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Servicio diario - 4 de diciembre de 2010

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La lección del fundador de la Legión de María ante la crisis eclesial

El pontificado de Benedicto XVI: Empezar de nuevo con Dios

Iglesia y cambio climático

Espiritualidad

Predicador del Papa: La respuesta cristiana al cientificismo ateo


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La lección del fundador de la Legión de María ante la crisis eclesial
Por el arzobispo de Dublín, monseñor Diarmuid Martin
DUBLIN, sábado, 4 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- He aquí las notas sacadas de una homilía de monseñor Diarmuid Martin, arzobispo de Dublín, el 20 de noviembre, en la misa del trigésimo aniversario del fallecimiento del siervo de Dios Frank Duff, fundador de la Legión de María.

* * *

Frank Duff murió hace 30 años. Este hombre tranquilo y de personalidad modesta, en Dublín, en un ambiente sencillo y tranquilo, el día 7 de septiembre de 1921 fundó un movimiento de espiritualidad mariana, formación cristiana y oración. La Legión de María es un movimiento que se ha extendido por todo el mundo y ha enriquecido a la Iglesia en muchas partes del mundo, especialmente en momentos en los que la Iglesia estaba experimentando dificultades y persecución.

Hemos venido a dar gracias a Dios por el carisma de Frank Duff, un carisma reconocido de manera especial en el Concilio Vaticano II al cual asistió. Damos gracias a Dios por el enriquecimiento espiritual que dicho carisma ha aportado a los miembros de la Legión de María. Damos gracias a Dios por la formación cristiana y el cuidado espiritual que han encontrado millones de personas a través de su contacto con la Legión de María.

Recordamos especialmente la tenacidad de este hombre aparentemente reservado: tenacidad para esforzarse sin complejos y llevar el mensaje de Jesús a personas con vidas y circunstancias muy variadas; tenacidad no dirigida por ambiciones humanas sino por una devoción a María, la cual en todos los momentos de su vida abrió su corazón a entender y a hacer la voluntad de Dios.

La Iglesia en Irlanda está en un camino de renovación. La renovación es una dimensión esencial en la vida de la Iglesia en cualquier momento de su historia. Por eso la necesidad de renovación de la Iglesia de Irlanda es particularmente urgente en este momento.

Los escándalos que se han revelado acerca de algunos aspectos de la vida de la Iglesia nos han abierto los ojos, no sólo a los horrores sobre el abuso de niños sino también a una respuesta inadecuada por parte de la Iglesia. Nos han abierto los ojos a una crisis mucho más profunda dentro de la Iglesia en Irlanda.

La sociedad en Irlanda ha cambiado y la cultura religiosa también ha cambiado. La práctica religiosa ha caído a veces en unas proporciones sobrecogedoras. Hay desencanto entre muchos creyentes. Muchos han optado o han derivado hacia una visión más secularizada de sus vidas. Muchos se han vuelto indiferentes y viven como si Dios no existiera.

El papel significativo de la Iglesia en su servicio a la sociedad irlandesa, papel asumido con buena fe y con espíritu de servicio y que se emprendió con gran dedicación, ahora se está revisando. Lo que emerge no son simplemente ejemplos de fracaso evidente y falta de adecuación en la concepción y el compromiso, sino una cierta sensación de arrogancia y búsqueda de poder que ha alejado a muchos del verdadero mensaje que dicha presencia en la sociedad se suponía que representaba.

Afrontamos una verdadera crisis de vocaciones al sacerdocio. El sábado pasado, aquí en la catedral de Dublín recordé en la misa a veinte sacerdotes que habían desempeñado su ministerio en la archidiócesis y que habían muerto en los doce meses precedentes. Aproximadamente una docena más de sacerdotes se han retirado del servicio activo en el mismo período. Y sin embargo el año pasado no ordené más que a un solo sacerdote nuevo para la diócesis.

Pero la crisis de la Iglesia es todavía más profunda. No se trata del papel de la Iglesia en la sociedad, ni del número de cristianos practicantes sino de la verdadera naturaleza de la fe en Jesucristo. Se trata de nuestra comprensión del mensaje de Jesús. Se trata de la fe en el Dios revelado por Jesucristo y sobre la pregunta fundamental: ¿Quién es Jesucristo?

Nosotros no creamos la identidad de Jesucristo. Jesús vino a traernos un mensaje de amor, pero el mensaje no significa solamente ser amables los unos con los otros. Tenemos que preguntarnos qué es lo que hace a un cristiano diferente en su interacción con los demás. Qué es lo que debería marcar a la Iglesia de Jesús como un pueblo dirigido por el mensaje de salvación revelado a través de la muerte y resurrección de Jesús.

La Iglesia no podrá nunca ser reformada desde fuera. Históricamente hemos de reconocer que las recientes y pasmosas revelaciones sobre los abusos probablemente nunca habrían salido a la luz sin una intervención externa. La renovación y la reforma de la Iglesia, sin embargo, sólo vendrá de dentro de la Iglesia, es decir, de una comunidad de hombres y mujeres que escuchan la palabra de Dios, que se juntan para orar, que celebran la Eucaristía y son llamados a compartir la verdadera vida del mismo Cristo. La Iglesia es comunión, que no es lo mismo que decir que la Iglesia es una comunidad, o una asociación o una institución. La Iglesia está formada por la palabra de Dios y es vivida por hombres y mujeres que permiten que la palabra de Dios les transforme.

La Iglesia es comunión. El tema del próximo Congreso Eucarístico Internacional que tendrá lugar en Dublín en 2012 es: comunión con Cristo y los unos con los otros. Es sin embargo la comunión con Cristo la que determina la clase de comunión que formamos unos con otros. No es una red de interacción social la que determina cómo es nuestra comunión con Jesucristo o en último término quién es Jesús. La Iglesia se forma a través de nuestra comunión con Cristo.

El Evangelio que hemos oído es complejo. Es una interesante revelación de la amistad de Jesús con esta familia y su servicio práctico para ayudarle a El en Su misión. Jesús en su misión no estuvo solamente rodeado de los doce apóstoles; hubo muchos que le acompañaron en sus viajes misionales, eran hombres y mujeres que le servían de diferentes maneras y que juntos se embebieron de sus enseñanzas y su testimonio.

Lázaro y sus hermanas fueron amigos íntimos de Jesús. La amistad de Jesús para nosotros significa ponernos a su servicio a través de la comprensión de su palabra. Cada uno de nosotros podemos unirnos a El en su misión viviendo su misión en las grandes y pequeñas tareas de la vida. Nunca podría describirse a Frank Duff como lo que hoy llamaríamos "una celebridad". Él rehuyó la publicidad. Él rehuyó la superficialidad. Pero su trabajo se ha propagado por muchas partes del mundo y ha afectado a muchas vidas por los frutos de los lazos de amistad constantes con el Señor.

La renovación de la Iglesia no son estrategias de los medios ni reformas estructurales. En el evangelio que acabamos de oír, Jesús claramente indica en la figura de María que lo que es vital -y que nunca podrá ser substituido por cualquier otro mérito- es la voluntad de conocer a Jesús y entrar en la verdadera amistad con Él. Eso significa permitir que su palabra capture nuestros corazones. Significa tener la misma mentalidad que tenía el mismo Jesús. Significa conocer al Padre a través de encontrarse con Jesús.

La renovación de la Iglesia en Irlanda será una renovación dolorosa. El mensaje de Jesús no es que cualquier cosa vale. Es algo radical sobre el compromiso que Jesús requiere de nosotros. "Dejad que los muertos entierren a los muertos", no es un mensaje para cubrir el expediente.

Hay muchas indicaciones de que la Iglesia en Irlanda ha perdido el rumbo. Permitidme ser muy claro: tristemente muchas personas, de edades diversas, ya no conocen verdaderamente a Jesucristo. Eso no quiere decir que no sean buenas personas, personas que se preocupan por los demás. Que no se diga que la Iglesia es solo para una élite santa, sino que la Iglesia es una Iglesia de pecadores; cada uno de nosotros tiene que arrepentirse día tras día; cada uno de nosotros hacemos un compromiso y cada uno de nosotros decepcionamos y traicionamos a Jesús.

La Iglesia es la Iglesia de Jesucristo. No es una agencia ambigua que moraliza a la sociedad. No está ahí para proporcionar una especie de confort espiritual para los participantes. La Eucaristía y los sacramentos son celebraciones de fe en Jesucristo dentro de una comunidad cristiana. Si permitimos que la vida sacramental de la Iglesia se convierta en ambiguas celebraciones sociales permitiremos que la verdadera identidad de la Iglesia quede distorsionada.

No se puede decir que los miembros activos de la comunidad de la Iglesia hayan sido auténticos seguidores de Jesucristo. La Iglesia ciertamente ha sido traicionada por sus propios miembros activos. A la vista de tal fracaso la Iglesia a veces ha dado la impresión de desear ser quien todo lo abarca y todo lo perdona de una manera simplista.

¿Dónde vamos por el camino de la renovación? ¿Podemos estar encantados de celebrar Primeras Comuniones que meten a la gente en deudas de miles de euros con vacíos gastos externos, mientras que ni los niños ni sus padres han sido guiados hacia una comprensión verdadera de la Eucaristía y la comunidad eucarística, que es la Iglesia? ¿Podemos estar satisfechos cuando la Confirmación es considerada como una graduación en la vida de la Iglesia? No sólo estamos engañándonos a nosotros mismos sino que estamos dañando la integridad del mensaje de Jesús.

La Iglesia no es una élite santa. Está compuesta hoy como siempre por los humildes de corazón. Muchas personas con pocos estudios tienen una compenetración más profunda con el mensaje de Jesucristo que algunos teólogos y obispos muy instruidos. Pero en la sociedad de hoy donde el mensaje de Jesús es cada vez menos accesible la Iglesia debe convertirse en un lugar donde la formación en la Palabra de Dios resuene de una manera como no lo ha hecho en la Iglesia Irlandesa por generaciones.

Me gustaría agradecer a la Legión de María de la archidiócesis de Dublín su generosa participación en nuestro proyecto diocesano de este año de hacer disponible la palabra de Dios en el Evangelio de san Lucas a las familias. Quisiera dar las gracias a escala nacional por su renovada reflexión sobre la palabra de Dios y su aplicación a la vida diaria. Quiero agradecer su compromiso con la oración y la Eucaristía donde Jesús está presente en nuestros corazones.

Estoy muy contento hoy de ver una representación tan grande de sacerdotes en nuestra ceremonia. También doy las gracias a los sacerdotes que actúan como directores espirituales de la Legión de María y que proporcionan formación para la vida espiritual de los miembros, ayudándoles a redescubrir día a día y a comprometerse de nuevo a tope con el carisma del movimiento. La Legión de María es fundamentalmente un movimiento laico pero el lugar del ministerio sacerdotal es esencial dentro de él. Agradezco en particular a todos esos sacerdotes que tienen el tiempo tan ocupado y sin embargo dedican una parte al trabajo con la Legión de María.

Frank Duff fundó la Legión de María en 1921 en un momento crítico en la historia irlandesa. Fue un tiempo de incertidumbre política que posteriormente explotaría en una guerra civil. Fue un tiempo en el cual esta ciudad fue marcada por una dura pobreza y también un extenso empobrecimiento de la moral. Frank Duff fue un hombre que haciendo frente a un importante reto social hizo algo. No escribió una "carta al editor". Congregó a hombres y mujeres con una misma ilusión alrededor de él en un movimiento de renovación espiritual, oración y servicio cristiano. No le desalentó ni el tamaño del reto ni la escasez de sus medios. Fue un hombre de Iglesia, incomprendido por muchos en la Iglesia, incluyendo a los arzobispos de Dublín. Como María, su modelo, él nunca se sobresaltó. Frank Duff consideró cuidadosamente la Palabra de Dios día a día y así a través de él el Señor hizo cosas grandes.

Traducción de Rosario Jaúregui

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El pontificado de Benedicto XVI: Empezar de nuevo con Dios
Por Ramiro Pellitero
PAMPLONA, sábado, 4 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos un artículo de Ramiro Pellitero, profesor en el instituto Superior de Ciencias Religiosas de la Universidad de Navarra, sobre el mensaje central del pontificado de Benedicto XVI.

* * *

El punto de partida de este pontificado ha sido la afirmación de Dios como amor ("Deus caritas est"). Esa es la Buena Noticia del cristianismo, lo más positivo, alegre y esperanzador que pueda conocerse y experimentarse. Luego, Benedicto XVI ha ido desarrollando ese mensaje central del Evangelio, dirigiéndose a la vez al mundo y al interior de la Iglesia, como hizo el Concilio Vaticano II. Todos sus textos y alocuciones contienen esta propuesta de valor único pero diferenciado, para la sociedad entera y particularmente para los cristianos.

En su primera encíclica se dirige a todos para que se abran a Dios como fuente del amor y, desde Él, al amor hacia los demás; a los cristianos les propone ser coherentes, viviendo la caridad como expresión de la naturaleza misma de la Iglesia. En la segunda (Spe salvi), critica la modernidad por haber despreciado el espíritu del hombre y su libertad, a la vez que proclama la "gran esperanza" de la vida eterna y el juicio de Dios; a los cristianos les habla de aprender de nuevo la esperanza, rechazando el individualismo. En la tercera encíclica (Caritas in veritate) expone la necesidad del desarrollo integral del hombre, y, para los cristianos, les pide que unan la verdad con la caridad, especialmente en las cuestiones sociales.

También se encuentra esta bipolaridad en sus dos exhortaciones postsinodales. En la primera, sobre la Eucaristía (Sacramentum caritatis), proclama el misterio de la Eucaristía a la vez que solicita de los cristianos una respuesta de adoración y, coherentemente, de compromiso social. Por último, en la exhortación sobre la Palabra de Dios (Verbum Domini), vuelve a proponer esta Palabra ante el mundo, mientras desea que los cristianos la revaloricen y la sitúen en el centro de su vida.

Y así podría verse lo mismo en todas las actividades del ministerio papal. Por citar sólo su visita a Santiago de Compostela y a Barcelona, pidió a Europa que se abriera de nuevo a Dios y a la fraternidad universal (Santiago), respetando la vida y la familia (Barcelona). A los cristianos les habló de crecer en la "trasparencia de Cristo" profundizando en el significado de la Cruz (Santiago), de la belleza en la liturgia y de la caridad (Barcelona).

También en el libro-entrevista "Luz del mundo" se descubre esa doble propuesta, que corresponde a los dos aspectos de la crisis actual: "La crisis de la Iglesia es un aspecto, la crisis del secularismo, el otro. La primera crisis podrá ser grande, pero la otra se aproxima más y más a una catástrofe global permanente" (p. 55).

En la sociedad, el ateísmo práctico se viene extendiendo con el riesgo de convertirse en una actitud general, según la cual "la libertad no tiene ya más parámetros, todo es posible y todo está permitido" (lo que puede conducirnos a la autodestrucción). "Por eso también es tan urgente que la pregunta sobre Dios vuelva a colocarse en el centro. Por supuesto, no se trata de un Dios que de alguna manera existe, sino de un Dios que nos conoce, que nos habla y que nos incumbe. Y que, después, será también nuestro juez" (72).

En cuanto a la Iglesia y los cristianos, no deben quedarse en lo negativo, sino esforzarse en mostrar lo positivo, lo vivo y lo grande del Evangelio. No deben permitir en su vida "una suerte de esquizofrenia, una existencia dividida" (69): por un lado la fe o incluso una voluntad básicamente cristiana, y por otro lado participar de una cosmovisión secularista, no sólo pagana sino contraria a la religión. Deben apoyarse en la alegría que brinda el cristianismo, y, por eso mismo, tienen un "desafío urgente": mostrar en nuestro tiempo la necesidad de Dios. Para lograrlo, ellos mismos han de convertirse, colocar nuevamente a Dios en primer término -"son los santos los que viven el ser cristiano en el presente y en el futuro"-, y dejar que la Palabra de Dios ilumine sus vidas desde dentro.

Para todos vale -es el gran tema del libro- la propuesta de abrirse a Dios, que es la verdadera Luz del mundo: "Por así decirlo, debemos arriesgarnos nuevamente a hacer el experimento con Dios a fin de dejarlo actuar en nuestra sociedad" (76-77). Y cuando le interrogan por el significado que puede tener hoy una renovación interna de la Iglesia, responde: "Significa encontrar dónde se están arrastrando cosas superfluas, cosas inútiles. Y, por el otro lado, averiguar cómo se puede lograr mejor la realización de lo esencial, de modo que seamos realmente capaces de escuchar, vivir y anunciar en este tiempo la Palabra de Dios". Y añade: "Hoy se trata de presentar los grandes temas y, al mismo tiempo -como en la encíclica sobre la caridad Deus Caritas est-, hacer nuevamente visible el centro de la condición cristiana y, con ello, también la sencillez de esa condición cristiana" (88-89). Todo ello implica la necesidad de distinguir lo "esencialmente cristiano" de lo que es sólo expresión de una época determinada, que puede cambiar con los tiempos (cf. 151). Se trata de la reforma "en la continuidad", verdadera intención del Concilio Vaticano II.

Ante las crisis actuales (la crisis moral, ecológica y económica, etc., y también en el interior de la Iglesia), se pregunta Benedicto XVI: "¿Cómo nos manejamos en un mundo que se amenaza a sí mismo, en que el progreso se convierte en un peligro? ¿No tendremos que empezar de nuevo con Dios?" (88).


 

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Iglesia y cambio climático
Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 4 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título "Iglesia y cambio climático".

 



 

* * *

VER

Se está llevando a cabo en Cancún la Convención de la ONU sobre Cambio Climático, con la participación de 194 países. La Iglesia Católica está presente, por medio de Caritas, con testimonios y celebraciones.

En la pasada asamblea de nuestra diócesis, ante el progresivo desastre ecológico, tomamos el acuerdo de articular la pastoral de la tierra. Para ello, nos propusimos impulsar un proceso de concientización sobre el amor, respeto y cuidado que merece y necesita la madre tierra; recuperar las experiencias de las comunidades, para que se articulen a nivel diocesano; detener los daños que nosotros mismos le causamos; organizarnos para concientizar sobre el avance de proyectos de muerte; promover talleres y cursos.

¿Por qué nuestra Iglesia se interesa por estos temas? ¿Es sólo por moda, por seguir la corriente? ¿Es una distracción de nuestra misión evangelizadora? ¿Es pura política? ¿Tiene que ver con la fe cristiana?

JUZGAR

El Papa Benedicto XVI, en su Mensaje para la Jornada Mundial por la Paz de este año, no deja lugar a dudas, cuando dice: "El respeto a lo que ha sido creado tiene gran importancia, puesto que la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios, y su salvaguardia se ha hecho hoy esencial para la convivencia pacífica de la humanidad. No son menos preocupantes los peligros causados por el descuido, e incluso por el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado. Por este motivo, es indispensable que la humanidad renueve y refuerce esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos.

¿ Cómo permanecer indiferentes ante los problemas que se derivan de fenómenos como el cambio climático, la desertificación, el deterioro y la pérdida de productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los ríos y de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales? Todas estas son cuestiones que tienen una repercusión profunda en el ejercicio de los derechos humanos como, por ejemplo, el derecho a la vida, a la alimentación, a la salud y al desarrollo.

Se ha de constatar por desgracia que numerosas personas, en muchos países y regiones del planeta, sufren crecientes dificultades a causa de la negligencia o el rechazo por parte de tantos a ejercer un gobierno responsable respecto al medio ambiente.

Entre las causas de la crisis ecológica actual, es importante reconocer la responsabilidad histórica de los países industrializados. No obstante, tampoco los países menos industrializados, particularmente aquellos emergentes, están eximidos de la propia responsabilidad respecto a la creación, porque el deber de adoptar gradualmente medidas y políticas ambientales eficaces incumbe a todos".

ACTUAR

Concluye el Papa, y yo aduzco su autoridad, para que se comprenda que esta preocupación forma parte también de las exigencias de nuestra fe: "Todos somos responsables de la protección y el cuidado de la creación. No se puede permanecer indiferente ante lo que ocurre en nuestro entorno, porque la degradación de cualquier parte del planeta afectaría a todos. La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y se siente en el deber de ejercerla también en el ámbito público, para defender la tierra, el agua y el aire, dones de Dios Creador para todos, y sobre todo para proteger al hombre frente al peligro de la destrucción de sí mismo. Al cuidar la creación, vemos que Dios, a través de ella, cuida de nosotros".

Mientras los países más contaminantes se resisten a controlar sus industrias, nosotros cuidemos los árboles, los ríos, los manantiales. En las tierras en declive, hay que hacer bordos o terrazas, para que la tierra buena no se vaya al río con las lluvias. Si necesitas cortar un árbol, siembra y cuida diez. Aprende a manejar la basura. No te dejes engañar por los agroquímicos. Elabora y usa abonos orgánicos. Evita los incendios destructivos. Ama y cuida la tierra, nuestra casa.

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Espiritualidad


Predicador del Papa: La respuesta cristiana al cientificismo ateo
Primera predicción de Adviento
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 4 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la primera predicación de Adviento que pronunció este viernes el padre Raniero Cantalamessa OFM cap, predicador de la Casa Pontificia, ante Benedicto XVI y la Curia Romana para ofrecer "La respuesta cristiana al cientificismo ateo".



 



 

Primera predicación de Adviento

 

"CUANDO CONTEMPLO TUS CIELOS, LA LUNA Y LAS ESTRELLAS,

¿QUÉ ES EL HOMBRE?" (Sal 8, 4-5)

La respuesta cristiana al cientificismo ateo

 

1. Las tesis del cientificismo ateo

Las tres meditaciones de este Adviento 2010 quieren ser una pequeña contribución a la necesidad de la Iglesia que ha llevado al Santo Padre Benedicto XVI a instituir el "Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización" y a elegir como tema de la próxima Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos el tema "Nova evangelizatio ad cristianam fidem tradendam - La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana".

La intención es la de señalar algunos nudos u obstáculos de fondo que hacen a muchos países de antigua tradición cristiana "refractarios" ante el mensaje evangélico, como dice el Santo Padre en el Motu Proprio con el que ha instituido el nuevo Consejo [1]. Los nudos o desafíos que pretendo tomar en consideración y a los que quisiera intentar dar una respuesta de fe son el cientificismo, el secularismo y el racionalismo. El apóstol Pablo los llamaría "los sofismas y toda clase de altanería que se levanta contra el conocimiento de Dios" (Cf. 2 Corintios 10,4).

En esta primera meditación examinamos el cientificismo. Para comprender qué se entiende con este término podemos partir de la descripción que hizo de él Juan Pablo II: "Otro peligro considerable es el cientificismo. Esta corriente filosófica no admite como válidas otras formas de conocimiento que no sean las propias de las ciencias positivas, relegando al ámbito de la mera imaginación tanto el conocimiento religioso y teológico, como el saber ético y estético"[2].

Podemos resumir así las tesis principales de esta corriente de pensamiento:

Primera tesis. La ciencia, y en particular la cosmología, la física y la biología, son la única forma objetiva y seria de conocimiento de la realidad. "Las sociedades modernas, escribió Monod, se han construido sobre la ciencia. Le deben su riqueza, su poder, y la certeza de que riquezas y poder aún mayores serán accesibles un mañana al hombre, si él lo desea [...]. Provistas de todo poder, dotadas de todas las riquezas que la ciencia les ofrece, nuestras sociedades intentan aún vivir y enseñar sistemas de valores, ya minados en su base por esta misma ciencia"[3].

Segunda tesis. Esta forma de conocimiento es incompatible con la fe que se basa en presupuestos que no son ni demostrables ni falsables. En esta línea, el ateo militante R. Dawkins nos empuja incluso a definir "analfabetos" a esos científicos que se profesan creyentes, olvidando cuántos científicos muy famosos se han declarado y siguen declarándose creyentes.

Tercera tesis. La ciencia ha demostrado la falsedad, o al menos la no necesidad de la hipótesis de Dios. Es la afirmación a la que dieron amplio relieve los medios de comunicación de todo el mundo en los meses pasados, a causa de una afirmación del astrofísico inglés Stephen Hawking. Este, contrariamente a cuanto había escrito anteriormente, en su último libro The Grand Design, El Gran Diseño, sostiene que los conocimientos logrados por la física hacen ya inútil creer en una divinidad creadora del universo: "la creación espontánea es la razón por la que existe algo".

Cuarta tesis: La casi totalidad, o al menos la gran mayoría de los científicos son ateos. Esta es la afirmación del ateísmo científico militante que tiene en Richard Dawkins, autor del libro God's Delusion, El espejismo de Dios, su más activo propagador.

Todas estas tesis se revelan falsas, no en virtud de un razonamiento a priori o en virtud de argumentos teológicos y de fe, sino del análisis mismo de los resultados de la ciencia y de las opiniones de muchos entre los científicos más ilustres del pasado y del presente. Un científico del calibre de Max Planck, fundador de la teoría cuántica, dice, de la ciencia, lo que Agustín, Tomás de Aquino, Pascal, Kierkegaard y otros habían afirmado de la razón: "La ciencia nos lleva a un punto más allá del cual no puede guiarnos"[4].

Yo no insisto en la confutación de las tesis enunciadas, que ya ha sido hecha, con mayor competencia, por científicos y filósofos de la ciencia. Cito, por ejemplo, la crítica puntual de Roberto Timossi, en el libro L'illusione dell'ateismo. Perché la scienza non nega Dio, (La ilusión del ateísmo. Por qué la ciencia no niega a Dios, n.d.r.) que publica la presentación del cardenal Angelo Bagnasco (Edizioni San Paolo2009). Me limito a una observación elemental. En la semana en la que los medios de comunicación difundieron la afirmación recordada, según el cual la ciencia ha hecho inútil la hipótesis de un creador, me encontré con la necesidad, en la homilía dominical, de explicar a cristianos muy sencillos, en una pequeña ciudad del Reatino, donde está el error de fondo de los científicos ateos y por qué no deberían dejarse impresionar por el impacto suscitado por esa afirmación. Lo hice con un ejemplo que quizás pueda ser útil repetir también aquí en un contexto tan distinto.

Hay pájaros nocturnos, como el búho y la lechuza, cuyos ojos están hechos para ver de noche en la oscuridad, no de día. La luz del sol les cegaría. Estos pájaros lo saben todo y se mueven a sus anchas en el mundo nocturno, pero no saben nada del mundo diurno. Adoptemos por un momento el género de las fábulas, donde los animales hablan entre sí. Supongamos que un águila haga amistad con una familia de lechuzas, y les hable del sol: de cómo lo ilumina todo, de cómo sin él, todo caería en la oscuridad y en hielo, cómo su propio mundo nocturno no existiría sin el sol. Qué respondería la lechuza, sino: "¡Tu cuentas mentiras! Nunca hemos visto vuestro sol. Nos movemos muy bien y nos procuramos alimento sin él; vuestro sol es una hipótesis inútil y por tanto no existe".

Es exactamente lo que hace el científico ateo cuando dice: "Dios no existe". Juzga un mundo que no conoce, aplica sus leyes a un objeto que está fuera de su alcance. Para ver a Dios es necesario abrir un ojo distinto, es necesario aventurarse fuera de la noche. En este sentido, es aún válida la antigua afirmación del salmista: "El necio dice: Dios no existe".



 

2. No a lo científico, sí a la ciencia

El rechazo del cientificismo no nos debe naturalmente inducir al rechazo de la ciencia o a la desconfianza hacia ella, como el rechazo del racionalismo no nos lleva al rechazo de la razón. Actuar de otra forma sería un mal a la fe, más aún que a la ciencia. La historia nos ha enseñado dolorosamente a dónde lleva semejante actitud.

De una postura abierta y constructiva hacia la ciencia nos dio un ejemplo luminoso el nuevo beato John Henry Newman. Nueve años después de la publicación de la obra de Darwin sobre la evolución de las especies, cuando no pocos espíritus alrededor suyo se mostraban turbados y perplejos, él les tranquilizaba, expresando un juicio que anticipaba el actual de la Iglesia sobre la no incompatibilidad de esta teoría con la fe bíblica. Vale la pena volver a escuchar los pasajes centrales de su carta al canónigo J. Walker que conservan aún gran parte de su validez:

"Esta [la teoría de Darwin] no me da miedo [...] No me parece hilar lógicamente que se niegue la creación por el hecho de que el Creador hace millones de años impusiera leyes a la materia. No negamos ni circunscribimos al Creador por el hecho de que haya creado la acción autónoma que dio origen al intelecto humano, dotado casi de un talento creativo; mucho menos por tanto negamos o circunscribimos su poder, si consideramos que Él asignada a la materia leyes tales para plasmar y construir mediante su ciega instrumentalidad el mundo tal y como lo vemos, a través de eras innumerables [...]. La teoría del señor Darwin no necesariamente debe ser atea, sea cierta o no; puede sencillamente estar sugiriendo una idea más amplia de Divina Presciencia y Capacidad.... A primera vista no veo como ‘la evolución casual de seres orgánicos' sea incoherente con el designio divino - Es casual para nosotros, no para Dios"[5].

Su gran fe permitía a Newman mirar con gran serenidad los descubrimientos científicos presentes o futuros. "Cuando un diluvio de hechos, comprobados o presuntos, se nos echa encima, mientras infinitos otros ya empiezan a delinearse, todos los creyentes, católicos o no, se sienten invitados a examinar qué significado tienen tales hechos"[6]. Él veía en estos descubrimientos "una relación indirecta con las opiniones religiosas". Un ejemplo de esta relación, creo yo, es precisamente el hecho de que en los mismos años en que Darwin elaboraba la teoría de la evolución de las especies, él, independientemente, enunciaba su doctrina del "desarrollo de la doctrina cristiana". Señalando la analogía, en este punto, entre el orden natural y físico y el moral, escribía: "De la misma forma que el Creador descansó el séptimo día después de la obra realizada, y sin embargo 'aún actúa', así él comunicó de una vez por todas el Credo en el origen, y sin embargo favorece aún su desarrollo y provee a su incremento" [7].

De la actitud nueva y positiva por parte de la Iglesia católica hacia la ciencia es expresión concreta la Academia Pontificia de las Ciencias, en la que eminentes científicos de todo el mundo, creyentes y no creyentes, se encuentran para exponer y debatir libremente sus ideas sobre problemas de interés común para la ciencia y para la fe.

3. ¿El hombre para el cosmos o el cosmos para el hombre?

Pero, repito, no es mi intención empeñarme aquí en una crítica general del cientificismo. Lo que me urge poner en claro es un aspecto particular de éste que tiene una incidencia directa y decisiva en la evangelización: se trata de la posición que ocupa el hombre en la visión del cientificismo ateo.

Se ha convertido ya en una carrera entre los científicos no creyentes, sobre todo entre biólogos y cosmólogos, a ver quien va más lejos en afirmar la total marginalidad e insignificancia del hombre en el universo y en el mismo gran mar de la vida. "La antigua alianza se ha quebrantado - escribió Monod -; el hombre finalmente sabe que está solo en la inmensidad del Universo del que surgió por casualidad. Su deber, como su destino, no está escrito en ningún sitio" [8]. "Siempre he creído - afirma otro - ser insignificante. Conociendo las dimensiones del Universo, no hago más que darme cuenta de cuánto lo soy de verdad... Somos sólo un poco de fango en un planeta que pertenece al sol"[9].

Blaise Pascal confutó anticipadamente esta tesis con un argumento que conserva todavía toda su fuerza: "El hombre es solo una caña, la más frágil de la naturaleza; pero una caña que piensa. No es necesario que el universo entero se arme para aniquilarlo; un vapor, una gota de agua bastan para matarlo. Pero, aunque el universo lo aplastase, el hombre sería aun siempre más noble que lo que lo mata, porque sabe morir, y la superioridad que el universo tiene sobre él; mientras que el universo no sabe nada"[10].

La visión cientificista de la realidad, junto con el hombre, quita de golpe del centro del universo también a Cristo. Él se reduce, por usar las palabras de M. Blondel, a "un incidente histórico, aislado del cosmos como un episodio postizo, un intruso o un desconocido en la aplastante y hostil inmensidad del Universo"[11].

Esta visión del hombre tiene reflejos también prácticos, a nivel de cultura y de mentalidad. Se explican así ciertos excesos del ecologismo que tienden a equiparar los derechos de los animales e incluso de las plantas a los del hombre. Es sabido que hay animales cuidados y alimentados mucho mejor que millones de niños. La influencia se advierte también en el campo religioso. Hay formas difundidas de religiosidad en las que el contacto y la sintonía con las energías del cosmos ha tomado el sitio del contacto con Dios como camino de salvación. Lo que Pablo decía de Dios: "En él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17, 28), se dice aquí del cosmos material.

En ciertos aspectos, se trata del regreso a la visión precristiana que tenía como esquema: Dios - cosmos - hombre, y a la que la Biblia y el cristianismo opusieron el esquema: Dios-hombre-cosmos. El cosmos es para el hombre, no el hombre para el cosmos. Una de las acusaciones más violentas que el pagano Celso dirige a judíos y cristianos es la de afirmar que "Dios existe e, inmediatamente después de él, nosotros, desde el momento en que somos creados por él a su completa semejanza; todo nos está subordinado: la tierra, el agua, el aire, las estrellas; todo existe para nosotros y está ordenado a nuestro servicio" [12].

Existe también sin embargo una profunda diferencia: en el pensamiento antiguo, sobre todo el griego, el hombre, aún subordinado al cosmos, tiene una altísima dignidad, como puso en claro la obra magistral de Max Pohlenz, "El hombre griego"[13]; aquí en cambio parece que se tome gusto en deprimir al hombre y despojarlo de toda pretensión de superioridad sobre el resto de la naturaleza. Más que de un "humanismo ateo", al menos desde este punto de vista, se debería hablar, en mi opinión, de anti-humanismo e incluso de inhumanismo ateo.

Vayamos ahora a la visión cristiana. Celso no se equivoca en hacerla derivar de la gran afirmación de Génesis 1, 26 sobre el hombre creado "a imagen y semejanza" de Dios [14]. La visión bíblica encontró su más espléndida expresión en el Salmo 8:

Al ver el cielo, obra de tus manos,

la luna y la estrellas que has creado:

¿qué es el hombre para que pienses en él,

el ser humano para que lo cuides?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,

lo coronaste de gloria y esplendor;

le diste dominio sobre la obra de tus manos,

todo lo pusiste bajo sus pies.

La creación del hombre a imagen de Dios tiene implicaciones en ciertos aspectos sorprendentes sobre la concepción del hombre que el debate actual nos empuja a sacar a la luz. Todo se funda en la revelación de la Trinidad traída por Cristo. El hombre es creado a imagen de Dios, lo que quiere decir que participa en la íntima esencia de Dios que es relación de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es evidente que hay un abismo ontológico entre Dios y la criatura. Sin embargo, por gracia (¡nunca hay que olvidar esta precisión!) este abismo se ha llenado, de manera que es menos profundo que el existente entre el hombre y el resto de la Creación.

Sólo el hombre, de hecho, como persona capaz de relaciones, participa en la dimensión personal y relacional de Dios, es su imagen. Lo que significa que él, en su esencia, aunque a un nivel de criatura, es lo que, a nivel increado, son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en su esencia. La persona creada es "persona" precisamente por este núcleo racional que le hace capaz de acoger la relación que Dios quiere establecer con ella y al mismo tiempo se hace generador de relaciones hacia los demás y hacia el mundo.



 

4. La fuerza de la verdad

Probemos a ver cómo se podría traducir en el plano de la evangelización esta visión cristiana de la relación hombre-cosmos. Ante todo una premisa. Resumiendo el pensamiento de su maestro, un discípulo de Dionisio Areopagita enunció esta gran verdad: "No se deben confutar las opiniones de los demás, ni se debe escribir contra una opinión o una religión que no parece buena. Se debe escribir sólo a favor de la verdad y no contra los demás" [15].

No se puede absolutizar este principio (a veces puede ser útil y necesario confutar las doctrinas falsas), pero es cierto que la exposición positiva de la verdad es a menudo más eficaz que no la confutación del error contrario. Es importante, creo, tener en cuenta este criterio en la evangelización y en particular hacia los tres obstáculos mencionados: cientificismo, secularismo y racionalismo. Más eficaz que la polémica contra ellos es, en la evangelización, la exposición irenística de la visión cristiana, haciendo hincapié en la fuerza intrínseca de ella cuando está acompañada por una convicción íntima y se hace, como inculcaba san Pedro, "con dulzura y respeto" (1 Pe 3,16).

La expresión más alta de la dignidad y de la vocación del hombre según la visión cristiana se ha cristalizado en la doctrina de la divinización del hombre. Esta doctrina no ha tenido la misma relevancia en la Iglesia ortodoxa y en la latina. Los Padres griegos, superando todas las hipotecas que la costumbre pagana había acumulado sobre el concepto de deificación (theosis), hicieron de ella el eje de su espiritualidad. La teología latina ha insistido menos en ella. "El objetivo de la vida para los cristianos griegos - se lee en el Dictionnaire de Spiritualité - es la divinización, el de los cristianos de occidente es la adquisición de la santidad... El Verbo se hizo carne, según los griegos, para restituir al hombre la semejanza con Dios perdida en Adán y para divinizarlo. Según los latinos, se hizo hombre para redimir a la humanidad... y para pagar la deuda debida a la justicia de Dios" [16]. Podríamos decir, simplificando al máximo, que la teología latina, tras Agustín, insiste más sobre lo que Cristo ha venido a quitar - el pecado - y la griega insiste más en lo que ha venido a dar a los hombres: la imagen de Dios, el Espíritu Santo y la vida divina.

No se debe forzar demasiado esta contraposición, como a veces se tiende a hacer por parte de autores ortodoxos. La espiritualidad latina expresa a veces el mismo ideal aunque evita el término divinización que, conviene recordarlo, es extraño al lenguaje bíblico. En la Liturgia de las horas de la noche de Navidad volveremos a escuchar la vibrante exhortación de san León Magno que expresa la misma visión de la vocación cristiana: "Reconoce, cristiano, tu dignidad y, hecho partícipe de la naturaleza divina, no quieras volver a la abyección de un tiempo con una conducta indigna. Acuérdate de quién es tu Cabeza y de qué Cuerpo eres miembro" [17].

Por desgracia, ciertos autores ortodoxos se quedaron en la polémica del siglo XIV entre Gregorio Palamas y Barlaam y parecen ignorar la rica tradición mística latina. La doctrina de san Juan de la Cruz, por ejemplo, según la cual el cristiano, redimido por Cristo y hecho hijo en el Hijo, está inmerso en el flujo de las operaciones trinitarias y participa de la vida íntima de Dios, no es menos elevada de la de la divinización, aunque se expresa en términos distintos. También la doctrina sobre los dones de intelecto y de sabiduría del Espíritu Santo, tan querida a san Buenaventura y a los autores medievales, estaba animada por la misma inspiración mística.

No se puede con todo dejar de reconocer que la espiritualidad ortodoxa tiene algo que enseñar en este punto al resto de la cristiandad, a la teología protestante aún más que a la teología católica. Si hay de hecho algo verdaderamente opuesto a la visión ortodoxa del cristiano deificado por la gracia, esto es la concepción protestante, y en particular luterana, de la justificación extrínseca y forense, por la que el hombre redimido es "al mismo tiempo justo y pecador", pecador en sí mismo, justo ante Dios.

Sobre todo podemos aprender de la tradición oriental a no reservar este ideal sublime de la vida cristiana a una élite espiritual llamada a recorrer las vías de la mística, sino a proponerla a todos los bautizados, a hacer de ella objeto de catequesis al pueblo, de formación religiosa en los seminarios y en los noviciados. Si vuelvo a pensar en los años de mi formación encuentro en ellos una insistencia casi exclusiva en una ascética que ponía todo el acento en la corrección de los vicios y la adquisición de las virtudes. A la pregunta del discípulo sobre el objetivo último de la vida cristiana un santo ruso, san Serafín de Sarov, respondía sin dudar: "El verdadero fin de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo de Dios. En cuanto a la oración, el ayuno, las vigilias, la limosna y toda otra buena acción hecha en el nombre de Cristo, son solo medios para adquirir el Espíritu Santo"[18].

5. "Todo fue hecho por medio de él"

La Navidad es la ocasión ideal para volver a proponernos a nosotros mismos y a los demás este ideal que es patrimonio común de la cristiandad. Es la encarnación del Verbo de donde los Padres griegos hacen derivar la posibilidad misma de la divinización. San Atanasio no se cansa de repetir: "El Verbo se hizo hombre para que nosotros pudiésemos ser deificados" [19]. "Él se encarnó y el hombre se ha convertido en Dios, pues se ha unido a Dios", escribe a su vez san Gregorio Nacianceno [20]. Con Cristo es restaurado, o devuelto a la luz, ese ser "a imagen de Dios" que funda la superioridad del hombre sobre el resto de la Creación.

Observaba antes que la marginación del hombre lleva consigo automáticamente la marginación de Cristo del cosmos y de la historia. También desde este punto de vista la Navidad es la antítesis más radical a la visión cientificista. En ella se escuchará proclamar solemnemente que "todo fue hecho por medio de él y sin él no se hizo nada de cuanto existe" (Jn 1,3); "Todo fue creado por medio de él y en vista de él" (Col 1, 16). La Iglesia ha recogido esta revelación y en el Credo nos hace repetir: Per quem omnia facta sunt, Por medio de él se hizo todo.

Volver a escuchar estas palabras, mientras a nuestro alrededor no se hace sino repetir 'El mundo se explica por sí solo, sin necesidad de la hipótesis de un creador', o también 'somos fruto de la casualidad y de la necesidad', provoca indudablemente un shock - reconoció -, pero es más fácil que una conversación y una fe surjan de un shock semejante que de una larga argumentación apologética. La pregunta crucial es: ¿seremos capaces, nosotros que aspiramos a volver a evangelizar el mundo, de dilatar nuestra fe a estas dimensiones de vértigo? ¿Creemos verdaderamente, con todo el corazón, que "todo fue hecho por medio de Cristo y en vista de Cristo"?

En su libro de hace tantos años Introducción al cristianismo usted, Santo Padre, escribía: "Con el segundo artículo del ‘Credo' estamos ante el auténtico escándalo del cristianismo. Esto está constituido por la confesión de que el hombre-Jesús, un individuo ajusticiado hacia el año 30 en Palestina, sea el ‘Cristo' (el ungido, el elegido) de Dios, es más, incluso el Hijo mismo de Dios, por tanto el punto central, el eje determinante de toda la historia humana... ¿Nos es verdaderamente lícito aferrarnos al frágil cabo de un único acontecimiento histórico? ¿Podemos correr el riesgo de confiar toda nuestra existencia, es más, toda la historia, a este hilo de paja de un acontecimiento cualquiera, que flota en el océano sin límites de la vicisitud cósmica?"[21].

A estas preguntas, Santo Padre, respondemos sin duda como lo hace usted en ese libro y como no se cansa de repetir hoy, en calidad de Sumo Pontífice: sí, es posible, es liberador, y es gozoso. No por nuestras fuerzas, sino por el don inestimable de la fe que hemos recibido y por la que damos infinitas gracias a Dios.

 

[1] Benedicto XVI, Motu Proprio "Ubicunque et semper".

[2] Juan Pablo II, Parole sull'uomo, Rizzoli, Milán 2002, p. 443; cf, también Enc. Fides et ratio, n. 88

[3] J. Monod, Il caso e la necessità,  Mondadori, Milán, 1970, pags. 136-7. [Ed. original francesa: Jacques Monod, Le Hazard et la necessitéEssai sur la philosophie naturelle de la biologie moderne. Seuil, París 1970; English trans. Chance and Necessity. An Essay on the Natural Philosophy of Modern Biology, Vintage 1971].

[4] M. Planck, La conoscenza del mondo fisico, p. 155, (cit. por Timossi, op.cit.  p. 160)

[5]  J.H. Newman, Carta al canónigo J. Walker (1868), en The Letters and Diaries, vol. XXIV, Oxford 1973, pp. 77 s. (Trad. ital. Di P. Zanna).

[6] J.H. Newman, Apologia pro vita sua, Brescia 1982, p.277

[7] J.H. Newman, Lo sviluppo della dottrina cristiana, Bolonia 1967, p. 95.

[8]  Monod, op. cit. p. 136.

[9] P. Atkins, citado por Timossi, op. cit. p. 482.

[10] B. Pascal, Pensieri, 377 (ed. Brunschwicg, n. 347),

[11] M. Blondel et A. Valensin, Correspondance, Aubier, París 1965.

[12] En Orígenes, Contra Celsum, IV, 23 (SCh 136, p.238; cf. también IV, 74 (ib. p. 366)

[13] Cf. M. Pohlenz, L'uomo greco, Florencia 1962.

[14]  En Orígenes, op. cit., IV, 30 (SCh 136, p. 254).

[15] Escolios a Dionisio Areopagita en PG 4, 536; cf. Dionisio Areopagita, Carta VI (PG, 3, 1077).

[16] G. Bardy, en Dct. Spir., III, col. 1389 s.

[17] S. León Magno, Discurso 1 sobre la Navidad (PL 54, 190 s.).

[18] Dialogo con Motovilov, en Irina Ggorainoff, Serafín de Sarov, Gribaudi, Turín 1981. p. 156.

[19]  S. Atanasio, La encarnación del Señor, 54 (PG 25, 192B).

[20]  S. Gregorio Nacianceno, Discursos teológicos, III, 19 (PG 36, 100A).

[21] J. Ratzinger, Introduzione al cristianesimo, Brescia 1969,  p.149.



 

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