabras menores. Llenan toda la vida y cambian los corazones, la esencia del ser. Por eso, lo de “los pobres”, concepto tan traído y llevado en el último siglo por alguna escuela teológica, no puede ser una “opción preferencial”, sino una consecuencia inevitable, necesaria, ontológica, del seguimiento de Cristo. Ese servicio a los hermanos es el resultado de una buena evangelización, es decir, de poner el Evangelio en acción.

Para llegar a ese cambio interior hay que pasar por todo un proceso de conversión, que, en puridad, no termina nunca, o no termina en la vida terrena. Es un proceso que lleva como impulso la Gracia de Dios, no nuestras fuerzas. Por eso se habla en la idea 8 de esta homilía compostelana de “trabajar con su gracia por aquella dignidad del hombre que habían descubierto las mejores tradiciones”.

La dignidad del hombre. Ahí es nada. Cada día más de cuatrocientos (¡sic: 400!) niños y niñas mueren en España porque no se les deja nacer. Otros mueren por enfermedades que en Europa ya están erradicadas, y que se podrían curar de forma fácil y barata si hubiese un poco de decencia en la “política internacional”. Y quienes dan testimonio de trabajo y entrega total de la vida en las situaciones más terribles son en muchos casos los misioneros, las religiosas, los laicos que han creído en Jesús.

¿Cómo se llega a esa “acción social” que no es optativa, sino esencial en el cristiano? Podríamos hablar de “cuatro raíces de la fe” que, si se alimentan debidamente, nos transforman desde dentro.

1.- La formación. El hogar es la primera escuela del niño. Sus padres, los primeros maestros. La familia, la primera Iglesia doméstica. Los padres, los primeros catequistas y evangelizadores de sus hijos. Por eso es tan importante que los padres adquieran una buena formación humana y cristiana, pues nadie da lo que no tiene.

2.- La oración: es como el aceite de una lámpara. Si el aceite se acaba, la luz de la lámpara se apaga. La oración es el oxígeno del cristiano. Si nos empeñamos en no respirar, morimos por asfixia. Las primeras oraciones, aprendidas en la familia, no se olvidan a lo largo de la vida.

3.- La celebración: la fe se celebra en comunidad. Hay personas que dicen: “Yo soy católico, pero no practico”. No comparten la fe con los demás creyentes, no frecuentan la iglesia, no participan en nada, no celebran nada. Queda todo reducido a una fe individualista, pobre, raquítica. Y según pasa el tiempo, más pobre y más raquítica.

4.- La acción: la fe sin obras está muerta. Creer en Jesucristo es identificarse con Él asumiendo la misión de transformar este mundo según el proyecto de Dios. Estamos llamados a participar en la comunidad cristiana, pero también a dar testimonio de nuestra fe en el mundo: en la escuela, en la calle, en la fábrica, en la comunidad de vecinos, en Internet…

Un ejemplo de esas obras que manifiestan la fe, que son el fruto de alimentar las raíces de las que acabamos de hablar, es la obra Benéfico-Social Nen Deu, que Benedicto XVI visitó en Barcelona. Allí dijo:

“En estos momentos, en que muchos hogares afrontan serias dificultades económicas, los discípulos de Cristo hemos de multiplicar los gestos concretos de solidaridad efectiva y constante, mostrando así que la caridad es el distintivo de nuestra condición cristiana”.

La frase tiene un comienzo que todo “progre” firmaría: parte de la realidad sociológica (la crisis), apela a la solidaridad constante… pero no lo hace como opción, como estrategia, sino como muestra de un Amor más grande, de una caritas que es el distintivo (nada menos) de nuestra condición cristiana. Reflejar en lo posible, con nuestra humilde vela, la Luz que viene del Señor. Alumbrar con esa luz a los hermanos: “hacer realidad, -como dice el mismo Papa en ese discurso-, las palabras del Señor en el Evangelio: «Os aseguro que cuanto hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).

No se trata, pues, de mera solidaridad. Se trata de poner a Cristo en el centro de esa labor, como motor que la impulsa, de hacer que esa “solidaridad efectiva y constante” sea la consecuencia de un encuentro personal con Cristo en su Iglesia.

A veces no es fácil, no resulta cómodo y agradable ver a Cristo en los más débiles y desamparados. Por eso nos recuerda Benedicto XVI, ya al final de su intervención en Nen Deu, que ésta es una acción “que la Iglesia busca desempeñar con los mismos sentimientos del Buen Samaritano (cf. Lc 10,29-37).

Tineo